LA
FALACIA DEL PROGRESO
Las
obsesiones de los "progresistas" por el cambio no
consideran las consecuencias. El cambio es exigido por una manía o
por un slogan:
"igualdad", "democracia", "derechos
reproductivos". Incluso una palabra de precaución es condenada
como "reaccionaria", "pasada
de moda" o "fascista".
Las tradiciones, las costumbres y las creencias son consideradas tan
transitorias como la planificada caída en desuso de los
computadores. La suposición de los "positivistas" es que
la Historia es una línea recta de "progreso" desde lo
"primitivo" a lo "moderno", y que si algo o
alguien se interpone en ese camino, constituye lo que Marx, en
el Manifiesto
Comunista,
condenó vehementemente como "reaccionario".
La
presunción "positivista" era una ruptura consciente con el
pasado; su fundador, el marqués de Condorcet, era un ideólogo de la
Revolución francesa, aunque encontró su destino como muchos otros.
Marx provino del mismo molde. Bajo la influencia del mismo Zeitgeist,
el darwinismo fue aplicado a la Historia social y a la economía, y
usado para justificar otro tipo de revolución, la industrial, y los
positivistas del siglo XIX, incluyendo a los darwinistas sociales,
confidencialmente veían al siglo XIX como la culminación de todas
las sociedades hasta entonces existentes. Ese optimismo entre los más
altos círculos intelectuales fue expresado por Alfred R. Wallace,
que seguía a Darwin en importancia en la exposición de la teoría
de la evolución: "Nuestro
siglo no sólo es superior a cualquier otro anterior sino que puede
ser mejor comparado con todo el período histórico precedente. Debe
ser por lo tanto considerado como el principio de una nueva Era de
progreso humano" [1].
[1] A. R.
Wallace, The Wonderful Century, Londres, 1899
https://ia802705.us.archive.org/0/items/wonderfulcentury028485mbp/wonderfulcentury028485mbp.pdf
Como
un recordatorio de que los siglos XX y XXI están atrapados en la
misma camisa de fuerza mental del "progreso" y de que,
irónicamente, las perspectivas históricas no han "progresado"
más allá de las dogmáticas suposiciones de Condorcet, Marx o
Wallace, académicos influyentes como Francis Fukuyama nos aseguran
con la misma certeza que la democracia liberal, bajo los auspicios de
Estados Unidos, no es sólo la culminación de toda la Historia hasta
ahora existente sino que es igualmente aplicable a toda la gente.
Además, una vez que su aplicación universal haya sido conseguida,
ése será literalmente "el
final de la Historia",
y habrá una felicidad global mediante producción y consumo, y la
estética se habrá hecho tan irrelevante que no habrá ninguna
diferenciación entre J. S. Bach y la música pop [2].
Esta descripción no es una burla o sátira.
[2] Francis Fukuyama, "The
End of History?", The National Interest, Nº 16, Summer 1989,
pp. 3-18.
Lo
que se presupone es que el hombre, como un "animal superior",
está tan separado de la Naturaleza que él puede moldearse a sí
mismo en cualquier forma que desee, y que el método y el objetivo
son justificados por una ideología preconcebida que aparenta ser
"verdadera", ya sea el jacobinismo, el marxismo o el libre
comercio. El hombre, mediante "leyes sociales", está por
sobre todas las consideraciones orgánicas y ecológicas. Es erróneo
por parte de los conservadores suponer que el marxismo está basado
en el "medioambientalismo", considerando que la doctrina
marxista declara que cambiando el medioambiente —bajo el
socialismo— la naturaleza humana resulta por lo tanto cambiada. Más
bien, el marxismo considera las leyes de la ecología, en tanto
"biologismo", como las leyes mendelianas de la herencia, y
los regímenes marxistas trataron de ponerse por encima de ambos
tipos de leyes [3].
[3] K. R. Bolton, The Decline
and Fall of Civilisations, Londres, 2017, pp. 121-124.
De
ahí que doctrinas que insisten en que el hombre está sujeto sólo a
leyes sociales y a las leyes de la producción —es decir, las
doctrinas del reduccionismo económico, sean de las variedades
socialista o capitalista (ambas derivan de la misma perspectiva)—
insistan en una manera extremadamente soberbia en que la Humanidad
está impulsada hacia una conquista prometeica de toda la Naturaleza,
y puede sin restricción imponer su voluntad sobre el universo. Lo
que se requiere es un entendimiento de las leyes del progreso social
que soslayan todas las otras. Qué cínico que los marxistas hayan
entrado en masa en las filas de los movimientos ecológicos y
"verdes" —iniciativas de la Derecha— después del
fracaso marxista en hacer algún avance entre el "proletariado
internacional", el cual ¡sólo existía en la imaginación de
ideólogos de biblioteca!
Las
limitaciones que fueron tan condenadas por Marx como "reaccionismo",
y que encuentran hoy el mismo coro de odio por parte de
"progresistas" de todas las variedades, es el ancla de la
tradición. Muy lejos de ser un rasgo regresivo de la personalidad,
es un rasgo de madura sabiduría, que utiliza la acumulación de
milenios de experiencia, epigenéticamente comunicada durante
generaciones como "cultura" y "costumbres". Eso
es lo que es ridiculizado por los "progresistas", quienes,
en su fingido intelectualismo, han desechado, obscurecido, difamado o
sepultado a aquellos que realmente procuraron entender la naturaleza
del ser humano, ya sean filósofos como Martin Heidegger, Anthony
Ludovici y Oswald Spengler, o científicos como el fisiólogo Alexis
Carrel, el zoólogo Konrad Lorenz, el psicólogo Carl Jung o el
biólogo actual Rupert Sheldrake.
Carl
Jung
Carl
Jung, el padre de la Psicología analítica, estableció el punto de
que la psique del hombre occidental no sigue el ritmo de su
tecnología. Los niveles de nuestro inconsciente son múltiples
capas, y alcanzan a la existencia primordial, y sin embargo la
tecnología occidental ha saltado exponencialmente hacia adelante,
dejando atrás el anclaje de la tradición en la aclamada "marcha
del progreso". Jung escribió de eso:
«Nuestras
almas, así como nuestros cuerpos, están formadas de elementos
individuales que estaban todos presentes ya entre nuestros
antepasados. La "novedad" de la psique individual es una
interminable y variada nueva combinación de componentes antiquísimos
El cuerpo y el alma por lo tanto tienen un carácter intensamente
histórico y no encuentran lugar en lo que es nuevo. Es decir,
nuestros componentes ancestrales están sólo parcialmente en casa en
cosas que acaban de nacer. Estamos ciertamente lejos de haber
terminado con la Edad Media, la Antigüedad clásica y el
primitivismo, como pretenden nuestras psiques modernas. Sin embargo,
nos hemos sumergido en una catarata de progreso que nos empuja hacia
el futuro con violencia cada vez más salvaje mientras nos saca más
lejos de nuestras filas. Mientras menos entendemos lo que nuestros
antepasados buscaban, menos nos entendemos a nosotros mismos, y así
ayudamos con toda nuestra fuerza a despojar al individuo de sus
raíces y sus instintos guiadores» [4].
[4] C. G. Jung, Memories,
Dreams, Reflections, Nueva York, 1961, pp. 235-236.
La
psique se fractura al contender con una discrepancia entre milenios
de experiencias ancestrales y el impacto de lo que es "moderno",
que pretende descartar tal sabiduría primordial como redundante. Los
individuos mentalmente fracturados crean entidades socialmente
fracturadas todavía inexactamente llamadas "sociedades",
con una multitud de patógenos sociales. Jung consideró que el
objetivo último del individuo era la "individuación",
la integración de las partes fracturadas de la psique del individuo,
y más allá de eso, la integración del inconsciente colectivo de la
raza y de la sociedad.
Alexis
Carrel
Alexis
Carrel fue un fisiólogo laureado con el Premio Nobel. Él se apartó
de la fama, seguridad y comodidad de la vida en Estados Unidos para
volver a su Francia natal en un tiempo de necesidad, para trabajar
durante la guerra con el régimen Nacional Revolucionario del
mariscal Petain. Carrel también estuvo preocupado por la
degeneración y la fractura del "hombre moderno" causadas
por el progresismo. En su muy vendido libro de 1935 "L'Homme,
Cet Unconnu" (El
Hombre un Desconocido),
Carrel abordó estos problemas:
"Los
hombres no pueden hoy seguir la civilización moderna de acuerdo al
curso actual de ella, porque están degenerando. Fascinados con la
belleza de las ciencias de la materia inerte, no han entendido que su
cuerpo y su conciencia están sujetos a leyes naturales, más
obscuras que, pero tan inexorables como, las leyes del mundo sideral.
Ni tampoco han entendido que no pueden transgredir esas leyes sin ser
castigados.
"Ellos
deben aprender, por lo tanto, las relaciones necesarias del universo
cósmico, de sus prójimos, y de sus identidades interiores, y
también las de sus tejidos y su mente. En efecto, el hombre está
sobre todas las cosas. Si él degenera, la belleza de la
civilización, e incluso la grandeza del universo físico,
desaparecerían... La atención de la Humanidad debe apartarse de las
máquinas y del mundo de la materia inanimada y volverse hacia el
cuerpo y el espíritu del hombre, hacia los procesos fisiológicos y
espirituales sin los cuales las máquinas y el universo de Newton y
Einstein no existirían" [5].
[5] Alexis Carrel, Man the
Unknown, Nueva York, 1939, Prefacio.
Carrel,
al igual que Jung, no era un materialista; él consideraba el "alma"
como importante, aunque todavía no fuese entendida por la ciencia.
La ciencia ha resuelto muy pocas de las grandes preguntas de la vida,
escribió Carrel, y la civilización estaba teniendo un efecto
degenerativo:
"Estamos
lejos de saber qué relaciones existen entre el desarrollo
del esqueleto, los músculos y los órganos, y el de las
actividades mentales y espirituales. Somos ignorantes de los factores
que causan el equilibrio del sistema nervioso y la resistencia a la
fatiga y a las enfermedades. No sabemos cómo el sentido moral, el
juicio y la audacia podrían ser aumentados. ¿Cuál es la
importancia relativa de las actividades intelectuales, morales y
místicas? ¿Cuál es el significado del sentido estético y
religioso? ¿Qué forma de energía es responsable de las
comunicaciones telepáticas? Sin ninguna duda, ciertos factores
fisiológicos y mentales determinan la felicidad o la miseria, el
éxito o el fracaso de cada uno. Pero nos son desconocidos. No
podemos producir artificialmente la aptitud para la felicidad. Hasta
ahora no sabemos qué ambiente es el más favorable para el óptimo
desarrollo del hombre civilizado. ¿Es posible suprimir la lucha, el
esfuerzo y el sufrimiento de nuestra formación fisiológica y
espiritual? ¿Cómo podemos prevenir la degeneración del hombre en
la civilización moderna? Muchas otras preguntas podrían ser hechas
acerca de asuntos que son para nosotros del mayor interés. Ellas
también permanecerán sin contestar. Es bastante evidente que los
logros de todas las ciencias que tienen al hombre como objeto central
permanecen insuficientes, y que nuestro conocimiento de nosotros
mismos es todavía muy incompleto" (Carrel, op.
cit.,
I, 1).
En
una conclusión similar a la de Jung en cuanto a la discrepancia
entre los avances exponenciales de la civilización mecánica y
material y los avances del consciente e inconsciente humano, Carrel
advirtió:
"El
medioambiente sobre el cual han sido moldeados el cuerpo y el alma de
nuestros ancestros durante muchos milenios ha sido reemplazado ahora
por otro. Esta revolución silenciosa la hemos recibido sin ninguna
emoción. No hemos comprendido su importancia, y sin embargo es uno
de los acontecimientos más importantes en la historia de la
Humanidad, ya que cualquier modificación de las condiciones
ambientales repercute de manera inevitable y profunda sobre todos los
seres vivientes. Es indispensable averiguar, por lo tanto, el grado
de las transformaciones impuestas por la ciencia sobre el modo
ancestral de vida, y por consiguiente sobre nosotros mismos" (Carrel,
I, 3).
"La
civilización moderna se encuentra en una difícil posición porque
no nos conviene. Ha sido construida sin ningún conocimiento de
nuestra verdadera naturaleza. Se debió a los caprichos de
descubrimientos científicos, de los apetitos de los hombres, de sus
ilusiones, sus teorías y sus deseos. Aunque edificada por nosotros,
no está hecha a nuestra medida" (Carrel,
I, 5).
Konrad
Lorenz
Konrad
Lorenz, el padre de la ciencia de la Etología —el estudio del
instinto—, dio una advertencia, desde un punto de vista ecológico,
de que el abandono de las costumbres y tradiciones está lleno de
peligros que probablemente serán imprevistos. La cultura
es "tradición
acumulativa" [6].
Es el conocimiento transmitido a través de generaciones, preservado
como creencias o costumbres. La sabiduría profunda acumulada por
nuestros antepasados, por el hecho de que podría estar envuelta con
la protección de religiones y mitos, es considerada por los
"modernos" como "supersticiosa" y "no
científica". Lorenz se refirió a la "enorme
subestimación de nuestro fondo no-racional y cultural, y la igual
sobrestimación de todo lo que el hombre es capaz de producir con su
intelecto" como
factores que "amenazan
nuestra civilización con la destrucción".
[6] Konrad Lorenz, Civilized
Man’s Eight Deadly Sins, Nueva York, 1974, p. 61.
Giambattista
Vico [7], un precursor de Spengler, intentó advertir sobre esta
superficialidad de la intelectualización y su rechazo de la
tradición —incluyendo la religión— en la época del
Renacimiento, el tan alabado comienzo de la época de la decadencia
de Occidente. Ibn Khaldun intentó hacer lo mismo cuando quedaba
todavía algo de la civilización islámica [8], a punto de
convertirse en fellaheen [campesino
árabe], como Spengler llamó a tales civilizaciones gastadas, o
históricamente anticuadas. Podemos decir lo mismo sobre Catón, por
ejemplo, y muchos otros que se vieron enfrentados por los
"progresistas" de su propia civilización cuando empezaba
la época de su declinación. El "progreso" es una de las
grandes ilusiones de nuestro tiempo, tal como lo fue en épocas
análogas de otras civilizaciones durante el transcurso de miles de
años. Si un profeta bíblico, Catón o Heródoto llegaran a ser
transportados a este tiempo en Occidente, ellos podrían reírse o
mofarse de los banales slogans de
nuestros "progresistas" y "modernos", y
replicar: "Hemos
visto todo esto antes... y no termina bien".
[7] Giambattista
Vico, The New Science of Giambattista Vico,Cornell University
Press,1948.
[8] Ibn Khaldun, The
Muqaddimah, Princeton University Press, 1969.
"Ser
ilustrado no es ninguna razón para confrontar con arrogancia hostil
la tradición transmitida",
declaró Lorenz. Escribiendo en un tiempo en que la Nueva Izquierda
era desenfrenada, como lo es hoy bajo otros nombres, Lorenz observó
que la actitud de la juventud hacia los padres muestra
mucho "desprecio
engreído, pero ningún entendimiento" (Lorenz,
p. 64).
Lorenz
percibió gran parte de la psicosis de la Izquierda como un patógeno
en el organismo social, como sigue siéndolo hoy:
"La
rebelión de la juventud moderna está fundada en el odio; un odio
estrechamente relacionado con una emoción que es la más peligrosa y
difícil de vencer: el odio nacional. En otras palabras, la juventud
rebelde de hoy reacciona ante la generación más vieja del mismo
modo que un grupo étnico reacciona ante un grupo extranjero y
hostil" (Lorenz, Ibid.).
Lo
que es interesante es que Lorenz vio eso como una sub-cultura juvenil
que era equivalente a un ethnos separado
y extranjero, cuando un grupo se forma alrededor de sus propios
ritos, vestimentas, maneras y normas. En las ciencias biológicas eso
es llamado "pseudo-especiación".
Con esa nueva identidad grupal viene una "correspondiente
devaluación de los símbolos" de
otras unidades culturales (Lorenz, pp. 64-65). La obsesión con todo
lo que es considerado como "nuevo" entre la rebelión
juvenil fue descrita por Lorenz como una "neofilia fisiológica".
Si bien eso es necesario para prevenir el estancamiento, es
normalmente gradual y seguido de un retorno a la tradición. Tal
equilibrio, sin embargo, es fácilmente perturbado.
En
la psicología de los individuos, la fijación en la etapa de
la neofilia
provoca anormalidades conductuales como el resentimiento rencoroso
hacia padres hace tiempo muertos (Lorenz. pp. 69-70). Esa carencia de
respeto por la tradición es agravada por el resquebrajamiento de la
jerarquía social tradicional, por la organización de masas, y
por "una
carrera contra sí mismo para conseguir dinero" (Lorenz,
p. 73) que domina al Occidente Tardío.
Ya
que Lorenz escribió de esos síntomas de la decadencia occidental
durante los años '70, el organismo social occidental ha seguido
fracturándose, y como uno esperaría, ha sido exponencial, una prisa
colectiva hacia la locura que es irónicamente respaldada como "sana"
por psicólogos humanísticos, quienes están ellos mismos aquejados
con la psicosis y producen informes y libros que "demuestran"
aquello y que sostienen, entre otras cosas y citando la última manía
"progresista", que el género de alguien es una cuestión
de opción. Otra vez tenemos la oposición ideológica al
"biologismo".
La
Destrucción de Símbolos es Simbólica
Existe
ahora la presencia —inmensamente más grande que en la época de
Lorenz— de ethnoi reales
que no tienen ningún afecto por Occidente sino que mantienen un gran
resentimiento. Está también la pseudo-especiación entre
mujeres en términos de feminismo radical y "gays",
que poseen sus propias maneras, ritos, vestimentas, formas de hablar,
y hasta sus propias banderas y otros símbolos. Ellos están unidos
en su odio a Occidente, denigrado como "patriarcado
Blanco",
con sus símbolos derribados y sus héroes ridiculizados
como "varones
Blancos muertos".
La
destrucción de los símbolos tradicionales de los antepasados de
alguien es una redirigida forma de matricidio y parricidio que se
convirtió en una doctrina durante los psicóticos días de la Nueva
Izquierda, entre los "Weathermen" y yippies,
etcétera, durante los años '60, cuando Charles Manson se convirtió
en un héroe revolucionario, y Jerry Rubin se alegraba por la muerte
de su madre, a la cual, si no hubiera sido por el cáncer, él habría
tenido que asesinar [9].
[9] Jerry Rubin, Growing (Up)
at 37, Nueva York, 1976, pp. 140-142.
Nosotros
actualmente presenciamos la psicosis grupal de la Nueva-Nueva
Izquierda en la compulsión por destruir monumentos de la
Confederación [de la Guerra Civil estadounidense], y en el frenético
y atávico golpear y patear derribadas estatuas de bronce con el
frenesí de la muchedumbre italiana que pateaba los cuerpos sin vida
de Mussolini y Clara Petacci.
Ese
vandalismo de los símbolos y monumentos de la tradición es un
sustituto del asesinato, tal como el desatado durante la Revolución,
como el dirigido contra las estatuas conmemorativas Confederadas,
como el dirigido por decreto oficial contra las estatuas del general
Franco en España, y en el reciente abortado esfuerzo para conseguir
que una estatua del oficial colonial de Nueva Zelanda el coronel
Marmaduke Nixon fuera derribada, probablemente como el comienzo de un
proceso, mediante una colosal deformación de la historia colonial.
Se trata en cada caso de un ejemplo de tratar de borrar la tradición
que sirve como un ancla, sin la cual el orgullo desmedido (hybris)
conduce a la auto-destrucción. En otras circunstancias, esos tipos
—y ellos son tipos—
habrían estado quemando iglesias en España, o destruyendo
monumentos antiguos en Iraq.
Kerry
Bolton
25 Octubre 2018
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