LAS COSAS BUENAS LLEGAN PARA QUIENES ESPERAN...
Actualmente vivimos al final de una era que podría liberar al mundo entero. No es un simple ciclo el que se cierra, sino una estructura entera que se derrumba, lenta y metódicamente, como un coloso hueco golpeado sobre su talón de arcilla. Los pilares de la modernidad occidental, que creíamos inquebrantables, se están resquebrajando en un silencio mediático ensordecedor.El trabajo se vacía de su sentido, la política se reduce a la contabilidad del miedo, la cultura se transforma en un circo decadente y subvencionado, la justicia se imparte en nombre de la ideología de un pequeño grupo de degenerados y no de la ley. La seguridad ha desaparecido de nuestras calles. Más de un tercio de la población del país es de origen inmigrante y, sin embargo, nos llaman racistas.
Nos prometieron progreso y nos dieron precariedad. Nos
prometieron la emancipación, pero nos obligaron a aceptar la alienación. Lo que
se suponía que sería un modelo de paz y prosperidad ha resultado ser un
espejismo que enmascara una dictadura, y quienes todavía se aferran a él lo
hacen no por fe sino por miedo y pánico a la alternativa y al regreso de la
realidad. Nuestros líderes son tiranos y lo que queda del pueblo es estúpido
con teléfonos inteligentes y frente al televisor.
Esto no es un manifiesto ni una lamentación. Es más que una
observación, es una autopsia. La autopsia de un sistema moribundo que surgió de
la incapacidad de los individuos para amar la libertad. Es la historia de una
decadencia asumida por quienes se alimentan de ella y negada por quienes la
financian. Y, quizás también, un preludio de algo más grande por venir. Un
cambio más ambicioso que la manipulación de los globalistas, más saludable que
su ideología obsoleta, más vivo que sus ganancias y privilegios. Dondequiera
que miremos, vemos que las élites que todavía gobiernan nuestras naciones ya no
gobiernan; Están administrando su propio declive. Y en su caída pretenden
arrastrar a toda una civilización a la que desprecian, a la que humillan, a la
que manipulan, a la que gravan, a la que vigilan, a la que oprimen mediante el
maquiavelismo, pero que ya no comprenden y a la que temen.
Hubo un tiempo, no hace mucho, en que una nación se definía
por su capacidad de producir, de innovar, de construir la realidad. El pueblo
trabajaba, los políticos dirigían, los hombres de armas protegían, la élite
pensaba en el mañana. Pero este mecanismo jerárquico, ciertamente desigual,
tenía todavía un significado, un objetivo, un deseo de elevación. Hoy, todo eso
está muerto, sepultado bajo los escombros humeantes del capitalismo rentista,
del liberalismo connivente, del estatismo obeso y de una burguesía cobarde y
cínica que prefirió liquidar la demanda interna, basada en el trabajo, el
salario y la dignidad, en nombre de una competitividad global sesgada y
sobresubvencionada, pero que les ofreció sus privilegios.
Los herederos decadentes de los aristócratas, en su
planteamiento político, han liquidado la elevación espiritual de los hombres a
cambio del tráfico mafioso. Algunos países han abordado la brecha de demanda
con diversos trucos. Estos trucos son la deuda ficticia y exponencial, el
desarrollo del complejo militar-industrial y farmacéutico, las manipulaciones
del mercado de valores, que permiten sacar dinero de los bolsillos de los
inversores extranjeros, pero también todo un diluvio de subvenciones pagadas a
asociaciones de izquierda del llamado campo del bien. Asociaciones que no
pueden sobrevivir sin sus subvenciones, como los medios de comunicación y su
multitud de periodistas, para justificar su existencia.
Mientras tanto, en otro informe condenatorio del Tribunal de
Cuentas Europeo se destacan graves disfunciones que indican que, entre 2021 y
2023, se pagaron 7.400 millones de euros en subsidios sin ningún control
riguroso. Lo que es aún más preocupante es que 30 ONG, que representan menos
del 1% de los beneficiarios, se llevaron el 40% de los fondos, sin que se
ofreciera ninguna justificación transparente. Algunas de estas entidades,
presentadas como ONG, ni siquiera contaban con la persona jurídica
correspondiente. Y eso sin contar los mágicos 800.000 millones para hacer la
guerra, pero de los que no se destina ni un solo euro a ayudar a la gente ni a
las industrias.
Ucrania, esta guerra por poderes para salvar la ilusión de
un imperio estadounidense, fue el catalizador del fin de un ciclo de chantaje y
violencia contra pueblos soberanos. La alianza entre Rusia y China se ha
consolidado, los BRICS se han expandido y el dólar está empezando a perder su
monopolio. Las sanciones, que supuestamente debían aplastar a Rusia, sólo han
demostrado la impotencia de este Occidente imperialista para imponer su
voluntad. Rusia se mantuvo firme. Mejor, ella ha progresado. Mientras tanto,
Estados Unidos y su arrogante y desconectado caniche europeo veían cómo su
propia industria armamentística se desmoronaba bajo el peso de su narcisismo y
su arrogancia. Después de la falsa democracia, exportable a base de fusiles y
cañones, llega ahora la hora del falso mesías, para salvar de la muerte su
industria y quitarle la vida a todos aquellos que deberían destronarlos
revelando sus mentiras.
Esta es la gran confrontación que se avecina ante nuestros
ojos y no es simbólica. La guerra del sentido contra el vacío burocrático. La
guerra de la vida contra la de la ideología. El pueblo contra sus dirigentes,
los trabajadores contra los parásitos, los creadores contra los rentistas, la
realidad contra la ilusión. Y todos los que hoy están al mando saben que su
mundo está llegando a su fin. Se está desmoronando, agrietándose por todas
partes. Así que se aferran con la rabia de los condenados, con el frenesí de
los náufragos. Censuran, difaman, prohíben, encarcelan. Pero a pesar de todas
sus maniobras, a pesar de las cortinas de humo mediáticas y de los eslóganes
reciclados, ya no consiguen convencer. El barniz se está agrietando. Sus leyes
están muertas.
La gente los ve. Todavía pueden dar miedo. Un poco. Pero no
por mucho tiempo. Porque tarde o temprano la gente se dará cuenta de todo. Ese
verdadero poder se está trasladando a otra parte. En algún lugar distinto a los
propietarios de la tierra, de los bancos, de las empresas, de los periódicos,
de los jueces, de los ideales preparados y de los conceptos preconcebidos. Aquellos
que no se rendirán a menos que les quiten todo.
Estas fuerzas no negocian, tiranizan. Avanzan enmascarados tras
promesas vacías de crecimiento, competitividad y “libre mercado”, mientras
aplastan naciones, pueblos y equilibrios sociales y ecológicos en nombre de un
orden abstracto, desencarnado, diseñado para el lucro y contra la vida humana.
Y como cualquier imperio ideológico en sus últimas etapas, se vuelven
histéricos tan pronto como son desafiados. Su racionalidad se convierte en
obsesión, su pragmatismo en fanatismo. Se niegan a morir, incluso cuando la
realidad los golpea duramente. Y ese día ¡tendrás que estar preparado!
La gran pregunta entonces sigue siendo: ¿quién reconstruirá?
¿Quién llevará la antorcha a las ruinas? No serán los vencidos arrepentidos, ni
los nostálgicos impotentes, ni los cómplices vergonzosos. Serán aquellos que no
hayan negado la realidad. Los que saben trabajar, plantar, soldar, construir,
pensar, cuidar, enseñar, no para brillar, sino para ayudar y transmitir.
Aquellos que aman su tierra, su familia, su gente, su cultura, su fe, su
libertad, no por folclore, sino por deber a la vida y por respeto a sus
mayores.
No hay tiempo para quejas, enojos o incluso indignación. Ahora
debemos desaprender la comodidad artificial, desintoxicar nuestras mentes de
esta suavidad programada y volver a aprender la vida desnuda. Aquella que
requiere esfuerzo, apoyo mutuo y altos estándares. Tendremos que reconstruir la
solidaridad no con lemas sino con gestos. Se necesitarán hombros fuertes,
corazones asentados y mentes claras. Se necesitará coraje y paciencia. Y también el tiempo, largo, duro, indiferente a los estados de
ánimo del día a día.
Porque la civilización, la verdadera civilización, nunca
renace en el tumulto de las leyes ni en las promesas de los tribunales. Vuelve
a través del trabajo, del sacrificio, de la fidelidad a las cosas sencillas y
esenciales. No regresa pronto, pero siempre regresa…
Phil BROQ.
Ver artículo completo en: https://jevousauraisprevenu.blogspot.com/2025/04/tout-vient-point-qui-sait-attendre.html
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