¿EXISTE UN CÓDIGO EXTRATERRESTRE EN NUESTRO ADN?
Extraterrestres
podrían haber almacenado un código en nuestro ADN y un programador cósmico o
demiurgo podría haber embebido un código en la supersimetría del
universo.
Aunque esto sugiere
la trama de las películas de ciencia ficción más populares de nuestra era, es
también materia de la más relevante investigación científica, el punto de
encuentro entre una estructura matemática subyacente en el universo y la
existencia de Dios (o el Programador).
Aprendí que las criaturas de forma de dragón estaban dentro de todos
los seres vivos, incluyendo el hombre. Eran los verdaderos maestros de la
humanidad y de todo el planeta, me dijeron. Nosotros humanos eramos los meros
receptáculos y sirvientes de estas criaturas. Por esta razón me podían hablar,
porque estaban dentro de mí. En retrospectiva uno diría que son casi como el
ADN.
Michael Harner, The Way of the Shaman.
Al leer el título de este artículo algunos lectores seguramente pensarán que se trata de basura New Age (y al acabar de leerlo lo habrán confirmado). O quizá no. Personalmente la pregunta de si existe un trazo de diseño inteligente en nuestro ADN y sobre todo en el universo, me parece no sólo una pregunta fascinante sino también ineludible en la investigación de aquello que podemos llamar en términos escuetos “la naturaleza de lo real”. Sin tener las herramientas para argumentar científicamente a favor (ni en contra), y más allá de intuiciones o experiencias personales que mejor entrarían en un confesionario o en una bitácora de poemas metafísicos dirigida a apenas una decena de lectores, considero que el tema merece la discusión más seria –y si tenemos una visión amplia entonces debemos también admitir cierta veta especulativa, de lanzar hipótesis al espacio (naves extrasolares) intentando sustentarlas, pero no limitando la imaginación, una forma también de acceder al conocimiento.
En una nota anterior
entretuvimos la idea de Alan Watts, tomada directamente de los Vedas pero
simplificada para discurrir como un cuento de cuna, de que el universo es el
juego del escondite del creador: “Dios
también gusta de jugar al escondite, pero como no hay nada fuera de Dios, no
tiene nadie con quién jugar más que él mismo”. Ahora bien, si esta
metáfora del juego prístino que es el ocultarse (seduciendo) es elevada a una
concepción cosmológica del mismo jugar, podemos suponer que Dios no se
escondería en las nubes, cubriendo su rostro relampagueante con una gran
cumulonimbus, o tampoco se ocultaría vacacionando en un planeta distante.
Siguiendo la idea de que no hay nada fuera de Dios, como no hay nada en el
universo que no sea el universo (todo es la explosión-expansión de una única
cosa), entonces es plausible que se ocultara en todas partes, siendo este el
lugar más apropiado para una entidad de su tamaño.
Quizás como la carta robada de aquel cuento de Edgar Allan Poe: el cosmos es su escritorio. Pero también como ese divino ocultamiento que es la seducción entre la polaridad positiva y negativa, masculina y femenina. Y más aún, jugando con tradiciones místicas como la Cábala, se escondería en la escritura misma, en la creación, en el código –un panteísmo intertextual: la cifra entre líneas. (Recordemos que el entendimiento de los físicos de la Interpretación de Copenhague, y después de John Wheeler, hace pensar que los átomos más que partículas de energía son bits de información. Erik Davis actualizó el Génesis: “In the beginning was the Info, and the Info was with God, and the Info was God.”
Borges atinadamente llamó la experiencia holográfica
de la teofanía: el Aleph, la primera letra del alfabeto del “pueblo de Dios”).
¿Dios como la in-formación del universo? En nuestro caso
esa in-formación es el ADN.
Un código que despliega nuestro cuerpo y quizás nuestra conciencia de la misma
forma que un código informático despliega una página de Internet o una imagen
digital. Roberto Calasso, en su formidable texto Ka, describe la creación de Prajapati:
[...] detrás de las
siluetas de las rocas, un número, una palabra, una equivalencia: un estado de
la mente que se adhería, se mezclaba con otro estado. Como si cada estado fuese
un número. Esta era la equivalencia primera.
La gnosis, el
conocimiento superior, tiene como presupuesto conocer aquello más allá de lo
evidente. Como aquel que observa el cable transparente sobre el cual el
ilusionista levita, entre el azoro de la crédula audiencia. La ciencia
moderna en su concepción más elevada no tiene como fin extraer recursos de la
naturaleza –tiene como medio extraer recursos de la naturaleza para permitir
descubrir sus secretos. Observar el código detrás de la zarza ardiente que
emite los comandos… los transistores, interflujos y microresistores detrás de
la pantalla azul. El algoritmo, arquetipo y patrón que nos repite.
La idea de que nuestro ADN, ese libro biogenerador, no es el resultado de la aleatoria combinación de proteínas y aminoácidos (o letras), comúnmente ha sido del dominio del new age y de esa rama ignara del creacionismo que germina particularmente entre los fundamentalistas religiosos. Pero no es del todo disparatada, como no lo es tampoco el principio antrópico, que sostiene que el fino equilibrio entre las constantes cosmológicas indica que el universo está diseñado específicamente para albergar la evolución de la vida y el surgimiento de la conciencia. Habría que aclarar que entre la serie de posibilidades de un multiverso es igualmente probable que la inteligencia humana sea un subproducto de la entropía, el caos, el azar, sin mayor teleología que el choque de meteoros en el espacio.
En la actualidad
aquel fervor religioso teísta se ha desdoblado en la ufología y en la
exobiología: las pruebas de la existencia de Dios de los grandes doctores de la
Iglesia, son hoy los estudios, aunque fatuos, del SETI (Search For
Extraterrestial Intelligence), como primer acercamiento al misterio de lo
inconmensurable. Evidentemente las pruebas de que la vida inteligente existe
fuera del planeta Tierra no serían las pruebas de la existencia de una inteligencia
creadora del universo, ni mucho menos. Pero dicha realización abriría la puerta
a nuevas variables en el programa.
Aunque difícilmente
respetados dentro del mainstream de la ciencia, algunos científicos rusos o de
países ex soviéticos han investigado campos anatema para lo que se conoce como
el establishment. La paraspicología, la bioenergía (¿los
fotones que emite el cuerpo humano?) y la exobiología son algunos de ellos.
Recientemente Vladimir I. shCherbak de la Universidad al-Farabi de Kazajistán y Maxim
A. Makukov del Instituto Astrofísico de Fesenkov han colocado en los medios
masivos de comunicación la hipótesis de que existe una señal inteligente
embebida en nuestro código genético, un mensaje semántico que pone en
entredicho la evolución darwiniana clásica. Lo que llaman un “SETI biológico”
significaría un cambio de paradigma en la búsqueda de inteligencia
exoplanetaria, más allá de una transitoria emisión radioestelar, ya que esta
señal tendría una mucho mayor probabilidad de ser detectada debido a la
longevidad, con la cual podría permanecer en nuestro código genético.
Escribiendo en el
jornal Icarus, quizá
volando demasiado cerca del sol, los científicos kazajos escriben: Una vez
fijado, el código podría permanecer inmutable a través de escalas cosmológicas;
de hecho, es el constructo de mayor duración conocido. Así representa un
mecanismo de almacenamiento excepcionalmente confiable para una firma
inteligente. Una vez que el genoma es reescrito apropiadamente, el nuevo código
con la forma podrá permanecer congelado en la célula y su progenie, la cual
podrá luego ser emitida a través del tiempo y el espacio.
Algunos aquí
seguramente reconocerán la trama de la película Prometheus, o aquella tenencia epistemológica del new
age obstinada en otorgar al “ADN basura” un estado inerte en espera de una
especie de activación galáctica –encendiendo los cordones restantes de la
espiral ribonucleíca, hacia una nave dodecaédrica, sublimación del Logos (la
serpiente que cobra alas). Esto, según el nuevo folklore, a partir de
pensamientos positivos, interacciones angelicales, transmisiones
galácticas, crop circles y
demás radiaciones secretas. Como si se volviera a probar, libremente, de la
fruta del Árbol del Conocimiento. No es mi interés aquí desechar a manera de
burla los preceptos del andamiaje de la filosofía de la nueva era, que no
soporta argumento racional pero sí, acaso, argumenta con una fe radical en el
sentir, en la polisemántica de la energía –con sus sutilezas inaprehensibles.
El placebo. Un placebo que sin embargo se mueve, y hace movernos hacia regiones
insospechadas de interacción mente cuerpo.
Los zahoríes Makukov
y shCherbak consideran que una manera de
comprobar esta hipótesis sería descubrir patrones estadísticamente significativos
que poseen sellos inteligentes, inconsistentes con un proceso natural
aleatorio. Según ellos, un análisis del genoma humano despliega un orden de
proporciones cósmicas entre el mapeo de los nucleótidos del ADN y los
aminoácidos. “Simples arreglos en el código revelan un ensamble aritmético y
patrones ideográficos del lenguaje simbólico”. Esto incluiría notación decimal,
transformaciones lógicas y el uso abstracto del símbolo del cero. Tal que los
patrones subyacentes parecen ser el producto de una “precisa lógica y una
computación no-trivial”.
La hermenéutica, ya
no de las letras humanas, sino de las letras genéticas, quizás letras de las
estrellas , podría ser la siguiente rama dorada de la ciencia. Recordemos
que nosotros ya somos capaces de grabar frases de James Joyce en las células o
de programar vida sintética.
¿Qué no sería capaz de embeber en su sistema aquel que John Lilly llamara el Programador de la Computadora Cósmica? Algo por el momento ininteligible, pero que empezamos a vislumbrar: ”Soy hombre: duro poco y es enorme la noche. Pero miro hacia arriba: las estrellas escriben. Sin entender comprendo: también soy escritura y en este mismo instante alguien me deletrea“, dijo Octavio Paz.
¿Qué no sería capaz de embeber en su sistema aquel que John Lilly llamara el Programador de la Computadora Cósmica? Algo por el momento ininteligible, pero que empezamos a vislumbrar: ”Soy hombre: duro poco y es enorme la noche. Pero miro hacia arriba: las estrellas escriben. Sin entender comprendo: también soy escritura y en este mismo instante alguien me deletrea“, dijo Octavio Paz.
El físico Sylvester
James Gates de la Universidad de Maryland, asesor también de Barack Obama en
Ciencia y Tecnología, sugiere que se ha encontrado un código informático
inscrito en la realidad –o al menos en las ecuaciones fundamentales que se
tienen para describir la realidad. Se han encontrado “códigos computacionales”
en las ecuaciones de la supersimetría del universo descritas en la teoría de
cuerdas “indistinguibles de las que operan en un motor de búsqueda”. Este
código es el código inventado –o descubierto– por Claude Shannon, el padre de
la informática. “No sé si estamos viviendo en la Matrix”, dice Gates. Estos
códigos han sido encontrados en lo que se conoce como Adinkras –objetos
geométricos que codifican relaciones matemáticas entre partículas
supersimétricas (el nombre proviene de las representaciones gráficas de
aforismos usadas por algunas culturas africanas).
Existe un parangón
entre este código hallado en las ecuaciones de la supersimetría y lo propuesto
por los científicos kazajos: “Si estudias un animal, eventualmente te
encuentras con el ADN. Esto es esencialmente lo que nos ocurrió a nosotros.
Estos códigos que encontramos, son como el ADN que yace dentro de las
ecuaciones que estudiamos [...]. Esta insospechada conexión sugiere que
los códigos deben de ser ubicuos en la naturaleza, y podrían estar embebidos en
la esencia de la realidad”.
Los códigos
encontrados son lo que se conoce como “doubly-even self-dual linear binary error-correcting block codes”,
usados comúnmente para remover errores en transmisiones informáticas, por
ejemplo, para corregir ecuaciones en una secuencia de bits representando texto
que ha sido emitido a través de cables. Entrando en el terreno especulativo,
este código podría ser el código de autocorrección de la Gran Simulación
Cósmica, por medio del cual el programa corre con un “efecto de realidad”,
manteniendo su ilusión, por así decirlo, al no mostrar ningún error o glitch. Como ejemplo podríamos recordar la
película Truman Show, donde el
protagonista vive en una realidad simulada específicamente para él. En ese
caso, el protagonista podía descubrir que vivía en una simulación con sólo
aventurarse más allá del foro de televisión que había substituido su ciudad,
donde la producción ya no tenía control; pero en nuestro caso, no hay un más
allá del “foro de televisión”, en todo el espacio se reproduce automáticamente
el código de la realidad diseñada –el código no sólo está embebido en el
espacio, es el espacio mismo.
Para explicar cómo
es que la realidad puede surgir de un programa informático, Gates retoma el concepto
de “it from bit”, de John Archibald Wheeler. “Él sugirió que cada “ente”–cada
partícula, cada campo de fuerza, incluso el continuum tiempo-espacio –deriva su
función, su significado, su misma existencia… de las respuestas a preguntas de
sí o no suscitadas por el aparato, elecciones binarias, bits”. Según Wheeler
este principio “simboliza la idea de que cada ítem del mundo físico tiene una
explicación y una fuente inmaterial en el fondo: aquello que llamamos realidad
surge en el último análisis de la formulación de preguntas de sí o no y
el registro de las respuestas evocadas por el equipo [de medición]; en otras
palabras, que todas las cosas físicas son de origen teórico-informático y este
es un universo participatorio”.
El universo que
describe Wheeler, no sólo es un universo donde la realidad primaria es la
información –es un universo donde la realidad emerge de la interacción: el
mundo objetivo se ve trastocado por el mundo subjetivo, al punto de que no
existe una división entre el observador y lo observado. Por alguna extraña
razón el código del universo parece reflejar nuestro código –o viceversa.
Aquí hay dos variables posibles.
Que el universo, como una entidad fija constreñida a leyes inmutables, no exista. Que sea una especie de creación perenne, in situ, que reproduce coherentemente los estados de nuestra mente: que se ajuste permanentemente a nuestras preguntas: una esfinge virtual sin un último secreto. O que nuestra mente reproduzca las leyes del universo, códices internos o tabernáculos que se van revelando en la inmantación de la conciencia en el tiempo. La primera variable admite un vértigo alucinatorio, una irrealidad sistémica; la segunda concede una revelación evolutiva, una eclosión de la palabra celeste, y sobre todo, la noción fundamental de que podemos acceder a ese código porque remotamente fuimos nosotros mismos los que lo diseñaron. El código cósmico: la auto-seducción de la divinidad.
Que el universo, como una entidad fija constreñida a leyes inmutables, no exista. Que sea una especie de creación perenne, in situ, que reproduce coherentemente los estados de nuestra mente: que se ajuste permanentemente a nuestras preguntas: una esfinge virtual sin un último secreto. O que nuestra mente reproduzca las leyes del universo, códices internos o tabernáculos que se van revelando en la inmantación de la conciencia en el tiempo. La primera variable admite un vértigo alucinatorio, una irrealidad sistémica; la segunda concede una revelación evolutiva, una eclosión de la palabra celeste, y sobre todo, la noción fundamental de que podemos acceder a ese código porque remotamente fuimos nosotros mismos los que lo diseñaron. El código cósmico: la auto-seducción de la divinidad.
Por último, me
parece relevante compartir la que considero es una de las frases más memorable
del escritor argentino Jorge Luis Borges (decía Terence Mckenna: “estamos
atrapados en un software codificado
por el fantasma de Jorge
Luis Borges”):
«El mayor hechicero
(escribe memorablemente Novalis) sería el que hechizara hasta el punto de tomar
sus propias fantasmagorías por apariciones autónomas. ¿No sería ese nuestro
caso?» Yo conjeturo que es así. Nosotros (la indivisa divinidad que opera en
nosotros) hemos soñado el mundo. Lo hemos soñado resistente, misterioso,
visible, ubicuo en el espacio y firme en el tiempo; pero hemos consentido en su
arquitectura tenues y eternos intersticios de sinrazón para saber que es falso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario