MÁS VALE QUE NOS DEMOS PRISA... EL TIEMPO SE ESTÁ ACABANDO
Es curiosa nuestra situación: me refiero a la de movernos entre los dos pilares de la manifestación.
El tiempo no existe. Pero se está acabando.
Vivimos en la eternidad. Pero tenemos que crear el futuro cuanto antes, no sea que el suelo se abra bajo nuestros pies.
Somos pura energía en movimiento y tenemos un potencial infinito. Pero nos empeñamos en mantenernos dentro de una realidad que nos aprisiona.
Tenemos el potencial para ser mariposas. Pero nos empeñamos en no abandonar la crisálida en la que nos hemos encerrado como orugas…
Nos negamos a crecer, a evolucionar, a dar el salto…Y entonces viene el tiempo a presionarnos. Es Cronos, Saturno devorando a sus hijos. La apariencia de limitación que nos azuza. Nos coge por el cuello, y nos recuerda que siempre podemos imaginar algo distinto.
Cronos, impacientándonos, nos recuerda que somos libres de crear la realidad que queramos crear. Este es nuestro juego, y dentro de él tenemos la máxima libertad. Podemos elegir entre permanecer impasibles permitiendo El avance de la NADA o podemos Crear una Nueva Realidad.
Esta vez es la eminente politóloga Susan George, la que nos habla de El avance de la NADA y nos recuerda que somos el 99%, que puede revocar lo impuesto por el 1%, pero nos recuerda también que tenemos que darnos prisa, porque el tiempo se está acabando…
Deuda, austeridad y devastación: Llegó el turno de Europa
Susan
George TNI
Al igual que la peste en el siglo
XIV, el azote de la deuda ha ido migrando paulatinamente del Sur al
Norte. La Yersinia pestis del siglo XXI no se propaga a través de
las ratas infestadas de pulgas, sino del letal fundamentalismo
neoliberal, infestado de ideología. Antes, sus adalides tenían
nombres como Thatcher o Reagan; ahora suenan más bien a Merkel o
Barroso. Pero el mensaje, la mentalidad y la medicina prescrita
son básicamente los mismos. La devastación provocada por ambas
plagas también es similar. Sin duda, se registran menos muertes
relacionadas con la deuda en Europa hoy en día que en África hace
tres décadas, pero seguramente se está causando un daño más
permanente a lo que en su día fueron las prósperas economías
europeas.
Los fieles –y más veteranos–
lectores de la revista New Internationalist recordarán la temida
expresión ‘ajuste estructural’. ‘Ajuste’ era el
eufemismo para el paquete de recetas económicas impuestas por los
ricos países acreedores del Norte a otros menos desarrollados en lo
que entonces llamábamos ‘el Tercer Mundo’. Una gran parte de
estos países había pedido prestado demasiado dinero para demasiados
fines improductivos. A veces, los líderes se limitaban a ingresar
los créditos en sus cuentas privadas (recordemos a Mobutu o Marcos)
y endeudar aún más a sus países. Devolver los préstamos en pesos,
reales, cedis u otras ‘monedas raras’ era inaceptable; los
acreedores querían dólares, libras esterlinas y marcos alemanes.
Además, los líderes del Sur
habían suscrito los préstamos a tipos de interés variable, que al
principio eran bajos pero que subieron a niveles astronómicos a
partir de 1981, cuando la Reserva Federal de los Estados Unidos puso
fin a la era del dinero barato. Cuando países como México
amenazaron con no pagar la deuda, cundió el pánico entre los
ministros de Economía de los países acreedores, los grandes
banqueros y los burócratas internacionales, que se pasaron unos
cuantos fines de semanas sin dormir, alimentándose con comida para
llevar e improvisando planes de emergencia.
Plus ça
change, plus c’est la même chose.(*)
Pasadas unas décadas, aún se suceden las reuniones de
crisis, esta vez en Bruselas y, pese a algunas variaciones, la
respuesta es idéntica: solo consigues un rescate si te comprometes a
seguir una serie de estrictas exigencias. En su día, estas se hacían
eco del neoliberal ‘consenso de Washington’; ahora se denominan,
más acertadamente, ‘paquetes de austeridad’, pero
ambas requieren las mismas medidas. Firme aquí, por favor, con
sangre. Para el Sur, los contratos rezaban: ‘Limiten la
producción de alimentos y dedíquense a cultivos comerciales
rentables. Privaticen las empresas estatales y abran actividades
lucrativas a las compañías transnacionales extranjeras, sobre todo
en el sector de las materias primas y las industrias extractivas, la
silvicultura y la pesca. Reduzcan drásticamente el crédito, y
eliminen los subsidios y las prestaciones sociales. Presenten
propuestas para el pago de la salud y la educación. Economicen y
obtengan divisas fuertes a través del comercio. Su principal
responsabilidad es para con los acreedores, no para con su
pueblo’.Ahora llegó el turno de Europa. A los países del sur de
Europa y a Irlanda no se les deja de repetir: ‘Han estado viviendo
por encima de sus posibilidades. Ahora les toca pagar’. Los
Gobiernos aceptan órdenes dócilmente y sus ciudadanos y ciudadanas
suelen asumir que deben pagar la deuda de inmediato porque la deuda
de un Estado soberano es exactamente igual que la deuda de una
familia. Pero no lo es; un Gobierno acumula deuda emitiendo bonos en
los mercados financieros. Esos bonos son adquiridos fundamentalmente
por inversores institucionales, como bancos, que reciben un pago
anual de intereses: bajo cuando el riesgo de impago es bajo y alto
cuando dicho riesgo también lo es. Es totalmente normal, deseable e
incluso necesario que un país tenga una deuda que plantee cero
problemas y que genere muchos beneficios si el dinero se invierte con
prudencia y a largo plazo en actividades productivas como educación,
salud, prestaciones sociales, infraestructuras sólidas y similares.
En efecto, cuanto mayor es el porcentaje de gasto público en el
presupuesto de un Gobierno, más elevado es el nivel de vida y más
empleos se crean, incluido en el sector privado. Esta norma se ha
visto confirmada sin falta desde que se apuntó a la correlación
entre la inversión pública y el bienestar nacional por primera vez,
a fines del siglo XIX. Lógicamente, el dinero prestado también se
puede derrochar y gastar sin ton ni son, y los beneficios pueden
repartirse injustamente. La gran diferencia entre el presupuesto de
una familia y el de un Estado es que los Estados no desaparecen sin
más, como una compañía en bancarrota. Las inversiones productivas
y bien gestionadas que se financian con el dinero que toman prestado
los Gobiernos deberían entenderse, en general, como algo bueno.
Los números mágicos
En 1992, los países europeos
votaron ciegamente ‘sí’ al Tratado de Maastricht, que debido a
la insistencia de Alemania incluía dos números mágicos: el 3 y el
60. Nunca dejes que tu déficit presupuestario supere el tres por
ciento; nunca contraigas una deuda pública que supere el 60 por
ciento de tu producto interior bruto (PIB).** ¿Por qué no el 2 o el
4 por ciento, o el 55 y el 65? Nadie lo sabe, salvo quizá algún
vetusto burócrata que andaba por allí, pero estos números se han
convertido en las Tablas de la Ley.
En 2010, dos famosos economistas
anunciaron que, por encima del 90 por ciento del PIB, la deuda
acarrearía problemas a un país y su PIB se contraería. Es algo que
suena lógico porque el pago de los intereses se comería un
porcentaje mayor del presupuesto. Sin embargo, en abril de 2013, un
estudiante de doctorado norteamericano intentó replicar sus
resultados y se encontró con que no podía. Usando las mismas
cifras, obtenía un resultado positivo para el PIB, que aún seguiría
aumentando en más de un dos por ciento al año. El tándem de
economistas famosos –y ahora también avergonzados– tuvo que
admitir que había sido víctima del Excel y que habían colocado mal
una coma.
Incluso el Fondo Monetario
Internacional ha confesado errores parecidos, esta vez sobre el tema
de los recortes y las medidas de austeridad. Ahora sabemos –porque
el Fondo ha sido lo bastante sincero como para explicárnoslo–, que
los recortes perjudicarían al PIB dos o tres veces más de lo
previsto en un principio. Europa debería tomárselo con calma, dice
el FMI y no ‘conducir la economía pisando el freno’. El límite
mágico del 60 por ciento del PIB en la deuda es ahora más sagrado
que el límite del tres por ciento para el déficit; las políticas,
sin embargo, siguen siendo las mismas, ya que los halcones
neoliberales aprovechan cualquier atisbo de prueba dudosa que parezca
promover su causa.
Nos enfrentamos a dos preguntas
básicas. La primera sería por qué aumentó la deuda de los países
europeos de forma tan pronunciada después de que estallara la crisis
en 2007. En apenas cuatro años, entre 2006 y 2010, la deuda se
disparó en más de un 75 por ciento en Gran Bretaña y Grecia, un 59
por ciento en España y una cifra récord del 276 por ciento en
Irlanda, donde el Gobierno anunció que se haría responsable de
todas las deudas de todos los bancos privados del país. El pueblo
irlandés, por lo tanto, asumiría la falta de responsabilidad de los
banqueros irlandeses. Gran Bretaña hizo lo mismo, aunque en menor
medida. Los beneficios se privatizan y las pérdidas se socializan.
Así pues, los ciudadanos y las
ciudadanas deben pagar por la austeridad, mientras que los banqueros
y otros inversores que adquirieron los bonos del país o productos
financieros tóxicos no aportan nada. Después de la crisis de 2007,
el PIB de los países europeos cayó un promedio del cinco por ciento
y los Gobiernos tuvieron que compensar. El incremento de los fracasos
empresariales y el desempleo masivo significaban también más gastos
para los Gobiernos justo en el momento en que estaban recaudando
menos a través de los impuestos.
La nueva moralidad
El estancamiento económico sale
caro. El aumento de los gastos y la bajada de los ingresos se traduce
en una única respuesta: solicitar más préstamos. Rescatar a los
bancos y asumir las consecuencias de la crisis que estos crearon son
el principal motivo de la crisis de la deuda y, por lo tanto, de la
dura austeridad que se impone hoy en día. La gente no estaba
‘viviendo por encima de sus posibilidades’, pero es evidente que
el lema de la nueva moralidad es ‘castiguemos a los inocentes y
recompensemos a los culpables’.
Esto no es una defensa de las
políticas ineptas ni corruptas, como las que permitieron que se
inflara la burbuja inmobiliaria en España o que la clase política
griega contratara a un gran número de nuevos funcionarios después
de cada elección. Los griegos tienen un presupuesto militar hinchado
y se niegan, inexcusablemente, a gravar a los grandes magnates
navieros y a la Iglesia, la mayor titular de propiedades del país.
Pero si la bañera pierde agua y la pintura del salón se está
cayendo, ¿qué haces? ¿Quemas toda la casa o arreglas las tuberías
y vuelves a pintar?
Las consecuencias humanas de la
austeridad son ineludibles y bien conocidas: los jubilados rebuscan
en los contenedores de basura a mitad de mes esperando encontrar algo
que llevarse a la boca; los y las jóvenes de talento y con formación
de Italia, Portugal y España huyen de su país mientras la tasa de
desempleo para su grupo de edad alcanza el 50 por ciento; a las
familias se les impone una carga insoportable; la violencia contra
las mujeres aumenta con el incremento de la pobreza y la angustia;
los hospitales carecen de fármacos básicos y de personal; las
escuelas y los servicios públicos se deterioran o desaparecen. A la
naturaleza también se le pasa factura: no se invierte nada en
revertir la crisis climática ni en poner fin a la destrucción del
medio ambiente. Es demasiado caro. Como sucede con todo lo demás,
ahora no nos lo podemos permitir.
Conocemos bien las repercusiones,
el resultado de lo que la canciller alemana Angela Merkel denomina
políticas de ‘austeridad expansionista’. Según esta teoría
neoliberal, los mercados ‘se tranquilizarán’ con políticas
estrictas y volverán a invertir en los países disciplinados. Pero
esto no ha sucedido. Y por todo el sur de Europa están empezando a
aparecer imágenes de Merkel decoradas con esvásticas.
Muchos alemanes piensan que están
ayudando a Grecia y quieren dejar de hacerlo. En realidad, casi todo
el dinero del rescate está siguiendo un circuito cerrado: las
aportaciones de los Gobiernos de la UE realizadas a través del
Mecanismo Europeo de Estabilidad se han vuelto a canalizar a través
del Banco Central y los bancos privados de Grecia hacia bancos
británicos, alemanes y franceses que habían adquirido eurobonos
griegos para obtener un rendimiento más alto. Sería más
sencillo entregar el dinero de los contribuyentes europeos
directamente a los bancos, si no fuera porque los contribuyentes
podrían darse cuenta del truco. ¿Por qué montar un drama
psicológico en torno al dos por ciento (Grecia) o al 0,4 por ciento
(Chipre) de la economía europea? Un cínico podría contestar: ‘Muy
sencillo. Para asegurar la reelección de la señora Merkel en
septiembre’.
La segunda pregunta básica es
por qué seguimos aplicando políticas que son perjudiciales y no
funcionan. Esta catástrofe de creación propia puede verse desde dos
puntos de vista. Economistas laureados y de renombre como Paul
Krugman o Joseph Stiglitz opinan que los líderes europeos sufren de
encefalograma plano, muestran una total ignorancia en materia de
economía y están abocados a un innecesario suicidio económico.
Otros analistas apuntan que los recortes se ajustan perfectamente a
los deseos de entidades como la Mesa Redonda Europea de Industriales
y Business Europe: recortar salarios y prestaciones, debilitar a los
sindicatos, privatizar todo lo que se ponga a tiro, etcétera. A
medida que han ido aumentando las desigualdades, a las elites no les
ha ido nada mal. En estos momentos, hay más ‘particulares con
un elevado patrimonio neto’ y con una fortuna colectiva mucho mayor
que en el punto álgido de la crisis en 2008. Hace cinco años, se
contabilizan en todo el mundo 8,6 millones de particulares de este
tipo, con una liquidez conjunta valorada en 39 billones de dólares
estadounidenses. Hoy en día, este grupo llega a los 11 millones de
personas, con activos por valor de 42 billones de dólares.
Las
pequeñas empresas caen en tropel, pero las grandes compañías
disponen de ingentes sumas de efectivo y están sacando el mayor
partido posible de los paraísos fiscales. No ven ningún motivo para
dejarlo ahí.
Esta crisis no está afectando
a todo el mundo y los líderes europeos no son más necios que sus
homólogos en otros países. Si que están, no obstante, totalmente
sometidos a los deseos de las grandes finanzas y las grandes
corporaciones. Sin duda, la ideología neoliberal desempeña un papel
clave en su programa, pero sirve especialmente para emitir densas
cortinas de humo y falsas explicaciones y justificaciones, con el fin
de que las personas crean que ‘no hay alternativa’. No es
cierto: los bancos se podrían haber socializado y transformado en
servicios públicos, del mismo modo que cualquier otro organismo que
funciona con dinero público. Se podrían haber cerrado los paraísos
fiscales, aplicado impuestos a las transacciones financieras y
adoptado muchas otras medidas. Pero estas propuestas, a ojos del
neoliberalismo, son una herejía (aunque 11 países de la eurozona
empezarán a gravar las transacciones financieras a partir de 2014).
Soy una ferviente europea y deseo
que Europa prospere, pero esto no es Europa. En contra de nuestra
voluntad, se nos ha arrastrado a una guerra de clases. La única
respuesta que le queda a la ciudadanía está en el conocimiento y la
unidad. Lo que ha impuesto el 1 por ciento puede ser revocado por el
99 por ciento. Pero más vale que nos demos prisa: el tiempo se está
agotando.
* ‘Cuanto más cambian las cosas, más permanecen igual.’
** La deuda pública es dinero que un Gobierno debe en forma de préstamos obtenidos en los mercados financieros más que mediante otras modalidades de empréstito.
Fuente original: http://www.tni.org/es/article/deuda-austeridad-y-devastacion
http://loquepodemoshacer.wordpress.com/2013/08/24/el-avance-de-la-nada-13-mas-vale-que-nos-demos-prisa-el-tiempo-se-esta-acabando/
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