¿POR QUÉ DICIEMBRE TE HACE SENTIR TRISTE?
No hablamos de depresión navideña como si fuera una rareza clínica. Hablamos de un estado emocional frecuente y, muchas veces, silenciado. Porque, claro, ¿cómo vas a decir que estás triste si todo el mundo está brindando, sonriendo, publicando fotos bonitas y deseando felicidad en mayúsculas?
Pero lo cierto es que diciembre arrastra consigo una combinación explosiva: nostalgia, expectativas infladas, agotamiento acumulado, ruido emocional y una gran dosis de positividad tóxica. Vamos por partes.
Primero, la nostalgia. Diciembre
es el mes del recuerdo. Nos empuja a mirar atrás. A hacer balance. A repasar
todo lo que pasó (o no pasó) durante el año. Y muchas veces, lo que encontramos
no es precisamente inspiración. Es vacío, decepción, pérdidas, cosas
pendientes.
A esto se suma el recuerdo de quienes ya no están. Las
personas que formaban parte de nuestras Navidades y que ahora solo viven en la
memoria. Una silla vacía en la
mesa puede pesar más que todo el menú. Y cada canción
navideña que suena en la radio puede ser una puñalada si te conecta con un
momento del pasado que ya no existe.
La segunda capa del problema son las expectativas. La
Navidad viene cargada de guiones que parecen escritos por un publicista:
familia feliz, brindis emotivos, regalos con un lazo perfecto, reconciliaciones
a última hora. La vida real, en cambio, va por otro lado. Hay tensiones
familiares, discusiones pasadas que no se han resuelto, vínculos rotos,
distancias emocionales.
Y cuando la realidad
no encaja con el guion, aparece la frustración. La sensación
de que algo falla. Y como suele pasar, asumimos que el problema somos nosotros.
Que deberíamos estar disfrutando, pero no lo estamos. Que deberíamos agradecer,
pero nos cuesta. Que algo en nuestra forma de sentir está mal.
Aquí entra en escena la positividad tóxica. Esa idea de
que hay que mirar siempre el lado bueno, que todo tiene una lección, que si
estás mal es porque no te estás enfocando bien. Este discurso, aunque
disfrazado de buenas intenciones, puede hacer mucho daño. Porque convierte el
malestar legítimo en un fallo personal. Y porque invalida emociones que son
completamente humanas.
Estar triste en diciembre no es un error. Es una respuesta
lógica a un contexto emocionalmente cargado. Es normal sentir nostalgia. Es
normal sentir que el cuerpo no da más. Es normal sentirse fuera de lugar cuando
todos parecen celebrar algo que tú no estás sintiendo.
Además, no podemos olvidar que diciembre también arrastra
agotamiento. No solo físico,
también mental. Venimos de meses de trabajo, estrés, incertidumbre,
crisis varias. Y de pronto, en lugar de parar, el calendario nos lanza a una
maratón de compromisos sociales, compras, cenas, regalos, balances y propósitos
de año nuevo. Todo concentrado en tres semanas. Todo con prisa. Todo con
presión.
Y en medio de todo eso, hay que «estar bien».
Lo que más cuesta aceptar es que la tristeza en diciembre no
se puede maquillar con espumillón. Que no se va con un brindis. Que no se tapa
con un post en redes sociales. La tristeza necesita espacio. Necesita ser
nombrada, sentida, aceptada.
Negarla solo la hace más ruidosa.
No se trata de hundirse en la melancolía ni de declarar la
guerra a la Navidad. Se trata de permitirnos vivirla desde donde estemos. Con
lo que tengamos. Con la honestidad suficiente para decir: esto es lo que hay
este año. Sin fingir. Sin forzar.
También es necesario hablar de la comparación
constante. Diciembre es un
escaparate. Todo el mundo parece más feliz, más acompañado, más
exitoso, más luminoso. Pero esa versión que vemos es una postal. Y detrás de
cada cena, de cada foto, de cada mensaje, puede haber cansancio, conflictos y
vacíos que no se ven.
Por eso, tal vez la mejor forma de sobrevivir a diciembre no
sea intentar encajar en la fiesta general, sino aprender a sostenerse en medio
de la diferencia. A decir «no me siento bien» sin culpa. A no ceder ante la
obligación de disfrutar. A aceptar que estar un poco roto también forma parte
del cierre del año.
Y si hay algo que sí podemos hacer, es rebajar el listón. No
exigirnos alegría, sino presencia. No forzarnos a celebrar, sino elegir cómo
queremos vivir estas fechas, aunque sea en modo mínimo. Aunque solo sea
respirando y pasando el día sin daño.
Porque no hay una única forma de pasar diciembre. Y si para
ti es un mes difícil, mereces poder decirlo sin sentir que estás estropeando la
fiesta a los demás.
Ser consciente de todo esto no es pesimismo. Es salud
mental. Es aprender a vivir una Navidad más real. Más honesta. Más humana.
Incluso si eso significa, este año, simplemente sobrevivirla.
https://maestroviejo.blog/por-que-diciembre-te-hace-sentir-triste/

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