¿SALVAR EL PLANETA?
La combinación del miedo a morir y un cierto conocimiento de las limitaciones de nuestro entorno terrestre ha llevado a un número creciente de seres humanos a embarcarse en una causa ideológica, la de salvar nuestro planeta. Esta causa, que sirve perfectamente a los globalistas como excelente pretexto para establecer su totalitarismo planetario con la Agenda 21 y sus diversos corolarios, es estimulada en gran medida por los activistas ecológicos y por los científicos del clima.
Abusando de sofismas y de evidentes inconsistencias, estos últimos terminaron creando de facto un nuevo dogma de la religión tecnocientífica y humanista moderna, el del efecto invernadero climático. Si bien sus motivos pueden parecer nobles, con demasiada frecuencia resultan en acciones fanáticas y podrían conducir al suicidio de la propia Humanidad.
Desde hace poco más de dos siglos, con premisas ligeramente anteriores a la Revolución Francesa, la Humanidad ha experimentado dos tendencias evolutivas paralelas, o más probablemente "involutivas", en cierta medida, ligadas. El primero es la destrucción progresiva y creciente de las grandes religiones (particularmente del cristianismo), desde su estado ya relativamente alejado de sus condiciones y características originales. El segundo es el nacimiento de la ciencia materialista moderna, reemplazada gradualmente en gran escala por el cientificismo.
Esto se hace pasar por
"ciencia", mientras que el verdadero espíritu científico
(caracterizado por la sana duda, la observación, la investigación y la
experimentación) se encuentra cada vez más raramente, sino que, por el
contrario, se ve reemplazado por una creciente colección de rituales
procedimentales (llamados "protocolos" en medicina), dogmas
incontestables, textos bíblicos ("estudios" publicados en revistas
revisadas por pares y manuales de referencia) y sumos sacerdotes, ídolos,
santos, dioses…
Como parece que una de las características del Hombre es la
necesidad de un sistema de creencias o al menos de formar una representación
interna, una imagen del mundo, no logrando aprehenderlo en su totalidad y
objetivamente (precisamente por sus capacidades mentales y de los sentidos
limitados), la destrucción de las grandes religiones sólo podría entonces
favorecer la expansión del materialismo científico tecnológico que observamos
hoy a escala planetaria. Esta nueva religión es global, todopoderosa, seguida
tanto por los grandes pueblos de este mundo como por las masas populares. Sus
gurús, sus cardenales y sus inquisidores proliferan tanto en los medios de
comunicación como en las distintas capillas científicas (climatología,
virología, epidemiología, ecología, etc.). La gente lo sigue a través de sus
múltiples pantallas o interfaces con el nuevo paraíso divino: el mundo virtual de
la computadora, el universo artificial de los robots y el transhumanismo.
Una de las creencias de esta nueva religión es que el Hombre
es malo, que contamina la Tierra, que se multiplica como los conejos, y que es
mejor encerrarlo en jaulas (ciudades a 15 minutos que se vislumbran en el
horizonte), esterilizarlo y reducir su población gracias a las vacunas. Debemos
quitarle su libre albedrío sometiéndolo a la Inteligencia Artificial programada
por los nuevos dioses. Para ello, habrá que transformarlo en una máquina,
reduciendo al máximo el tamaño de su jaula, la calidad y cantidad de su
alimento y sus recursos, su propia inteligencia... Mientras tanto, los dioses
multimillonarios podrán seguir utilizar sus yates y sus aviones
hipercontaminantes, vivir en sus numerosos castillos, cazar animales (y seres
humanos) en sus inmensos parques naturales y bosques reservados, comer
alimentos sanos, ecológicos, sin OGM y sin insectos...
¿Se dan cuenta los activistas ecológicos que están
dispuestos a sacrificar su estilo de vida y experimentar el martirio que
durante este tiempo y gracias a ellos, los nuevos dioses podrán crear su
paraíso terrenal, mientras que las masas sometidas sufrirán un pseudoparaíso
artificial? ¿Con grafeno vaxinal y diversos fármacos dispensados
generosamente por la brujería farmacéutica? ¿Se dan cuenta de que por miedo a
la muerte van directo al suicidio? ¿Son conscientes de la inconsistencia de su
enfoque?
En lugar de elevar la conciencia de la Humanidad para
estimular un sentido de responsabilidad individual en la vida colectiva, los
nuevos dioses y sus útiles idiotas han estimulado las peores tendencias humanas
(egoísmo, lujuria, avaricia, glotonería, vanidad, orgullo, etc.) para
subordinar al individuo a un llamado interés colectivo que, en última
instancia, es sólo el de los multimillonarios. Lo lograron mediante la
destrucción progresiva de la familia, de los valores tradicionales, de la
educación escolar y luego de las naciones.
Si el planeta es un ser vivo que quisiéramos “salvar”, ¿hay
alguna necesidad de hacerlo sacrificando a la Humanidad? ¿Es esto siquiera
consistente? Esta idea de que el Hombre sería un virus para la Tierra, un
microbio maligno que sólo sirve para destruirla, proviene directamente de la
hipótesis científicamente refutada de la existencia de gérmenes malignos
(bacterias y virus) que sólo sirven para enfermar y matar humanos, animales e
incluso plantas. Sin embargo, al mismo tiempo, la naturaleza demuestra algo
completamente diferente: nuestro propio cuerpo vive en simbiosis con miles de
millones de bacterias (en su microbioma) y dichos “virus” son componentes
celulares endógenos que suelen ser consecuencia de diversos ataques
sufridos por las células, según los descubrimientos científicos de vanguardia
en biología, uniéndose en este sentido a los de Antoine Béchamp; y por otro
lado, las propias plantas viven en simbiosis con hongos y bacterias. Sin estas
simbiosis ni las plantas ni los seres humanos podrían sobrevivir. Son los que
permiten la asimilación de ciertos nutrientes esenciales para el organismo. El
hombre proporciona alimento a las bacterias y éstas a cambio le permiten
asimilar nutrientes en el intestino y depurarse de toxinas. También existe tal
colaboración en los reinos vegetal y animal. Desde esta misma perspectiva, el
Hombre puede perfectamente vivir en simbiosis con la Tierra.
Las élites multimillonarias prefirieron revivir los fraudes
pasteurianos y su percepción negativa de la vida, antes que el paradigma de
Béchamp, que tenía un enfoque verdaderamente científico y honesto. Hoy en día,
todos los errores y equivocaciones que de ellos se derivan en términos de salud
humana, animal, vegetal y planetaria se propagan debido al control de los
nuevos dioses sobre los sistemas “educativos” y mediáticos globales, facultades
de medicina y universidades incluidas. Y como sobre todo no deben ser
cuestionados, los sumos sacerdotes y los inquisidores descartan las molestias
mediante el descrédito (“conspiracionistas”, “anti-vacunas”, “extremistas de
derecha”, “antisemitas”, “negacionistas”…) y prohibiendo teorías y prácticas
alternativas (especialmente en la medicina y en el campo del clima).
Un "Nuevo Mundo" que no sea en realidad el
"Nuevo Orden Mundial" será posible, no mediante el sacrificio
innecesario de la Humanidad, sino mediante su participación plena y activa en
su creación, lo que probablemente implicará derribar a los pseudodioses del
Olimpo, quitándoles todo poder de molestia y dejando de escuchar sus cantos de
sirena. Si es deseable moderar en gran medida el espíritu moderno consumista,
hedonista, despilfarrador e infantil, esto no debería hacerse mediante la
coerción, la mentira, la manipulación y los pretextos, sino mediante la
enseñanza, en particular con el "ejemplo". Así, son los líderes
(teóricamente al servicio del pueblo) y los distintos guías de la Humanidad
quienes deben comenzar por reducir su propio estilo de vida, dejar de vivir en
palacios, viajar en jets privados, buscar el disfrute de múltiples bienes
materiales... Y la gente se beneficiaría de tener líderes o guías sólo entre los
verdaderamente humildes, no aquellos que dicen todo el tiempo "con toda
humildad, yo...". La humildad se mide en gestos y acciones, no en
palabras, especialmente cuando éstas son pronunciadas con “lenguas bífidas”.
La Tierra puede sobrevivir a la desaparición de la Humanidad
(muchas especies animales y vegetales son más resistentes que el Hombre). En
una Tierra inerte, la Humanidad sólo tendría que preocuparse por su propia
supervivencia. Por lo tanto, no es tanto la supervivencia del planeta lo que
debería preocupar al ser humano, sino la de la Humanidad, dado que su
desaparición resultaría la de su conciencia a través de su transformación en
máquina. Un transhumano robótico perdería su propia conciencia, quedaría
aislado del plano de las almas, perdería la vida espiritual eterna y
encontraría un infierno material multimilenario, sobreviviendo en la materia
tanto tiempo como su cuerpo mecanizado se lo permitiera. ¿Cuasi-inmortalidad
infernal y restricción aquí abajo, o libertad eterna en el más allá? ¿Qué
queremos para nosotros y para nuestros descendientes?
https://nouveau-monde.ca/sauver-la-planete/
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