LA OSCURIDAD NORMALIZADA
Este cuarto de siglo se ha caracterizado por el derrumbamiento de antiguos paradigmas, muchas veces equivocadamente y la aparición de nuevos teóricos que denuncian la ilusión de la realidad percibida por nosotros, aunque ya antes lo habían hecho la Vedanta y el budismo.
En este
preciso momento asistimos a la absorción por parte del sistema de estos
pensadores “rebeldes”, que se acomodan a una repetición incesante de sus ideas,
con el único objetivo de sobrevivir a una economía mundial en recesión y
empobrecimiento.
En este contexto, siento que debo realizar una exhaustiva y profunda crítica de asuntos que consideramos normales en nuestra vida cotidiana, especialmente los que llamamos creencias, conceptos e ideas religiosas; pero aportando algo que sirva para el uso práctico y cotidiano.
Desde el inicio debemos entender que toda manifestación material o dimensional
proviene del origen espiritual, de una fuente única inefable y difícil de
comprender que se ha trastocado con la imagen de un dios semi-humano, tan poco
real que muchos han decidido negar su existencia.
La religión en general se ha ocupado de deformar la realidad del mundo espiritual hasta el punto de tornarlo inconcebible, mezclando el concepto del alma con el del espíritu y atribuyendo la creación de los seres a una entidad superior. La idea del ser se refiere, en verdad, a una entidad espiritual completa en sí misma, eterna y por lo tanto, increada.
Atribuirle un
comienzo equivale a negar la característica que la define. Es decir: si el Ser
no es eterno, no es Ser. Lo efímero e impermanente, no es Ser. Lo creado por
“alguien”, no es Ser. Aun cuando queramos demostrar que ese alguien es algo
superior, único y anterior a todo. La misma idea de concebir a ese Dios en el
acto de crear materia y gobernarla, lo torna poco probable.
Considerar que las características del “creador” se asemejan
a la de cualquier tirano de la Tierra, envicia el criterio y nubla la
consciencia hasta el punto de negarse a sí misma. Comprendo que muchos considerarán
“demoníacas” mis palabras, pero yo sé de dónde surgen y hacia quienes van.
Pensemos por unos instantes que nada puede nacer de la nada. No hay un destello de surgimiento espontáneo que se manifiesta en universos repletos de galaxias, estrellas y planetas. Sabemos que el universo se expande y con excepción de que seas un creyente en la Tierra plana, se expande hacia el infinito.
Lo que hay “afuera” de esta manifestación terrestre material es un
concierto de energía de magnitudes extraordinarias. A tal punto que el relato
de un génesis terrestre necesita de la negación de la realidad, de la
subordinación a ideas pequeñas, acorde con ese dios que el imperio
cristiano-romano nos ha impuesto.
Comencemos, entonces, por reconocer que la materia primordial
de todo lo existente es energía electromagnética, para luego concebir que el
respaldo de esa existencia es la dimensión espiritual, la cual es, en
principio, inmanifiesta, no creada, eterna. A ese “mundo” infinito y eterno
(porque no existe el movimiento, ni el espacio, ni el tiempo) podemos, si
queremos, considerarlo Dios, anterior al Primer Logos de la teosofía o al Theos
de la teogonía griega. Este Dios innombrable, original, coincide con la idea
que tenían nuestros ancestros: la “fuente” de la vida, también llamada
“budeidad”, Ese Dios es el todo, el todo existe solo en la dimensión espiritual,
porque la material se caracteriza por ser completa.
¿Dónde queda entonces la enseñanza descripta en el Génesis?
Pues, tal como ha escrito Mauro Biglino, autor, ensayista y
traductor italiano: la Biblia no habla de Dios. Y esto lo dice basado en la
lectura directa de los textos en hebreo que no han sufrido cortes y
manipulaciones.
En la antigüedad se necesitó de la idea de una tierra plana o un universo geocéntrico para dar soporte al génesis, sin transmitir que se trataba de un relato simbólico de algo sucedido en un momento preciso y no muy lejano de la historia del planeta. Imposible justificar este relato en el contexto de un universo que se expande en un espacio eterno e infinito que, sin embargo, es irreal.
Tratemos de comprender, entonces que, en la dimensión espiritual, donde el espacio, el movimiento y el tiempo no existen, lo eterno e infinito es la regla general. Mientras que la manifestación material, con todas sus limitaciones, mutaciones, movimiento, volumen, etc. es una porción ilusoria contenida en el hábitat espiritual. En dicha manifestación, la polaridad es un mal necesario para darle cuerpo.
Así, la energía se refleja a sí misma y lo hace, como todo
reflejo, con características negativas. De allí la idea de que Dios, como
primer logos, produce su propio reflejo dando vida al Demiurgo, quien es
considerado el verdadero creador del mundo material, desde la concepción
mística de la creación.
Teniendo en cuenta lo antedicho, se explica por qué, desde
un mundo dual y material, resulta casi imposible entender el origen del mismo:
un mundo espiritual, eterno e infinito; ya que la herramienta que utilizamos,
la mente, es un constructo derivado de ese mundo dual. Nuestra psique (formada
por energía, memoria, emoción y mente) es lo que llamamos “alma” y es aquello
que percibe toda la experiencia material, sufre y goza en ella y memoriza lo
que le es posible memorizar.
Para que esta psique realice su experiencia material, es
necesaria la “mascota”, el cuerpo físico, de dudoso diseño, dotado de
características de vulnerabilidad tales, que hacen difícil su permanencia en
este plano por mucho tiempo. Resumiendo, la tríada cuerpo-alma-espíritu cumple
su pasaje en esta dimensión asociada de manera no muy armoniosa, en una
inexplicable misión. Podemos justificar dicho pasaje con la idea de que tenemos
una misión o que hemos pecado para merecerlo o que hemos sido atrapados por
entidades maléficas o vivir sin preguntarnos nada, pero, aun así, difícilmente
lleguemos a tener un atisbo de lo que realmente sucede.
La tradición espiritual esotérica nos cuenta que unos dioses
traidores, leales al Demiurgo o a sí mismos, atraparon a una cantidad de
espíritus increados para que sirvieran de “baterías” a la dimensión material,
ya que esta, por ser un reflejo, no tiene conexión con la dimensión espiritual
o la fuente de donde proviene la energía. Esta dimensión material es completada
con “cascaras” o cuerpos no conectados a esencia espiritual alguna, que
componen el grueso de la población y que, automáticamente, van a buscar
espíritus encarnados para proveerse de energía o motivación para sus propias
existencias.
Este concepto genera fuertes rechazos morales, sobre todo de
parte de aquellos que sostienen una igualdad a ultranza, en contra de los que
consideran que es la única explicación para justificar muchas de las cosas que aquí
suceden. Mientras una gran parte de la población humana vive con
características predominantemente instintivas, otra lo hace en estado de
constante temor y aceptación de las limitaciones sociales y religiosas,
mientras que una minoría lucha por la expansión de su consciencia y de la de
otros.
¿Es rescatable el individuo carente del nexo espiritual? ¿Es
posible “construirlo” como parecen indicar algunas enseñanzas budistas? Si los
seres son entidades individuales y son testigos del sufrimiento de sus iguales aquí
en la materia, seguramente no querrán colaborar en algo más que no sea rescatar
a sus semejantes. O, tal vez, ni eso… Mientras tanto, los prisioneros de la
materia tratan de descubrir un método que les permita escapar de este encierro.
Fragmento del Capitulo 1 del libro CAMINANDO EN LA OSCURIDAD
de Juan Laborde
https://centinelanocturno.wordpress.com/2023/06/18/la-oscuridad-normalizada/
Por si fuera d su interés
ResponderEliminarSobre la "sostenibilidad" de comer insectos
https://twitter.com/AnunnakiBot_/status/1671157088599560192
Sobre las jaulas de 15 minutos
https://twitter.com/AnunnakiBot_/status/1671498302192336897
Saludos