LA HERMOSA MELODIA DE LA VIDA
Abrí
los ojos, el pulso acelerado, el reloj marcaba las 7, escuchaba
claramente su tic tac sin parar. Cada segundo pasaba y no
tenia piedad de mi. —¡Cinco
minutitos más! Me escuche decir con una voz que casi ni se me
entendía. Tenía frío y mis frazadas no lograban darme el calor que
yo necesitaba. Decidí levantarme porque no me quedaba otra
¿verdad? Tomé un baño y salí rumbo al trabajo, pero cuál fue mi
sorpresa ¡Estaba en Paris! El destino turístico más popular del
mundo, considerada la ciudad más hermosa y romántica del mundo. El
lugar perfecto para los enamorados. ¡Si! para los enamorados, pero
no para mí, que en realidad estaba más sola que mi vecina, la del
3º. Si yo les contara lo amargada que está no me lo creerían.
Bueno dejemos la vecina solterona y mejor sigo.
¡París!
Salí en busca de todo y de nada hasta que me encontré en una calle
céntrica aunque secundaria. Ahí había un hombre sucio y
maloliente que tocaba una vieja armónica. En el suelo estaba su
boina con la esperanza que los transeúntes se apiadaran de su
condición y le arrojaran algunas monedas para llevar a casa. El
pobre hombre trataba de sacar una melodía, pero era imposible
identificarla, debido a lo desafinado del instrumento y a la forma
tan, pero tan aburrida con que tocaba. Vi a un hombre fascinante, que
junto con su esposa y unos amigos salía de un teatro cercano y
pasaron frente al mendigo. Todos arrugaron el rostro al escuchar
semejante atrocidad y no pudieron más que sonreír de buena gana. Y
vaya que este hombre fascinante conocía del tema. El era un
concertista.
La
esposa le pidió que tocara algo. El hombre echó una mirada a las
pocas monedas en el interior de la boina del mendigo, y decidió
hacer algo. Le pidió amablemente la armónica y entonces,
vigorosamente y con gran maestría, arrancó una melodía fascinante
del viejo instrumento. Los amigos comenzaron a aplaudir y los
transeúntes comenzaron a arremolinarse para ver el improvisado
espectáculo. Al escuchar la música, la gente de la cercana calle
principal acudió también y pronto había una pequeña multitud
escuchando a media calle el extraño concierto. La boina se llenó,
no solamente de monedas, sino de muchos billetes de todas las
denominaciones. Mientras el maestro de la música tocaba con singular
alegría y tenía a la multitud fascinada con sus maravillosas notas,
el mendigo musical estaba aún más feliz de ver lo que ocurría
y no cesaba de dar saltos de contento y repetir orgulloso a todos:
“¡¡¡Esa es mi
armónica!!! ¡¡¡Esa es mi armónica!!!” Lo cual, por
supuesto, era evidentemente cierto.
Un
viento frío recorrió esa avenida, un nuevo espectador se detuvo a
mi lado y dejó salir una voz muy singular para decirme:
“¿Te fijas, la vida nos da a todos una armónica. Son nuestros conocimientos, nuestras habilidades y nuestras actitudes lo que hacen la diferencia de una a otra. Y tenemos libertad absoluta de tocar esa armónica como nos plazca. Nacimos con la facultad de decidir lo que haremos de nuestra vida. Y esto, claro, es tanto un maravilloso derecho, como una formidable responsabilidad. Algunos, por pereza, ni siquiera se dan cuenta que, además de solo ser una armónica, es un instrumento que nos sirve para hacer feliz a muchas personas. No perciben que en el mundo actual hay que prepararse, aprender, desarrollar habilidades y mejorar constantemente actitudes si hemos de ejecutar un buen concierto. Pretenden una boina llena de dinero, y lo que entregan es una melodía desafinada y poco artística que no gusta a nadie. Esa es la gente que hace su trabajo a lo que salga. Que piensa en términos de “me vale”, y que cree que la humanidad tiene la obligación de retribuirle su pésima ejecución, cubriendo sus necesidades. Es la gente que piensa solamente en sus derechos, pero no siente ninguna obligación de ganárselos. Y no es más que la verdad, por dura que pueda parecernos. A ti y a mí y a cualquier otra persona nos toca aprender, tarde o temprano, que los mejores lugares son para aquellos que, no solamente poseen una buena armónica, sino que aprenden con el tiempo a tocarla con maestría. Por eso debemos estar dispuestos a hacer bien nuestro trabajo diario, sea cual sea. Y aspirar siempre a prepararnos para ser capaces de realizar otras cosas que nos gustarían y que sabemos que somos capaces de lograr. El mundo en el que vivimos está lleno de ejemplos de gente que, aún con dificultades iniciales, llegó a ser un concertista con esa simple armónica que es la vida. Y también, por desgracia, registra los casos de muchos otros que, teniendo grandes oportunidades, decidieron con ese bello instrumento ser mendigos musicales. Hacer algo grande de tu vida, esa sí que es una decisión personal.”
“¿Te fijas, la vida nos da a todos una armónica. Son nuestros conocimientos, nuestras habilidades y nuestras actitudes lo que hacen la diferencia de una a otra. Y tenemos libertad absoluta de tocar esa armónica como nos plazca. Nacimos con la facultad de decidir lo que haremos de nuestra vida. Y esto, claro, es tanto un maravilloso derecho, como una formidable responsabilidad. Algunos, por pereza, ni siquiera se dan cuenta que, además de solo ser una armónica, es un instrumento que nos sirve para hacer feliz a muchas personas. No perciben que en el mundo actual hay que prepararse, aprender, desarrollar habilidades y mejorar constantemente actitudes si hemos de ejecutar un buen concierto. Pretenden una boina llena de dinero, y lo que entregan es una melodía desafinada y poco artística que no gusta a nadie. Esa es la gente que hace su trabajo a lo que salga. Que piensa en términos de “me vale”, y que cree que la humanidad tiene la obligación de retribuirle su pésima ejecución, cubriendo sus necesidades. Es la gente que piensa solamente en sus derechos, pero no siente ninguna obligación de ganárselos. Y no es más que la verdad, por dura que pueda parecernos. A ti y a mí y a cualquier otra persona nos toca aprender, tarde o temprano, que los mejores lugares son para aquellos que, no solamente poseen una buena armónica, sino que aprenden con el tiempo a tocarla con maestría. Por eso debemos estar dispuestos a hacer bien nuestro trabajo diario, sea cual sea. Y aspirar siempre a prepararnos para ser capaces de realizar otras cosas que nos gustarían y que sabemos que somos capaces de lograr. El mundo en el que vivimos está lleno de ejemplos de gente que, aún con dificultades iniciales, llegó a ser un concertista con esa simple armónica que es la vida. Y también, por desgracia, registra los casos de muchos otros que, teniendo grandes oportunidades, decidieron con ese bello instrumento ser mendigos musicales. Hacer algo grande de tu vida, esa sí que es una decisión personal.”
Desperté
y efectivamente mi pulso seguía acelerado, eran las 7. No estaba en
Paris. Era el mismo barrio de siempre con las mismas cosas, las
mismas personas, la misma rutina. Lo único que había cambiado era
mi actitud. Mi actitud hacia la vida. Miré al techo, salté de la
cama, tomé mis libros, que son mi armónica, y salí corriendo a
enseñar a mis alumnos lo
bello que es deleitar a los demás con la hermosa melodía que es la
vida.
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