CONSTRUYENDO NUESTRO FUTURO HOY
Ya he escrito casi todo sobre el estado del mundo, sobre
este sistema en decadencia controlada, plagado por una élite de depredadores
trajeados, y sobre la sumisión voluntaria del pueblo. Mientras muchos siguen
buscando la solución mágica, el salvador providencial o el despertar colectivo
de las masas, es hora de decir la cruda verdad, porque la solución ya está en
nuestras manos y siempre ha estado ahí.
Está en nuestras decisiones, en nuestros pensamientos, en nuestra capacidad de desobedecer lo injusto, de decir no a lo que oprime, de construir lo que libera. No hay otro camino. Es hora de dejar de evadir nuestra responsabilidad tras ilusiones democráticas o la expectativa de un milagro. Es hora de ser adultos. De asumir plenamente nuestra responsabilidad. Y, sobre todo, de luchar por un mundo que merezca existir. La lucha comienza en cada uno de nosotros, porque el Hombre providencial que tantos esperan... no es otro que tú mismo, y él se está levantando ahora.
El mundo tal como lo conocíamos se está derrumbando, y no es
a causa de desastres naturales ni eventos imprevistos. No, la causa fundamental
de nuestro declive es mucho más siniestra: somos víctimas de una élite
tecnocrática, una casta de gánsteres globales que, trajeados y adornados con
títulos pomposos, manipulan naciones y pueblos a su antojo. Estas
"élites" afirman actuar por el bien común, pero en realidad persiguen
intereses personales y económicos mientras transforman nuestras sociedades en
máquinas de control totalitario.
Una casta de gánsteres disfrazados de élites
Este conglomerado de titiriteros sin escrúpulos, disfrazados
de "élites", no tiene otras intenciones que las de tiranos,
manipulando sociedades enteras como piezas de un tablero de ajedrez. Su poder
no es una conquista gloriosa basada en el mérito, sino en la confiscación
sistemática de recursos, información y el derecho a la libertad. Y, a pesar de
su retórica tranquilizadora, su único objetivo es encerrarnos en un delirio totalitario,
someternos a un sistema que controlan con mano de hierro.
El término "élite" se ha convertido en una
máscara, una fachada que oculta una realidad mucho menos noble. Estas personas
supuestamente "poderosas", que ocupan los puestos más estratégicos en
el mundo político, económico y mediático, no son en realidad más que gánsteres
modernos, repugnantes herederos de padres que han sido gangsterizados durante
décadas. Su ambición es clara y busca mantener el control absoluto sobre el
orden mundial que fundaron tras la Segunda Guerra Mundial (que ellos mismos
financiaron y desencadenaron con este fin), a la vez que configuran una
sociedad que les es completamente servil.
Tomemos como ejemplo las grandes instituciones financieras
globales como el Banco Mundial, el FMI o los principales bancos de inversión.
Estas entidades, supuestamente creadas para ayudar a las naciones en
dificultades, solo mantienen a los países en una deuda crónica, una servidumbre
financiera que les impide liberarse. Al financiar guerras, imponer planes de
austeridad y extender su control sobre los recursos naturales de los países
pobres, estos gánsteres capitalistas solo maximizan su propio poder mientras
provocan hambre y aplastan a las poblaciones.
Al mismo tiempo, presenciamos el auge de una casta
tecnocrática que, a través de gigantes digitales, controla el acceso a la
información, manipula la opinión pública y monitorea cada aspecto de nuestra
existencia. Empresas como Google, Facebook y Microsoft no son solo empresas
privadas; son, sobre todo, herramientas de dominación. Controlan nuestro
comportamiento, analizan cada uno de nuestros movimientos, nuestras
preferencias, nuestros miedos y nuestros deseos. Nos hemos convertido en
productos, números para analizar en su gigantesco panel de control. Y,
voluntaria y conscientemente, les hemos proporcionado todas las armas
necesarias para nuestro propio encarcelamiento en su matriz virtual.
La ilusión democrática es una cortina de humo para
enmascarar la tiranía
Si estas "élites" dominan, es también gracias a la
ilusión de la democracia. Este sistema, supuestamente diseñado para gobernar
para el pueblo y por el pueblo, no es más que una farsa grotesca, un espejismo
político, una utopía que nunca existió más allá de discursos vacíos. Lo que se
suponía que era el bastión de los derechos y las libertades se ha transformado
en un instrumento de manipulación masiva, donde las promesas de justicia e
igualdad no son más que ilusiones artificiales que engañan a las masas. Tras la
máscara de la democracia, se esconde una verdadera dictadura de la opinión y el
consumo.
Nuestras elecciones se han convertido en farsas mediáticas,
presentándonos opciones sin sentido, garantizando que el orden de las cosas
nunca se altere. Los partidos políticos ahora luchan solo por preservar sus
privilegios: esas remuneraciones vergonzosamente extraídas del sudor de las
poblaciones que desprecian abiertamente. Mientras tanto, las decisiones reales
se toman a puerta cerrada, en salas de conferencias privadas, en clubes secretos
o discretos, durante reuniones oscuras, lejos de los oídos y los ojos de las
personas condenadas a la ignorancia. Todo se orquesta en la sombra, para que
nada cambie, excepto para quienes mueven los hilos.
Ucrania no es el centro del drama, solo un peón sacrificado en el tablero de una guerra que trasciende sus fronteras. Una guerra en la que las grandes potencias no defienden pueblos, sino intereses de influencia, corredores de poder, recursos y narrativas. Una guerra que no tiene nada de romántico, ni siquiera de heroico, a pesar de las historias simplistas que cuentan los medios.
Este conflicto, en realidad, no es una cruzada por la
libertad. Es una estrategia para dividir y debilitar a Europa, para impedir
cualquier acercamiento a Rusia, su vecino natural, su doble histórico, su
evidente socio geoeconómico. Una Europa aliada con Rusia, una Europa
independiente y soberana, arraigada en su cultura y rica en recursos, sería una
amenaza para el orden mundial dominado por Washington. Estados Unidos no quiere
una Europa libre. Quiere una Europa vasalla, fragmentada, paralizada por sus
contradicciones internas y estrangulada en una red de dependencias
cuidadosamente tejida: dependencia militar a través de la OTAN, el brazo armado
de su influencia; dependencia económica, mantenida mediante el euro controlado
externamente, las instituciones financieras internacionales y una doctrina
neoliberal impuesta como única vía posible.
Se está haciendo todo lo posible para que Europa deje de
pensar, de elegir y de soñar. Para que siga siendo un mercado, no una
civilización. Y si eso significa alimentar un conflicto, arruinar economías,
avivar el temor a una guerra más amplia, que así sea. El objetivo no es
Ucrania. El objetivo es Europa, debilitada, sumisa y alineada. Porque Europa,
ante todo, no debe emanciparse. Debe seguir siendo un protectorado con soporte
vital atlantista, una criatura dócil y sin carácter, incapaz de unirse con
Oriente, incapaz de mantenerse sola. Este es el verdadero problema que la gente
debe comprender. No estamos defendiendo a Ucrania; estamos confinando a Europa.
La guerra como herramienta de dominación geopolítica
Debemos dejar de creer que la guerra es una desgracia
imprevisible o un giro trágico de la historia. Es, en realidad, la herramienta
predilecta de una casta sin honor, una élite parásita que desde hace mucho
tiempo ha intercambiado la moral por el lucro y la paz por el poder. Estas
personas no viven a pesar de la guerra; la sobreviven, se alimentan de ella, se
enriquecen y se deleitan con ella. Porque la guerra nunca estalla por
casualidad. Se planea, se decide, se financia. Es el resultado de un cálculo
frío, elaborado en los rincones de centros de investigación, reuniones
confidenciales, clubes privados donde no se debate la moral, sino los márgenes
de beneficio. Quienes se presentan como los "garantes del orden
internacional" son los verdaderos arquitectos del desorden global.
Al igual que con el terrorismo, que dicen combatir,
practican un doble juego perpetuo, alentándolo para combatirlo mejor. Crean la
amenaza para justificar el arsenal. Provocan inestabilidad para imponer el
control. Cada ataque les da derecho a espiar. Cada guerra les da la excusa para
invadir. Cada caos les permite avanzar una pieza en el tablero global. Y
mientras caen las bombas, los números aumentan. Porque tras el estruendo de las
armas, siempre se esconden los mismos especuladores invisibles.
Son los banqueros apátridas, que prestan dinero de la
destrucción solo para pagarse con intereses sobre las ruinas; los contratistas
de reconstrucción, que esperan pacientemente a que se seque la sangre para
reconstruir los edificios que ayudaron a derribar; los fabricantes de armas,
que no necesitan ni enemigos ni aliados, sino solo conflictos permanentes, para
vender cada vez más muerte a crédito. Bombardean, luego reconstruyen.
Destruyen, luego facturan. Se apoderan del gobierno el tiempo suficiente para
perpetrar sus crímenes y luego desaparecen, dejando atrás países en ruinas,
pueblos destrozados y generaciones enteras sacrificadas en el altar de sus
dividendos.
Y nosotros, los pueblos de Europa, los pueblos del mundo,
observamos este teatro de sombras, creyendo aún que se trata de política. Pero
no se trata de gobernanza; se trata de una guerra silenciosa contra los propios
pueblos, librada sin banderas ni fronteras, con la complicidad de las élites
nacionales que han traicionado todo lo que decían defender. Ahora, solo queda
un obstáculo entre ellos y su imperio: la conciencia de los pueblos. Y es
precisamente esta conciencia humana, esta última chispa de lucidez y rebelión,
la que ahora buscan extinguir, ya no simplemente mediante el miedo, la guerra o
la mentira, sino mediante el control total, frío y metódico de un mundo
digitalizado hasta la médula.
Porque a medida que la tecnología se afirma, la libertad
retrocede. La humanidad, fascinada por el progreso, se deja encadenar
lentamente por las mismas herramientas que creó. Redes, algoritmos, sistemas de
salud conectados, monedas digitales, todo esto ya no es una comodidad moderna.
Son los eslabones de una servidumbre programada, una red invisible que se
cierne sobre nuestras vidas cada día. Con el pretexto de la seguridad, nos
rastrean; en nombre de la salud, nos vigilan; por nuestro "bien", nos
condicionan. Cada dato se convierte en un hilo conductor, cada gesto en una
señal, cada elección en un número en un sistema que ya no tolera lo inesperado
ni la disidencia.
Así, el propio cuerpo humano se convierte en territorio de
conquista. Las tecnologías biológicas y digitales se infiltran en él,
redefiniendo la frontera entre lo vivo y lo mecánico. Tras el discurso de la
innovación se esconde una empresa más oscura: la domesticación de la raza
humana. Y cuando el hombre esté totalmente cuantificado, mapeado y corregido,
cuando su sangre, sus pensamientos y sus movimientos se hayan convertido en
datos explotables, ya no necesitará cadenas visibles.
Será un esclavo, consentidor, conectado y, sobre todo,
dócil. Este es el verdadero propósito de un mundo donde la libertad solo existe
en los museos, donde la consciencia es reemplazada por el código, y donde la
humanidad, reducida a un simple algoritmo, terminará extinguiéndose por no
haber sabido decir no.
La deconstrucción de las naciones y la soberanía
Uno de los principales objetivos de esta casta gobernante es
destruir la soberanía de las naciones, diluir las identidades y voluntades
populares en un magma uniforme, donde los pueblos no serían más que variables
económicas y políticas. En este empeño, la Unión Europea ya no desempeña el
papel de unión de pueblos que se le atribuyó inicialmente, sino el de una
herramienta de control absoluto, donde las decisiones cruciales las toman
tecnócratas no electos, lejos de cualquier control democrático y fuera del
alcance de la ciudadanía. Ya no es una construcción destinada a acercar a las
naciones europeas, sino una maquinación destinada a someterlas a los intereses
de un poder supranacional tecnocrático, al servicio de las élites financieras y
globalistas.
Bajo el pretexto de la integración, la UE ha establecido una
uniformidad política y económica que atenúa las diferencias nacionales en favor
de una norma dictada por las potencias financieras transnacionales. Los pueblos
de Europa, antaño portadores de sus propias historias, tradiciones y aspiraciones,
se enfrentan ahora a un sistema en el que sus voces son silenciadas, sus
derechos diluidos y sus libertades restringidas. Este proyecto europeo no es
más que un mecanismo de subyugación, una estrategia de nivelación en la que las
naciones se reducen a meros peones en un juego de poder global.
La llamada globalización no es más que una guerra declarada
contra las naciones, un proceso de desmantelamiento metódico de soberanías bajo
el pretexto de la modernidad y la apertura. Tras los lemas vacíos de
"libre mercado" y un "mundo interconectado", ha permitido
que un puñado de multinacionales voraces se apoderen del poder político,
impongan sus leyes y transformen a los Estados en meros subsidiarios de sus
intereses privados. Esto no es apertura; es una toma de rehenes a escala
global, donde el ciudadano no es más que un consumidor vigilado y donde la
democracia es sustituida por el chantaje económico.
En este nuevo orden de mercado, Francia, Alemania o Italia
ya no son naciones; son zonas de tránsito, entidades fantasma, gobernadas no
por sus ciudadanos, sino por directores ejecutivos, fondos de inversión y
banqueros globales que dictan su voluntad sin acudir jamás a las urnas. Los
gobiernos ya no gobiernan; obedecen a Bruselas, BlackRock, McKinsey, la OMC o
el FMI. Cualquier forma de soberanía real es erradicada metódicamente, toda
resistencia nacional es demonizada, toda autonomía es criminalizada. Esto es la
globalización... Es un proceso de esclavitud globalizada, disfrazado de
progreso y vendido a la opinión pública como inevitable.
El control de la información y el embrutecimiento de las
masas
Una de las herramientas más formidables de la élite para
mantener a la gente ignorante y sumisa es el control absoluto de la
información. Los medios tradicionales, antaño supuestamente un
"contrapoder", ahora no son más que portavoces serviles de quienes
ostentan el poder, dóciles transmisores de la propaganda oficial. ¿Su misión?
No es iluminar a la opinión pública, sino adormecerla, condicionarla y
distraerla de los verdaderos problemas. Detrás de cada "crisis", cada
guerra, cada revolución de color o "emergencia sanitaria", se
despliega la misma narrativa prefabricada, diseñada para generar apoyo,
demonizar a los disidentes y enmascarar las responsabilidades de quienes
orquestan el caos. No informan; fabrican la realidad.
En cuanto a las redes sociales, supuestos bastiones de la
libertad de expresión, se han convertido en laboratorios de control mental,
herramientas de vigilancia masiva donde cada clic, cada palabra, cada reacción
se registra, analiza y explota. Los algoritmos no sirven al interés general;
moldean la opinión, filtran el pensamiento y reprimen la divergencia. Ya no
somos ciudadanos; somos perfiles manipulables, objetivos publicitarios, sujetos
de experimentos conductuales. La población se ahoga en un océano de contenido
vacío, escándalos intrascendentes y distracciones diseñadas para aturdir. Esto
es el totalitarismo moderno, una esclavitud digital limpia, silenciosa y
perfectamente integrada. Como el control mental, algorítmico pero permanente.
Pero el control no se limita a la información. Se propaga
con precisión clínica, infiltrándose en cada resquicio de nuestra existencia,
bajo el pretexto del "progreso" y la "seguridad". El
totalitarismo digital se está consolidando lenta pero firmemente, como una ola
invisible, arrasando con todo a su paso. Con la llegada de las monedas
digitales, las cámaras de reconocimiento facial y los sistemas de crédito
social, esta élite ahora tiene las herramientas para rastrear y controlar cada
gesto, cada pensamiento, cada decisión en nuestra vida diaria. Ya no somos
individuos; somos datos para ser analizados, evaluados e influenciados.
Los Estados, cómplices de esta deriva, se han aliado con
gigantes digitales —Amazon, Google, Microsoft— para recopilar una cantidad
colosal de información personal: cada movimiento, cada compra, cada palabra
tecleada, cada paso dado. Somos rastreados a cada instante, bajo la mirada
omnipresente de cámaras, satélites y redes. Esto ya no es vigilancia; es
control total, un dominio absoluto sobre nuestra vida privada, nuestras
decisiones, nuestros deseos. Quienes se resisten, quienes aún se atreven a
desafiar este sistema, son aplastados, condenados al ostracismo, transformados
en enemigos del orden público, eliminados del debate y amordazados por los
medios de comunicación y el poder judicial. La disidencia se convierte en
delito, y el único comportamiento tolerado es el conformismo absoluto. El
sistema totalitario digital está en marcha, y ahora es indiscutible que ha
traspasado todos los límites de la libertad.
Y todo esto se ha desplegado ante nuestros ojos, abiertos
pero ciegos. No porque la verdad estuviera oculta —grita a cada instante—, sino
porque nos han enseñado a no querer verla. A no creer más en nuestro poder, a
desconfiar de nuestros instintos, a despreciar nuestra soberanía. La verdad más
brutal, la más difícil de admitir, es que hemos sido cómplices silenciosos de
nuestra propia servidumbre. Por miedo, por pereza, pero sobre todo por
resignación. Sin embargo, esta cadena aún puede romperse.
Frente a todo esto, construyamos nuestro propio futuro.
Ya es hora de recuperar nuestras vidas, nuestras voces,
nuestros países. Aún hay tiempo, quizás el último, para despertar conciencias,
para arrancarles las máscaras a estos gánsteres con corbata, para denunciar sus
crímenes, para rechazar su sistema basado en el miedo, la mentira y la
sumisión. El mundo no necesita su orden numérico, su seguridad ni su progreso
tóxico. El mundo necesita libertad, verdad y, sobre todo, valentía. Pero esta
libertad no vendrá de ellos. ¡Solo vendrá de nosotros!
Ante las crisis ecológicas, las crecientes desigualdades, el
creciente odio y la acelerada deshumanización, es evidente que nuestro mundo se
tambalea sobre cimientos frágiles. Esta observación no pretende alimentar la
desesperación, sino despertarnos. Porque es precisamente en esta lúcida
conciencia donde nace la fuerza para cambiar. Y convertirse en adulto no se
trata solo de aceptar responsabilidades; se trata también de encarnar una ética
cotidiana, cuestionar nuestros hábitos, nuestras elecciones de consumo,
nuestras relaciones y, sobre todo, cultivar en nosotros la capacidad de
escuchar, comprender y actuar conscientemente. Cada gesto, cada palabra, cada
compromiso, por humilde que sea, contribuye a construir un futuro más justo y
humano.
El poder del cambio reside en el poder que todos poseemos,
pero que a menudo se ignora: el de la voluntad iluminada. Al asumir este rol,
dejamos de ser víctimas o espectadores para convertirnos en actores
comprometidos, capaces de influir en el curso de los acontecimientos. El camino
es arduo, pero la promesa de un mundo mejor vale todo el esfuerzo. Así que,
dejemos de esperar a un salvador. Ha llegado el momento de alzarnos juntos, con
un ideal asumido y concreto, para construir, desde hoy, la sociedad, libre de
estos parásitos, que deseamos legar a las generaciones futuras.
Phil BROQ.
https://jevousauraisprevenu.blogspot.com/2025/10/batir-des-aujourdhui-notre-futur.html
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