LA OBSOLESCENCIA DEL HOMBRE
“Para sofocar
cualquier revuelta por adelantado, no debes hacerlo de manera
violenta. Métodos como el de Hitler están obsoletos. Basta con crear
un condicionamiento colectivo tan poderoso que la idea misma de rebelión ya ni
siquiera venga a la mente de los hombres.
Lo ideal sería formatear a los individuos desde su nacimiento limitando sus capacidades biológicas innatas. Luego, continuaríamos el condicionamiento reduciendo drásticamente la educación, para volver a llevarla a una forma de integración profesional. Un individuo sin educación tiene sólo un horizonte limitado de pensamiento y cuanto más se limita su pensamiento a preocupaciones mediocres, menos puede rebelarse. Debemos lograr que el acceso al conocimiento sea cada vez más difícil y elitista. Que se amplíe la brecha entre el pueblo y la ciencia, que la información destinada al gran público sea anestesiada de cualquier contenido de carácter subversivo.
Sobre todo, nada de
filosofía. Aquí nuevamente, debemos usar la persuasión y no la violencia
directa: transmitiremos masivamente, a través de la televisión, entretenimiento
que siempre halaga lo emocional o lo instintivo. Ocuparemos las mentes con
lo que es fútil y lúdico. Es bueno, en la charla y la música incesantes,
mantener la mente alejada del pensamiento. La sexualidad se colocará al
frente de los intereses humanos. Como tranquilizante social, no hay nada
mejor.
En general, nos
aseguraremos de desterrar la seriedad de la existencia, de mofarnos de todo lo
que tiene un alto valor, de mantener una constante apología de la
ligereza; para que la euforia de la publicidad se convierta en el
estandarte de la felicidad humana y el modelo de la libertad. El
condicionamiento producirá así por sí solo tal integración que el único temor
-que habrá que mantener- será el de ser excluido del sistema y por lo tanto de
no poder acceder más a las condiciones necesarias para la felicidad.
El hombre masa, así
producido, debe ser tratado como lo que es: un ternero, y debe ser supervisado
como debe ser un rebaño. Todo lo que adormece la lucidez es socialmente
bueno, todo lo que amenaza con despertarla debe ser ridiculizado, sofocado,
combatido. Cualquier doctrina que desafíe el sistema debe primero ser
etiquetada como subversiva y terrorista y quienes la apoyan deben ser tratados
como tales. » Gunther Anders
Por qué debemos (re)leer “La obsolescencia del hombre” de Günther Anders
Sesenta y tres años después de su publicación, el ensayo del
filósofo alemán no ha envejecido ni un ápice. Incluso podemos decir que
Anders era bastante clarividente...
El verano es una estación ideal para bajar el ritmo,
desconectar de las noticias y, para los más aventureros, (re)leer
clásicos. La obsolescencia del hombre de Günther Anders
es una de ellas. En este magistral texto de 1956, el filósofo alemán se
alarmaba ante la idolatría del progreso tecnológico al servicio de una
civilización del ocio donde las máquinas habrían quitado a los hombres todas
las penurias de la existencia.
Este es un libro que no tiene la posteridad que se
merece. Cuando se publicó en 1956, fue sin embargo un gran éxito, como lo
demuestran las numerosas reimpresiones y nuevas ediciones del ensayo en ese
momento, con adiciones del autor que justifican la reimpresión de sus tesis
escritas varios años antes. Anders incluso escribe esto, en el prefacio de
la quinta edición de La obsolescencia del hombre:
“Este volumen, que completé hace más de un cuarto de
siglo, no solo no parece haber envejecido, sino que hoy me parece aún más
actual”.
Y, sin embargo, ha habido pocas ediciones nuevas para
informar desde principios del siglo XXI, especialmente ninguna en rústica
para democratizar este texto esencial.
“Aunque surja la
oportunidad de conectar con personas reales, preferimos quedarnos con nuestros
amigos portátiles”
Piénsese en los economistas, sociólogos y filósofos del
progreso y del ocio que cayeron en desuso porque sus análisis de la televisión
no resistieron la llegada de Internet, mientras que los de los análisis en
Internet quedaron obsoletos por la invasión de las redes sociales. La
obsolescencia de sus tesis fue indexada a los objetos que observan. Con el
libro de Anders, ese no es el caso en absoluto.
Haga el ejercicio honestamente. Lea estas pocas líneas
sin tratar de averiguar quién pudo haberlas escrito y cuándo:
“Nada nos aliena más desastrosamente de nosotros mismos y
del mundo que pasar nuestra vida, ahora casi constantemente, en compañía de
estos seres falsamente íntimos, estos esclavos fantasmas que traemos a nuestra
sala de estar con una mano del sueño y la vigilia ha dado paso a la alternancia
del sueño y la radio – para escuchar las transmisiones durante las cuales, los
primeros fragmentos del mundo que encontramos, nos hablan, nos miran, nos
cantan canciones, nos alientan, nos consuelan y, sin relajarnos ni
estimularnos, dárnosla de un día que no será el nuestro. Nada
hace más definitiva la autoalienación que continuar el día bajo la égida de
estos amigos aparentes: pues después, aunque surja la oportunidad de entablar
relaciones con personas reales, preferimos permanecer en compañía de
nuestros amigos móviles, ya que no los sentimos como
hombres sucedáneos sino como verdaderos amigos”.
Imposible no sorprenderse con la increíble actualidad de
estas líneas... escritas en 1956. Sustituir "radio" por
"smartphone", "espectáculos" por "podcasts",
añadir "Netflix" y "redes sociales" al conjunto, y
obsérvese cuán perfectamente corresponde este texto a nuestro tiempo. El poder
de este texto visionario no tiene paralelo. Anders ya en su momento vio
que la creencia en la salvación a través del progreso tecnológico era inútil si
no nos permitía resocializarnos, acercarnos unos a otros. Peor aún, al
consumir el ocio de masas, el propio trabajador contribuye a la estandarización
de gustos y usos, nos dice el filósofo alemán.
El problema de la “vergüenza prometeica”
Anders es consciente de las críticas que sus declaraciones
pueden suscitar y se defiende de antemano de quienes quisieran presentarlo como
un reaccionario replicando que el problema es retórico: los defensores del
progreso lo consideran bueno en esencia y defienden un bloque, el de
la puesta al día: mientras podamos tener la última versión
del hombre, hay que hacerlo, ¡y vergüenza para los que no se adaptan! Esto
es lo que Anders llama “vergüenza prometeica”.
Para sustentar su demostración sobre el progreso inútil y
hasta "mortífero", añade una segunda parte titulada: "Sobre
la bomba y las razones de nuestra ceguera ante el apocalipsis" con
análisis que desarrollará en otros libros, entre los que destaca Amenaza: consideraciones radicales en la era atómica. Son
llamativas e implacables sus tesis sobre el insuficiente cuestionamiento de
nuestra relación con la tecnología después de Auschwitz e Hiroshima.
Tirando del hilo de la "vergüenza prometeica",
Anders saca conclusiones proféticas. Así, al final del libro, predice el
surgimiento de la corriente transhumanista en estos términos:
“De la creencia en el progreso, por tanto, surge una
mentalidad que tiene una idea muy específica de la “eternidad”, que representa
como una mejora ininterrumpida del mundo; a menos que tenga un defecto muy
específico y simplemente no pueda pensar en un final. En Estados Unidos se
puede decir que la muerte ya se ha vuelto inencontrable. Como allí se
considera que sólo existe “realmente” lo que siempre mejora, no se sabe qué hacer
con la muerte, sino relegarla a un lugar donde indirectamente pueda satisfacer
la ley universal de la perfección”.
Anders frecuentó las mentes más
grandes del siglo y en 1956 firmó un libro de su nivel. Si aún no lo ha
hecho, lea La obsolescencia del hombre para
comprender nuestro tiempo.
https://nouveau-monde.ca/gunther-anders-et-lobsolescence-de-lhomme/
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