En
el Capítulo “La duración de la vida del Tathagatha” (Cap. 16)
del Saddharma Pundarika Sutra, el Budha declara que su existencia no
se limitó a la expresión física de entonces, la personalidad
Siddharta Gautama, sino que ésta es la manifestación de la vida del
budha original, surgido en el pasado sin comienzo, el cual es
inmortal, no-nacido y permanece presente en la existencia de cada ser
vivo.
Esta idea forma parte de lo que
provee el análisis del surgimiento de la torre de los tesoros, donde
la asamblea puede ver al Buda de la Ley (Taho) y el Buda de la
Sabiduría y Compasión (Shakyamuni) compartiendo dicha torre. Taho
representa un rico simbolismo de la insondable naturaleza de Buda,
inherente a la vida de todas las personas.
Según esta enseñanza, la naturaleza
intrínseca del buda vivo y manifiesto (Gautama) es una manifestación
del buda original (Taho) que permanece inmóvil en el universo real
(espiritual).
La buena noticia es que cada ser
posee la misma naturaleza.
La comprensión de esta enseñanza
cambia radicalmente el punto de vista y desarrollo de nuestra
existencia individual y le da a nuestra vida una magnitud diferente a
la que estamos acostumbrados.
Mientras la mayoría de las
religiones se han ocupado en demostrar que fuimos creados por alguien
superior y que fallamos constantemente como hijos de ese creador, el
budismo está dándole un valor insondable a nuestra existencia,
mismo que revaloriza toda nuestra actitud frente a dicha existencia.
Similar al mensaje de Jesus El
Nazareno, el de Budha hace hincapié
no en la imperfección y el pecado, sino en la naturaleza divina de
todos los seres.
Así como Jesús afirma que lo que
muere en la cruz es su “cáscara”, así, cada uno de nosotros,
estamos provistos de cubiertas personales y somos, en realidad, de la
misma naturaleza que el Kristos, o el Budha.
Fue necesario reducirnos a esta
característica de criaturas (creaturas, creados) producidas por un
dios superior, débiles y pecadoras, para así permitir el control y
manipulación de nuestras vidas por entidades demoníacas.
El control se asienta sobre nuestro
sentimiento de inferioridad, el temor a dios y la ignorancia de
creernos diferentes a los demás.
Por esta razón los medios van a
promover toda actividad que muestre las bajezas del humano y todo
aquello que nos divida.
La muerte, el terror mayor, se
convierte en la herramienta básica del olvido y la reducción de un
ser Inmortal y Eterno a la condición de animal sufriente.
Como si eso fuera poco, se nos enseña
que el dolor es parte de nuestro entrenamiento y que el mal es
producto de nuestra elección.
Pero no creamos que, con esto, el
budismo predica la inexistencia de Dios. Por el contrario, el budismo
NO SE OCUPA de Dios y estas aclaraciones que hago son para que nos
desembaracemos, de una vez por todas, de ese fantasma reconocido como
Jehova, Adonay, Yahve, líder de una nación que lo ha seguido
erróneamente, así como todos aquellos que se adhieren a la
adoración de su nombre.
Todo lo existente emana del Ser y
éste es no-nacido, por lo cual la muerte pasa a ser una
circunstancia propia del arquetipo de vida imperante en esta
dimensión, no hay degradación, ni enfermedad, ni muerte en el Ser
que es, ulterrimamente, nuestra realidad intrínseca.
Llevar esta idea a su manifestación
en nuestra presencia terrenal sería el objetivo supremo de esta
filosofía, venciendo al dolor y al mal para siempre y escapando de
la ilusión de la rueda del samsara.
Por otra parte la “ilusión” ha
sido tan fuerte y tan magistralmente sostenida con creencias, que a
los hombres se nos hace difícil entender la eternidad y lo infinito,
cuando lo realmente incomprensible y absurdo es creer que todo tiene
un origen y un final, que la eternidad no existe y que todo,
absolutamente todo, es impermanente.
La impermanencia es una
característica propia del fenómeno ilusorio, pero esto lo veremos
más a fondo en otro capítulo.
Podemos decir que, en apariencia,
todo fluye como una sucesión de acontecimientos, que incluso la
materia más sólida fluye, se descompone y recompone; pero, sin
embargo, no hemos podido NUNCA lograr que la energía desaparezca,
siempre vuelve a integrarse en algo nuevo.
El ser es la energía primordial,
capaz de adquirir innumerables formas, pero siempre presente en el
si-mismo.
Todo es eternidad, no hay creación
y, si queremos, podemos llamar a ese todo “Dios”. Nadie puede
impedirlo.
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