5.6.25

O seguimos con la cabeza gacha o nos alzamos para reclamar el derecho a decir NO

LO QUE OCULTA LA PROPAGANDA TECNOCINÉTICA

Vivimos en una era donde la imagen prevalece sobre el significado, donde las narrativas calibradas suplantan la experiencia vivida, y donde las masas, arrulladas por voces sintéticas, absorben visiones del futuro como si consumieran un anuncio de lujo. Una era donde lo que parece nuevo es en realidad un hábil reciclaje de viejas ideas de dominación, control y jerarquía. El último descubrimiento, que me hizo saltar de alegría con mi café de la mañana, es una brillante capa tecnológica, una seductora narrativa futurista, para absorber mejor la píldora de un mundo que se aleja rápidamente de la humanidad. 

Lejos de ser inofensivos, ciertos videos virales moldean nuestro imaginario colectivo con una eficacia formidable, hasta el punto de reescribir nuestros deseos. Lo que llamamos «progreso» se convierte entonces en el caballo de Troya de una profunda regresión, enmascarada por las apariencias de la innovación. Y fue ante una de estas producciones, aparentemente inofensivas y corrosivas en su mensaje, que tuve que reaccionar. No por postura, sino por deber. Porque se ha vuelto urgente reaprender a mirar, a oír, a pensar antes de que incluso esta capacidad nos sea arrebatada.

Este video, difundido por el canal de YouTube Money Radar  ( aquí ), que descubrí gracias a Réseau International, intenta vendernos, con la dulzura anestésica de una voz sintética y femenina, un mundo que, según sus autores, ya está en marcha en China; este mundo que presentan como el del mañana, el del progreso, el de una humanidad trascendida por la tecnología. Robots quirúrgicos, fábricas 100% automatizadas, trenes supersónicos, bebés genéticamente modificados… Bienvenidos a una pesadilla disfrazada de utopía, a una distopía presentada como un milagro.

No se trata de innovación ni de visión, y mucho menos de salvación colectiva. Lo que este vídeo glorifica con entusiasmo mecánico es el fin del hombre libre, del hombre pensante, del hombre vivo. Pone como modelo un régimen autoritario donde la máquina suplanta al humano, donde la robotización se convierte en el criterio definitivo del éxito, donde el nonato ya no es una promesa, sino un prototipo. Un mundo donde, bajo el pretexto de la eficiencia, se borra la ética y, en nombre del progreso, se asesina la conciencia.

Este no es un futuro el que nos describen; es una prisión completa. Ciertamente brillante, conectado y silencioso, pero una prisión al fin y al cabo. Una jaula de cristal impulsada por algoritmos, vaciada de su sustancia humana. El progreso tecnológico, desde esta perspectiva, no sirve para elevar a la humanidad, sino para eludirla, reemplazarla, borrarla. La humanidad se convierte en un error que corregir, un coste que reducir, una variable que neutralizar.

Y con razón se burlan de Occidente por sus preocupaciones "menores" —como la prohibición de las pajitas de plástico, o incluso la ZFE y la DPE, que no son más que productos de la extorsión financiera de la gente— mientras que China, nos dicen, está "construyendo discretamente el futuro". Pero ¿podemos seguir hablando del futuro cuando lo que estamos preparando es la negación misma de nuestra humanidad? Europa no se queda atrás; es quizás su última resistencia de la humanidad ante un mundo visto a través de hojas de cálculo de Excel y que inventa un futuro sin humanos. Una resistencia a la inhumanidad robotizada, al orden algorítmico total, a esta fría ideología que transforma la vida en datos, al ciudadano en un producto y a la sociedad en un laboratorio de obediencia.

La propaganda de este video es clara y pretende presentar a China como un modelo, una inspiración, un sueño. ¡Pero es un sueño tóxico! Lo que Pekín está desarrollando no es una sociedad avanzada, sino una maquinaria social donde la vigilancia es constante, donde el comportamiento se evalúa, donde el individuo no es más que un número en un sistema de calificación permanente. El «crédito social» es solo una función entre otras de esta ingeniería de control total. Y este modelo, que hoy intentamos hacer atractivo, mañana se venderá a gobiernos de todo el mundo —totalitarios y tiránicos por naturaleza— como la solución definitiva a la imprevisibilidad humana.

Este no es un escenario de ciencia ficción, sino una triste realidad que se está imponiendo y que se disfraza de triunfo. Una guerra silenciosa está en marcha, no contra un enemigo externo, sino contra lo que, dentro de nosotros, permanece libre, falible, impredecible y, por lo tanto, profundamente humano. Este video no es inocente porque forma parte de una vasta operación de lobotomía cultural, un lavado de cerebro masivo destinado a hacer pasar lo inhumano por progreso. Prepara las mentes para aceptar, sin resistencia, la desaparición programada de la vida sensible. Reemplazada por una actuación fría donde la emoción se sacrifica en el altar de la optimización y donde la libertad será estrangulada metódicamente por la automatización. Es propaganda insidiosa que, bajo la apariencia de innovación, aclimata las conciencias a la idea de que lo humano es un obstáculo, un error, un vestigio a corregir. 

Y lo peor es que esta ofensiva avanza disfrazada, lo cual es aún más pernicioso. Porque esta ofensiva no lleva uniforme ni marcha a paso de ganso, sino que se infiltra en nuestras mentes en forma de algoritmos, narrativas cautivadoras y conceptos brillantemente presentados. Ya no se propone una dictadura anticuada, sino una tiranía aséptica, envuelta en la elegancia de la modernidad conectada, fluida y alegre, pero absolutamente letal. Ya no rompe las cadenas; las invisibiliza con cifras, conceptos seductores y narrativas seductoras.

Es una verdadera dictadura sin muros ni porras, pero mucho más formidable por su fluidez, conexión e insidia. Se infiltra en la vida cotidiana, se instala en nuestros hogares, nos susurra al oído a través de los asistentes de voz. Una tiranía digital con aires de comodidad, eficiencia y modernidad que, tras su brillante fachada, esconde una opresión suave y anestésica, una máquina destructora de almas. Pero también hay que decirlo sin rodeos: toda esta tecnología, en realidad, solo será accesible para un pequeño grupo de individuos. Una casta de globalistas, ya enriquecida por décadas de depredación económica, extorsión global y subyugación masiva. Las élites que controlan los flujos de datos y las infraestructuras de innovación no están construyendo un mundo para todos, sino un santuario para sí mismas y, sobre todo, una tierra de servidumbre para los demás.

Es imperativo que rompamos con esta fascinación malsana, que escapemos de esta hipnosis colectiva cuidadosamente orquestada. Debemos rechazar con firmeza este futuro impuesto por los ingenieros de la servidumbre y los estrategas del transhumanismo. El verdadero progreso solo vale la pena si protege y eleva la vida. Sin embargo, lo que China está construyendo y lo que este video alaba, lo que los bardos tecnófilos de hoy glorifican, no es otra cosa que la liquidación fría y metódica de toda la humanidad. No estamos preparando un futuro común; estamos construyendo un arca para los poderosos.

Este video me recordó la película "Elysium" (2013), que no era una distopía de ciencia ficción gratuita, desconectada de la realidad, sino una advertencia impactante, lúcida y casi profética. Representa una sociedad brutalmente dividida, donde una élite insignificante, arrogante y desconectada vive en un enclave lujoso, protegida por tecnologías avanzadas, por encima de la ley, el planeta y la miseria que esta engendra. Mientras tanto, la gran mayoría de la humanidad, condenada a sobrevivir en la Tierra entre el polvo y la pobreza, es literalmente expulsada de un "paraíso" que se ha vuelto inaccesible para ellos. Esto ya no es una fantasía cinematográfica, sino el proyecto real que gobiernos y multinacionales construyen a marcha forzada ante nuestros ojos.

Esta brecha tecnológica y social, ya bien establecida, no es anecdótica, ya que anuncia, a partir de ahora, a diario, una era donde la tecnología no será un puente hacia la igualdad, sino un muro infranqueable. Una segregación algorítmica donde los privilegios se ejercen mediante el control exclusivo de la innovación, mientras que las masas son relegadas a una condición de obsolescencia programada, servidumbre digital y pobreza tecnológica. La pobreza ya no será solo material, sino también digital, cuando nos veamos privados del acceso al progreso, la salud, la información y las libertades.

Un mundo donde los excluidos no solo serán abandonados a su suerte, sino pura y simplemente eliminados, en nombre de una "eutanasia" fría y organizada. Un exterminio programado, destinado a purificar esta "nueva humanidad" que se está formando en laboratorios, donde solo los "elegidos" habrán sobrevivido. Es decir, aquellos que habrán escapado del aborto selectivo, de las disrupciones irreversibles causadas por inyecciones masivas de ARN y nanotecnologías omnipresentes, infiltradas incluso en su carne y su alimentación diaria.

Un mundo futuro donde el agua se llena de neurotoxinas insidiosas, donde el aire que respiramos está saturado de ondas dañinas invisibles pero devastadoras, donde la Tierra está contaminada por una cascada de sustancias químicas, y donde el espacio mismo, antaño libre y abierto, ahora rebosa de dispositivos de vigilancia omnipresentes y armas de energía dirigida, listos para aplastar cualquier atisbo de rebelión. Y este macabro futuro ya no es ciencia ficción, sino la lógica implacable de un sistema que pretende reciclar la vida humana como un producto desechable, reemplazable, manipulable a voluntad, con total desprecio por la ética, la dignidad y la simple supervivencia.

Este modelo monstruoso no promete nada más que la destrucción total de la convivencia, la extinción de toda solidaridad y la erección de barreras sociales y tecnológicas infranqueables. Como en Gaza, tendremos que luchar por un mísero trozo de pan, por un vaso de agua apenas potable, buscar un refugio precario donde podamos refugiarnos de los bombardeos incesantes, en un entorno que se ha vuelto inhabitable, sin saneamiento alguno, sin la más mínima posibilidad de alumbrar un futuro. Un infierno en la Tierra donde la supervivencia se reduce a una lucha diaria, y donde la humanidad se desvanece tras la miseria, el miedo y la deshumanización.

Esta "visión china" prepara un mundo donde la humanidad se dividirá en fragmentos estériles, en castas herméticas, cada una prisionera de una realidad tecnológica compartimentada e inaccesible para los demás. Un universo enclaustrado donde las barreras ya no serán meramente sociales o económicas, sino digitales, genéticas e informativas. Este futuro, que se nos vende como un avance colectivo, es en realidad la matriz de una sociedad cerrada, un sistema distópico despreciable donde la supervivencia se convertirá en un privilegio celosamente guardado por una minoría ultrarrica y poderosa.  

Y este escenario inquietante, lejos de ser una fábula, se está escribiendo ante nuestros ojos, orquestado por quienes consideran a la humanidad no como una riqueza inestimable, sino como una variable de ajuste que debe ser eliminada, controlada o reemplazada. Este futuro tecnológico, que se nos impone, no es ni más ni menos que el fin de la solidaridad, el fin de la comunidad, el fin de toda la humanidad compartida.

En realidad, "Elysium", al igual que este video propagandístico repleto de promesas tóxicas, no es entretenimiento futurista, sino una señal de alarma. Una señal roja que brilla ante la indiferencia general. Y ya es hora de que la escuchemos. Porque al ceder ante la gélida seducción de la tecnología desalmada, al doblegarnos ante los creadores de espejismos digitales, firmamos nuestra sentencia de muerte. Porque estamos trazando las líneas de un destino donde la justicia social se sacrifica en aras del rendimiento, donde la fraternidad se disuelve en flujos de datos y donde la humanidad se convierte en un lujo reservado para quienes poseen las claves de acceso.

Este futuro, lejos de ser "inclusivo", es completamente excluyente, brutal y cínico. Una era donde la pertenencia a la humanidad ya no se medirá en derechos, sino en compatibilidad tecnológica. Donde "los inadaptados", es decir, la mayoría como tú y yo, serán relegados a la periferia de la existencia, a la sombra de un mundo que ya no los quiere. Pero ya ni siquiera es una advertencia, porque ya es demasiado tarde para un despertar colectivo, dado que la mayoría duerme profundamente, voluntariamente, aferrándose a su negación como a un salvavidas agujereado. No quieren abrir los ojos. No porque no puedan, sino porque se niegan a ver. Porque eligen la ceguera por miedo visceral. Miedo a perder su pequeña zona de confort adulterada, miedo a tener que pensar, actuar, resistir. Hipnotizados por la luz azul de sus pantallas, con la mirada fija en la nada pixelada de sus smartphones, prefieren hundirse en una servidumbre voluntaria, dócil y anestesiada.

Desde el electroshock de los chalecos amarillos, y luego la inmensa farsa de la "pandemia" globalizada, era posible y, sobre todo vital, despertar. Comprender que algo fundamental estaba cambiando. Que los dados estaban amañados. Que la democracia no era más que un teatro de papel. Pero, en cambio, la mayoría prefirió acurrucarse en la obediencia, en la vacía comodidad de un estado supuestamente protector, en el dulce letargo de una pantalla que los distrae mientras les roban el futuro. Sin embargo, el verdadero escándalo ya no reside en la manipulación, sino en la complicidad pasiva.

Una mayoría de ciudadanos ha sacrificado su dignidad por la promesa de una semblanza de tranquilidad. Han dejado de buscar, de dudar, de querer comprender. Y ahora, miran hacia otro lado mientras la humanidad está desconectada. Porque en la era de internet, negarse a informarse ya no es un caso de ignorancia soportada, sino un caso de cobardía consentida. Ya no podemos escondernos tras la excusa del "no lo sabía". Quienes hoy no saben lo hacen porque no quieren saber. Extinguen su propia lucidez, ahogándola en el flujo constante de entretenimiento, miedos orquestados y comodidades vacías.

Así que no, ya no se trata de cambiar el mundo mediante grandes discursos colectivos. Ahora se trata de recuperar el control, a solas con uno mismo, y reavivar la chispa de lucidez interior que esta ideología tecnocrática busca extinguir metódicamente. Porque solo lo local, lo íntimo, lo consciente, puede revertir este mecanismo de masas. Solo despertando individualmente, negándonos a sumergirnos más en este pantano digital y consumista, podremos reabrir un camino y así, quizás, iluminar a algunos otros.

Este video, uno más en el gran teatro hipnótico del reino de la imagen, no es en absoluto inocuo, como he intentado demostrar. Es, en realidad, una bomba cultural dañina, hábilmente envuelta en un barniz informativo, que rezuma fascinación servil por un poder tecnocrático cuyo único proyecto es la desintegración de lo que nos hace humanos. Es un video profundamente corrosivo, que participa en este gran letargo generalizado, en esta lenta pero metódica programación de las mentes, hasta que aplauden su propia eliminación. Y debemos escapar absolutamente de la comodidad soporífera que nos venden como felicidad y rechazar esta prisión invisible que llamamos progreso. Debemos resurgir, libres, plantando cara a la maquinaria de opresión tecnológica y tecnocrática en marcha. Si no reaccionamos, si no reafirmamos con contundencia que los humanos no pueden ni deben ser reemplazados, mañana, todo lo que quedará del Hombre será un eco digital, residual e inútil.

Tuve que denunciarlo por lo que es, sin cuestionar las cualidades técnicas de este canal de YouTube, que no conocía antes de encontrarme con este video, pero cuyo éxito es en sí mismo revelador con más de 500,000 suscriptores. Medio millón de conciencias expuestas a esta dañina capa de modernidad, mientras tantos canales de reinformación, por vitales que sean, luchan por cruzar la marca de los 100,000 suscriptores. El desequilibrio es flagrante, preocupante. Lo dice todo sobre una era donde la seducción de la imagen lisa y conectada atrae multitudes, mientras que la verdad, áspera e inquietante, lucha por abrirse paso a través de la jungla de algoritmos. Este video es un síntoma flagrante de un mundo donde la propaganda se viste con las ropas del progreso, y donde la lucidez, marginada, se asfixia en el ruido ensordecedor de la servidumbre voluntaria. 

¡Porque no decir nada ya es consentir! Y consentir hoy es entregar a nuestros hijos a un mundo sin alma, sin calor, sin memoria. Un mundo donde los humanos ya no nacen, sino que son codificados, calibrados y controlados. Y donde la vida ya no se vive, sino que se gestiona. Así que, no, ¡China no está construyendo el futuro! Está orquestando nuestra desaparición como ya lo ha hecho con el espíritu de su propio pueblo. Y lo que tomamos por promesas, lo que este video nos presenta como brillantes hitos hacia el progreso, son solo las brillantes cadenas de una nueva servidumbre, más insidiosa, más absoluta que todas las que la han precedido.

Estamos al borde del precipicio, en una encrucijada brutal. Porque o bien continuamos, con la cabeza gacha, en nuestra sumisión extática al espejismo del progreso que nos borra hasta la extinción programada de todo lo que nos hace humanos, o bien nos alzamos finalmente, lúcidos y decididos, para reclamar el sagrado derecho a decir ¡NO!

NO a la dictadura algorítmica, que pretende liberarnos cuando sólo nos reduce a líneas de código, perfiles explotables, existencias modeladas.

NO a la mercantilización total de la vida, donde cada latido, cada emoción, cada pensamiento se transforma en datos, se explota, se vende, se vacía de su humanidad.

NO a esta desaparición voluntaria, disfrazada de progreso, donde se nos invita a aplaudir nuestro propio borrado en nombre de la eficiencia y la optimización.

NO a la locura gélida de los gobernantes cada vez más deshumanizados que sueñan con un mundo totalmente bajo control, con una sociedad perfecta porque es totalmente sumisa, construida sobre las ruinas de nuestra libertad y el silencio cómplice de los pueblos domesticados.

Negar esta fascinación malsana por la tecnología deshumanizada no es un rechazo al progreso, sino un grito de supervivencia. Es imperativo que transformemos el futuro colocando a los humanos, no a sus avatares digitales, en el centro de nuestros sueños. Porque el progreso sin conciencia no es más que una regresión moral abismal.

Si ignoramos todo esto, el futuro que nos venden hoy no será más que la tumba de nuestra civilización. Tras la narrativa engañosa de este tipo de vídeos se esconde un veneno insidioso que promueve la destrucción planificada de todo lo que enriquece a la humanidad, como lo inesperado, la imperfección, la libertad y la empatía. Este espejismo no es una utopía, sino una eutanasia silenciosa y fría, enmascarada bajo números, gráficos e interfaces desinfectadas. Como un asesinato silencioso, una desaparición meticulosa orquestada por algoritmos desalmados.

Ya no se trata de advertir, sino de elegir, ¡porque elegir ya es resistir! Aún hay tiempo para ser libre, pero esta oleada, si debe llegar, debe llegar ahora. Porque pronto, incluso la palabra «libertad» solo aparecerá en los archivos de un mundo olvidado, que habremos contribuido a hacer desaparecer...

Phil BROQ.

https://jevousauraisprevenu.blogspot.com/2025/06/ce-que-cache-la-propagande-techno.html

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