CÓMO ABORTARÁN LA
REVOLUCIÓN (3ª parte)
Cada vez está más
claro. Estamos inmersos en una metamorfosis, una
auténtica muda de piel del sistema.
Es precisamente en momentos delicados como
éste, cuando se ponen en marcha los mecanismos de manipulación de masas más
sutiles y a la vez más simples en su funcionamiento.
El
primer paso para desactivar estos mecanismos es tomar plena conciencia de ellos
y ayudar a la gente que nos rodea a comprender cómo funcionan, cómo se
implementan y en qué se basan.
Si una cantidad suficiente de personas
fuéramos conscientes de ellos, podemos estar seguros de que a esas élites que
intentan manipularnos les sería prácticamente imposible conducirnos como a un
“rebaño”.
En este artículo expondremos algunas de las
maniobras que creemos que se están implementando en este proceso de cambio de
paradigma y os invitamos a que vosotros descubráis por vuestro lado más
mecanismos de manipulación y compartáis vuestras deducciones:
Dejarnos
“algo que perder”
Se trata, sin lugar a dudas, de uno de los
mecanismos de manipulación más simples y efectivos que existen.
Se ha convertido en la válvula de control de
la situación, aquella que permite regular la dinámica de respuesta de la
población en momentos de crisis del sistema, como el que vivimos actualmente.
La válvula que permite aligerar o aumentar la
“presión” sobre el pueblo a conveniencia. Se trata de que siempre tengamos
“algo que perder”.
Y es que no hay nadie más peligroso para el
sistema que aquella persona que no tiene nada que perder.
No hay nadie más impredecible e incontrolable
que una persona desesperada, sin esperanzas y sin posesiones. Porque alguien
inmerso en estas circunstancias, paradójicamente, se convierte en una persona
libre, sin dependencias de ningún tipo.
Se torna en alguien que pierde el miedo a
luchar por sus derechos, sean cuales sean las consecuencias que conlleve dicha
lucha.
Por lo tanto, para controlar a una masa de
personas descontentas, es estrictamente necesario conseguir que la mayoría de
ellas tengan “algo que perder” en caso de un escenario de conflicto, lucha o
rebelión: su libertad, su trabajo, su casa, su familia, el poco dinero del que
dispongan, etc…
La clave de este mecanismo consiste en
convertir las pequeñas posesiones y “comodidades” de las que disponemos en
cadenas que nos inmovilicen, de manera que acabemos anteponiendo su
conservación a nuestra propia dignidad como seres humanos.
Así pues, que nadie lo dude.
A la mayoría de nosotros siempre nos dejarán
“algo que perder”. Siempre nos dejaran algo de lo que depender y que solo
podremos conservar “si nos portamos bien”.
Al fin y al cabo, ser conservador es algo
intrínseco al ser humano: es una de las formas más refinadas que adquiere el
miedo dentro de nuestra psique…
Crear
“esperanza artificial”
Este mecanismo es complementario al anterior y
es uno de los más ampliamente utilizados en la coyuntura actual.
De hecho, lo podemos ver reflejado en la
mayoría de medios de comunicación. Mezcladas con las persistentes amenazas de
castigo por parte de la autoridad para aquellos que se atrevan a rebelarse,
encontramos constantes promesas de recuperación y esperanza.
De nada serviría que nos dejaran “algo que
perder” si estuviéramos inmersos en una situación de precariedad continuada e
inalterable; tarde o temprano, la presión del descontento derivada de la
precariedad vital, podría convertirse en insostenible y por lo tanto, es
estrictamente necesario crear una sensación de esperanza de cara al futuro,
aunque se trate de un futuro difuso o inconcreto.
El objetivo es convertir la “esperanza de
mejora” en una posesión más que podemos poner en riesgo si nos rebelamos y por
lo tanto, en una cadena más que nos aprisione y nos paralice, al igual que
sucede con las otras posesiones físicas que tememos perder.
Pero lo sorprendente es que en este caso se
trata de una “posesión virtual” que ha sido proyectada en nuestra mente.
Crean en nuestra psique la imagen de un futuro
esperanzador que aún no existe y que supuestamente nos pertenece y nos hacen
temer por su pérdida si nos atrevemos a rebelarnos.
Se trata pues, de un mecanismo de manipulación
sorprendente y muy refinado basado en la conservación de “propiedades
virtuales”.
Una manipulación simplemente genial; más
genial de lo que los propios perpetradores creen.
Ilusión
de libertad
Éste es quizás el mecanismo más evidente y
conocido por todos.
Es un reflejo de como han cambiado los tiempos
y de como se han refinado y perfeccionado los mecanismos de represión
psicológica.
Y es que tras siglos de dominio basado en la
obediencia ciega y la subyugación por la fuerza, los más poderosos han
conseguido crear en nosotros la ilusión de que podemos elegir entre varias
opciones; y a esa posibilidad de elección totalmente manipulada la han llamado
falsariamente “libertad”.
Lo vemos a todas las escalas y en múltiples
aspectos de la sociedad actual: podemos elegir peinado, ropa, partido político,
ideología, religión, tribu urbana o equipo de fútbol. Tanto da cuáles sean:
todas son elecciones que siguen un procedimiento similar.
Por decirlo de una manera gráfica, nos ofrecen
constantemente la posibilidad de elegir entre la pastilla roja y la pastilla
azul.
Nos aseguran que es nuestra responsabilidad
elegir cuál de las dos preferimos y que con ello decidimos nuestro futuro. Y
así es como nos pasamos la vida discutiendo acaloradamente cual de las dos
representa la mejor opción a cada momento y por ello nos consideramos “libres”.
Pero la respuesta de una persona libre no es
elegir entre la pastilla roja o la azul.
La
respuesta de una persona libre es:
“Yo no tengo por qué tomar ninguna pastilla ¿Quién te
has creído que eres para decirme que tengo que elegir una pastilla? ¡Métete las
pastillas donde te quepan!”
Desgraciadamente, la mayoría de personas
consideran que ésta es una respuesta agresiva y antisocial.
Quien se atreva a responder en estos términos
será atacado por rojos y azules, por izquierdas y por derechas, por ateos y por
creyentes…al fin y al cabo, todos ellos ya han tomado la pastilla y no
tolerarán que nadie se atreva a no hacerlo: eso pondría en evidencia sus
limitaciones y su cobardía…
Dividir
el mundo en buenos y malos
Este
es un mecanismo complementario al anterior que ya tratamos en un artículo
titulado: UN MUNDO DE BUENOS Y MALOS
La verdad es que sin este mecanismo no
existirían los gobiernos y toda estructura de autoridad resultaría
insostenible.
Como hemos visto a lo largo de la historia, lo
primero que necesita un gobernante es un enemigo al que combatir, un opositor
sobre el que focalizar los recelos, los miedos, las frustraciones y los odios
de la población.
Durante siglos este mecanismo le ha resultado
especialmente útil a las dictaduras y a los regímenes totalitarios. Todos ellos
necesitan crear un enemigo, sea externo y/o interno, con el que justificar las
actividades represivas que les permiten mantener el status quo.
Pero con el paso del tiempo, el sistema se ha
perfeccionado hasta tal punto, que hoy en día disponemos de una estructura
eficiente y funcional que incorpora, de serie, un enemigo estable, previsible y
prefabricado: la Democracia.
Al fin y al cabo, la democracia no deja de ser
eso. Un sistema que lleva incorporado un enemigo artificial llamado “oposición
ideológica” sobre el que depositar todos los recelos y culpas.
¿De quién es la culpa de todo lo que sucede en
nuestro país? Del Rajoy o del Zapatero de turno, de la izquierda o de la
derecha, de los fachas o de los rojos…
Es como un motor lógico perfecto, creado para
estar siempre en funcionamiento, dando vueltas sin parar, alimentado por el
rechazo e incluso el odio que siente cada fracción programada de población
hacia la ideología contraria.
Y es que no olvidemos que los gobernantes
siempre gobiernan “contra algo”.
Puede ser un enemigo ideológico, un grupo
terrorista o incluso algo más abstracto, como la inseguridad ciudadana, la
crisis económica, la droga o el paro.
Sea como sea, los gobiernos necesitan un
enemigo o un problema contra el que combatir, para que el pueblo tenga la
sensación permanente de que los gobernantes son necesarios para erradicar tales
amenazas.
Si supiéramos cuantas veces son los propios
gobiernos los que generan esos “problemas” con el fin de justificar sus
actuaciones, la confianza en el sistema se derrumbaría por completo…
Ley
del “triunfo menor”
Éste es uno de los mecanismos más importantes
y que desgraciadamente, se han mostrado más eficaces a lo largo de los tiempos.
Básicamente consiste en distraernos con
aspectos circunstanciales, con el fin de que focalicemos nuestras energías en
la anécdota y evitemos ir a la raíz de los asuntos.
Para comprenderlo mejor, pongamos un ejemplo:
Supongamos que estamos encerrados en una
prisión, de forma injusta, junto a otros prisioneros también encerrados en las
mismas condiciones.
Tarde o temprano, nuestra obsesión será
escapar de la cárcel para recuperar nuestra libertad y con el fin de evitarlo,
las autoridades carcelarias realizan una maniobra inteligente: nos dan comida
en mal estado y llena de gusanos.
Es decir, empeoran de forma premeditada y
evidente nuestras condiciones de vida en la prisión.
Puede resultar paradójico, pero ese
empeoramiento de las condiciones en la prisión, bien gestionada, lejos de
convertirse en un acicate que alimente nuestra necesidad de huida, puede
convertirse en un mecanismo para que nunca lleguemos a emprenderla.
Solo hace falta que uno de los internos, con
una especial capacidad de liderazgo, levante la voz protestando por la calidad
de la comida. Que se alce con proclamas encendidas reclamando “una mejor
alimentación y unas mejores condiciones sanitarias de los reclusos”, al grito
de “¡No somos bestias, somos personas y tenemos derechos!”.
Cuando
eso suceda, ese plato lleno de gusanos se convertirá, de repente, en el centro
de las reclamaciones de los internos. Todas las luchas se centrarán en
conseguir una “alimentación decente y digna”, pues esa alimentación se habrá
convertido en un símbolo del trato a los reclusos.
Llegados a esta situación, el alcaide solo
tendrá que gestionar adecuadamente las circunstancias, negándose inicialmente a
mejorar la calidad de la comida y aplicando castigos puntuales a los reclusos
adecuados como muestra de fuerza y aflojando la tensión cuando ésta amenace con
convertirse en un motín generalizado.
Con ello conseguirá convertir la lucha por la
mejora de la comida en un reto difícil de conseguir por parte de los presos y
eso les obligará a destinar aún más energía y atención en ello.
Y cuando llegue el momento pertinente…el
alcaide dejará de ofrecer comida repleta de gusanos y convertirá las
reclamaciones de los reclusos en un pequeño triunfo.
¿Qué habrá conseguido con ello?
Para empezar, durante el proceso de protesta,
habrá conseguido que todas las energías de los reclusos se hayan desperdiciado
reclamando un hecho circunstancial y concreto: la comida y que esas energías no
se hayan enfocada plenamente en crear planes de fuga.
De esta manera, el objetivo primordial de
todos y cada uno de los reclusos, que era huir de la cárcel, habrá quedado olvidado,
mediante un desvío pertinente de la atención.
Y no solo eso.
Lo peor es que ese pequeño triunfo dentro de
la prisión, servirá de mecanismo psicológico que reforzará la aceptación del
encarcelamiento por parte de los presos.
Porque dentro de sus mentes, quedará
instaurada la idea de que dentro de la cárcel pueden alcanzar pequeños triunfos
luchando, algo que nadie puede garantizarles en el complejo mundo exterior. Es
decir, la imagen de la propia cárcel quedará asociada a una sensación personal
de triunfo, que se reforzará diariamente y de forma rutinaria cuando tengan
ante sí un plato de rancho libre de gusanos.
Si nos fijamos con atención, el elemento clave
de esta maniobra reside en el recluso que se erige en portavoz del resto y se
levanta reclamando “mejor comida”.
Él es el líder que focaliza las protestas de
la masa en la anécdota circunstancial y desvía la atención del objetivo
prioritario: la huida de la cárcel.
Sustituyamos
ahora la cárcel por el sistema, el plato con gusanos por la precariedad
derivada de la crisis y al líder de los reclusos por cualquier
líder opositor al gobierno de turno, que reclama reformas y
mejoras para la población.
Ésto es lo que vivimos, constantemente, en un
régimen democrático y en especial en los momentos de mayor descontento social,
gobiernen las derechas o las izquierdas.
¿Cuándo abriremos los ojos de una vez?
¿Cuándo dejaremos de preocuparnos por esos
“platos llenos de gusanos” como la reforma laboral, el derecho al aborto, el
matrimonio homosexual o la bajada de impuestos y pensiones y focalizaremos, de
una vez por todas, la totalidad de nuestras energías en escapar definitivamente
de “la cárcel”?
Inoculación
de conceptos
Por último, exponemos el mecanismo más sutil
de todos y el que acostumbra a pasar más desapercibido, a pesar de ser el más
importante a la hora de crear las estructuras que nos someten diariamente.
Básicamente
consiste en inocular, sutil y camufladamente, los diferentes conceptos que
regirán el futuro del sistema en la mente de los ciudadanos, para que se acostumbren a ellos y los asuman como algo “normal
y habitual”.
Pongamos un ejemplo: supongamos que queremos
conseguir que la población pague un impuesto por el simple hecho de respirar
aire.
El concepto de “pagar por respirar” puede
parecer ahora mismo una locura, una idea no solo descabellada, sino
profundamente abusiva e imposible de implementar.
Pero en realidad resulta descabellada porque
el concepto “pagar por respirar” aún no ha sido debidamente instalado en
nuestra mente y aceptado como una posibilidad plausible.
Así pues, el primer paso para conseguirlo, es
enunciar la posibilidad de ese concepto, aunque sea a través de una
representación metafórica o imaginaria. Por ejemplo, mostrando una película de
ciencia ficción situada en un futuro donde la gente paga dinero por el simple
hecho de respirar.
Una vez enunciada la idea y convertida en una
posibilidad “imaginable”, el segundo paso es implementarla como realidad
parcial y limitada.
Es decir, crear un primer caso de “pago por
respirar aire”, aunque sea en condiciones muy restringidas.
Y aunque parezca increíble, ya se ha dado un
paso en esa dirección en el mundo real.
Hace pocos días, por ejemplo, sabíamos que en
un aeropuerto de Caracas, los usuarios de las terminales nacional e internacional
tendrán que pagar un arancel por respirar el aire acondicionado tratado con
ozono que se suministra en tales terminales.
Así pues, ya hay un lugar en el mundo en el
que se ha inoculado el concepto “pagar por respirar”, aunque sea en un estadio
parcial y limitado.
Poco importa que en este caso concreto sea en
forma de arancel simbólico que se paga al adquirir el billete de avión.
Lo importante es que una vez instaurada la
idea en sí en la mente de las personas y aceptada por todos como una
“posibilidad normalizable”, toda variación posterior será aceptada sin
rechistar, si se realiza de forma paulatina y “debidamente justificada”.
Solo hace falta que la medida se extienda a
algún otro aeropuerto del mundo, que después se extienda a algún museo o teatro
famoso y así paulatinamente a otros edificios oficiales de diferentes países.
Poco a poco puede ir extendiéndose hasta
convertirse en una norma al entrar en cualquier edificio con aire
acondicionado.
Solo hace falta “justificarlo” adecuadamente
mediante una buena campaña de concienciación, por ejemplo basada en la ecología
y la sostenibilidad.
Es decir, asociarle un significado
aparentemente positivo.
Y una vez instaurado el pago por el aire en
todos los edificios públicos y los medios de transporte como norma, ¿Dónde
situaremos los limites para no cobrar un impuesto por respirar aire limpio en
la calle?
¿Cuánto tiempo tardará en aparecer la primera
población que aplica supuestas medidas ecológicas para mantener el “aire limpio
y descontaminado” y que cobra a sus habitantes un pequeño impuesto por respirar
ese “presunto aire purificado” en la vía pública?
Como vemos, el punto crucial reside en
inocular el concepto inicial. Conseguir que se acepte la base de la idea en sí
es la clave de todo.
Una vez conseguido, el triunfo de la maniobra
está garantizado y puede llegarse progresivamente hasta límites que ahora nos
pueden parecer surrealistas.
Podemos encontrar muchos más ejemplos de
aplicación de esta técnica tan efectiva.
Ahí
están, por ejemplo, los impuestos sobre los depósitos bancarios latentes.
Se trata de un impuesto mediante el cual, el estado se arroga el derecho de
robar literalmente el dinero depositado en la cuenta bancaria de un particular
simplemente porque esa cuenta no muestra actividad durante un tiempo
pre-establecido.
Poco importa que en un principio el impuesto
se aplicara a cuentas inactivas durante más de quince años, como en el caso del
Reino Unido. Paulatinamente la norma ha ido variando y hay países como
Australia donde el impuesto ha pasado progresivamente de aplicarse a cuentas
inactivas durante 7 años a cuentas inactivas durante 3 años. Y en casos
extremos como en el estado de Georgia, en EEUU, a cuentas inactivas durante
solo un año.
Una vez aceptado el concepto base llamado
“confiscación de cuenta por inactividad”, toda variación posterior será
aceptada sin apenas oposición.
En un tiempo, podrán echar mano “legalmente”
del dinero que depositemos en nuestra cuenta si permanece inactiva un mes y
quién sabe si al final, si permanece inactiva una semana o un solo día.
Por esta razón, es tan importante decir “no”
al primer intento de abuso.
Debemos tener una visión a largo plazo y
deducir las consecuencias que tendrá la aceptación de una ley o un concepto
implantado en la mente de la población y ayudar a las personas que nos rodean a
comprender las implicaciones que tendrá a la larga no hacer nada contra ello.
Ante
un abuso, jamás puede permitirse el primer paso, porque ese primer paso ya es
“todos los pasos” y después será demasiado tarde para revertirlo.
De momento, en España, ya hemos aceptado sin
apenas rebelarnos que se nos impongan multas por simplemente manifestarnos en
la calle. Una vez aceptada y asumida la idea y convertida en nueva realidad
vital, ya podemos decir que estamos viviendo en una dictadura de facto, donde
la libertad de expresión ha muerto. Es solo cuestión de tiempo que sobre esta
base conceptual se establezcan leyes y normas cada vez más draconianas.
Y la culpa será nuestra, al cien por cien, por
haber aceptado la implantación inicial del concepto sin haber plantado cara
adecuadamente.
El sistema se basa enteramente en esto. En la
asunción de conceptos como algo “normal”, hasta que se convierten en la nueva
realidad de nuestras vidas. Una realidad virtual que solo vive en nuestras
cabezas y que solo nosotros mantenemos en pie, pero que sin embargo es capaz de
aprisionarnos durante toda nuestra existencia.
No nos cansaremos de repetirlo, aunque
clamemos en el desierto.
La
auténtica lucha está ahí, dentro de nuestra cabeza.
Nuestra
mente es el campo de batalla en el que se dirime el futuro de toda la
humanidad.
De nada servirán las reclamaciones sociales
externas si no somos capaces de ganar la guerra dentro de nuestra psique.
Porque un solo concepto inoculado en nuestra
mente puede hacer más daño que una arma de destrucción masiva…
GAZZETTA
DEL APOCALIPSIS
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