NUESTROS MICROBIOS INTERNOS NO SON
PATÓGENOS
No se justifica usar contra ellos antibióticos y vacunas
PLANTEAMIENTOS DEL DR. ENRIC COSTA
Somos muchos los médicos —aunque se nos silencie— que llevamos décadas afirmando que en nuestro interior no hay microbios patógenos y, por tanto, no se justifica usar contra ellos antibióticos ni prevenir presuntas infecciones con vacunas. De hecho todo indica que han sido ambos tipos de fármacos los responsables de la aparición de las llamadas inmunodeficiencias, de las enfermedades autoinmunes y de muchas de las consideradas hoy enfermedades «raras». Es más: alegar que han sido las vacunas y los antibióticos los principales responsables de que la gente esté actualmente más sana y vivamos más es una falacia que no sostiene un análisis serio. Es hora de que se asuma y entienda: nuestros microbios endógenos, los que conviven con nosotros porque forman parte de la microbiota, nunca han producido enfermedades.
Llevo publicados muchos artículos, dictadas numerosas conferencias y escrito libros dedicados a explicar que la Teoría de la Infección postulada por Luis Pasteur que nació tras el descubrimiento de las bacterias con el microscopio no se sostiene y que las vacunas, los antibióticos, los planes de prevención y demás parafernalia son una farsa que solo ha servido para la creación, crecimiento y enriquecimiento de las industrias sanitarias, muy especialmente de la farmacéutica. Se trata de un gigantesco fraude que dura ya más de un siglo y ha inducido a los ciudadanos a consumir grandes cantidades de productos químicos tóxicos que, a mi entender, son en gran medida responsables de la aparición de las llamadas inmunodeficiencias, de las enfermedades autoinmunes y de muchas de las consideradas hoy enfermedades «raras».
Y no hablamos de un asunto
baladí, porque el masivo uso y consumo de vacunas y antibacterianos ha llevado
a contaminar ya todo el planeta —incluídas sus aguas y tierras— provocando una
intoxicación general grave de plantas, animales y humanos. De hecho todo indica
que son causa de la aparición de gran número de las nuevas patologías,
especialmente de las que afectan a los nacidos en las cinco últimas décadas. Es
más: son causa importante de que gran número de jóvenes y adolescentes sean hoy
estériles.
Todo esto lo he denunciado de
forma amplia, lo expliqué en mi obra "Hijos de un Dios
Terminal", lo he reiterado en mi último libro, "Iatrogenia:
La Medicina de la Bestia. El Origen de las Enfermedades Raras", y así
lo reiteré en la entrevista que me hizo recientemente Jesús García Blanca [que
va después de este artículo]. Es más: publiqué junto a éste la obra "Vacunas:
Una Reflexión Crítica", en la que tras examinar la base biológica de
las mismas dejamos claro que no previenen nada y encima son nocivas para la
salud.
Obviamente soy consciente de
que cuando afirmo esto la inmensa mayoría de quienes me oyen se harán
mentalmente una pregunta: Si no existen bacterias patógenas internas
que den lugar a las enfermedades infectocontagiosas, ¿qué las causa? Pregunta
lógica que llevo respondiendo casi tres décadas cuya respuesta exige ante todo
explicitar que yo hablo de nuestras bacterias. Y subrayo y
enfatizo lo de «nuestras» porque estoy refiriéndome a las bacterias que viven
en nuestros cuerpos en perfecta simbiosis y forman parte de nuestro microbioma.
Hablo pues de nuestras bacterias endógenas y niego que puedan ser responsables
de las enfermedades que mis colegas les atribuyen.
En cuanto a los virus, debo
decir que nadie ha demostrado que provoquen enfermedades; ni los endógenos ni
los exógenos. De hecho aún hoy se ignora qué es un «virus», pero lo que parece
claro es que no es una entidad viva sino un fragmento de información genética
envuelto en proteínas. Hay pues que saber qué es un virus con exactitud, aunque
ya se proponen tres posibilidades que parecen razonables: que tenga como
función transportar información entre células, que se ocupe de eliminar
fragmentos de información que la célula ya no necesita, y que se ocupe de
expulsar de las células la información genética alterada o dañada por los
tóxicos u otros motivos. No descarto ninguna de las tres ni que haya otra
explicación más, pero lo que sí parece evidente es que un virus en un producto
celular y no un patógeno con capacidad infecciosa productor de enfermedad.
En pocas palabras: no se ha
demostrado que existan enfermedades víricas. Lo único que se ha demostrado es
que hay «virus» —sean lo que sean— presentes en muy distintas patologías pero
no que sean causa de las mismas; por eso hoy los microbiólogos hablan de virus
que «se asocian a» o «pueden relacionarse con». Pero alegar que si un virus
está presente en una patología debe ser el responsable de la misma, es una
conclusión gratuita. Ninguna persona seria puede hacer esa extrapolación. Y si
no está demostrado que sean patógenos y puedan infectar a alguien, los
antivíricos y las vacunas para prevenir su posible infección o contagio son una
farsa.
En cuanto a la posibilidad de
que bacterias exógenas —es decir, ajenas a nosotros— puedan hacernos enfermar,
lo admito, pero no porque nos infecten sino porque al tratarse de agentes
extraños a nuestro organismo éste se apresta de inmediato a expulsarlos y de
ahí los síntomas que se sufren. Es la misma reacción que tiene el sistema
inmune cuando se introduce en nosotros cualquier elemento ajeno, lo que hoy
conocemos como antígeno, reacción que asimismo tiene si nuestras propias
bacterias se introducen en algún lugar en el que no deben estar, reacción que
igualmente se produce si llegan a un lugar adecuado pero en demasía y rompen el
equilibrio natural entre las bacterias del microbioma. No se trataría pues de
una reacción «defensiva» sino de una reacción de reequilibrio, de homeostasis.
Lo mismo que logran los mal llamados «antibióticos naturales» como el ajo, la
cebolla y otros: no son «antibióticos», porque esta palabra significa anti-vida
y nada natural en la dosis correcta va contra la vida.
Otra cosa es que se introduzca
en nosotros una entidad viva ajena, sea un protozoo, un hongo, un gusano, un
piojo o una garrapata. Nosotros no negamos las zoonosis producidas por
parásitos pero sí —y de forma rotunda— que enfermedades como la difteria, la
meningitis, las hepatitis, la tuberculosis, el SIDA, la gonorrea, las
gastroenteritis, el cólera, las neumonías, los resfriados, las gripes o la tos
ferina —entre otras— sean enfermedades infecciosas causadas por microbios
endógenos o virus, como viene afirmándose desde hace décadas. Es más, no son
contagiosas, por lo que los antibióticos, los antivíricos y las vacunas para
evitarlas carecen de sentido.
LA IMPORTANCIA DEL MEDIO INTERNO
Y no crea el lector que todo
esto son elucubraciones nuestras. Buena parte de ello lo defendieron ya en su
día los Premios Nobel Rudolf Virchow —el padre de la teoría celular— y Linus
Pauling —máximo exponente de la nutrición ortomolecular—, el catedrático de
Fisiología Claude Bernard —considerado el padre de la medicina experimental
europea—, el Dr. Antoine Bechamp —biólogo, químico y doctor en Ciencias y
Medicina— y muchos insignes médicos más. Todos ellos se enfrentaron de hecho al
fraude de la entonces incipiente Teoría de la Infección con la siguiente
sentencia: "En la salud y la enfermedad la presencia del microbio
no es importante; lo decisivo es el estado de equilibrio o desequilibrio del
medio interno. Lo importante es la homeostasis del medio interno".
Y aclaro que homeostasis es
un concepto que introdujo Claude Bernard y viene a significar el equilibrio de
las funciones, sistemas y órganos del cuerpo; algo por cierto equivalente al
concepto de la medicina hipocrática tradicional del «equilibrio de los
humores». Y es que la enfermedad se consideró durante miles de años el
resultado de la ruptura del equilibrio orgánico interno, y la «curación», la
restauración de ese equilibrio, es decir, de lograr de nuevo la homeostasis, lo
que implica que si una persona está sana y su sistema inmune funciona
normalmente ningún microbio endógeno puede llevarla a enfermar.
No somos pues algunos «herejes»
despistados los que afirmamos que la Teoría de la Infección tal como se nos ha
enseñado es una farsa. Simplemente nos adherimos y compartimos la opinión de
esos ilustres médicos y Premios Nobel porque lo que dicen lo avala además
nuestra propia experiencia. En mi caso llevo ya 40 años ejerciendo la Medicina
y sé muy bien que las presuntas "enfermedades infecciosas" que
conocemos como gripe, difteria, meningitis, neumonía y muchas otras no las
causan microbios endógenos, porque son simple consecuencia de la pérdida de la
homeostasis y, por consiguiente, es absurdo afrontarlas usando antibióticos,
antivíricos o antisépticos altamente tóxicos que terminarán dañando a nuestros
propios microbios y a nuestras células sanas sino tratando de devolver al
enfermo el equilibrio orgánico, a su homeostasis interna.
Y, por cierto, el concepto de
homeostasis introducido por Claude Bernard es idéntico al que siempre manejó la
medicina tradicional o hipocrática practicada en Europa durante cientos de
años, sólo que entonces se le llamaba —como antes he adelantado—
"equilibrio de los cuatro humores", algo que proviene de la noche de
los tiempos, porque ya los médicos egipcios, caldeos y griegos afirmaban que el
cuerpo humano está compuesto por los cuatro elementos que según postulaban
constituyen el universo: aire, fuego, agua y tierra. De hecho consideraban que
el organismo humano es un microcosmos con la misma composición que el
macrocosmos, que en él rigen las mismas leyes, y que es el desequilibrio entre
esos cuatro elementos o «humores» lo que nos hace enfermar. Una convicción que,
insisto, compartieron todas las medicinas tradicionales: la ayurvédica, la
hindú, la china, la tibetana, la musulmana, las americanas... Todas estuvieron
de acuerdo en eso hasta que apareció la contradictoria y falsa teoría de que
nuestros propios microbios pueden agredirnos.
¿Y tiene aún sentido hablar de
«agua, tierra, fuego y aire»? Pues sí... porque los Antiguos utilizaban
simplemente la terminología propia de los conocimientos de su época. De hecho
la biofísica y bioquímica actuales no han hecho sino confirmar y ratificar la
existencia de esos elementos aunque los llamemos de forma diferente.
Analicémoslo de forma muy breve:
—Los médicos tradicionales afirmaban que el elemento Agua
forma parte de nuestro organismo, y ahora sabemos que, en efecto, entre el 70%
y 80% de nuestro peso corporal es «agua».
—Hablaban del elemento Fuego y hoy sabemos que nuestro
organismo funciona merced al trillón de microscópicas chispas de fuego orgánico
que resultan de la combustión de las moléculas de glucosa en el interior de las
mitocondrias celulares; el «fuego orgánico» es una realidad innegable que
mantiene nuestro organismo a una temperatura estable y constante de 36º y es el
motor de los músculos.
—El elemento Aire es obvio: es lo que nos hace vivir al
respirar. Además los elementos de los gases recorren nuestras arterias y venas
—oxígeno, nitrógeno, anhídrido carbónico...—, están disueltos en el líquido
intersticial y expulsamos gases intestinales.
—En cuanto al elemento Tierra, está presente en
forma de carbonatos y fosfatos en la estructura de nuestros huesos, en el
oxalato cálcico que se deposita en nuestros riñones y arterias, y en la gran
cantidad de minerales —hierro, magnesio, sodio, potasio, etc.— que tenemos en
todos los órganos y sin los cuales la vida es imposible.
Pues bien, los antiguos sabios
tenían razón: todas las «enfermedades» se deben al desequilibrio de esos cuatro
elementos básicos porque todas se deben o cursan con aumento o disminución de
temperatura (fiebre o hipotermia), aumento o disminución de los niveles de
oxígeno y anhídrido carbónico, aparición de edemas, encharcamiento o
deshidratación, inflamaciones secas o húmedas, desmineralización y
osteoporosis, enfisema pulmonar o meteorismo digestivo, aumento o disminución
de la presión y el volumen sanguíneo, dermatosis secas o húmedas, formación de
cálculos (piedras) renales o hepáticos... Todas las patologías pueden
traducirse y/o interpretarse en términos de desequilibrio de los «humores»
orgánicos, y por eso los médicos tradicionales afirmaban que la enfermedad es
el resultado de la pérdida de armonía entre ellos, algo que asumieron todos los
grandes médicos hasta que tras la Segunda Guerra Mundial la industria farmacéutica
impuso su aberrante modelo a la sociedad, obviando que la causa de cualquier
enfermedad es la alteración de la homeostasis interna y no microbios endógenos,
pérdida de homeostasis que puede deberse a causas de origen interno (entre las
que cabe mencionar la mala alimentación, el alcoholismo, las drogas, el stress,
la fatiga, el insomnio, los miedos, enfados, preocupaciones y disgustos, la
ansiedad, los traumas psicológicos, las obsesiones...), o externo (la
contaminación, la mala calidad del aire que respiramos y del agua que bebemos,
las radiaciones electromagnéticas artificiales, los tóxicos y venenos que nos
rodean, los climas extremos, los excesos de humedad o sequedad, los
parásitos...).
GRANDES EPIDEMIAS Y PESTES
Son muchas las personas que en
mis charlas me preguntan también a qué se deben entonces las grandes epidemias
y qué causó las pestes que se dice ocasionaron en otras épocas millones de
muertes. Y debo decir ante todo que a pesar de las explicaciones oficiales hay
aún hoy más preguntas que respuestas. Faltan variables por estudiar y carecemos
de experiencia propia porque sólo sabemos de ellas lo que algunas personas que
ya no viven dijeron al respecto. De hecho la experiencia clínica personal de
los médicos actuales es casi nula —y me incluyo— porque no hemos vivido ni
asistido a ningún caso. Lo que tenemos de ellas son meras referencias
históricas con descripciones bastante imprecisas hechas con nomenclaturas y
léxicos muy diferentes a los actuales, que describen además cuadros de enfermedad
muy variados y diferentes entre sí, algo que hace dudar a cualquier
investigador serio de que las descripciones se refieran a la misma enfermedad.
Además hay otras explicaciones para aquellas grandes epidemias.
Hablemos por ejemplo de la
peste negra o peste bubónica que se dice asoló Europa en el siglo XIV afectando
al sistema linfático y provocando inflamación y supuración de los ganglios
linfáticos o bubones (de ahí su nombre). ¿Fue una enfermedad infecciosa? Porque
todo parece indicar que debió tratarse de algo producido por un tóxico, por
envenenamiento medioambiental, ya que el sistema linfático se encarga
precisamente de la limpieza del líquido intersticial. ¿Y qué tóxico o tóxicos?
Obviamente no podemos saberlo, aunque hace unos años un grupo de vulcanólogos
que estudiaba las mayores erupciones volcánicas de la Historia descubrió que en
el siglo VI el volcán centroamericano Ilopango produjo una mega-erupción que
enturbió el cielo de la parte central del Océano Atlántico y algo del Mediterráneo,
enfriando y humedeciendo mucho la zona; de hecho no hubo verano durante varios
años y las crónicas aseveran que el aire olía a podrido. Pues bien, coincidió
en el tiempo con la epidemia de peste negra que asoló al Imperio bizantino y
los países del Mediterráneo.
Y lo mismo acaeció en el siglo
XIV, sólo que esa vez se debió a la mega-erupción de un volcán islandés que
provocó en toda Europa occidental una mini-glaciación con varios años sin
verano, mucho frío, humedad excesiva y, en efecto, olor a podrido del aire,
algo que hoy sabemos se debió a la presencia de gases sulfurosos. ¿Fueron pues
el anhídrido y ácido sulfúricos que pudrieron las cosechas y el pasto lo que
llevó a tanto hombres y bestias a enfermar o morir? Pues no cabe descartarlo porque
en 1815 se produjo una nueva mega-erupción —esa vez a cargo del volcán
indonesio Tambora— que igualmente dio lugar a varios años sin verano, a la
pérdida de las cosechas y al envenenamiento del aire, apareciendo hambruna y
una epidemia de gastroenteritis a la que se llamaría cólera, enfermedad que 60
años después se achacaría sin embargo a un bacilo.
¿Fueron pues esas
mega-erupciones las que causaron las epidemias? No puede asegurarse, pero lo
cierto es que coincidieron en el tiempo, luego...
¿TIENEN OTRA EXPLICACIÓN LAS GRIPES Y LAS INFECCIONES
ALIMENTARIAS?
¿Y qué podemos decir de las
llamadas "epidemias invernales de gripe"? La gripe la consideraron
siempre los médicos tradicionales de todos los tiempos y culturas como una
dolencia causada por el frío; por eso aparece normalmente en invierno... o en
verano cuando se usa el aire acondicionado. ¿Por qué entonces se achaca hoy a
un virus? Porque vamos a decirlo muy claro: no hay nada que avale tal
pretensión.
Es más, el «frío» es igualmente
la causa de muchos de los casos que se achacan a infecciones alimentarias
colectivas; eso sí, de un frío interior digestivo provocado por bebidas y
alimentos extremadamente fríos o helados. Y suelen darse en Occidente porque
¡somos los únicos habitantes del planeta que bebemos líquidos fríos al comer!
Los orientales se cuidan muy mucho de ingerir bebidas frías durante las comidas
porque —dicen— pueden "apagar el fuego de la digestión". De hecho,
suelen acompañar sus comidas con bebidas calientes o algún licor. Pues bien, la
mayoría de las infecciones alimentarias colectivas se dan en celebraciones, en
comidas y banquetes sobreabundantes que a menudo se acompañan ¡con grandes
cantidades de bebidas muy frías y postres helados! Y los médicos sabemos bien
que un frío digestivo agresivo puede provocar un corte de digestión que, en
casos graves, lleva incluso a la muerte. ¿Microbios patógenos como causa? No:
corte de digestión ocasionado por frío digestivo.
¿Y LAS ENFERMEDADES VENÉREAS?
Hoy se asume acríticamente que
la proliferación de enfermedades venéreas se debe a infecciones, pero ¿es así o
se trata de un fenómeno de "bio-resonancia energética"? A la gente
puede sorprenderle, pero hablo de algo que en realidad conocemos todos. Y pongo
un ejemplo: el «contagio» del bostezo. ¿Quién no ha comprobado que si en una
reunión alguien bosteza, uno o varios de los presentes bosteza igualmente? Es
un hecho constatado y podría decirse pues que el bostezo es «contagioso». Y sin
embargo es muy dudoso que ese «contagio» pueda haberlo producido un microbio,
una sustancia química o una corriente electromagnética. ¿Y entonces? Pues se
habría transmitido por "resonancia", un fenómeno conocido que explica
muchas reacciones físicas —especialmente en el ámbito del sonido—, químicas,
electromagnéticas, psicológicas —como la empatía— y energéticas.
Trabajando como alumno interno
en un hospital clínico de Valencia fui testigo de un caso muy curioso: un día
se presentó un varón con un cuadro complejo ya que padecía náuseas, mareos,
alteración de los sabores, hinchazón abdominal, sensación de inseguridad y
llanto fácil, que además sufría antojos y ginecomastia (aumento del tamaño de
las mamas). Los típicos síntomas de una embarazada. Obviamente él no lo estaba
pero sí su mujer y, de forma empática, estaba sufriendo los mismos síntomas que
ella. Y lo más sorprendente es que en los análisis le salían niveles altos de
prolactina y progestágeno. Bueno, pues volví a ver dos casos similares
posteriormente. Y hoy es algo conocido que se recoge en la literatura médica.
¿Cuál es la explicación médica o científica? Ninguna. Solo hay hipótesis. Y una
de ellas es el fenómeno de bio-resonancia.
Hoy sabemos de hecho que el
entorno puede afectarnos fisiológicamente y producir cambios orgánicos, bioquímicos
y hormonales en nuestros cuerpos. Y hablo de conflictos externos emocionales y
mentales. Es más: la visualización de una simple película erótica puede
provocar cambios orgánicos, viscerales y hormonales. Y es «contagioso» porque
lo pueden vivir todos quienes la estén viendo. Luego el «contagio» no es
exclusivo de los microbios. Éste y otros muchos casos son, como mucho,
«contagios por bio-resonancia».
Añádase a ello que vivimos en
una sociedad erotizada donde se promueve la promiscuidad, porque el sexo se ha
banalizado y la publicidad machaca a la gente advirtiéndole de potenciales
peligros microbianos, y se la asusta con todo tipo de «enfermedades venéreas»,
y entenderemos lo que está pasando. Porque, ¿se contagian por transmisión de
microbios endógenos o porque se transmiten químicos tóxicos? A fin de cuentas
muchos espermicidas, lubricantes y excitantes son tóxicos. Y ello sin contar
con la bio-resonancia que, a nuestro entender, puede transmitir sentimientos de
culpa, asco, depresión, frustraciones... ¿O cómo cree el público que se explica
que los contactos sexuales sean cada vez más desordenados e insatisfactorios?
He tratado a lo largo de mi vida a muchas mujeres que tras mantener relaciones
sexuales promiscuas e insatisfactorias tienen tal sensación de suciedad y
embrutecimiento que ello les impele a ducharse continuamente de manera obsesiva
durante días. Y aseguro que esa sensación es de naturaleza psíquica y no
producida por infección microbiana alguna. El sexo no es una actividad baladí
porque remueve fuerzas atávicas que residen en el fondo de la psique humana. En
fin, son numerosos los casos de «contagio» no microbianos.
VACUNAS ABSURDAS
Otro ejemplo de enfermedades
infecciosas consideradas peligrosas lo constituyen el sarampión y la varicela;
algo manifiestamente ridículo. En mi infancia —y así se hizo durante siglos—,
cuando un niño padecía cualquiera de esas dos «enfermedades» atraía de
inmediato la atención de todos los padres del entorno... que querían llevar a
sus hijos junto a él ¡para que se contagiaran! Los médicos les habían explicado
que esos cuadros daban problemas siendo adultos y era mejor pasarlos de niños
porque así se vacunaban naturalmente de por vida sin riesgo
para su salud futura, y los padres de los enfermos aceptaban que otros niños
convivieran unas horas o unos días con ellos para «contagiarlos».
Hablamos de dos enfermedades
que ya entonces se achacaban a virus endógenos que se transmiten por vía aérea,
pero si fuera así, ¿por qué unos niños se contagiaban estando juntos y otros
no? Porque en aquella época apenas se les vacunaba... ¿Por qué estando en
habitaciones cerradas conviviendo y estando éstas supuestamente llenas de virus
no se contagiaban todos? ¿No será que el «contagio» se produce por bio-resonancia
y por eso solo «caían» los más influenciables y/o receptivos?
¿Y qué decir de la difteria?
En 2015 murió un niño en Olot cuyo caso apareció en todas las cadenas de
televisión porque se achacó a la difteria, patología atribuida a la infección
de una bacteria presente en nosotros mismos ¡y hasta en la tierra! Pues bien,
la vacuna para prevenirla —la triple vírica contra la
difteria, el tétanos y la tos ferina (DTP)— se introdujo en España con carácter
obligatorio en 1945, aunque no fue sino hasta 1965 cuando se usó de forma
masiva y sistemática; y se alega que fue tan eficaz que los últimos casos de
difteria se registraron en 1987. ¿Y fue así? En absoluto. Lo que pasa es que a
partir del uso masivo de vacunas en 1965 empezó a dejar de registrarse como
difteria y pasó a hacerse como «amigdalitis aguda» o como «anginas». El cuadro
era el mismo y siguió habiendo el mismo número de casos pero ya no aparecían
registrados como difteria. ¡Vaya eficacia la de la vacuna! Se cambió el léxico
con la que se la definía, y todo resuelto. Y diré algo más: el niño
probablemente murió porque sus médicos «no habían tratado casos de difteria»,
¡sólo de anginas y amigdalitis agudas! ¡Como si fueran patologías
demostradamente distintas! De hecho, para confirmar que se trataba de «un caso
de difteria» tuvieron que mandar las muestras a ser analizadas al Instituto
de Salud Carlos III de Madrid porque no hay ya ningún otro —o eso se
dijo— que pueda corroborarlo. Y fue posible aplicando una técnica ¡que sólo se
tiene desde hace poco más de una década! Hecho ante el cual cabe preguntarse
cómo fue posible entonces que se diagnosticaran antes casos de difteria ¡si no
se tenían medios los medios técnicos actuales! Esperpéntico.
En fin, tengo la impresión de
que la incapacidad de la Medicina para explicar las causas de las miles de
presuntas enfermedades catalogadas —por eso alega que no pueden prevenirse ni
curarse, algo manifiestamente falso en muchos casos— es lo que la llevó a
aceptar —tras un inicial rechazo masivo generalizado de los médicos— que
nuestros propios microbios pueden enfermarnos, una falsedad que se convirtió en
verdad oficial por imposición de una industria que vio en las vacunas, los
antisépticos, los antibióticos, los antivíricos y posteriormente otros muchos
«anti–» un enorme y rentable negocio. Y uno, ingenuamente, no puede dejar de
preguntarse cómo ha sobrevivido la Humanidad decenas de miles de años en
condiciones higiénicas mucho peores a tantas bacterias y virus peligrosos,
teniendo en cuenta que las vacunas y otros fármacos se inventaron hace apenas
unas décadas.
¿Qué opina el lector?.–
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Entrevista al Dr. Costa
MUCHAS DE LAS
ENFERMEDADES LAS PROVOCAN LOS TRATAMIENTOS MÉDICOS
Enric Costa Vercher, conocido
médico sometido a juicio en su día por la Organización Médica Colegial
de Valencia por decir lo que piensa, en lugar de morderse la lengua,
acaba de publicar una obra con el significativo título de "Iatrogenia:
La Medicina de la Bestia. El Origen de las Enfermedades Raras",
culminación de una serie de ensayos publicados a lo largo de 25 años en la que
lleva a cabo un durísimo pero riguroso análisis de la llamada medicina
"científica" que, a su entender, se ha convertido en una medicina
industrial iatrogénica incapaz de atender adecuadamente a los enfermos. Es más,
la considera responsable de buena parte de los problemas de salud que
padecemos; especialmente de la infertilidad, los trastornos autoinmunes y las
enfermedades raras.
El doctor Enric Costa es uno
de los pocos médicos naturistas que además de tratar enfermos de forma
holística —y no enfermedades— ha osado denunciar las catastróficas
consecuencias de la actual medicina convencional. Ya en 1994 publicó un libro
cuestionando el carácter infeccioso del SIDA, atrevimiento que desató su
persecución institucional y académica, y siete años después, en 2001, la
conocida obra "Hijos de un Dios Terminal" en la que
ampliaría su crítica, si bien centrándose en la teoría microbiana postulada por
Louis Pasteur según la cual son microbios los causantes de gran parte de las
enfermedades y hay pues que combatirlos. Posteriormente, en 2012, publicaría
junto a quien esto escribe la obra "Vacunas: Un Análisis
Crítico", en la que tras examinar la base biológica de las vacunas se
afirma que son nocivas para la salud. Y el ciclo lo cierra ahora
momentáneamente con el libro "Iatrogenia: La Medicina de la
Bestia. El Origen de las Enfermedades Raras", riguroso estudio sobre
las consecuencias de la Medicina impulsada por las grandes industrias que se ha
impuesto en la mayoría de los sistemas sanitarios del mundo, impactante obra
sobre la que hemos podido hablar con él extensamente.
—El daño que produce en alguien un tratamiento sanitario
se conoce como iatrogenia, pero nunca habíamos visto a un médico calificarlo
púbicamente como «la medicina de la bestia»; y mucho menos en el título de un
libro. ¿No es una expresión muy dura?
—En el Libro del Apocalipsis se utiliza la
expresión de «la Bestia» para describir alegóricamente a una entidad monstruosa
de gran poder que pretende acabar con la Humanidad tanto físicamente como a
nivel mental y espiritual. Yo, como médico, he querido referirme con ella sólo
al aspecto vital y social, al de supervivencia de la especie humana. Y en el
libro identifico a «la Bestia» de forma genérica con la civilización actual que
ha creado la tecnología, la industria y el mercado moderno y, con ello, el
mundo de la producción industrial, el consumo masivo y la superproducción de
residuos tóxicos. La Bestia es pues esa civilización proveniente de la
Ilustración que los europeos hemos exportado al resto del mundo convencidos de
que es «la civilización de civilizaciones»; de hecho la hemos llamado la
«civilización del progreso», pero en el corto período de tiempo que lleva
implantada —200 años— nos ha llevado a tal situación de contaminación
planetaria, que amenaza incluso con la extinción de la vida vegetal, animal y
humana en un tiempo muy corto.
—Quizás sea una alegoría religiosa un tanto
contraproducente porque quienes reivindican la ciencia como única fuente de
conocimiento y se autodefinen como ateos atacan lo que llaman
"pseudoterapias" por considerarlas poco menos que creencias «religiosas»
opuestas a la «evidencia científica». Para ellos que un médico tenga fe en
cualquier creencia religiosa es algo contradictorio en sí mismo.
—No existe contradicción alguna entre fe religiosa y
conocimiento científico; no existió para Copérnico, Newton, Galileo, Erasmo,
Descartes... En fin, podría citar a gran cantidad de científicos reconocidos
como auténticos genios en ciencia que eran creyentes. La fe aporta al
entendimiento humano un tipo de información y de formación que no tiene nada
que ver con la que aporta la ciencia natural. Son campos de conocimiento y
experiencia distintos y complementarios. Los ateos, aunque lo nieguen con
vehemencia, también «creen», puesto que tampoco pueden demostrar
científicamente que Dios no
exista y, por tanto, tienen que creer que no existe. Su visión de la
realidad es muy reducida y se limita a todo aquello que pueden experimentar con
sus sentidos o detectar con sus aparatos de observación; sin embargo en mi
caso, precisamente por ser creyente, tengo una visión de la realidad que
incluye la suya y además toda una porción infinita de la misma que ellos se
niegan a admitir, una visión expandida de la realidad con la que me siento
unido a muchos científicos y filósofos.
Es verdad que muchos de los
actuales científicos y médicos carecen de fe y además afirman que los que la
tenemos somos poco menos que unos ignorantes supersticiosos, pero no se trata
más que de un viejo y manido argumento que utilizan los necios de todos los
tiempos. Se limitan a negar todo aquello que no conocen o no comprenden. No
sólo niegan la fe que ha acompañado a grandes hombres de ciencia a lo largo de
la Historia sino que llaman "pseudoterapia" a toda terapia de la que
no saben nada. En realidad no deja de ser un vano intento de esconder su
ignorancia.
—¿Puede ser esa la razón de que la Medicina también se
haya degradado transformándose en la medicina que en su libro califica de
«moderna» e «industrial»?
—La civilización de la Bestia o civilización industrial ha
degradado toda actividad humana tradicional. Hemos asistido en los últimos
siglos a la industrialización de todos los oficios y artes que conocíamos y
realizábamos los humanos con nuestra inteligencia y la destreza de nuestras
manos. La cultura de la producción industrial y el consumo masivo propios de la
civilización moderna nos ha llevado a cambiar la calidad del trabajo manual y
artesano por la cantidad en favor de la producción y consumo. Y para lograr ese
cambio se ha industrializado la artesanía, la agricultura, la ganadería, la
pesca, el arte, la literatura y, por supuesto, también la Medicina. ¡Todo! Un
cambio radical cuya consecuencia es que toda actividad humana tiene hoy
carácter industrial, masivo y tóxico porque sólo busca la máxima producción y
consumo con un único objetivo: el beneficio económico.
Se trata de una
industrialización salvaje que ha producido tal cantidad de residuos tóxicos,
que está acabando con las plantas y las especies animales. Los residuos
industriales contaminan ya el aire, el agua y la tierra, y por eso cada vez hay
más enfermos. Está cambiando incluso el clima y haciendo inhabitable el
planeta, el único lugar en el que podemos vivir.
Los médicos sabemos bien que
hoy estamos todos altamente contaminados. Están contaminadas nuestras células,
nuestros tejidos, nuestros órganos, nuestros organismos, la sangre, el
cerebro... Y todo ello ha propiciado la aparición de nuevas y desconocidas
patologías, de las llamadas «enfermedades raras». Es más, se está provocando la
esterilización masiva e irreversible de nuestros jóvenes y nos está llevando a
la aniquilación como especie; luego, nos está pasando lo mismo que al planeta.
Es evidente que la industrialización salvaje y la inevitable contaminación nos
han llevado a ser también una especie en peligro de extinción.
—¿Y cómo llega un médico «de a pie» a una conclusión tan
rotunda?
—Porque llevo ejerciendo como médico 40 años y me informo.
Una vez que logré la licenciatura empecé como médico internista y luego como
médico de familia. Llevo pues más de cuatro décadas luchando contra el dolor y
la enfermedad sin otra pretensión que curar. Y este antiguo oficio, realizado
con atención y humildad, ha ido revelándome sus secretos y, con el tiempo,
mostrándome la decadencia y decrepitud de nuestra sociedad. Contrariamente a lo
que pregonan muchos de mis colegas, los colegios médicos, las agencias
reguladoras y los grandes medios de comunicación, la salud en general no es
mejor que antes. Los jóvenes no gozan del vigor que poseían cuando yo empecé a
ejercer. Ha habido una clara degeneración física en las últimas generaciones.
Lo llevo comprobando en mi consulta año tras año.
Además he descubierto algo que
ignoraba y no podía ni sospechar cuando era estudiante: que mi educación y
preparación como aprendiz de médico fue manipulada para servir a los mezquinos
intereses de la industria médico-farmacéutica y no a los ciudadanos. La
preparación universitaria está programada no para convertirnos en buenos
médicos sino en meros agentes comerciales de la industria. Se trata de un
fraude y una de las principales razones del deterioro de la salud y la falta de
vitalidad de los ciudadanos.
—Pues no son muchos los médicos que se atreven a
reconocerlo públicamente, aunque nos consta que algunos lo hacen en privado.
¿Le ha puesto ya su sinceridad en complicaciones?
—Obviamente. Mi primer encuentro frontal con los intereses
espurios de la industria lo tuve en la década de los '80, cuando apareció la
famosa epidemia de SIDA que se presentó como una «extraña y nueva enfermedad». Presté
atención, quise saber qué les pasaba de verdad a esos enfermos y descubrí
pronto que la enfermedad con la que se nos estaba aterrorizando no tenía
naturaleza infecciosa como se afirmaba sino iatrogénica y tóxica y, por tanto,
no puede contagiarse. El llamado SIDA no es sino una patología producida por
acumulación de tóxicos y exceso de medicación farmacológica. Y es fácil y
sencillo comprobarlo.
En aquella época yo era un
médico joven de gran ingenuidad que creía en la bondad del sistema de salud,
por lo que cuando comprendí eso acudí rápidamente a la universidad y al
hospital clínico en el que me había formado para comunicar a mis maestros y
superiores lo que había averiguado. Y su reacción no sólo fue de desprecio: ¡me
amenazaron con castigarme severamente si me atrevía a decir o publicar algo en
ese sentido! Era joven y me faltaba experiencia así que mi reacción fue la de
obedecer y callarme durante unos años, pero a medida que pasaba el tiempo y se
multiplicaban los casos, más evidente aparecía ante mis ojos la naturaleza
tóxica de esa «enfermedad». No podía entender por qué algo tan evidente para mí
no lo era para los demás. Y empecé a preguntarme qué estaba pasando, por qué
nadie reaccionaba ante evidencias tan claras. ¿Callaban porque también se les
había amenazado?
—Hasta que un día perdió usted el miedo y contó lo que
sabía...
—Exactamente. Pocos años después, indignado ante la gran
cantidad de muertos achacados al VIH, decidí escribir un libro explicando que
esos fallecimientos se debían en realidad básicamente al tóxico y erróneo
tratamiento que se daba a los seropositivos, un atrevimiento que desencadenó la
ira de los entonces dirigentes del Colegio de Médicos de Valencia que
decidieron abrirme expediente con la clara intención de expulsarme de la
profesión.
Gracias a Dios aparecieron
en ese momento unas declaraciones del Premio Nobel Kary Mullis, que participaba
en un simposio internacional sobre Medicina Molecular en Toledo, y el afamado
biólogo molecular afirmó lo mismo que yo en el libro: ¡que el VIH no podía ser
la causa del SIDA! Afirmación ante la cual mi colegio de médicos paralizó el
expediente y yo decidí tomarme un tiempo de retiro para que las aguas se
tranquilizaran.
Algunos años después tuve la
suerte de conocer a un profesor de Historia que era sacerdote, quien me explicó
que tras el sistema sanitario hay una entidad «tenebrosa y de naturaleza
psíquica», que es a la que yo me había enfrentado sin saber siquiera de su
existencia, a la que llamaba «la Bestia». La historia la cuento en el nuevo
libro.
—Usted denuncia en él que a los médicos no se les explica
la historia de la Medicina quitándole importancia a la asignatura al ser ello
necesario para que acepten ser «médicos industriales».
—Durante mi retiro voluntario tuve tiempo de pensar en la
manipulación que habíamos sufrido tanto yo como mis compañeros de facultad y
recordé, entre otras cosas, que en el programa de estudios había una asignatura
que nunca se nos impartió. Era la de Historia de la Medicina y ¡se nos aprobó a
todos sin necesidad de clases ni de exámenes!
Siendo estudiante no me hice
preguntas sobre algo tan insólito; simplemente me alegré de que nos aprobaran
sin más una asignatura. Años más tarde comprendí sin embargo que para manipular
nuestra formación y convertirnos en médicos industriales y comerciales de las
farmacéuticas era necesario que no supiésemos nada de nuestros antepasados
médicos, ni de sus concepciones de la Medicina, ni de sus métodos ni de sus
normas morales, porque así éramos mucho más manipulables. Fuimos educados como
si fuéramos los primeros y únicos médicos de la Historia. Para nosotros no
existía —no podía existir— otra visión de la medicina que no fuera la de la
medicina industrial que nos impartieron. Y ha sido esa falta de perspectiva y
de memoria histórica con la que fuimos "preparados", lo que ha
permitido que desapareciera la medicina tradicional, la medicina natural,
imponiéndose la medicina industrial que ahora es la única medicina que aceptan
se practique en los sistemas sanitarios públicos. Con carácter excluyente.
—Pues la mayoría de los mensajes que le llegan a la
ciudadanía desde los medios de comunicación y las instituciones sanitarias es
que la medicina progresa y gracias a ella hemos conseguido erradicar muchas enfermedades...
—Una de las habilidades que hay que reconocerle a la Bestia
es su destreza para la propaganda falaz. A fin de cuentas, estamos en la era de
la publicidad, capaz de pregonar y convencer a todo el mundo de que la medicina
ha sido capaz de erradicar grandes epidemias que antes diezmaban a la
población, por falso que ello sea. Tiene incluso capacidad para ocultar a la
gente realidades como que más de la mitad de los jóvenes actuales son estériles
o están castrados químicamente; o que en España hay ya más de tres millones de
niños a los que se ha diagnosticado alguna enfermedad rara e incurable; o que
más de la mitad de la población padece una enfermedad autoinmune grave. Los
medios de comunicación de la Bestia dominan el arte de la publicidad y, por
tanto, son capaces de "informar" de las "bondades" de todo
aquello que hace vender a la industria fármacos y otros productos sanitarios.
—Otra afirmación repetida una y mil veces y aceptada por
el gran público es que actualmente, gracias también al progreso médico, se vive
más y mejor que antes.
—En efecto, se afirma con total impunidad que con la
introducción de las vacunas y los antibióticos ha aumentado la longevidad, y es
manifiestamente falso. Quienes afirman eso ignoran que la introducción masiva de
vacunas y antibióticos en el mundo occidental se produjo en las décadas de los
'60 y '70 del pasado siglo XX. Luego quienes no las recibimos somos quienes
nacimos en los años '30, '40 ó '50. En pocas palabras: son los ciudadanos de
más de 60 años —y por tanto los sexagenarios, septuagenarios, octogenarios y
nonagenarios— quienes no nos habríamos beneficiado de ello. Y sin embargo somos
más longevos. Hoy la gente enferma mucho más y gran parte muere antes. Luego
sus afirmaciones son pura propaganda. Para poder sostenerlas habría que esperar
a ver cuánto viven los que hoy tienen menos de 60 años. Asegurarlo en estos
momentos es un ejercicio gratuito de videncia.
—Afirma asimismo en su libro que la "teoría de la
infección" se inventó a mitad del siglo XIX, que es una teoría falsa a la
que se opusieron en su día la mayoría de los médicos, y que si finalmente se
impuso se debió a los intereses económicos de la medicina industrial...
—Durante el siglo XIX se hicieron visibles por primera vez
en la historia de la Medicina, gracias al microscopio, los microbios. Se
hallaron en las aguas, las secreciones, los excrementos e, incluso, en la piel
y las mucosas de animales y plantas. Fue un descubrimiento biológico que
dividió a la clase científica y médica en dos bandos, en dos grupos
irreconciliables. El primero lo formaban la inmensa mayoría de médicos y
catedráticos de Europa, y entre ellos estaban los médicos más ilustres de la
época; como los Premios Nobel Rudolf Virchow —"padre" de la teoría
celular—, Linus Pauling —"padre" de la medicina experimental— y
Santiago Ramón y Cajal, insignes doctores como Claude Bernard y Antoine Bechamp
y, junto a ellos, la mayoría de los catedráticos de Medicina y Biología.
Todos ellos afirmaban que esos
microbios que había hecho visibles el microscopio debían estar ahí desde
siempre, y si vivían con nosotros debían ser inofensivos e incluso tener alguna
función que en ese momento se desconocía pero se descubriría en el futuro, como
así sería. Tal era la opinión de la mayoría de los médicos y biólogos a finales
del siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX.
—¿Y el segundo grupo?
—El segundo grupo de científicos asumió desde el primer
momento que se trataba de seres agresivos y peligrosos que causaban
enfermedades. Eran muchos menos, y estaba encabezado y dirigido por el famoso
Louis Pasteur que, aunque la mayoría de la gente lo ignora, ¡no era médico! Era
un industrial de la rama de los vinos y licores al que se adhirió un pequeño
grupo de médicos poco conocidos. Eso sí, resultaron ser muy simpáticos, se
ganaron a la incipiente industria química, y con el apoyo inestimable de su
dinero impusieron la paranoica Teoría de la Infección que terminó por imponerse
contra toda lógica. Así que actualmente la inmensa mayoría de los médicos cree
que nuestros microbios pueden ser agresivos y causar enfermedades, por lo que
nos tenemos que defender de ellos mediante antibióticos y antisépticos, pero es
falso.
—Dice usted que los microbios no son causa de patologías,
pero en tal caso, ¿qué produce las «enfermedades infecciosas»? Porque hoy se
afirma que son de causa bacteriana la brucelosis, el carbunco, el cólera, la
difteria, la amigdalitis aguda, la erisipela, la fiebre Q, la fiebre tifoidea,
la legionelosis, la neumonía, la tuberculosis o el tétanos, de causa vírica el
dengue, la fiebre amarilla, el ébola, la gripe, las hepatitis A, B y C, el
herpes, la mononucleosis, las paperas, la peste porcina, la poliomielitis, la
rabia, el resfriado común, la rubéola, el sarampión, la varicela o la viruela,
y de causa fúngica, protozoaria y priónica muchas otras. Si a su juicio no las
causan microbios ¿qué las provoca?
—Verá: insignes médicos del siglo XIX como Claude Bernard,
Antoine Bechamp, Rudolf Virchow y otros muchos se oponían a la entonces
incipiente Teoría de la Infección, y lo explicaban aseverando que en el origen
de toda enfermedad está el desequilibrio del medio interno u homeostasis,
y que el microbio, por sí mismo, no es nada. La homeostasis es de hecho un
concepto que introdujo Claude Bernard y viene a significar el equilibrio de las
funciones, sistemas y órganos del cuerpo; algo equivalente al concepto propio
de la medicina hipocrática tradicional del equilibrio de los «humores del
organismo». Y es que la enfermedad se ha considerado durante miles de años el
resultado de la ruptura del equilibrio orgánico, y la curación, la restauración
de ese equilibrio o, en términos modernos, de la homeostasis. Y eso implica que
si una persona está sana y su sistema defensivo funciona como debe, ningún microbio
de los que me ha nombrado puede atacar y hacer enfermar a una persona.
—Quizás en una persona sana no, pero ¿y en una en la que
la homeostasis se ha roto? ¿No se justifican los antibióticos ni siquiera en
casos tan graves como una septicemia?
—Afirmar que los antibióticos curan una infección aguda o
crónica es afirmar demasiado, puesto que desde que se usan son muchos los casos
en los que no se logra mejoría alguna, casos que sus defensores achacan a que
se han vuelto "resistentes a los antibióticos", forma eufemística de
decir que no funcionaron. Y entonces, me dirá usted, ¿por qué hay personas que
se curan tras tomar antibióticos? Y yo le responderé que se curan ¡a pesar de
los antibióticos! Es nuestra fuerza curativa interna —la vis natura
medicatrix [fuerza sanadora de la Naturaleza] que decían los antiguos
médicos— la que termina restableciendo el equilibrio interno, la homeostasis. Y
lo hace a menudo a pesar de los impedimentos que se le ponen, antimicrobianos incluidos.
Es esa fuerza interna la que junto a procedimientos paliativos como el calor,
el reposo en cama, la limpieza de heridas, la medicación antiinflamatoria, los
diuréticos, los expectorantes, una dieta adecuada y otros, logran restablecer
el equilibrio y conseguir la curación, algo que luego se achaca a los
antimicrobianos. Mire, si los antibióticos funcionasen realmente, ¿cómo hay
cada vez más casos de «resistencia» a ellos? ¿Y cómo se explica que muchos
médicos que no los recetamos y recurrimos a remedios naturales hayamos ayudado
a curarse a tantos enfermos? Yo mismo llevo décadas tratando a pacientes de
supuestas enfermedades infecciosas como las que menciona sin utilizar jamás
antibióticos, antivíricos o antifúngicos.
—Pero entonces, ¿qué causa todas esas patologías?
—Esa pregunta requiere una respuesta muy larga porque ha
mencionado usted muchas. Si quiere se lo explico a sus lectores de forma
extensa en otro momento. ¿Le parece bien?
—Claro; avísenos cuando sea posible. En todo caso llama
la atención que pudiera imponerse la Teoría de la Infección si no la compartían
la mayoría de médicos y catedráticos de la época. ¿Qué factores pudieron
influír para que prevaleciera esa opinión minoritaria en el ámbito de la
Medicina y la Biología?
—Se impuso por el poder del dinero. Ese fue el factor clave.
Mire, si hubiese prevalecido la opinión mayoritaria de que los microbios son
inofensivos y quizás cumplan alguna función benéfica, no se hubiese necesitado
fabricar ni consumir nada y, por tanto, la industria no hubiese tenido
oportunidad de fabricar y vender nada. Por el contrario, imponer la opinión
minoritaria y hacer creer que los microbios pueden hacernos enfermar e incluso
llevarnos a la muerte era como poner una daga sobre las cabezas de todos los
ciudadanos y la industria químico-farmacéutica presentarse como la salvadora de
la Humanidad.
¿El resultado? Desde entonces
la industria no ha dejado de producir y vender una enorme cantidad de productos
que consumimos por toneladas: antisépticos, vacunas, antibióticos, sueros,
desinfectantes, reactivos... De hecho puede afirmarse que la invención e
imposición de la Teoría de la Infección es el origen de las multinacionales
sanitarias, visión falsa y paranoica sobre los microbios que asimismo
instalaron en la mente de los nuevos médicos y que se impuso desplazando y
retirando de la docencia a los médicos que se enfrentaron a esa visión tan
rentable para la industria. Así que casi no quedan médicos que sepan que
nuestros microbios no son agresivos y que en lugar de hacerles la guerra lo que
hay que hacer es cuidarlos porque son nuestros "socios".
—¿Pero cómo se pudo ocultar a estudiantes y médicos la
opinión mayoritaria de los auténticos expertos de la época?
—Como explico en el libro, además de ocultar la historia de
la medicina a partir de la década de los '50, se prohibieron en las facultades
de Medicina las clases prácticas de siembra y cultivo de gérmenes. Y se hizo
para evitar que los estudiantes pudiesen comprobar por sí mismos que nuestros
microbios son inofensivos. Se les engañó para que aceptaran sin rechistar la
falsa Teoría de la Infección.
—Pero en esa época la Microbiología empezó a conocer ya
las funciones que cumplen nuestros gérmenes en el organismo...
—Cierto; pero también los ocultaron. A los médicos por
ejemplo no nos hablaron nunca en las facultades de Medicina del Premio Nobel
concedido en 1958 al Dr. Joshua Lederberg por su descubrimiento de la microbiota.
¿Y por qué no interesaba que los estudiantes supiesen de su existencia? Pues,
sencillamente, porque es el nombre con el que se conoce al conjunto de gérmenes
que viven en simbiosis en nuestro organismo, y en ella están incluidas todas
las especies que durante décadas han sido acusadas de producir enfermedades.
Por eso no se nos habló de la microbiota ni a los estudiantes de mi generación
ni a las de las generaciones posteriores. No tuvimos la menor idea ni de su
existencia ni de la de su descubridor.
En cambio estábamos muy bien
informados de la existencia de Louis Pasteur y Robert Koch que, como todo el
mundo sabe, son los "padres" de la Teoría de la Infección. A esos
personajes nos los presentaron como genios y héroes de la Medicina; de hecho
tienen dedicadas calles y avenidas en numerosas ciudades. Por el contrario, al
Dr. Joshua Lederberg, a pesar de que se le concedió en 1958 el Premio Nobel por
descubrir la microbiota, pocos lo conocen. Hablamos pues de un gigantesco
fraude.
—Si la Teoría de la Infección es falsa, las vacunas, los
antibióticos, los planes de prevención y demás parafernalia son una farsa...
—Exacto. Sólo ha servido para la creación, crecimiento y
enriquecimiento de las industrias sanitarias, muy especialmente de la
farmacéutica, enorme éxito económico que se ha obtenido a costa de la salud, la
vida y el dinero de los ciudadanos que llevan décadas siendo engañados de forma
inmisericorde. La Teoría de la Infección es un grandísimo fraude que dura ya más
de un siglo y ha inducido a los ciudadanos a consumir grandes cantidades de
productos químicos, todos ellos de enorme potencial tóxico. De hecho ha
provocado un estado de iatrogenia general desconocido hasta ahora por la
Humanidad. Lo analizo y denuncio en mis libros.
—¿Tanta como para hablar ya de "catástrofe"
iatrogénica?
—Se llama iatrogenia a la enfermedad provocada por los
médicos y sus tratamientos, especialmente por el consumo de fármacos. Y es
evidente que el uso masivo de antibióticos, antisépticos, sueros, vacunas y
otras medicinas usadas para defendernos de unos microbios que al final han
resultado ser nuestros «socios», ha provocado la aparición de multitud de
dolencias nuevas y desconocidas que por eso se llaman ahora "enfermedades
raras", sólo que en las últimas tres décadas las padecen ya millones de
personas. La actual medicina industrial no lo admite pero yo tengo claro que
las llamadas «enfermedades raras» son el efecto secundario y consecuente del
brutal consumo de productos tóxicos, de los aditivos alimentarios, de los
químicos que se agregan a los productos envasados de comida industrial y de los
fármacos, muy especialmente de los utilizados para luchar contra nuestros
propios microbios, creyéndolos enemigos a combatir. Novedosas enfermedades a
las que se añade un nuevo y grave problema del que nadie parece querer hablar:
la esterilización de nuestros jóvenes. Basta consultar las estadísticas del
Ministerio de Sanidad para comprobar que la mitad de los jóvenes de nuestra
supuesta "sociedad del bienestar" son ya estériles.
Y por si todo lo dicho fuera
poco, resulta que como resultado de la paranoica guerra contra nuestros
gérmenes se ha vacunado masivamente a la población con el presunto fin de
mejorar el sistema inmunitario, y lo que se ha conseguido es que más de la
mitad de la población padezca hoy enfermedades autoinmunes. Realmente inaudito.
—En su último libro se refiere usted al ser humano
como "homo cobaya". ¿Está realmente justificada esa
expresión o se trata de una metáfora?
—Desgraciadamente no se trata de una metáfora sino de una
realidad objetiva. Es una realidad trágica que afecta a toda la población del
mundo occidental. Lo irónico es que los ciudadanos modernos actuales se sienten
privilegiados por tener el actual sistema sanitario, cuando son meros
conejillos de indias en los que se ensayan con total impunidad todo tipo de
productos y sustancias experimentales. Es una auténtica locura pero se trata de
una realidad indiscutible y evidente.
—¿Entonces era mejor a su juicio la medicina que se
practicaba hace medio siglo?
—Explicar detalladamente eso no es posible en unas líneas,
pero una de las ventajas de la medicina que se practicó mayoritariamente hasta
bien entrada la época moderna tras la Revolución Industrial es que utilizaba
métodos y medicaciones naturales que no eran nuevos o experimentales sino que
tenían una antigüedad de miles de años; es decir, sus efectos —buenos o malos—
eran muy conocidos y no había sorpresas. Sin embargo, la medicina moderna
industrial que se inició en el siglo XIX se basa en métodos y medicaciones
nuevas e inéditas; de hecho, toda la medicina industrial se basa en nuevos
descubrimientos, nuevas medicaciones, nueva tecnología e investigaciones de
última hora. La medicina moderna tiene pues unos métodos, unas medicaciones y
una filosofía que es totalmente contraria a la medicina tradicional. En muy
pocos años ha introducido en la práctica médica numerosos métodos y
medicaciones antes desconocidos: inyecciones hipodérmicas, intravenosas,
catéteres, prótesis, trasplantes, etc. Y, por supuesto, medicaciones inéditas
como las vacunas, los antibióticos, los antisépticos, los sueros... Hasta tal
punto es así, que en la actualidad toda la medicación es nueva y, además, se
renueva cada pocos años.
—Pues muchos consideran eso como algo positivo, como
resultado del avance de la ciencia, del progreso; y veo que usted no comparte
esa opinión.
—Es evidente que no. No voy a poder analizar en esta breve
entrevista todos esos métodos y medicaciones, pero quiero llamar la atención
sobre una realidad innegable: todo método y toda medicación nueva e inédita,
necesariamente o por naturaleza, tiene un carácter experimental del que no se
puede desprender. Lo repito para que quede bien claro: cuando una persona o
animal ingiere, o se le inyecta, una sustancia nueva, se producirá una reacción
—positiva o negativa— que es en principio desconocida. Reacción —o reacciones—
a corto, mediano o largo plazo. Pueden pasar pues muchos años para saberlo. Tal
es la dinámica de todo experimento nuevo. Y siendo así, es innegable e
indiscutible que casi todos los ciudadanos de Occidente llevamos décadas siendo
utilizados como cobayas en un gigantesco macro-experimento. Somos la primera
comunidad de humanos de la Historia que hemos sido masivamente vacunados con
productos fabricados por las empresas farmacéuticas sin saber antes con certeza
ni su eficacia real ni sus posibles complicaciones. Y lo mismo digo de los
antibióticos: se consideraban seguros, y lo que de verdad se ha conseguido es
que las bacterias se vuelvan resistentes a ellos. Y no son más que dos simples
ejemplos, porque la cantidad de sustancias y productos que nos han inoculado
sin saberse sus consecuencias reales es enorme. Por primera vez en la historia
de la Humanidad corren por nuestras venas y tejidos miles de sustancias
sintéticas ajenas a nosotros. Y encima resulta que la inmensa mayoría de las
personas que hacen de cobayas están encantadas.
—Se alega que para encontrar nuevos tratamientos es
necesario experimentar, aunque ello tenga inconvenientes y efectos adversos.
—Experimentos a los que no se someten quienes los hacen,
porque saben bien lo que puede pasarles. Y lo dramático es que además están
dando resultados nefastos. ¿Sabe lo que ha pasado desde que empezaron a hacerse?
Que están naciendo millones de niños con alteraciones genéticas afectados de
"enfermedades raras", que millones de jóvenes se han vuelto estériles
y para reproducirse necesitan acudir a clínicas para tener hijos por métodos
industriales, que más de la mitad de la población padece ya alguna patología
grave autoinmune y, finalmente, que las enfermedades degenerativas y el cáncer
baten récords año tras año. Y lo más terrible es que aunque el fracaso del
macroexperimento es evidente y, en consecuencia, el destino de los
ciudadanos-cobaya es cada vez más catastrófico y apunta hacia su aniquilación,
¡el sistema de salud no quiere pararlo porque los intereses económicos son
gigantescos! Y encima los pocos médicos que denunciamos esta tragedia somos
censurados y nuestra voz no se deja oír.
—Tiene usted razón. En la revista llevamos más de 20 años
denunciando lo que pasa, pero nadie se hace eco tampoco. Son tantos los
reportajes de denuncia ya publicados, que en nuestra web ha
habido que agruparlos en un apartado propio. Y eso que son trabajos
documentados, como sus afirmaciones, porque nos consta que los datos que acaba
de dar aparecen en los informes del Instituto Nacional de Estadística y en
las web de las asociaciones de enfermedades raras. Es
inexplicable pues que los grandes medios de comunicación lo silencien, como lo
es que haya tan pocos médicos, biólogos, farmacéuticos, químicos, veterinarios,
nutricionistas y otros profesionales expertos que hagan lo mismo que usted.
—Cada vez hay más que también lo denuncian, sólo que, al
igual que me pasa a mí, son igualmente ignorados o silenciados, por nuestros
propios colegas, por las autoridades sanitarias, por los organismos nacionales
e internacionales que controlan las industrias sanitarias y por los periodistas
de los grandes medios, ya que también están condicionados, cuando no
controlados o comprados.
En cuanto a mí, no siento
satisfacción u orgullo por haber escrito este libro sobre la iatrogenia médica
sino una profunda pena, pero siento que tengo la obligación ética de denunciar
la realidad satánica que campea por nuestra sociedad. Y como creyente, espero
que Dios me ayude y proteja en este empeño.
—Permítame una última pregunta: ¿qué medidas urgentes
tomaría si fuera usted ministro de Sanidad?
—¡Tantas cosas! Lo que sin embargo nunca haría es prohibir
los métodos y técnicas médicas naturales y tradicionales que llevan siglos
demostrando su eficacia y aun así ahora pretenden prohibirse. Es más,
reintroduciría en la carrera de Medicina conocimientos tradicionales, como, por
ejemplo, el estudio de las plantas medicinales y su uso terapéutico; de hecho
es inexplicable que los médicos desconozcan hoy las propiedades de las plantas
medicinales. Es un sinsentido que sólo beneficia a las farmacéuticas. Y, por supuesto,
promocionaría el estudio de la homeopatía, el naturismo, la dietética, la
medicina bioenergética, la hidroterapia, la geoterapia y otras muchas
disciplinas. En cuanto al ámbito asistencial transformaría algunos de nuestros
grandes hospitales industriales en hospitales-balneario donde se trataría a la
gente con varias de las técnicas que quieren prohibir. Todo ello sin renunciar
a lo bueno que hay en el sistema sanitario, ya que hay tratamientos modernos
que tienen sentido y han probado ser eficaces. Los ciudadanos deberían poder
elegir libremente a qué tipo de médico prefieren acudir y con qué tipo de
medicina ser tratados. Me da sin embargo la impresión de que ninguno de
nosotros va a disfrutar de un sistema sanitario así.–
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Los anteriores
artículos son una exposición de la visión que tiene con respecto a la medicina
y a muchos tratamientos médicos el médico español Enric Costa Vercher, autor de
algunos libros, en los que se manifiesta altamente crítico con muchos
postulados, enfoques y prácticas de la medicina predominante. El primero es un
planteamiento general publicado en Septiembre de 2019, y luego va una
entrevista que le hiciera el investigador Jesús García Blanca, coautor de uno
de los libros del doctor Costa. Ambos textos fueron publicados en la
revista Discovery Salud, y los
presentamos aquí para difundir expresiones claves que el sistema médico
establecido siempre quiere silenciar para continuar alimentando su industria.
https://editorial-streicher.blogspot.com/2021/02/planteamientos-del-dr-enric-costa.html
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