© ¿QUIÉN ES EL QUE PASA, EL TIEMPO O
NOSOTROS?
El hecho de señalar etapas en el tiempo marcando días, semanas, meses, años... es una costumbre arraigada que nos da una sensación de control, al menos, de estabilidad.
Así cuando llega el 31 de diciembre lo llamamos final de año
y al 1 de enero, comienzo de año y nos apresuramos a hacer balances de lo hecho
y previsiones o deseos de lo que queremos (o querríamos) hacer.
El tiempo así formateado es una rueda que se repite de forma
continua a través de las cuatro estaciones (invierno, primavera, verano, otoño)
con sus diferentes situaciones climáticas.
Pero lo cierto es que el “tiempo humano” es un continuum que sobrepasa este esquema.
Quizás lo más ajustado sería hablar de niñez, juventud, madurez, vejez o algo similar pues parece que se adecue mejor al transitar vital de los seres humanos.En cualquier caso, emparejar nuestras acciones al tiempo y
mencionarlo en celebraciones de aniversarios diversos es un ejercicio podríamos
decir de pertenencia a la experiencia vital.
La respuesta a la pregunta reflejada en el título, aunque
nos pese, es que somos nosotros quienes pasamos. El tiempo es un concepto
abstracto al que nos hemos habituado como una muleta para vivir.
Sin ir más allá en disquisiciones filosóficas, toda
referencia al tiempo es un entretenimiento para estructurar en lo posible
nuestra estancia en este mundo.
La vida es un proceso del que nosotros formamos parte. Es
como un río que va fluyendo hacia el mar en un ciclo perenne que se
retroalimenta en un circuito cerrado.
Nuestra presencia temporal en esta dinámica natural conlleva
una serie de interrogantes que intentamos buenamente entender mientras vamos
haciendo nuestro camino.
La medida de tiempo va desde el pequeño espacio cuántico
hasta las eras geológicas y cosmológicas y nosotros estamos insertos en un
espacio temporal muy limitado que nos impide la visión panorámica
Un gran choque el que se produce entre nuestra percepción de
ser los "reyes de la creación" y la dura realidad de ser unos
componentes más entre la multitud de elementos que configuran la propia
naturaleza y la vida.
Quizás para paliar en lo posible este desengaño nos hemos
inventado dioses, mitos y religiones que supongan, al menos, una aureola de
trascendencia para nuestra pequeñez en el universo.
¿A qué responde toda esa divagación? Bien, no hace ningún
daño constatar nuestra situación real en este entramado inmenso donde estamos.
Darnos cuenta de nuestra verdadera importancia a nivel cósmico es una cura de
humildad que puede convenirnos para encarar los retos que se nos plantean.
Pero se impone expresar una vez más la decepción que supone
ir tan vendidos en cuanto a los temas trascendentes, pues conocer algunos
podría confortarnos en gran medida.
Lo penoso es tener una inteligencia que te aboca a hacerte preguntas
para las que no hallas respuestas y por tanto te deja aún más angustiado.
¿Ser más ignorantes nos aportaría más calma en esta
aventura? Si nos dieran a elegir, ¿preferiríamos no ser tan reflexivos y
ahorrarnos esa sensación de estafa vital?
A pesar de no ser más que especulaciones gratuitas que no
hacen más que añadir malestar a nuestra congénita desinformación vital, si
removemos dentro de nosotros seguro que podemos encontrar la luz.
O sea que toca no desfallecer e ir al encuentro de la sabiduría
que todos tenemos, para ver claro.
O así me lo parece
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Joan Martí – elcamidelavida@gmail.com - 28
diciembre 2023
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Primero falsifican la Historia después todo lo demás
ResponderEliminarEL NAPOLEÓN DE RIDLEY SCOTT https://anunnakibot.blogspot.com/2024/01/06-89-anunnakibot-el-napoleon-de-ridley.html