HACERTE DESEAR LA III GUERRA MUNDIAL
Continuamente vemos en los medios de comunicación justificaciones de las guerras existentes y de las futuras. Justificaciones de tipo político, raramente de tipo económico —aunque este suele ser el fundamento real—. Pero lo más inquietante es otra cosa: la insidia de esas noticias, el empeño en sembrar en la población el deseo mismo de la guerra.Porque la guerra no es un fenómeno independiente de la voluntad de las personas. Si nadie la quisiera, ¿qué ejércitos podrían enfrentarse? Sin ese respaldo popular, la guerra no sirve: no es más que una ruina para las élites. Por eso necesitan que la gente la pida, que la reclame, que cargue con la responsabilidad.
Se está fabricando, a plena luz del día, el deseo popular de
una nueva guerra mundial. La propaganda trabaja con precisión: a unos les
venden beneficios, a otros dominio de recursos, a otros viejas venganzas, y
hasta a quienes se llaman pacifistas los arrastran a clamar por bombas sobre
Tel Aviv cuando contemplan injusticias atroces, como el genocidio en Gaza. Cada
grupo, por distintas razones, es empujado hacia la misma conclusión: la guerra.
No es un fenómeno nuevo. La historia se repite con exactitud
termodinámica: primero las élites exprimen a sus pueblos hasta dejarlos
exhaustos; después, cuando ya no queda nada que sacar, ofrecen la salida de
siempre: un fusil en una mano, un mendrugo en la otra. Es la válvula de escape
de un sistema que se devora a sí mismo en beneficio de la Sinarquía Financiera
Internacional.
Y mientras tanto, se enseña a la gente que “la paz” consiste
en callar, aceptar la humillación y seguir obedeciendo. Una paz entendida como
sumisión no es paz: es tiranía disfrazada.
El enemigo no está en Rusia, ni en China, ni en ninguna
frontera. Está dentro. Está en los bancos, en los fondos de inversión, en las
dinastías financieras que lo poseen todo y aún desean más. No se limitan a la
usura tradicional —prestar dinero a interés alto—, sino a algo mucho más
corrosivo: crear dinero de la nada, endeudar con él a pueblos enteros y cobrar
intereses sobre humo. Está en las marionetas políticas que simulan gobernar
mientras obedecen. Ese es el verdadero adversario de cada pueblo.
La conclusión es simple: la guerra no debe ser entre
naciones, sino contra esas élites. No se trata de matarse entre iguales, sino
de cortar los hilos que manejan la farsa. La única revolución que importa es
aquella que señala hacia arriba. Porque ningún imperio, por poderoso que
parezca, es eterno.
Y el suyo, basado en el miedo y en la usura, caerá. Caerá,
como han caído todos.
EL SEXTANTE
No hay comentarios:
Publicar un comentario