A la izquierda los seres ZOMBIS
A la derecha los seres VIVOS
A la izquierda el SUFRIMIENTO INUTIL
A la derecha el APRENDIZAJE
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Abel Novoa (26-9-1966) es médico de familia, doctor en medicina, master en bioética y estudioso de los nuevos paradigmas de la salud y la medicina.
Es
un profesional con iniciativa y energía, comprometido con la defensa
de la equidad y el derecho a la salud. Los
profesionales favorables a la transparencia en el acceso a los
medicamentos y a las tecnologías sanitarias leemos
con interés sus periódicas contribuciones en el blog de NoGracias,
por la profundidad de sus análisis y la actualidad de los temas que
elige.
PREGUNTA:
¿Qué le sugiere esta noticia?: por cada 1.000 dólares que gasta la
industria farmacéutica en formación médica se incrementa casi un 5
% la prescripción de estatinas de marca Me sugiere una toma de
decisiones sesgada que condiciona riesgos para los pacientes y gasto
ineficiente de recursos
públicos.
Teóricamente,
los medicamentos deberían ser productos inelásticos, es decir, su
utilización dependería de sus propiedades intrínsecas
(objetivamente demostradas por la ciencia) y no
de
la publicidad.
Desgraciadamente,
como el artículo del que se ha extraído esa información y otros
muchos demuestran, los médicos acaban recetando “lo que se
promociona”, y eso constituye un enorme problema de salud pública
y un dispendio de recursos.
Es
muy difícil que los médicos sean capaces de resistirse a “lo que
se promociona”.
El
marketing de medicamentos es el sistema de influencia más
sofisticado del mundo porque es multinivel. Incluye
lo obvio:
-
el menudeo de las comidas con los representantes,
-
los pagos de viajes y congresos, los pequeños regalos, etc. pero
También,
lo no
tan obvio (y
mucho más influyente) :
-
la financiación de la formación médica continuada en exclusiva por la industria que ha señalado en la pregunta;
-
las conferencias de “respetados” líderes académicos “a sueldo”;
-
artículos de opinión (“construidos” por empresas especializadas en marketing científico) y “firmados” fraudulentamente por reconocidos expertos que, además, son publicados en las mejores revistas científicas del mundo;
-
ensayos clínicos diseñados para exagerar resultados positivos e infra-estimar efectos adversos;
-
investigación con conclusiones negativas escamoteada;
-
guías de práctica clínica de sociedades profesionales que utilizan ciencia sesgada y expertos con conflictos de interés;
-
unos procesos evaluativos de fármacos y tecnologías en las agencias gubernamentales debilitados por las decisiones políticas sometidas al poder de las multinacionales, etc.
Por
tanto, reducir el problema a las interacciones comerciales de la
industria con los médicos asistenciales, es no comprender la
amplitud del problema -como la ridícula transparencia que ha vendido
la industria al publicar las que llama “transferencias de valor”
que lleva a cabo con los médicos- que impedirán atacar el problema
más profundo que supone la
distorsión de toda la cadena del conocimiento biomédico;
desde su generación a su aplicación, pasando por su difusión y
evaluación
NO
TE ACABES LA CAJA DE ANTIBIOTICOS
La
práctica médica está sometida a unas influencias estructurales tan
poderosas que se acaban afectando no solo las decisiones de los
médicos que aceptan invitaciones de la industria y van a sus cursos
sino también las de aquellos que no lo hacen.
Dicho
esto, no es adecuado que un profesional sanitario participe en
interacciones cuya única finalidad es comercial, y la formación
patrocinada lo es.
Todos
vemos como incorrecto que un juez reciba regalos o sea invitado a
comer por los abogados defensores de una de las partes; aunque
después su sentencia sea justa, siempre estará manchada por la
duda. Pues bien: los médicos nos hemos convertido en jueces bajo
sospecha. Aceptar una invitación a comer no es un hecho banal para
un juez; y no debería serlo para un médico.
PREGUNTA:
NoGracias también nos ha hecho saber que la industria farmacéutica
favorece su penetración sembrando la duda; polemizando sobre ciencia
Efectivamente.
Pero esta estrategia no la inventó la Big Pharma sino la industria
del tabaco.
El
profesor de salud pública norteamericano y alto funcionario en las
administraciones demócratas de Clinton y Obama, David Michaels,
escribió en 2008 un texto definitivo al respecto, “La
duda es
su producto: los ataques de las corporaciones a la ciencia ponen en
riesgo su salud”, en el que relató como las grandes
multinacionales financian ciencia y compran investigadores para
generar evidencia que haga dudar a los legisladores y consumidores.
El
caso que describe más pormenorizadamente Michaels en su libro es el
tabaco, donde las leyes para controlar su consumo han sido moduladas
por el lobby tabaquero durante décadas, aprovechando la inevitable
incertidumbre y
datos
contradictorios de cualquier conocimiento científico.
Esta
estrategia continúa hoy: la industria alimentaria demuestra que el
azúcar no es tan perjudicial para la salud y consigue que las
etiquetas de los alimentos sean poco informativas o que no se prohíba
la venta en los colegios de
bollería
industrial; y la industria farmacéutica convence a los políticos de
que los procesos de evaluación de los nuevos medicamentos deben
facilitarse al máximo para
que la burocracia no impida salvar vidas y el avance de la
ciencia
médica.
Como
dice Michaels:
“La
industria ha comprendido que polemizar sobre ciencia es más fácil y
efectivo que hacerlo sobre política”.
La
nueva salud pública se juega en las trincheras de la influencia
política y debe utilizar, por tanto, herramientas políticas: las
exigencias de transparencia, participación o rendición de cuentas
ya no son solo requisitos para mejorar la democracia sino también
para mejorar la salud. La
visión ilustrada de una democracia dominada por los técnicos y el
conocimiento científico ya no nos sirve porque la ciencia vale para
defender una cosa y la contraria.
La
política, sin renunciar a la mejor investigación, tiene que
abandonar la idea de que los expertos y la ciencia son los que nos
señalarán el “camino verdadero” y volver a utilizar criterios
esencialmente políticos para tomar las
decisiones:
sostenibilidad, equidad, justicia, emancipación, solidaridad, etc…
Estos
criterios son más ambiguos que los que definen la ciencia
–fiabilidad, reproducibilidad, control de sesgos, simplicidad,
etc..- pero, y esto es paradójico, son menos manipulables porque
requieren deliberación pública y una visión de futuro, un
proyecto, saber dónde vamos, algo que la mera reflexión
técnico-científica es incapaz de señalar.
Hoy
podemos decir, con pocas dudas, que la visión tecnocrática de la
democracia (defendida por políticos de izquierdas y derechas) es
neoliberal, responde a los valores del mercado y, por tanto, es pura
ideología disfrazada
de
ciencia.
PREGUNTA:
¿Los costes de la investigación sobre medicamentos se “socializan”
pero los beneficios se privatizan?
Por
supuesto. La ciencia es probablemente la actividad humana más
colectiva. Es un bien común que ha sido claramente privatizado en
los últimos 50 años. Por ejemplo, hasta bien entrado el siglo XX,
las empresas farmacéuticas no patentaban sus productos: se las
denominaba “industrias éticas” para diferenciarlas de las pocas
que lo hacían y que eran despreciadas por buscar solo ganancias,
equiparando sus productos a vulgares crecepelos.
Casi
todas las multinacionales actuales comenzaron siendo “farmacéuticas
éticas” simplemente porque, tan solo unas pocas décadas atrás,
era inconcebible social y profesionalmente un conocimiento biomédico
secreto,
protegido
por patentes, no accesible a todos los pacientes (o a otras empresas
que pudieran desarrollarlo y mejorarlo) y que estuviera al servicio
de la ganancia económica pura y dura.
Hay
por tanto un cambio social, político, cultural y profesional muy
importante que ha sido el que ha permitido que el conocimiento médico
haya acabado siendo privatizado en contra de su propia naturaleza: un
bien común.
El
conocimiento en medicina es posible gracias a miles de enfermos que
han colaborado -y siguen haciéndolo- desinteresadamente en los
experimentos; a generaciones de médicos que han contribuido
altruistamente a la descripción de síndromes y enfermedades; a unos
presupuestos públicos que mantienen las grandes infraestructuras
sanitarias que permiten reclutar a los pacientes con los que se
realizan los ensayos clínicos; a los millones de euros destinados a
subvencionar la investigación básica y que ahora es privatizada
mediante patentes.
Sin
embargo, el capitalismo, que funciona relativamente bien gestionando
el conocimiento en el que se basan algunos productos de consumo como
los coches o las batidoras, no lo hace con los medicamentos, las
tecnologías
sanitarias
o los servicios asistenciales.
En
mi opinión hay una realidad cada vez más patente que nos demuestra
que los fines de la medicina no pueden alcanzarse si todo el sistema
sanitario está dominado por los intereses privados.
PREGUNTA:
¿Cuáles son las consecuencias para el Sistema Sanitario de las
artimañas de la industria farmacéutica para promover nuevos
medicamentos?
Howard
Brody y Donald Light publicaron en el American Journal of Public
Health hace 4 años un texto titulado “La ley del beneficio
inverso: como el marketing con los medicamentos es perjudicial para
la seguridad de los
pacientes
y la salud pública”.
En
el texto demostraban que cuánta más promoción (multinivel) se
hiciera con un medicamento, más probable era que acabarán
existiendo serios problemas de seguridad para los pacientes y
consecuencias negativas para la salud
pública.
Los
nuevos medicamentos -debido a la debilidad de los procesos de
evaluación de las agencias, la irracionalidad a la hora de
establecer los precios que permite el monopolio de las patentes, y
los incentivos del mercado que no
fomentan
que la industria invierta en verdadera innovación- son más
inseguros, mucho más caros y, como mucho, igual de eficaces que los
medicamentos más antiguos.
Es
difícil saber cuánta morbilidad y mortalidad es debida directamente
a la mala utilización de los nuevos medicamentos como consecuencia
de la promoción de la industria; solo tenemos en este sentido datos
indirectos.
Por
ejemplo, en Canadá, 1 de cada 4 nuevos medicamentos acaban teniendo
advertencias serias sobre su seguridad, una vez están en el mercado,
y esto es tres veces más probable si el fármaco fue aprobado por
una vía rápida.
Lógicamente,
como los medicamentos nuevos son los más utilizados, este dato
significa que estamos exponiendo a los pacientes a riesgos en gran
medida desconocidos.
Casos
como el Vioxx
nos
sitúan ante el abismo: tras una investigación fraudulenta y un
proceso evaluativo “de risa” que permitió su entrada en el
mercado, comenzó una campaña promocional intensísima y la
utilización
masiva
del fármaco en todo el mundo. Se calcula que el Vioxx
ha causado más muertos que el tsunami de Indonesia; solo en EE.UU,
produjo entre 88 y 140 mil infartos y accidentes cerebrovasculares.
El
Vioxx nunca debió ser aprobado. Ahora mismo, hay una intensa
polémica porque el Ranelato
de Estroncio –un
medicamento para la osteoporosis, intensamente promocionado y muy
utilizado- tiene graves riesgos para la salud;
su
aprobación y mantenimiento en el mercado se debe a graves fallos del
regulador. Nadie
dimitirá. Se
alegará la “inevitable incertidumbre de la ciencia”.
Pero
la verdadera razón es que las agencias de evaluación han decidido
trabajar a favor de los intereses de las farmacéuticas y no de la
seguridad de los pacientes. Los riesgos de este fármaco son
conocidos desde hace tiempo;
simplemente
se prefirió “gestionar el riesgo”, limitando su prescripción
con advertencias que la promoción de la industria hacen inútiles.
En
términos de gasto económico, el perjuicio es más medible y también
enorme.
En
un reciente artículo publicado en el JAMA of Internal Medicine se
calculó que sustituyendo por su genérico los medicamentos
utilizados (sobre todo estatinas, inhibidores de la bomba de
protones, antipsicóticos atípicos,
antidepresivos,
etc..) se hubieran ahorrado, entre los años 2010 y 2012, unos 73.000
millones de dólares de los presupuestos públicos en EE.UU.
En
España, Salvador
Peiró calculó
que solo el uso del equivalente terapéutico de menor precio en
estatinas e IBPs habría permitido un ahorro cercano a los 1.000
millones de euros en 2010 (superior a la estimación de recaudación
de
los copagos realizada por el Ministerio). Y eso que ambos estudios
están asumiendo que todos esos medicamentos están bien prescritos,
algo muy lejos de la realidad.
Este
gasto innecesario supone además un coste de oportunidad para poder
realizar inversiones en áreas del sistema infra-financiadas como
atención primaria o salud pública o llevar a cabo otras políticas
no sanitarias que procuran salud y justicia social como medio
ambiente, educación, trabajo digno, vivienda, atención social,
etc.. En este país hay dinero para pagar el esomeprazol (20 veces
más caro que su equivalente genérico; 135 millones de gasto en
2010), o los inútiles condroprotectores (100 millones al año), pero
no para las rentas mínimas de inserción, pagar la dependencia o
sustituir adecuadamente a los médicos de familia en verano; es una
estrategia de transferencia de dinero público a manos privadas mucho
mayor que todos los rescates efectuados con la banca, pero del que
nadie habla.
Es
fácil echarle la culpa a los médicos prescriptores “que se van a
comer con el laboratorio” pero los verdaderos culpables están en
la EMA, en los despachos de las multinacionales, en las sedes de las
asociaciones científicas, universidades y centros de investigación
que aceptan un sistema corrupto de generación de conocimiento; en
los Ministerios y en la Unión Europea. El daño es gigantesco. La
biomedicina se está convirtiendo en un enorme fracaso
social
y en un problema de salud pública de primera magnitud. Los médicos
deberíamos ser los primeros en ser conscientes de la situación
pero, en general, hemos preferido “irnos a comer con la industria”,
es decir, seguir
cómodamente
la senda del dinero y la falsa adulación mientras, como diría Fito
Páez, “el mundo se cae apedazos”.
El
papel de la industria farmacéutica y de tecnologías aparece entre
las causas más importantes cuando se reflexiona sobre la crisis de
la MBE, o el incremento del fraude y la corrupción en sanidad. Ahora
sabemos que su
efecto
es mucho más potente: está catalizando una verdadera confiscación
de la riqueza de los países, con consecuencias trágicas para la
equidad y el bienestar de miles de millones de personas en todo el
planeta; su poder es mayor que el de las corporaciones financieras,
armamentísticas o los carteles de drogas, pero mucho más sutil; por
eso, más peligroso.
PREGUNTA:
¿Qué mecanismos tiene la administración sanitaria para mejorar la
regulación del mercado farmacéutico?
Cada
vez depende menos de los países. La regulación es europea y está
sometida a la gigantesca máquina de influencia política que ha
activado la industria del medicamento y sus aliados en las
principales organizaciones
financieras
del mundo: Banco Mundial, FMI, OMC o los marcos que imponen los
tratados comerciales entre bloques, como el TTPI. Los diferentes
intereses, con países como Alemania, Francia o Reino Unido que
tienen una importante industria farmacéutica, impiden políticas
comunes europeas sensatas. No creo que veamos soluciones en el corto
plazo; por eso, aunque sigamos con la batalla de la regulación, hay
que abrir el melón de la evaluación prescriptiva como la que
realiza el NICE británico.
La
principal amenaza en este momento son las licencias adaptativas, un
modelo de “bajo coste” que permite aprobaciones rápidas de
nuevos medicamentos con mínimas evidencias; la justificación
empleada por la industria y las asociaciones de pacientes financiados
por ella, hacen referencia a la necesidad de desarrollar tratamientos
“personalizados”, con dianas genéticas o moleculares y que, por
tanto, solo pueden ser beneficiosos para
poblaciones
muy concretas que no permiten desarrollar ensayos clínicos con una n
suficiente. Sin duda se está fraguando una nueva puerta de entrada,
que se abre inicialmente para unos pocos fármacos pero que se
generalizará, como ha pasado con las vías preferentes de evaluación
de nuevos fármacos para enfermedades graves o rápidamente
progresivas, inicialmente solo indicadas para fármacos contra el VIH
o el cáncer y que ahora ya permiten que se incluyan medicamentos
para el estreñimiento o la diabetes.
PREGUNTA:
¿Se atreve a pronosticar la evolución del mercado farmacéutico a
la vista del TTPI y otros tratados comerciales?
El
TTPI restará todavía más capacidad de acción a los países
individuales e incluso a la propia UE, como ya he dicho. Será
tremendamente dañino porque impedirá que progresen las tímidas
iniciativas existentes a ambos lados del Atlántico a favor de
precios más razonables para los nuevos fármacos; los necesarios
cambios en el modelo de innovación en relación con la transparencia
de los ensayos clínicos o para dar respuesta a las auténticas
necesidades
de salud pública existentes; o reformas en las leyes de patentes
para que sea posible establecer incentivos económicos alternativos
para el desarrollo de nuevas terapias.
La
inclusión de mecanismos de arbitraje inversores-estado es un sistema
a través del cual las empresas podrán desafiar extrajudicialmente
las medidas legislativas, jurídicas y administrativas que adopten
los gobiernos para
salvaguardar
la salud pública, si las consideran lesivas para sus intereses
comerciales. El TTPI establece la obligación de crear grupos de
trabajo permanentes UE-EE.UU sobre la propiedad intelectual, la
fijación de precios
para
los medicamentos y la consideración bilateral de nueva legislación.
Sabemos que en estos grupos participa directamente la industria
farmacéutica pero no representantes independientes de la sociedad
civil. En definitiva,
el
TTPI es una agenda diseñada para aumentar el poder de las
multinacionales y debilitar el de los gobiernos, también en
biomedicina.
PREGUNTA:
¿Los médicos como colectivo y las sociedades médicas hacen todo lo
que pueden para liberarse de los “humos industriales”?
En
absoluto; y esta situación es completamente novedosa en la historia
de la medicina. El desarrollo histórico de la medicina como
institución social está sustentado en tres hitos que han permitido
la progresiva mejora de los
procesos
de toma de decisiones clínicas: la formación universitaria reglada
(un esfuerzo institucional por acreditar que los médicos tenían
unos mínimos y homogéneos conocimientos); la incorporación de los
resultados de la
investigación
a la práctica asistencial que ha supuesto el movimiento MBE (un
intento de la medicina por acreditar que las decisiones clínicas
tienen cierta base científica); y el desarrollo de la bioética
(otro gran hito para la
medicina
como institución que ha implicado un esfuerzo por garantizar que las
decisiones clínicas tuvieran ciertas salvaguardas éticas como
considerar la opinión de los pacientes o argumentos de bien común).
Formación, ciencia
y
ética han sido y son los tres grandes pilares sobre los que se
sustenta el enorme crédito moral y de confianza que la sociedad
otorga y ha otorgado a la medicina.
Sin
embargo, este proceso histórico se ha detenido, en mi opinión, en
los últimos 40 años. Las evidencias señalan que tanto los
intereses comerciales de las empresas que venden productos destinados
al mercado de la salud, como los intereses de las organizaciones
sanitarias, públicas o privadas que intentan mejorar sus balances
económicos (con o sin afán de lucro), no están teniendo una
respuesta contundente por parte del entramado profesional
institucional. Quizás esto es debido a que los profundos cambios
sociales, políticos, económicos y culturales acaecidos en las
últimas décadas, han dejado a la medicina con cierto desarme
político: cualquier alusión a poner límites al poder del mercado o
enfrentarse a ciertas estrategias de gestión puede ser acusada de
tener un sesgo ideológico.
Por
eso, creo que lo importante ahora es poder construir una narrativa
que evite la politización de propuestas críticas, como la que
hacemos desde NoGracias, para que puedan llegar a todo el mundo
sanitario, como lo
hicieron
en su momento la MBE, la bioética o el movimiento por la seguridad
de los pacientes. Desde mi punto de vista, esta narrativa solo puede
proceder de una profundización en el profesionalismo. El sociólogo
norteamericano
de
las profesiones Erick Freidson propone que el profesionalismo debería
ser una especie de “tercera lógica”, distinta a la del mercado y
a la de las burocracias y organizaciones públicas y privadas; una
tercera lógica capaz de
modular
los excesos de estas dos grandes fuerzas sociales y culturales:
mercado y gestión.
También
me interesan mucho las ideas de Albert Dzur, que ha desarrollado el
concepto de profesionalismo democrático: la actividad profesional
sería un proceso que actuaría de intermediario en la instauración
de la democracia deliberativa aplicable a lo que Amy Guttman ha
llamado “las zonas intermedia de la democracia”: una amplia
variedad de conflictos morales que no deberían ser resueltos por los
órganos judiciales ni tampoco de conformidad a un modelo de
agregación de intereses por simple votación o negociación y que,
con mucha frecuencia, tienen que ver con la actividad de
profesionales en campos como el derecho, el periodismo, la educación
o la atención sanitaria.
COMO
y CUANDO EMPEZO TODO ESTE DESASTRE?
Alrededor
del siglo XX, cuando se descubrió la posibilidad de crear todo a
partir del petróleo, el linaje Rockefeller apostó por la obtención
de drogas farmacéuticas a partir de petroquímicos. Pero el plan de
los Rockefeller para la industria médica se encontró con un
problema: la popularidad de la medicina natural en los Estados
Unidos.
Casi
la mitad de los médicos y colegios de medicina de los EE.UU.
practicaban la medicina holística, utilizando el conocimiento de
Europa y los nativos americanos.
Fue
así que la familia Rockefeller encontró la manera de deshacerse de
su mayor competencia usando la clásica fórmula de la dialéctica
hegeliana: “solución-problema-reacción.” Es decir, crearon un
problema para asustar a la gente, y luego ofrecieron la solución
previamente planificada.
Todo
comenzó con John Davidson Rockefeller (1839-1937), un monopolista,
magnate del petróleo, ladrón y primer multimillonario de los
Estados Unidos.
A comienzos del siglo XX, Rockefeller controlaba el 90% de todas las refinerías de petróleo en los EE.UU. a través de su compañía petrolera, Standard Oil, que luego se dividió para convertirse en Chevron, Exxon, Mobil, etc.
Al mismo tiempo, alrededor de 1900, los científicos descubrieron los “productos petroquímicos” y la capacidad de crear todo tipo de productos químicos a partir del petróleo.
Por ejemplo, el primer plástico, llamado baquelita, se fabricó a partir del petróleo en 1907.
Los científicos descubrieron varias vitaminas y supusieron que muchas drogas farmacéuticas podrían obtenerse del petróleo.
Rockefeller vio a esta como una maravillosa oportunidad de monopolizar las industrias de petróleo, de la química y de la medicina al mismo tiempo.
Lo mejor de los productos petroquímicos era que todo podía patentarse y venderse con altos beneficios.
Pero hubo un problema con el plan de Rockefeller para la industria médica: las medicinas naturales / herbales eran muy populares en Estados Unidos en ese momento. Casi la mitad de los médicos y colegios de medicina de los EE.UU. practicaban la medicina holística, quiropracticos ....utilizando el conocimiento de Europa y los nativos americanos.
Rockefeller tuvo que encontrar la manera de deshacerse de su mayor competencia. Así que usó la clásica fórmula de la dialéctica hegeliana: “solución-problema-reacción”. Es decir, creó un problema para asustar a la gente, y luego ofreció una solución previamente planificada.
A comienzos del siglo XX, Rockefeller controlaba el 90% de todas las refinerías de petróleo en los EE.UU. a través de su compañía petrolera, Standard Oil, que luego se dividió para convertirse en Chevron, Exxon, Mobil, etc.
Al mismo tiempo, alrededor de 1900, los científicos descubrieron los “productos petroquímicos” y la capacidad de crear todo tipo de productos químicos a partir del petróleo.
Por ejemplo, el primer plástico, llamado baquelita, se fabricó a partir del petróleo en 1907.
Los científicos descubrieron varias vitaminas y supusieron que muchas drogas farmacéuticas podrían obtenerse del petróleo.
Rockefeller vio a esta como una maravillosa oportunidad de monopolizar las industrias de petróleo, de la química y de la medicina al mismo tiempo.
Lo mejor de los productos petroquímicos era que todo podía patentarse y venderse con altos beneficios.
Pero hubo un problema con el plan de Rockefeller para la industria médica: las medicinas naturales / herbales eran muy populares en Estados Unidos en ese momento. Casi la mitad de los médicos y colegios de medicina de los EE.UU. practicaban la medicina holística, quiropracticos ....utilizando el conocimiento de Europa y los nativos americanos.
Rockefeller tuvo que encontrar la manera de deshacerse de su mayor competencia. Así que usó la clásica fórmula de la dialéctica hegeliana: “solución-problema-reacción”. Es decir, creó un problema para asustar a la gente, y luego ofreció una solución previamente planificada.
Rockefeller
se dirigió a su amigo Andrew Carnegie, otro plutócrata que ganó
su dinero al
monopolizar la industria del acero,
quien ideó un plan. Desde la prestigiosa Fundación Carnegie,
enviaron a un hombre llamado Abraham Flexner para que
viajara por todo el país e informara sobre el estado de todos los
hospitales y los colegios médicos.
Esto llevó a la redacción del Informe Flexner, que dio origen a la medicina moderna tal como la conocemos, a través del cual se hablaba de la necesidad de modernizar y centralizar las instituciones médicas. Sobre la base de este informe, más de la mitad de todas las universidades de medicina fueron cerradas muy pronto.
La homeopatía y la medicina natural fueron objeto de burlas y fueron demonizadas. Muchos médicos que trabajaban con sus métodos incluso fueron encarcelados.
Para ayudar con la transición y cambiar las mentes de otros médicos y científicos, Rockefeller donó más de $100 millones a colegios y hospitales y fundó un grupo de líderes filantrópicos llamado “Junta General de Educación” (GEB).
En muy poco tiempo, todas las facultades de medicina se modernizaron y homogeneizaron. Todos los estudiantes estaban aprendiendo lo mismo, y la medicina consistía en usar medicamentos patentados.
Los científicos recibieron subvenciones enormes para estudiar cómo las plantas curaban las enfermedades, pero su objetivo era identificar primero qué sustancias químicas en la planta eran efectivas y luego recrear una sustancia química similar, pero no idéntica, en el laboratorio que pudiera ser patentada.
Esto llevó a la redacción del Informe Flexner, que dio origen a la medicina moderna tal como la conocemos, a través del cual se hablaba de la necesidad de modernizar y centralizar las instituciones médicas. Sobre la base de este informe, más de la mitad de todas las universidades de medicina fueron cerradas muy pronto.
La homeopatía y la medicina natural fueron objeto de burlas y fueron demonizadas. Muchos médicos que trabajaban con sus métodos incluso fueron encarcelados.
Para ayudar con la transición y cambiar las mentes de otros médicos y científicos, Rockefeller donó más de $100 millones a colegios y hospitales y fundó un grupo de líderes filantrópicos llamado “Junta General de Educación” (GEB).
En muy poco tiempo, todas las facultades de medicina se modernizaron y homogeneizaron. Todos los estudiantes estaban aprendiendo lo mismo, y la medicina consistía en usar medicamentos patentados.
Los científicos recibieron subvenciones enormes para estudiar cómo las plantas curaban las enfermedades, pero su objetivo era identificar primero qué sustancias químicas en la planta eran efectivas y luego recrear una sustancia química similar, pero no idéntica, en el laboratorio que pudiera ser patentada.
“Denle
una pastilla al enfermo” se convirtió en el mantra de la medicina
moderna.
Así
que ahora, 100 años después, estamos produciendo médicos que no
saben nada sobre los beneficios de la nutrición o las hierbas o
cualquier práctica holística. En cambio, tenemos toda una sociedad
que está esclavizada a las corporaciones y que todavía las asocian
a la idea de bienestar.
Los Estados Unidos gasta el 15% de su PIB en atención médica, pero no se enfoca en la cura, sino en los síntomas, creando así clientes recurrentes. No existe cura industrial para el cáncer, la diabetes, el autismo, el asma o la gripe....
Después de todo, ¿para qué querrían los Rockefeller producir curas reales, si ellos forman parte de un sistema fundado por oligarcas y plutócratas internacionales, y no por médicos?
En cuanto al cáncer, la Sociedad Americana del Cáncer fue fundada por nada menos que Rockefeller en 1913.
Los Estados Unidos gasta el 15% de su PIB en atención médica, pero no se enfoca en la cura, sino en los síntomas, creando así clientes recurrentes. No existe cura industrial para el cáncer, la diabetes, el autismo, el asma o la gripe....
Después de todo, ¿para qué querrían los Rockefeller producir curas reales, si ellos forman parte de un sistema fundado por oligarcas y plutócratas internacionales, y no por médicos?
En cuanto al cáncer, la Sociedad Americana del Cáncer fue fundada por nada menos que Rockefeller en 1913.
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