REVOLUCIÓN MORAL FRENTE AL ESTADO CAPITALISTA
Las instituciones del poder, en su astucia, nos han vendido una «bondad» que no es más que un disfraz para la cobardía y la resignación: es una sumisión revestida de falsa decencia, diseñada para apaciguar los ánimos y acallar cualquier signo de disidencia. Esta pseudo-moral es una herramienta de control que se infiltra en nuestras vidas con su apariencia de tolerancia y civilidad, mientras su verdadero objetivo es afianzar los intereses de los poderes dominantes.
La verdadera moral es rebelde y no teme enfrentarse a esa “bondad”
de apariencia benévola que exige obediencia y sacrificio a favor del poder.
Esta moral auténtica nos exige resistencia, lucha, una confrontación directa
con el sistema y sus estructuras de opresión. No es una moral resignada, sino
combativa, que se distancia del hedonismo egoísta y de la pasividad de las
“espiritualidades” modernas, que en realidad sirven para neutralizar nuestro
ímpetu.
Nos llaman a «aceptar», a «dejar fluir» y a vivir de manera
despreocupada, mientras el poder sigue avanzando en su propósito de despojarnos
de nuestra libertad. La moral verdadera no se doblega ante esta lógica, sino
que la combate, y su naturaleza es precisamente la de oponerse a cualquier
forma de dominación impuesta desde arriba.
A lo largo de la historia, hemos visto cómo los grandes
sistemas de poder han utilizado esta «moral de estado» para justificar sus
abusos. Ya Mandeville hablaba irónicamente de una supuesta “virtud pública” que
en realidad era sólo una máscara para los vicios privados. Sin una moral verdadera,
sin un sentido ético profundo y autónomo, estamos condenados a una sociedad
vacía, carente de justicia, donde el egoísmo y el consumo desenfrenado se
convierten en ídolos de la modernidad.
La auténtica moral no es un lujo ni una postura cómoda: es
un principio de acción y resistencia. Sin ella, no puede haber comunidad,
dignidad ni auténtica libertad.
El derecho y el deber de autodefensa es una de las máximas
expresiones de esta moral de resistencia. En un mundo donde las fuerzas armadas
y las corporaciones defienden los intereses de las élites, un pueblo libre no
puede delegar su defensa. La historia nos muestra ejemplos como las milicias
concejiles, que representaban un modelo de defensa popular verdaderamente
comprometido con la comunidad, y no con los intereses del Estado o de los
ejércitos profesionales.
El pacifismo que rechaza toda forma de autodefensa
beneficia, en última instancia, a quienes desean mantener el control
centralizado. Un pueblo armado es un pueblo que asume la responsabilidad de su libertad,
que no se deja someter sin resistencia. Esto no implica agresión, sino una
disposición a resistir, una ética de defensa arraigada en la legitimidad y la
justicia, controlada directamente por la voluntad popular.
Y aquí radica uno de los problemas de nuestra sociedad
actual: la juventud, otrora símbolo de cambio y rebeldía, ha sido domada y
sumida en la desesperanza. Frente a un sistema que ha vaciado su espíritu, la
juventud se ha convertido en una masa dócil, atrapada en un vacío existencial.
Las instituciones, desde la educación hasta los medios, han cultivado esta
sumisión. La educación no forma ciudadanos críticos; educa obedientes.
Alrededor de la juventud se han tejido estructuras de consumo y distracción que
les vacían, mientras el pensamiento crítico es erradicado sistemáticamente.
Así, la juventud ha sido convertida en un rebaño resignado, una generación que
ha perdido el sentido de lucha y dignidad.
Pero aún es posible que los jóvenes que rechacen este
destino se levanten y forjen un proyecto revolucionario, transformándose en los
líderes de una resistencia real, de una organización genuina que desafíe al
poder y recupere el sentido de comunidad y dignidad.
El contexto global actual, marcado por los conflictos
bélicos en lugares como Ucrania y Gaza, favorece un entorno de creciente
fascismo y militarización. Los Estados y las grandes corporaciones financian y
apoyan el surgimiento de grupos extremistas que sirven de brazo armado para
sofocar cualquier resistencia popular. La violencia organizada se convierte en
una herramienta para preservar el orden establecido y controlar a una población
disidente. En nombre de la seguridad y del “orden”, estos grupos actúan con
impunidad, reprimiendo y sofocando toda forma de rebeldía. Esta dinámica refleja
una inclinación hacia el autoritarismo, una agenda de opresión que sacrifica la
libertad en el altar de una falsa estabilidad.
La situación en Europa es insostenible, y los países de la
OTAN se dirigen hacia una militarización total de sus sociedades. A través de
distracciones mediáticas, se encubre una realidad oscura: pronto la
movilización militar será masiva y abarcará a jóvenes de 18 a 45 años. Es un
panorama desolador, en el que la juventud es sacrificada como carne de cañón,
reducida a un recurso para paliar el desempleo, mientras las élites continúan
lucrándose a costa del sufrimiento. La caída de Occidente en estos conflictos
podría significar una ruptura definitiva de su hegemonía, mientras el bloque
euroasiático cobra cada vez mayor relevancia.
Frente a todo esto, debemos tomar consciencia de que el
cambio no vendrá desde arriba, sino desde cada uno de nosotros, desde nuestra
propia vida y nuestros actos cotidianos. El sistema sanitario, por ejemplo, no
busca la salud sino el control. Su función real es crear dependencias,
mantenernos como pacientes crónicos que perpetúan su dominio. Es fundamental
recuperar nuestra salud, asumir la responsabilidad sobre nuestro propio
bienestar, sin ceder a un sistema que nos enferma y nos domina. En lugar de someternos
a una medicina que no sana, debemos recurrir a una medicina popular, centrada
en el individuo y su autosuficiencia, una medicina que sea una herramienta de
liberación y no de sujeción.
La transformación revolucionaria comienza en uno mismo, en
la reconstrucción de una moral privada que se convierte en guía y fundamento de
la acción colectiva. Si realmente queremos cambiar el mundo, debemos empezar
por nosotros, por nuestras decisiones y valores. La moral auténtica, enraizada
en la virtud y la justicia, no es solo un ideal, sino una responsabilidad que
nos compete a todos. Sin ella, cualquier cambio es efímero, cualquier lucha se
desvanece.
La moral privada, construida y vivida a diario, es el pilar
del cambio verdadero; es la base de una resistencia que desafía al poder y de
una libertad que solo puede surgir desde el compromiso ético de cada individuo.
JUSTO SUÁREZ
https://acratasnet.wordpress.com/2024/11/04/revolucion-moral-frente-al-estado-capitalista-en-guerra/
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