¿A QUÉ VENIMOS A ESTE MUNDO?
Aunque tal vez no existe respuesta a esta interrogante, hay buenas posibilidades de que nuestra presencia en esta vida se justifique con el recolectar, procesar, y compartir información sensible
Por alguna razón, que tal vez tiene que
ver con nuestra esencia exploradora, los seres humanos tendemos a imponernos
interrogantes cuyas posibles respuestas pudiesen ayudarnos a comprender la
razón de nuestra existencia, de su origen y su destino.
Lo anterior no deja de
ser divertido si consideramos la posibilidad de que buena parte de esas
preguntas ni siquiera tienen una respuesta posible o, aún más interesante, tienen
múltiples opciones, todas ellas certeras (a modo de los zen koans). Ante la
pregunta ¿a qué venimos los seres humanos a este mundo? la respuesta que más me
convence, pero sobretodo me motiva, es: a recolectar, procesar y compartir
información (vívidas partículas de data sensorial, mística, práctica, mental,
etc).
Creo que somos una especie de scouts metafísicos, extraídos súbitamente
de un impecable mar de ether y lanzados de forma estrepitosa a un azaroso
tablero de juego. Sí, venimos a explorar, a descubrir (e incluso a creer que
descubrimos), venimos a recibir información a través de olores, sonidos, dogmas
y orgasmos, de sustancias psicoactivas y eufóricas caricias, de construcciones
emocionales y paradigmas organizacionales.
En síntesis somos todos protagonistas
de una épica narrativa que tiene en la información, en nuestra interacción con
ella, su hilo conductor.
Al comenzar
nuestra exploración, etapa que se inaugura con esa brújula pendular que es la
respiración (el vivencial vaivén), los caudales implícitos en nuestro diseño
comienzan a transportar fascinantes cantidades de data. Es entonces cuando esa porción de
akasha que todos tenemos disponible –algo así como un biodisco duro– empieza a
recibir su sagrado alimento. Evidentemente esta fase se refiere a la
recolección, la absorción de energía manifestada en información, de materia
prima que aprovecharemos para construir nuestra realidad.
Arquetípicamente el acto de
recolectar se asocia con la alimentación del ser, con el acopio de aquello
necesario para después poder activar nuestras
herramientas de destilación, selección,
purificación (ah, por cierto, somos seres esencialmente alquímicos). Sin
embargo, por más apasionante que nos pueda resultar este proceso, lo
maravilloso es que la magia apenas comienza. Procesamiento / Rizoma Una vez que
las arcas empiezan a recibir estimulación, lo cual resulta a partir de la
transmisión de data del exterior hacia el interior, se acciona simultáneamente,
en tiempo real, la digestión de este inabarcable banquete de vida.
La
perfección del diseño humano se torna aún más evidente con este sofisticado
algoritmo de interrelación, como un relampagueante mecanismo fractal
de separación y unión (disolver y unir hasta el final, y luego de regreso). El
laboratorio se inaugura, malabares que probablemente superan la velocidad de la
luz se activan y usamos el fuego de la conciencia para comenzar nuestra propia
gran obra. Aquí hay un tema interesante ya que si bien esta fase, mediante la
cual sensibilizamos los bits disponibles en nuestro archivo,
permite la gestación de la conciencia, al mismo tiempo
requiere forzosamente de la herramienta consciente para poderse lograr (algo
que nos remite a la figura del ouroborus, la serpiente alimentándose de si
misma en una paradójica dinámica que desestima el limitado modelo de linealidad
tiempo/espacio). En esta etapa entran en acción virtudes como la selectividad, el discernimiento, la síntesis, la fusión, y
otras mieles metacognitivas que en buena medida animarán nuestro mapa
existencial –es la impresión indeleble pero a la vez editable de ese lienzo al
que terminarás denominando realidad–.
El climax de nuestra justificación
existencial radica en la tercera fase de este recorrido entre el caos y el
cosmos. Una vez que la data inició su flujo hacia nuestro centro de acopio, y
tras haberse activado el sublime procesamiento de información, entonces emerge,
como prístina flor, el complemento de nuestra misión: compartir los ecos de esa
gran obra que vamos construyendo, migas de una piedra que, tal vez sin saberlo,
comenzamos a labrar desde nuestro primer respiro y que esta destinada a formar
parte de la Gran Mente (micro-compases del rítmico pulso que emanan de un
universo holográfico).
Compartir la conciencia forjada a lo
largo de nuestro camino, sin importar volúmenes y ya sea en forma de fluidos
corporales, crónicas o acciones inspiradoras, es quizá el acto, humanamente
realizable, más cercano a lo divino (y por lo tanto un portal de emancipación
ante el loop kármico).
La transmisión de flujos informativos,
cual genuinas hebras de luz, basta para explicar nuestra presencia en este
plano –sin olvidar que para que esto suceda, la recolección y el procesamiento
debieron haberse consumado–. Y para terminar esta breve hipótesis existencialista
solo me gustaría retomar la posibilidad de que buena parte de las interrogantes
que nos planteamos con la ilusión de arrojar un tajo de luz a nuestro camino,
cumplen un rol exclusivamente terapéutico y hasta cierto punto prescindible. No
creo que vengamos a este plano a responder preguntas, y tal vez ni siquiera a
generarlas. Pero en cambio me resuena profundamente la posibilidad de que
vengamos a recabar información, transmutarla en conciencia, y luego desdoblarla
en la mesa compartida.
Quizá lo más recomendable sea dejar de
buscar respuestas existenciales y asumirnos como estéticos cúmulos de polvo, de
polvo estelar diseñado para rediseñarse a través de estas tres etapas de la
comunión informativa. Sin embargo, si aún sientes la necesidad de preguntarte
¿a qué venimos los seres humanos a este mundo?, espero que de algo pueda
servirte esta hipótesis de la tribu data-naútica.
Twitter del autor: @paradoxeparadis
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