28.2.24

No es la supervivencia del planeta lo que debe preocuparnos, sino la de la Humanidad

 ¿SALVAR EL PLANETA?                         

La combinación del miedo a morir y un cierto conocimiento de las limitaciones de nuestro entorno terrestre ha llevado a un número creciente de seres humanos a embarcarse en una causa ideológica, la de salvar nuestro planeta. Esta causa, que sirve perfectamente a los globalistas como excelente pretexto para establecer su totalitarismo planetario con la Agenda 21 y sus diversos corolarios, es estimulada en gran medida por los activistas ecológicos y por los científicos del clima. 

Abusando de sofismas y de evidentes inconsistencias, estos últimos terminaron creando de facto un nuevo dogma de la religión tecnocientífica y humanista moderna, el del efecto invernadero climático. Si bien sus motivos pueden parecer nobles, con demasiada frecuencia resultan en acciones fanáticas y podrían conducir al suicidio de la propia Humanidad.

Desde hace poco más de dos siglos, con premisas ligeramente anteriores a la Revolución Francesa, la Humanidad ha experimentado dos tendencias evolutivas paralelas, o más probablemente "involutivas", en cierta medida, ligadas. El primero es la destrucción progresiva y creciente de las grandes religiones (particularmente del cristianismo), desde su estado ya relativamente alejado de sus condiciones y características originales. El segundo es el nacimiento de la ciencia materialista moderna, reemplazada gradualmente en gran escala por el cientificismo. 

Esto se hace pasar por "ciencia", mientras que el verdadero espíritu científico (caracterizado por la sana duda, la observación, la investigación y la experimentación) se encuentra cada vez más raramente, sino que, por el contrario, se ve reemplazado por una creciente colección de rituales procedimentales (llamados "protocolos" en medicina), dogmas incontestables, textos bíblicos ("estudios" publicados en revistas revisadas por pares y manuales de referencia) y sumos sacerdotes, ídolos, santos, dioses…

Como parece que una de las características del Hombre es la necesidad de un sistema de creencias o al menos de formar una representación interna, una imagen del mundo, no logrando aprehenderlo en su totalidad y objetivamente (precisamente por sus capacidades mentales y de los sentidos limitados), la destrucción de las grandes religiones sólo podría entonces favorecer la expansión del materialismo científico tecnológico que observamos hoy a escala planetaria. Esta nueva religión es global, todopoderosa, seguida tanto por los grandes pueblos de este mundo como por las masas populares. Sus gurús, sus cardenales y sus inquisidores proliferan tanto en los medios de comunicación como en las distintas capillas científicas (climatología, virología, epidemiología, ecología, etc.). La gente lo sigue a través de sus múltiples pantallas o interfaces con el nuevo paraíso divino: el mundo virtual de la computadora, el universo artificial de los robots y el transhumanismo.

Una de las creencias de esta nueva religión es que el Hombre es malo, que contamina la Tierra, que se multiplica como los conejos, y que es mejor encerrarlo en jaulas (ciudades a 15 minutos que se vislumbran en el horizonte), esterilizarlo y reducir su población gracias a las vacunas. Debemos quitarle su libre albedrío sometiéndolo a la Inteligencia Artificial programada por los nuevos dioses. Para ello, habrá que transformarlo en una máquina, reduciendo al máximo el tamaño de su jaula, la calidad y cantidad de su alimento y sus recursos, su propia inteligencia... Mientras tanto, los dioses multimillonarios podrán seguir utilizar sus yates y sus aviones hipercontaminantes, vivir en sus numerosos castillos, cazar animales (y seres humanos) en sus inmensos parques naturales y bosques reservados, comer alimentos sanos, ecológicos, sin OGM y sin insectos...

¿Se dan cuenta los activistas ecológicos que están dispuestos a sacrificar su estilo de vida y experimentar el martirio que durante este tiempo y gracias a ellos, los nuevos dioses podrán crear su paraíso terrenal, mientras que las masas sometidas sufrirán un pseudoparaíso artificial? ¿Con grafeno vaxinal y diversos fármacos dispensados ​​generosamente por la brujería farmacéutica? ¿Se dan cuenta de que por miedo a la muerte van directo al suicidio? ¿Son conscientes de la inconsistencia de su enfoque?

En lugar de elevar la conciencia de la Humanidad para estimular un sentido de responsabilidad individual en la vida colectiva, los nuevos dioses y sus útiles idiotas han estimulado las peores tendencias humanas (egoísmo, lujuria, avaricia, glotonería, vanidad, orgullo, etc.) para subordinar al individuo a un llamado interés colectivo que, en última instancia, es sólo el de los multimillonarios. Lo lograron mediante la destrucción progresiva de la familia, de los valores tradicionales, de la educación escolar y luego de las naciones.

Si el planeta es un ser vivo que quisiéramos “salvar”, ¿hay alguna necesidad de hacerlo sacrificando a la Humanidad? ¿Es esto siquiera consistente? Esta idea de que el Hombre sería un virus para la Tierra, un microbio maligno que sólo sirve para destruirla, proviene directamente de la hipótesis científicamente refutada de la existencia de gérmenes malignos (bacterias y virus) que sólo sirven para enfermar y matar humanos, animales e incluso plantas. Sin embargo, al mismo tiempo, la naturaleza demuestra algo completamente diferente: nuestro propio cuerpo vive en simbiosis con miles de millones de bacterias (en su microbioma) y dichos “virus” son componentes celulares endógenos que suelen ser consecuencia de diversos ataques sufridos por las células, según los descubrimientos científicos de vanguardia en biología, uniéndose en este sentido a los de Antoine Béchamp; y por otro lado, las propias plantas viven en simbiosis con hongos y bacterias. Sin estas simbiosis ni las plantas ni los seres humanos podrían sobrevivir. Son los que permiten la asimilación de ciertos nutrientes esenciales para el organismo. El hombre proporciona alimento a las bacterias y éstas a cambio le permiten asimilar nutrientes en el intestino y depurarse de toxinas. También existe tal colaboración en los reinos vegetal y animal. Desde esta misma perspectiva, el Hombre puede perfectamente vivir en simbiosis con la Tierra.

Las élites multimillonarias prefirieron revivir los fraudes pasteurianos y su percepción negativa de la vida, antes que el paradigma de Béchamp, que tenía un enfoque verdaderamente científico y honesto. Hoy en día, todos los errores y equivocaciones que de ellos se derivan en términos de salud humana, animal, vegetal y planetaria se propagan debido al control de los nuevos dioses sobre los sistemas “educativos” y mediáticos globales, facultades de medicina y universidades incluidas. Y como sobre todo no deben ser cuestionados, los sumos sacerdotes y los inquisidores descartan las molestias mediante el descrédito (“conspiracionistas”, “anti-vacunas”, “extremistas de derecha”, “antisemitas”, “negacionistas”…) y prohibiendo teorías y prácticas alternativas (especialmente en la medicina y en el campo del clima).

Un "Nuevo Mundo" que no sea en realidad el "Nuevo Orden Mundial" será posible, no mediante el sacrificio innecesario de la Humanidad, sino mediante su participación plena y activa en su creación, lo que probablemente implicará derribar a los pseudodioses del Olimpo, quitándoles todo poder de molestia y dejando de escuchar sus cantos de sirena. Si es deseable moderar en gran medida el espíritu moderno consumista, hedonista, despilfarrador e infantil, esto no debería hacerse mediante la coerción, la mentira, la manipulación y los pretextos, sino mediante la enseñanza, en particular con el "ejemplo". Así, son los líderes (teóricamente al servicio del pueblo) y los distintos guías de la Humanidad quienes deben comenzar por reducir su propio estilo de vida, dejar de vivir en palacios, viajar en jets privados, buscar el disfrute de múltiples bienes materiales... Y la gente se beneficiaría de tener líderes o guías sólo entre los verdaderamente humildes, no aquellos que dicen todo el tiempo "con toda humildad, yo...". La humildad se mide en gestos y acciones, no en palabras, especialmente cuando éstas son pronunciadas con “lenguas bífidas”.

La Tierra puede sobrevivir a la desaparición de la Humanidad (muchas especies animales y vegetales son más resistentes que el Hombre). En una Tierra inerte, la Humanidad sólo tendría que preocuparse por su propia supervivencia. Por lo tanto, no es tanto la supervivencia del planeta lo que debería preocupar al ser humano, sino la de la Humanidad, dado que su desaparición resultaría la de su conciencia a través de su transformación en máquina. Un transhumano robótico perdería su propia conciencia, quedaría aislado del plano de las almas, perdería la vida espiritual eterna y encontraría un infierno material multimilenario, sobreviviendo en la materia tanto tiempo como su cuerpo mecanizado se lo permitiera. ¿Cuasi-inmortalidad infernal y restricción aquí abajo, o libertad eterna en el más allá? ¿Qué queremos para nosotros y para nuestros descendientes?

https://nouveau-monde.ca/sauver-la-planete/  

 

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