ESTA DISTOPÍA NUNCA SERÍA ACEPTADA
… SIN UN ADOCTRINAMIENTO EXHAUSTIVO
No soy una persona políticamente compleja. Creo que el
genocidio es malo. Creo que la paz es buena. No creo que nadie deba luchar por
sobrevivir en una civilización capaz de proveer para todos. Creo que deberíamos
intentar preservar la biosfera de la que todos dependemos para sobrevivir.
Para mí, estas son posturas obvias y de sentido común, tan poco destacables ni profundas como creer que debería abstenerme de golpearme el pezón con la puerta de un coche. No creo que estas opiniones deban marginarme políticamente. No creo que deban hacer que se me considere una especie de radical. No es descabellado que yo tenga estas opiniones, lo que sí es descabellado es que los demás no las tengan.
Pero ese es el tipo de sociedad en la que nos encontramos
hoy. Lo obvio se presenta como algo extraño, mientras que lo extraño se
presenta como algo obvio. La salud se presenta como una enfermedad, mientras
que la enfermedad se presenta como una salud. Lo moderado se presenta como un
extremismo, mientras que el extremismo se presenta como moderado.
Vivimos en una distopía retorcida y retrógrada donde todo es
lo contrario de lo que debería ser, y estamos condicionados a pensar que es
normal y aceptable. Solo cuando comprendes algo, miras a tu alrededor y te das
cuenta de que vives en la pesadilla de un loco. Hasta entonces, pasas el tiempo
aquí pensando, hablando, votando y comportándote como si el demencial statu quo
en el que vivimos fuera la realidad moderada y esperada
Durante toda nuestra vida nos han enseñado a creer que este
infierno es la situación saludable y esperada para nuestra especie. Nuestros
padres y maestros nos dicen que es normal que las cosas sean así. Nuestros
expertos y políticos nos aseguran que no hay otra manera de ser y que vivimos
bajo el mejor sistema posible.
Gran parte de ello se debe a crecer en una sociedad enferma
desde mucho antes de nacer, a ser criado y educado por personas que también
crecieron en una sociedad enferma desde mucho antes de nacer. Llegamos aquí,
sin saber nada, y luego los mayores nos enseñan sobre guerra, dinero, trabajos
y política, y nos aseguran que nuestra reacción inicial de horror ante lo que
aprendemos es simplemente ingenuidad inmadura ante algo bueno y normal.
Si alguna vez has tenido la desgracia de tener que
explicarle la guerra a un niño, sabes lo desquiciada que parece esta
civilización desde una perspectiva nueva. Nunca he tenido que explicarle el
genocidio de Gaza a un niño pequeño, pero estoy seguro de que le causaría aún
más conmoción y dolor. Los niños tienen una repulsión natural y sana hacia
estas cosas, y solo mediante un adoctrinamiento constante podemos manipular sus
mentes para que las vean como algo normal.
Se necesita mucha educación para volvernos tan estúpidos. Nuestras mentes requieren un entrenamiento intenso para aceptar esta horrible distopía como la norma básica. Por eso el imperio bajo el que vivimos tiene la maquinaria de propaganda doméstica más sofisticada que jamás haya existido.
Para tener claridad, necesitamos aprender a mirar con nuevos
ojos. Ojos nuevos. Ojos que no han sido educados para superar su sano impulso
inicial de llorar por lo que hacemos y cómo vivimos aquí. Necesitamos conectar
con esa intuición interior que rechaza la enfermedad de nuestra sociedad como
si la conociera por primera vez.
Aprender a afrontar la vida con nuevos ojos a cada instante
es, en cualquier caso, una buena práctica; hace que vivir sea mucho más
placentero y hermoso, y nos ayuda a actuar con mucha más sabiduría, ya que no
reaccionamos constantemente a viejos patrones y expectativas en un mundo en
constante cambio.
Pero, como ventaja adicional, también reduce la tolerancia
que hemos desarrollado ante la locura retrógrada de este imperio bajo el que
vivimos.
Cuanto menos saludable te parezca esta civilización, más
saludable te estás volviendo. Todo en esta pesadilla parece espantoso a simple
vista.
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