Defender los valores culturales parece ser
una idea en la que todos estaríamos de acuerdo, sobre todo en
tiempos como este, cuando se suscitan grandes migraciones que
producen la mezcla de razas y costumbres, la falta de adaptación de
los que llegan y la intolerancia de los que habitan desde antes (y
que, generalmente, también migraron alguna vez).
Pero, ¿qué es la cultura? Ahora
descorreremos el velo de la conspiración más importante que cae
sobre la humanidad: la farsa cultural.
Para un fanático del fútbol (soccer), su afición
deportiva pasiva es parte de su acervo cultural. Se identifica con
los colores de una camiseta, ama a uno o varios líderes hábiles en
la competencia, apoya con cánticos y hasta se enfrenta materialmente
con sus adversarios.
En algo tan ínfimo, se hace presente una bandera,
una vestimenta, el lider carismático, las marchas y la guerra.
Más cercana a la aceptación general, está la
cultura nacional. Los habitantes de una nación se rigen por una ley
o constitución, una bandera, un territorio, su himno y marchas, un
líder, su acervo histórico, ciertas costumbres en común y la
posibilidad , siempre latente, de que salgan a combatir contra otra
nación.
La cultura religiosa, en tanto, puede o no formar
parte de la nacional, trasciende sus fronteras, tiene sus propios
líderes, sus símbolos, costumbres, cánticos, historia… es una
costumbre sobre-impuesta a otra (la nacional) y, como las anteriores,
puede conducir a una guerra, aún cuando todas las religiones
predican el amor.
Por otra parte, está la cultura de la sangre o
folclórica. Tiene que ver con los ancestros personales, la raza, la
historia, los clanes, tiene sus símbolos y sus costumbres, sus
dioses, sus tradiciones. De alguna manera es más valiosa y real que
las anteriores, porque responde a la genética del individuo, a su
historia familiar y real y tiene el soporte de ser la más antigua de
todas las culturas descritas anteriormente. Tiene, también, el
inconveniente de que, casi todos los humanos, hoy en día, somos
mezcla de diferentes razas y culturas tradicionales.
La guerra, el enfrentamiento con lo diferente,
está presente en el trasfondo de todas estas tradiciones. Las
culturas dividen a la humanidad.
Luego, en tiempos recientes, surge la
“posmodernidad“, la cultura del Nuevo Orden
Mundial, la religión de la Nueva Era, que parece cerrar un ciclo y
volver a unir lo separado. Sólo que, dentro de esa forma cultural,
surgen otros enfrentamientos, más localizados. El feminismo, los
movimientos homosexuales, la defensa de la pedofilia, el
enquistamiento religioso resilente, las grandes migraciones, que son
percibidas como invasión, etc. etc. etc.
¿Cuál es la realidad?
Todas las culturas, todas, son falsas. Los romanos
invadieron Grecia y fueron conquistados culturalmente, como sucedió
entre Japón y China… pero… ¿de dónde surge la “cultura
griega”? ¿Existió realmente como tal? ¿Era Atenas culturalmente
similar a Esparta?… No lo era… Sólo los unían lazos políticos,
económicos y religiosos.
Si podemos hablar de una cultura griega, fue la
del Siglo de Pericles, siglo V a.c., cuando ya la nación estaba en
franca decadencia.
Así, cuando hablamos de culturas tradicionales o
folclóricas, como la celta, nórdica, germana, maya, etc. nos
estamos refiriendo a culturas de naciones que ya no existen, aunque
debemos admitir que son de una riqueza mayor que las nacionales
actuales.
Si hemos de hablar de una cultura común a la
humanidad, tendríamos que referirnos a la atlante o a la
pre-atlante… pero, en verdad, qué nos dice que nuestro origen no
es anterior, cósmico, espiritual.
Cuando leo en la red posturas que defienden tal o
cual cultura, me percato de lo olvidadizos que somos, de lo limitados
y hasta infantiles; defendiendo un equipo de fútbol o una nación o
una religión. Todo eso fue puesto sobre nuestras espaldas para
controlarnos, para hacernos creer que somos y pertenecemos a algo
“externo a nosotros mismos”.
CENTINELA NOCTURNO
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