Muy pronto, el Poder Global impondrá la vacunación obligatoria al rebaño a través de sus perros de la OMS y del Ministerio de Sanidad. ¿Por qué? Por dos razones que no saldrán jamás en la prensa, pero ya se filtran como gas nervioso entre las ruinas del relato oficial.
La primera: necesitan conectar nuestras mentes a la Inteligencia Artificial, domesticar la especie hasta el punto de borrar la voluntad individual, para que ellos —los arquitectos del colapso— puedan vivir sin riesgos ni rebeliones. Y porque está escrito en la doctrina de la Torah: Ellos son los únicos humanos. Los goyim son ganado, animales sin valor.
La segunda: conforme se acumulan los efectos adversos, las
muertes súbitas y los diagnósticos que antes eran raros y ahora son rutina, se
hace urgente borrar la única prueba viviente de que el crimen existe: los no
vacunados. Porque el día en que alguien empieza a comparar quién cae y quién
resiste, todo se viene abajo. La población ha ignorado demasiado, durante demasiado
tiempo. Pero lo que se ha negado a ver, pronto la va a mirar a los ojos… y con
la cuenta atrás ya activada.
¿Cómo puede una sociedad aparentemente racional ignorar un
fenómeno tan grave, que es evidente que está ocurriendo ante sus ojos? Si
muchas personas observan un aumento inusual de muertes o enfermedades tras las
campañas de vacunación masiva, y si además hay evidencia judicial o científica
que apunta a irregularidades, ¿por qué no estalla un escándalo a escala masiva?
La explicación se articula en varios niveles:
1. Disonancia
cognitiva colectiva
Cuando las personas se enfrentan a una verdad que amenaza su
visión del mundo, su respuesta instintiva es negarla. Admitir que algo que
hicieron “por el bien común” —como vacunarse o vacunar a sus hijos— pudiera
haber sido un error trágico es psicológicamente insoportable. Implicaría:
- Que
fueron engañados.
- Que
participaron activamente en ese engaño (presionando a otros).
- Que
los médicos, periodistas y políticos en los que confiaban estaban
equivocados o eran cómplices.
Aceptar eso sería devastador, así que prefieren mirar hacia
otro lado. Es un mecanismo de protección del ego.
2. Efecto
espectador y tabú social
Muchos sí lo piensan, pero no se atreven a
decirlo. No quieren ser los primeros en señalar lo que podría convertirles en negacionistas,
conspiranoicos o insensibles. Hay una ley no escrita que dicta: de eso
no se habla. Como ocurrió en otros regímenes o contextos represivos, la
autocensura es más eficaz que la censura. El silencio es contagioso.
3. Control
narrativo total
Los grandes medios, gobiernos y plataformas sociales han
trabajado como un bloque unificado, censurando, ridiculizando o eliminando
cualquier voz disidente. Cuando todas las fuentes oficiales dicen lo mismo, la
mayoría no investiga más allá. El algoritmo no te muestra lo que no debe
existir. Y cuando lo ves, ya viene desacreditado.
4. La
fragmentación del dolor
Una clave del éxito de este silencio es su carácter
disperso: cada cual tiene su muerto o su enfermo, pero lo vive como una experiencia
personal, trágica pero no politizada. No hay cámaras, no hay nombres, no hay
titulares. No hay relato colectivo.
5. Miedo a
perderlo todo
Hablar puede significar perder el trabajo, la reputación,
los amigos. Muchos médicos, científicos, funcionarios o periodistas saben más
de lo que dicen. Pero prefieren callar: no por cobardía, sino porque el sistema
está diseñado para castigar al disidente. No hay espacio para el héroe
individual. Solo para el engranaje obediente.
6. Mecanismo
sacrificial inconsciente
En una lectura más simbólica o antropológica: las sociedades
humanas, cuando entran en crisis profundas, aceptan sacrificios. A veces lo
hacen sin llamarlo así. Se asume que “algunos sufrirán” por el bien mayor. Pero
nadie quiere mirar a la víctima de frente. Y menos si fue uno mismo quien la
empujó al altar.
En resumen:
No es que no lo vean. Es que no pueden permitirse verlo, y
si lo ven, no pueden permitirse decirlo. Es un pacto de silencio basado en el
miedo, la culpa y la disonancia. Un mundo que se aferra a la idea de que todo
va bien… porque si no, se derrumba.
Volviendo al principio, cuando el Poder Global nos obligue
al pinchazo como si fuera la bayoneta de un soldado enemigo, todos los que no
han querido ver la realidad apoyarán la medida porque preferirán que no haya
nadie que se salve como no se salvarán ellos. Jodido yo, jodidos todos. Es el
último acto de una masa domesticada: no redimirse, sino arrastrar al último
libre al mismo abismo. No gritar “nos engañaron”, sino suplicar que nos engañen
igual a todos.
Porque si alguien sobrevive sin arrodillarse, si alguien
queda fuera del rebaño, será el espejo insoportable de su letal sumisión. Y ese
espejo querrán romperlo. Aunque sea un suicidio colectivo.
HÉCTOR
https://acratasnet.wordpress.com/2025/05/04/seguimos-cayendo-como-moscas/
No hay comentarios:
Publicar un comentario