LAS PRINCIPALES CREENCIAS CIENTÍFICAS
En 1981 el bioquímico británico Rupert Sheldrake publicó su conocida obra "Una Nueva Ciencia de la Vida. La Hipótesis de la Resonancia Mórfica", en la que plantearía su teoría sobre los campos mórficos o morfogenéticos, patrones o estructuras inmateriales e intemporales que a nivel cuántico ordenan la naturaleza tanto de los cristales y moléculas como de los organismos vivos, y transmiten información —aunque no energía— entre los individuos de una misma especie.Rechazado su planteamiento por la mayoría de sus colegas, se
convertiría en un «hereje» al que desprestigiar. Pues bien, en su último
libro, "El Espejismo de la Ciencia" [The Science
Delusion, 2013], plantea que el paradigma científico actual se basa en lo
que irónicamente denomina el "credo científico", postulando que se
trata de un conjunto de ideas dogmáticas que se dan por ciertas aun no teniendo
fundamento y que están frenando el avance de la sociedad.
La última obra del bioquímico británico Rupert Sheldrake, El Espejismo de la Ciencia, incide nuevamente en una tesis que mantiene desde hace ya tres décadas, y es la de que en realidad "la Ciencia está reprimida por supuestos que tienen siglos de antigüedad y se han consolidado como dogmas".
Siendo el más importante de tales supuestos —porque sustenta a los demás— el que la Ciencia conoce ya casi todas las respuestas y el universo es como una enorme máquina previsible en la que todo lo existente es material o físico-químico, la conciencia viene a ser mera actividad cerebral y la evolución carece de propósito, una concepción dogmática que se forjó en el siglo XVII siendo clave en su desarrollo el filósofo y político inglés Francis Bacon quien en su libro La Nueva Atlántida describiría una especie de utopía en la que el Estado estaría controlado por una casta sacerdotal científica que tomaba las decisiones, concepción religiosa de la ciencia que personajes como Charles Darwin y Louis Pasteur apoyarían. Como bien dice Sheldrake, "a principios del siglo XX la ciencia estaba casi completamente institucionalizada y profesionalizada, expandiéndose increíblemente tras la Segunda Guerra Mundial con el patrocinio gubernamental y gracias a la inversión empresarial". Ése es un hecho sobre el que
resultan especialmente significativas las palabras del historiador de la
ciencia George Sarton que el propio Sheldrake cita en su obra: "La
verdad sólo puede ser determinada por el juicio de expertos (...) De
hecho, todo lo deciden pequeños grupos de hombres, expertos cuyos resultados
son cuidadosamente comprobados sólo por otros expertos. La gente no tiene pues
nada que aportar y lo que debe hacer es aceptar sus decisiones. Actividades
científicas controladas por universidades, academias y sociedades científicas
fuera del alcance del control popular". Fue ello lo que dio lugar al
materialismo científico imperante, aun cuando su credibilidad fue puesta en
entredicho por numerosas investigaciones "heréticas", incluso dentro
desde dentro de la propia Física.
Así acaecería en 1927 con el
reconocimiento académico del Principio de Incertidumbre, que puso de manifiesto
que el mundo físico no es determinista como se defendía hasta entonces; y otro
tanto podría decirse de las teorías de la relatividad y del Big-Bang.
Sheldrake admite no obstante que a finales del siglo XX se produjo un nuevo
repunte del materialismo —a partir de los avances de la neurobiología y la
biología molecular—, no atreviéndose hoy la mayoría de los científicos a
desafiar las creencias imperantes, comentando el biólogo británico con
ironía, "al menos antes de retirarse o de obtener el Premio Nobel".
El caso es que Sheldrake ha
decidido analizar y rebatir las principales creencias científicas —comúnmente
aceptadas— que, según explica en su último libro, son diez y constituyen el
"credo científico". Son éstas:
1. Todo es esencialmente mecánico.
Para
los científicos incluso las personas son «máquinas» o, en expresión de Richard
Dawkins, "robots pesados". Tal es la creencia fundamental en la que
se apoyan las demás y tuvo su origen en las ideas de René Descartes y otros
autores que, paradójicamente, concibieron la Naturaleza como una máquina
diseñada y regida por Dios. La teoría fue constantemente
cuestionada y enfrentada a una concepción alternativa de la biología como el
vitalismo pero acabó imponiendo sus planteamientos reduccionistas que explican
la vida en términos exclusivamente físico-químicos y moleculares, lo que supone
dejar sin explicación una parte esencial, ese «algo» que hace que un ser vivo
sea mucho más que la suma de sus partes. Porque hasta el más lerdo entiende que
puede desmontarse y volver a montarse un reloj... pero no un gato.
2. La cantidad total de materia y energía en el universo es siempre la misma.
Los científicos mecanicistas
defienden aún una extraña teoría sobre la materia: creen que toda la materia y
energía existentes surgió de pronto con el Big-Bang", pero a
la vez están convencidos de que desde entonces la cantidad de ambas es la
misma. Y lo creen así a pesar de asumir que el universo se está expandiendo
continuamente hacia lo que denominan "materia y energía oscura",
hacia algo cuya naturaleza desconocen a pesar de que sus cálculos indican que
la misma constituye ¡el 96% del universo! De hecho existen datos que conducen a
pensar que parte de la materia oscura puede transformarse en formas regulares
de energía así como que la energía oscura podría estar aumentando con la
expansión del universo, sólo que eso echa abajo la teoría de que la cantidad
total de materia y energía del cosmos haya sido y será siempre la misma. De ahí
que Sheldrake se pregunte si no existirán formas de energía desconocidas aún no
descubiertas y si la energía del campo de punto cero admitida por la ciencia
puede ser utilizada por los organismos vivos.
3. Las leyes de la Naturaleza son inmutables.
Muchos
científicos asumen que las leyes de la Naturaleza son fijas, inmutables, que
siempre lo han sido y siempre lo serán. Para Sheldrake ese convencimiento no es
sin embargo más que una teoría que no se basa en la observación empírica. Pues
bien, tal creencia es la que ha llevado a suponer que si un experimento se
replica de forma idéntica, el resultado que dará será siempre el mismo en
cualquier tiempo y lugar, cuando eso no es así en absoluto. Sheldrake pone en
su obra ejemplos contundentes que lo desmienten, destacando dos: la constante
gravitacional y la velocidad de la luz. Porque hoy se ha podido constatar que
ambas "constantes" han experimentado variaciones usando métodos de
medición muy precisos que han detectado disparidades significativas.
Sheldrake cuenta que al hacerle notar al jefe de Metrología
del Laboratorio Nacional de Física en Teddington las variaciones de la
velocidad de la luz detectadas entre 1928 y 1945 éste calificó el hecho
de "fases de bloqueo intelectual" que habían
resuelto en 1972 ¡estableciéndola por consenso! Sheldrake, autor de la conocida
teoría de los «campos mórficos o morfogenéticos», postula por el contrario que
las leyes naturales no son inmutables y eternas sino que evolucionan a medida
que aumenta la memoria de las especies que constituyen la Naturaleza.
4. La materia es inconsciente.
Si
según los mecanicistas la materia es la única realidad, la consciencia no
existe, una idea a la que se opone el dualismo que acepta su existencia pero no
explica su interacción con el cuerpo. Pues bien, para Sheldrake todo sistema
autoorganizado tiene un aspecto material y otro mental. Asimismo recuerda el
planteamiento del filósofo anglosajón Alfred North Whitehead quien a raíz de
los descubrimientos de la Física Cuántica postularía la existencia de una
relación temporal entre mente y materia, de modo que nuestro conocimiento
presente tiene su origen en acontecimientos del pasado que se proyectan en el
futuro a partir de nuestras decisiones.
5. La Naturaleza no tiene propósitos.
El
mecanicismo del siglo XVII abolió los fines, los propósitos, los objetivos y
las causas finales, pretendiendo explicarlo todo mecánicamente del mismo modo
que, por ejemplo, se explican los movimientos de una bola de billar impulsada
por un golpe del taco o la fuerza de la gravedad que "está ahí" sin
propósito, sin finalidad. Algo similar a la teoría neodarwiniana de la
evolución que postula que los ojos no se formaron con el propósito de ver sino
que son producto de mutaciones genéticas que se dieron al azar. Lo paradójico
—apunta Sheldrake— es que esos mismos hablan de "selección natural",
cuando eso supone admitir que en la Naturaleza existe el propósito de sobrevivir
y reproducirse.
De hecho los primeros mecanicistas —como Descartes— sí
pensaban que el ser humano tenía propósitos, aunque negasen esa posibilidad al
resto de los seres vivos; excepción negada por los materialistas posteriores
para quienes no existen almas humanas inmateriales sino únicamente cerebros que
trabajan mecánicamente.
Sheldrake, por su parte, va mucho más allá y postula que los
campos mórficos —uno por cada especie— no sólo influyen en el futuro sino en el
presente, operando "hacia atrás" en el tiempo, una hipótesis que si
bien choca frontalmente con los conceptos de la física mecanicista tiene
soporte científico no solo en la Mecánica Cuántica —se sabe que las
"antipartículas" descubiertas por Richard Feyman se desplazan hacia
el pasado— sino en las ecuaciones clásicas que James Clark Maxwell propuso
en 1864 para las ondas electromagnéticas, que según él pueden desplazarse a la
velocidad de la luz desde el presente hacia el futuro pero también desde el
presente hacia el pasado. Es lo que se denominan "ondas avanzadas" y
forman parte de las matemáticas del electromagnetismo, aunque los físicos
convencionales hayan optado por ignorarlas al chocar con sus postulados
mecanicistas.
En definitiva, la negación materialista de los propósitos en
la evolución o en la vida no se basa en evidencia alguna sino en un supuesto
con base puramente ideológica.
6. La herencia biológica es material.
La
Genética mecanicista domina también la biología académica actual, siendo su
planteamiento central el que la información hereditaria está codificada en los
genes; de hecho "genético" y "hereditario" se consideran
hoy sinónimos. El triunfo culminante de esta disciplina fue el Proyecto
Genoma Humano que, con un presupuesto de 3.000 millones de dólares,
afirmó en 2000 haber logrado descifrar todo el código genético, asegurando que
ello serviría para curar enfermedades, prevenirlas e, incluso, generar niños «a
la carta». Obviamente se trató de otra simplificación mecanicista que se fue
desinflando hasta tal punto que en 2011 el director del Proyecto de Recursos
para la Biotecnología, Jonathan Latham, declaró: "La explicación
más probable a por qué no hemos encontrado los genes de las enfermedades más
comunes, es que no existen", añadiendo: "Ya que no
podemos culpar a los genes heredados de nuestras enfermedades más comunes,
¿podremos descubrir algo a lo que culpar?".
Sheldrake recuerda en su obra que ya en 2006 la Escuela de
Negocios de Harvard reconoció en un informe que "sólo una pequeña
parte" de las empresas de biotecnología había logrado beneficios,
y que las promesas de nuevos «avances» se habían visto frustradas una y otra
vez.
7. Los recuerdos se almacenan como huellas materiales en el cerebro.
La mayoría de la gente da por sentado
que los recuerdos se almacenan de alguna forma en el cerebro en forma de
huellas o trazas materiales, pero la verdad es que no está tan claro. Para
empezar, los recuerdos pueden persistir décadas a pesar de que el sistema
nervioso cambia constantemente; de hecho la práctica totalidad de nuestras
moléculas se renueva cada pocas semanas, así que ¿cómo sobreviven los recuerdos
a esa renovación molecular? Porque los científicos llevan décadas buscando las
trazas que los recuerdos deberían dejar en el cerebro... sin éxito. Fue el caso
de Karl Lashley, quien a mediados del siglo XX hizo numerosos experimentos
—durante 30 años— con resultados sorprendentes: tras destruir partes críticas
de los cerebros de ratas, monos y chimpancés, comprobó que ¡los recuerdos
pervivían! Luego éstos no parecen «almacenarse» en el cerebro. Y en la década
de los '80 Steven Rose concluyó que la zona del cerebro implicada en los
procesos de aprendizaje no es necesaria para la conservación de la memoria. Y
otros experimentos demostraron que ni siquiera la destrucción del hipocampo en
ambos lados del cerebro consigue eliminar los recuerdos.
Sheldrake plantea por ello que nuestros recuerdos no se
almacenarían en los cerebros sino en los campos mórficos, que los grabamos en
ellos en el pasado pero podemos recuperarlos en cualquier momento sintonizando
con ese archivo, algo que por otra parte explicaría la posibilidad de que los
conocimientos y recuerdos de cada persona estén accesibles para otras
permitiendo mejorar así el saber global de la especie.
8. La mente está en el interior del cráneo.
Como
para el materialismo sólo la materia es real, la mente está confinada en el
cerebro y la actividad mental es actividad cerebral, algo que a juicio de
Sheldrake entra en conflicto con la mera experiencia. Cuando nosotros vemos un
objeto no experimentamos cambios eléctricos en el cerebro sino que simplemente
lo vemos en el exterior de nuestra cabeza, a pesar de lo cual la teoría
materialista afirma que las imágenes y pensamientos están en nuestra cabeza,
negando la realidad de la consciencia. De hecho, uno de los más influyentes
conductistas, B. F. Skinner, afirmó en 1953 que la mente y la consciencia eran
entidades que no existen y fueron "inventadas con el único
propósito de ofrecer explicaciones espurias", postulando por su parte
Paul Churchland que los estados mentales subjetivos deben considerarse como «no
existentes» ya que su descripción no puede reducirse al lenguaje de las
neurociencias. Patético.
Para Sheldrake, en cambio, lo que vemos está en la mente y
no en el cerebro, mente que no se halla pues en el interior del cráneo sino que
se extiende más allá en el espacio... y en el tiempo, propuesta que contribuye
a explicar fenómenos comunes como el hecho de notar que alguien nos mira desde
atrás y percibimos como si nos "tocaran", o cómo alguien percibe que
está siendo mirado o fotografiado sin ver al observador o fotógrafo.
9. Los fenómenos psíquicos inexplicados son ilusorios.
Rupert Sheldrake lo rechaza de plano, entendiendo que
la telepatía, la precognición y otras experiencias consideradas paranormales
cuentan con numerosas evidencias que les confieren "credibilidad
científica". De hecho recuerda que algunas se han estudiado y comprobado
en laboratorio por científicos de prestigio.
10. La medicina mecanicista es la única que funciona.
El último dogma que Sheldrake critica es el de la
medicina mecanicista convencional, porque "padece de estrechez de
miras" al atender sólo a los aspectos físico-químicos de los seres humanos
y reducir sus actuaciones a la cirugía y los medicamentos, criticando además
que los sistemas nacionales de salud opten sólo por financiar esa forma
mecanicista de Medicina. Sheldrake reivindica además la eficacia del efecto
placebo al que no duda en calificar como «el poder de la esperanza»,
algo que a su juicio evidencia claramente la influencia que puede tener la
mente no ya sobre la salud —que es evidente— sino sobre los resultados de
experimentos y tratamientos, hasta el punto de que plantea enormes dificultades
a la hora de medir la acción real de un fármaco.
Para Sheldrake el materialismo, que en determinada época fue
liberador, ha alienado de tal forma a los médicos y científicos que éstos están
provocando la extinción masiva de muchas especies y poniendo en peligro la
nuestra. De ahí que termine su libro diciendo: "La comprensión de
que las ciencias no conocen las respuestas fundamentales conduce a la humildad
y no a la arrogancia, a la apertura en lugar de al dogmatismo. Queda mucho por
descubrir y redescubrir, empezando por la sabiduría".
Hemos tenido oportunidad de intercambiar algunas
impresiones con él sobre todo esto.
—Según usted son las limitaciones intelectuales y los
comportamientos dogmáticos los que están impidiendo el progreso científico y
han pervertido la esencia de la Ciencia. ¿Se debe al control por el poder
político y económico de los científicos, la investigación, la formación y la
información científica o a otras causas?
—La mayoría de los científicos están constreñidos por la
ortodoxia académica en la que viven, que es esencialmente materialista y
mecanicista. En parte esto es un problema generalizado que afecta a todas las
jerarquías ortodoxas. Pero lo que hizo que la ciencia fuera más libre en el
pasado fue que muchos científicos de ideas independientes no trabajaban en
instituciones científicas. Charles Darwin, por ejemplo, fue un naturalista
aficionado que financió privadamente su investigación. Nunca disfrutó de
posición académica ni de fondos gubernamentales. Sin embargo, actualmente casi
todos los científicos dependen de fondos académicos o privados que limitan
enormemente su libertad. Además el sistema de peer review [revisión
de trabajos por parte de los pares] supone grandes presiones hacia lo
establecido. Y el sistema de concesión de fondos, sujeto asimismo a peer
review, es otro importante limitador de la libertad científica. Una de las
cosas que podría provocar un cambio radical es que hubiese otras fuentes de
financiación disponibles que permitan realizar investigaciones no
convencionales. A muchos científicos les gustaría trabajar libremente pero
saben que hoy por hoy no les será posible encontrar fondos para hacerlo.
—"El Espejismo de la Ciencia" se publicó
en inglés hace ya dos años. ¿Cómo reaccionó la comunidad científica a su
aparición? ¿Cree que habrá hecho que los defensores del "credo
científico" se replanteen sus creencias?
—En la comunidad científica mucha gente ha leído "El
Espejismo de la Ciencia" pero la mayoría no ha querido debatir su
contenido con otros colegas debido a la presión del oficialismo, que sigue
siendo muy grande. Para mí es evidente que hay ya mucha gente en el mundo
científico cuestionándose el materialismo mecanicista, y de hecho algunos me
han confesado que mi libro les ha ayudado mucho. Pero, como ya he manifestado
antes, su capacidad para trabajar de modo diferente depende de que encuentren
fuentes de financiación no oficiales. Y no es nada fácil.
—La Ciencia pretende ser «objetiva». ¿Es eso posible a su
juicio?
—La objetividad en la Ciencia, tal y como explico en el
capítulo 11 de mi libro, es discutible. Muchos experimentos en ciencias
biomédicas, psicología e incluso química ¡no pueden replicarse! Y las
explicaciones pueden ser muchas. Por una parte, los científicos tienden a
publicar sólo sus mejores resultados, de modo que los errores y fallos se
quedan sin publicar, lo que produce una distorsión sistemática. Por otra parte,
casi nunca se obtienen subvenciones para repetir otros estudios ni las revistas
prestigiosas quieren publicarlos, al no ser investigaciones originales. Así que
la creencia de que la ciencia es objetiva debido a la replicabilidad y la
evaluación por pares es muy discutible. Considero la replicabilidad un criterio
importante ya que el juicio humano es falible, pero el viejo ideal de la objetividad
es hoy simplemente ingenuo.
—Sus postulados, al igual que otros rupturistas como la
epigenética o la plasticidad del genoma, parecen empezar a hacer mella en la
línea de flotación de la medicina mecanicista. ¿Lo percibe usted?
—El viejo consenso materialista se está rompiendo por muchas
razones. Y obviamente hay un número cada vez mayor de científicos que están
trabajando para ir más allá. De hecho hay una nueva página web enteramente
dedicada a la ciencia post-materialista, opensciences.org, en la
que se plantean cuestiones como el problema de la heredabilidad perdida —que
demuestra que los genes sólo pueden explicar una pequeña parte de la herencia—
o el reconocimiento de la herencia epigenética, mediante la cual los organismos
pueden incorporar características adquiridas por sus ancestros. Ambos indican
que la teoría darwinista de la evolución necesita un replanteamiento radical. Y
la Física está en estos momentos en crisis ya que la mayoría de las principales
teorías, como la de supercuerdas o la del multiverso, no son científicamente
demostrables. De hecho muchos físicos se cuestionan hasta si son o no
postulados científicos.
—Su teoría sobre la existencia de campos mórficos fue
visceralmente rechazada cuando la postuló hace casi 35 años. ¿Ha ido siendo más
aceptada con el tiempo?
—Sí, entre los psicólogos y psicoterapeutas de tradición
junguiana; se tomaron muy en serio la hipótesis de la resonancia mórfica. Y
también entre quienes trabajan con la terapia de constelaciones familiares. Sin
embargo, en otros muchos ámbitos, especialmente en el académico, se obvia u
oculta por razones obvias. Me consta que hay mucha gente interesada en ella
pero no se encuentran en posición de apoyarla abiertamente.
—Que las principales publicaciones científicas juegan un
papel clave en el mantenimiento de los dogmas que usted denuncia es obvio, así
que, ¿qué piensa de las denuncias de que ejercen la censura y han dado cabida a
muchos fraudes así como a la práctica del ghost-writing [donde escribe
otro que el que firma]?
—Las publicaciones científicas plantean actualmente
numerosos problemas, y por eso hay una corriente de nuevas publicaciones online.
El problema es que la mayoría son de muy baja calidad y desafortunadamente las
mueve el deseo de obtener beneficios. Hasta en las publicaciones de libre
acceso los autores tienen que pagar para publicar en ellas sus artículos. Aun
así creo que internet está ayudando a conseguir mayor libertad.
—Que se han hecho progresos en medicina es obvio, pero
también que los fármacos se han convertido ya ¡en la tercera causa de muerte!
¿Comparte la idea de que la influencia de la gran industria farmacéutica puede
llevarla al desastre? ¿No debería por otra parte abrirse la medicina
farmacológica basada en la medicina mecanicista a las demás formas de entender
y afrontar la enfermedad?
—No cabe duda de que la medicina moderna, la cirugía y los
fármacos en los que se basa tienen un éxito notable en determinadas
circunstancias, pero es muy limitada en otras. Y, sobre todo, cada vez es más cara.
Creo pues que los sistemas médicos modernos se verán obligados a abrirse a
enfoques más integradores aunque sólo sea por razones económicas. El mejor modo
de conseguir una medicina efectivamente basada en la evidencia es poner el
acento en investigaciones que comparen la efectividad de diferentes tipos de
tratamientos y llevarlas a cabo de modo neutral desde el punto de vista
teórico; es decir, probando en pacientes escogidos al azar cualquier enfoque
médico y evaluar cuáles son los mejores resultados. De ese modo no sólo
tendremos sistemas sanitarios más baratos sino que romperemos el monopolio del
enfoque mecanicista que aún domina los sistemas de salud.–
Jesús García Blanca
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