EL VALOR DE LA AUTÉNTICA RIQUEZA
La mayoría de nosotros tenemos una visión distorsionada de
lo que son el lujo y la riqueza. De lo que es una auténtica joya o de lo que es
un tesoro verdadero.
La mayoría de gente se deja deslumbrar por el tenue brillo
de un diamante o por el resplandor dorado de un metal considerado precioso. Sin embargo, sigue ciega ante los tesoros, lujos y riquezas
que realmente posee.
Y llegados aquí, todos deberíamos preguntarnos: ¿qué es la
auténtica riqueza y el verdadero lujo?
Como ya dijimos en artículos anteriores, venimos al mundo
con tres propiedades de un valor incalculable; y su valor es incalculable,
porque simplemente, no se pueden comprar ni con todo el dinero del mundo: son
nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestro tiempo de vida.
Todos disponemos de esas 3 únicas propiedades reales, con
independencia de nuestra identidad, características o lugar de nacimiento.
Sin embargo, y a pesar de que todos disponemos de estas 3
propiedades, no todos somos igual de afortunados. Hay personas que nacen, literalmente, ricas. Y no, no estamos hablando de personas con dinero o estatus
social.
Hay personas que nacen ricas porque vienen al mundo
albergando una propiedad adicional que las distingue de las demás, que las
eleva por encima de la media y que les da un sentido especial a sus
existencias.
Estamos hablando de individuos que nacen con talentos o
capacidades especiales, de tipo intelectual, creativo, artístico, físico o
espiritual.
Un tesoro con un valor intrínseco incalculable e
intransferible, que no se puede construir, imitar, fabricar o comprar ni con
todo el oro del planeta. Porque al fin y al cabo, cualquiera de nosotros, sea
quien sea, puede acabar poseyendo un diamante, un yate o una mansión si se dan
las circunstancias adecuadas.
Pero lo que jamás nos inculca la sociedad es que cuando
alguien nace con un talento o con una capacidad especial que le distingue, es
rico de verdad, porque nace disponiendo de un lujo que el universo solo otorga
a unos pocos privilegiados.
Hay gente que nace con una capacidad extraordinaria para
amar, para empatizar, para superarse a sí misma, para conectar con los demás;
gente con un carisma especial, con una belleza física natural, o con un encanto
único que no se puede aprender; gente dotada de un intelecto superior o de una
capacidad inmensa para razonar, analizar o comprender la esencia de las cosas;
gente bendecida con talentos creativos y artísticos inimitables; gente
caracterizada por sus capacidades físicas únicas; incluso gente que nace con un
talento especial para hacer el mal o causar daño o sufrimiento a los demás.
Sí, habrá quien diga que todos somos ricos, en mayor o menor
medida. Que todos tenemos capacidades únicas, manifestadas de mil y una
maneras.
Pero no nos engañemos.
Por más que todos dispongamos de nuestras pequeñas riquezas,
de nuestras pequeñas perlas ocultas y por más que podamos desarrollarlas o
pulirlas con estudio, esfuerzo y dedicación, la cruda realidad es que hay gente
que llega al mundo tocada con una especie de varita mágica.
Algunos venimos al mundo con una humilde pepita de oro y
otros llegan al mundo con un diamante de 500 quilates, que solo necesita ser
pulido.
Y comprender que esa es la auténtica expresión del lujo y la
riqueza, es esencial para cambiar nuestro mundo.
Las personas que nacen con alguno de estos talentos o
capacidades, deberían ser muy conscientes de que han nacido ricos.
Desde bien pequeños, la sociedad debería ayudarles a tomar
conciencia de que la naturaleza les ha bendecido con un tesoro que deben cuidar
con el máximo esmero y que el mérito de haber nacido con esa fortuna, sin
embargo, no es suyo en absoluto.
Y una vez fueran conscientes de esta realidad, entonces
deberían tomar conciencia de la gran responsabilidad que recae sobre sus
espaldas.
Una responsabilidad mayor a la del resto de individuos.
Porque cuando alguien posee una fortuna, sobre sus espaldas
recae una mayor responsabilidad social que sobre aquél que no tiene nada o
posee muy poco.
Es lo que ocurre con cualquier multimillonario en nuestra
sociedad.
Cuando eres rico y posees un gran capital, dispones también
de un gran poder y debes saber muy bien en qué lo vas a invertir o qué empleo
harás de él.
Tienes una responsabilidad mucho mayor a la de cualquier
otra persona, porque el uso que hagas de tu fortuna, puede cambiar muchas
cosas, para bien o para mal. Puedes cambiar la vida de los demás, alterar
muchas dinámicas y equilibrios o transformar muchas situaciones.
Puedes malgastar tu fortuna en lujos absurdos o en negocios
sucios y corruptos para multiplicar tus riquezas, aunque ello implique hacer
daño a otras personas; o puedes invertir esa riqueza en ayudar a los demás, en
generar progreso o en contribuir a crear un mundo mejor.
Pues bien, las personas bendecidas con un don especial,
están en una situación análoga.
Una persona que viene al mundo con un talento único y que
por lo tanto es rica desde que nace, debe ser muy consciente de que tiene una
responsabilidad superior al resto; debe tomar plena conciencia de que su don
tiene la capacidad de alterar el transcurrir del mundo y de cambiar la vida de
otra gente.
Sin embargo, el Sistema se ha encargado de que ninguno de
estos individuos especiales tomen conciencia de esta enorme responsabilidad.
Y de la misma manera, el Sistema se ha encargado de que las
demás personas que los rodean, tampoco sean capaces de valorar de la forma
adecuada el tesoro que esos privilegiados poseen.
En las escuelas no se hace ningún esfuerzo por detectar a
esas personas dotadas de dones especiales, ni se trabaja para alimentar sus
impulsos naturales y hacerles ver que disponen de una riqueza única que deben
cuidar y respetar por encima de todo. Bien al contrario, se hacen esfuerzos
constantes por castrar los impulsos naturales de cada uno y tratar de
uniformizar a esos individuos especialmente dotados, llegando a veces a
hacerlos sentir culpables por ser especiales y tener impulsos diferentes a los
de los demás.
Desde pequeños nos educan para que anhelemos y adoremos
elementos vacíos: estatus social, fama, dinero y todo tipo de objetos diversos
cuyo valor depende exclusivamente del valor que nosotros decidamos darles.
Los dones y talentos son tratados casi como fenómenos
curiosos, como anomalías casuales que se manifiestan aleatoriamente entre la
población humana, como lo es una deformidad o una enfermedad extraña, y que
deben ser debidamente instrumentalizadas para conseguir con ellas dinero,
éxito, fama o estatus social.
Si por ejemplo, un joven sabe cantar muy bien, sus papás o
abuelos le dirán: “tu puedes llegar a ser un gran cantante”. Pero seamos
sinceros: la expresión “gran cantante” en boca de los progenitores, no hace
referencia a sus dotes artísticas intrínsecas, sino al éxito social asociado a
esas dotes artísticas y a su traducción en fama y dinero.
Cuando unos padres dicen “serás un gran cantante”, no sueñan
con ver a su hijo interpretando canciones maravillosas que generen emociones
inolvidables en los demás; lo imaginan en un gran teatro o en una sala de
conciertos abarrotada, o apareciendo entre ovaciones en algún concurso de
talentos televisivo, copando portadas de revistas, rodeado por el éxito y la
fama.
Con ello le inoculan al niño el mismo concepto con el que
ellos mismos han sido programados desde pequeños: prostituir sus dones y
capacidades de valor incalculable para conseguir algo vacío de sentido y valor,
como son la fama o el dinero.
Y es que solo a través de esta prostitución del talento, la
sociedad te llega a etiquetar como un “triunfador”.
UNA DIVAGACIÓN ABSURDA SOBRE EL ARTE
Pongamos un ejemplo: el arte.
En nuestra sociedad, el objetivo final de un artista no
parece ser crear belleza siguiendo sus propios impulsos, sino tener éxito
comercial o ser famoso y célebre.
Los artistas y los creadores, se acaban midiendo finalmente
por su éxito y por su celebridad.
En el fondo, un músico es respetado y valorado a nivel
social, no por la belleza intrínseca de sus creaciones o interpretaciones, sino
por los discos que consigue vender o por la gente que consigue atraer a sus
conciertos.
Cualquier expresión artística en el mundo actual, acaba
siendo valorada mayoritariamente por el dinero que genera o por la fama que
reporta. Y todos hemos aceptado esa relación absurda, impuesta por la sociedad,
como si fuera la cosa más natural del mundo, cuando en realidad no tiene el más
mínimo sentido lógico.
Quizás el problema fundamental radica en nuestra definición
de lo que es el arte.
Por ejemplo, Wikipedia define el arte como:
“El arte (del latín ars, artis, y este del griego τέχνη
téchnē) es entendido generalmente como cualquier actividad o producto realizado
por el ser humano con una finalidad estética y también comunicativa, mediante
la cual se expresan ideas, emociones o, en general, una visión del mundo, a
través de diversos recursos, como los plásticos, lingüísticos, sonoros,
corporales y mixtos. El arte es un componente de la cultura, reflejando en su
concepción los sustratos económicos y sociales, y la transmisión de ideas y
valores, inherentes a cualquier cultura humana a lo largo del espacio y el
tiempo”.
Esta definición del arte, aunque es de lo más lógica, acaba
teniendo graves consecuencias para el libre desarrollo de los individuos.
Desde nuestro punto de vista, el arte debería ser definido
de otra manera. Debería haber una diferenciación entre lo que cada individuo
considere “arte” a través de su propia sensibilidad y lo que la sociedad
considere “expresión artística”.
La “expresión artística” coincidiría con la definición
expuesta anteriormente y sería toda aquella actividad susceptible de llegar a
ser considerada “arte” por un individuo concreto.
Y es que el arte debería estar íntimamente ligado con el
concepto de individualidad.
El arte no debería poder medirse, ni parametrizarse de
ninguna manera.
El arte solo puede sentirse. Y sentir, es algo que solo
puede producirse a nivel individual y no a nivel social.
Por más que se empeñe en hacerlo, la sociedad no puede
obligarnos a sentir emociones ante una obra artística.
Una obra concreta de un artista cualquiera, puede tener un
valor inmenso para un individuo porque le despierte sensaciones, emociones o
sentimientos profundos, y ningun valor para otro, al cual esa obra “no le diga
nada”.
¿Cuántas veces hemos visto un famoso lienzo de un artista
célebre que nos deja absolutamente fríos y que apenas nos produce la más mínima
emoción?
Quizás por ese cuadro se pague una millonada en una subasta,
pero para algunos, no tendrá más valor que el dibujo lleno de manchurrones que
ha hecho el hijo de nuestro vecino.
Por esa razón, valorar una obra de arte por el número de
personas a las que gusta o por la cantidad de dinero que paga por ella un
especulador lunático, es tan absurdo como valorar a un ser humano por la
cantidad de gente que le conoce.
La “magia del arte” aparece en el momento en el que se
generan emociones. Y poco importa si esas emociones se despiertan en una sola
persona o en 100.000.
Hemos sido educados para que valoremos las obras artísticas
mediante criterios que nada tienen que ver con los que nosotros sentimos como
individuos.
Por ejemplo, nos han hecho confundir el valor
artístico-emocional de una obra, con el valor histórico que puede tener esa
obra, cuando una cosa y otra no tienen nada que ver.
Una obra de Andy Warhol o de Picasso, pueden tener un
inmenso valor histórico por su influencia en el desarrollo de las corrientes
artísticas…y poco valor artístico-emocional para alguien concreto a quien no le
dicen nada de nada.
El sistema nos induce a confundir el valor histórico de una
obra, que proviene de una convención social de carácter académico, con su valor
artístico-emocional, que proviene de la sensibilidad de cada individuo en
concreto ante dicha obra.
El valor histórico de una obra se puede discutir y acordar a
nivel social. Una lata de sopa Campbell pintada por Andy Warhol, puede tener un
alto valor histórico porque todos hemos acordado que tiene una gran influencia
en el desarrollo de las corrientes artísticas como salto conceptual.
Pero si a usted la lata de Warhol le emociona tan poco como
las latas de berberechos que ve en el supermercado, usted debería tener el
derecho a no considerarlo más “arte” que el diseño de una caja de cereales.
¿A cuántos de ustedes les conmueve o les “dice” algo este
cuadro?
¿Si ustedes no supieran que es un Picasso y que está
valorado en millones, lo pondrían en el salón de su casa para poder sumergirse
en él cada día? ¿Esta obra artística conecta con ustedes? ¿Abre puertas en su
interior? ¿Les invita a pensar o a sentir algo que no sentían antes de observarlo?
¿Les genera emociones o les hace sentir diferentes antes y después de estar
ante ella?
¿A cuántos de ustedes les produce indiferencia?
En definitiva: el arte solo debería ser considerado “arte”
cuando produce un efecto concreto sobre un individuo…y eso solo puede valorarlo
el individuo en cuestión y no una fría convención social acordada por personas
desconocidas.
Lo más extraordinario, es que esa relación íntima entre la
obra y el individuo que la observa, no sólo depende de cada individuo en particular,
sino del momento exacto en que ese individuo se encuentra ante la obra. Las
circunstancias vitales de un instante concreto de nuestra vida, pueden alterar
enormemente la percepción que tengamos de una obra de arte y la influencia que
genere sobre nosotros.
Algo que hoy nos produce indiferencia, mañana puede
provocarnos una honda emoción, porque algo haya cambiado en nuestro interior o
en nuestras circunstancias. Por esa razón, el arte es algo tan extraordinario,
mágico y maravilloso, tan intangible y tan profundo. Y sobretodo, tan íntimo e
individual.
Pero el sistema lucha incansablemente para que los
individuos neguemos nuestra propia sensibilidad y nuestra propia capacidad de
juicio y la sustituyamos por sistemas de valores externos.
La sociedad nos dicta que debemos ver la lata de sopa de
Warhol o los cuadros cubistas de Picasso como importantísimas obras de arte a
las que debemos responder con un “oooh” de admiración de forma obligatoria y
pretende que nos sintamos como unos vulgares ignorantes si no las valoramos
exactamente como nos han dicho que debemos valorarlas.
Es pura programación mental.
Antes de enfrentarnos a la obra, ya nos inculcan que “esta
es una gran obra de arte de fulanito de tal y debes idolatrarla”…y si no lo
haces, implícitamente te estarán diciendo que “eres un ser vulgar, insensible,
ignorante y poco evolucionado”.
Con este mecanismo perverso, el Sistema intenta destruir
nuestra sensibilidad individual negándole el valor, para que la sustituyamos
sumisamente por una programación externa uniformizadora.
Es cierto que todos deberíamos conocer el valor histórico de
cualquier obra, la influencia que esa obra ha tenido en la evolución artística
e intelectual del mundo y el gran mérito del artista cuando se ha atrevido a explorar
nuevos conceptos, lenguajes o métodos de expresión.
Pero al mismo tiempo, todos deberíamos poder decir, sin
complejos, que una obra no nos dice nada de nada y que para nosotros no tiene
ningún valor artístico-emocional, porque no conecta con nosotros.
Aunque sea de los mismísimos Warhol, Picasso, Kandinsky o
Perico de los Palotes.
Obviamente, nuestro punto de vista establece una
redefinición del concepto de arte que entra en contradicción con la definición
comúnmente aceptada y muchos la considerarán una divagación absurda,
posiblemente con mucha razón.
Además, debemos reconocer que la definición “oficial” de
arte, está llena de ventajas.
Entre otras, ha permitido que cualquier memo pueda colgar un
inodoro en una pared y eso sea considerado “arte” y que todo tipo de podencos
destalentados y pedantes de diversa índole, así como un nutrido enjambre de
chupópteros y vividores que revolotean a su alrededor, puedan vivir de la
especulación artística sin tener mayor don que el de saber esnifar grandes cantidades
de cocaína.
Por esa razón nos hemos atrevido a criticar la definición de
arte que impera en el mundo actual.
Porque a base de crear definiciones frías y distanciadas de
la sensibilidad individual sobre lo que es el arte, se ha permitido que todo
tipo de mediocres generen ingentes cantidades de basura y que con ellas se
llenen museos.
Cualquiera de nosotros podría acercarse a un museo de arte
contemporáneo y colgar su ropa interior sucia en la pared: sus calcetines,
calzoncillos y bragas usados…y nadie notaría la diferencia.
Esta discusión sobre el arte, aunque tangencialmente, nos
sirve para poner de manifiesto cómo el sistema consigue prostituir elementos de
valor incalculable para que los cambiemos por elementos vacíos, cuyo valor
procede de una mera convención social.
Y como siempre, el Sistema lo hace a través de la negación
del individuo y de su capacidad de juicio.
En el ejemplo del arte, el Sistema niega la capacidad del
individuo de valorar libremente lo que es arte y lo que no lo es; en su lugar,
es la sociedad la que decide por nosotros lo que es arte y lo que no mediante
una definición vaga, y nos obliga a obedecer dicha definición de arte como si
fuera una verdad absoluta e indiscutible, negando nuestra propia sensibilidad,
que es lo que debería imperar.
De la misma forma, el Sistema niega los dones y talentos de
los individuos, impidiendo que puedan tomar conciencia del valor incalculable
que tienen y del tesoro que representan. Y una vez negado su valor intrínseco e
innegociable, los individuos son programados para prostituir sus talentos y
capacidades en pos de elementos vacíos generados por el propio Sistema, como
son el dinero, la fama, o el prestigio social.
La gente que nace con un don o con un talento especiales,
nace para desarrollarlos plenamente, de la misma forma que nacemos con piernas
para andar y con ojos para mirar. Además, la mayoría de veces, esos dones
vienen acompañados de un impulso irrefrenable por desarrollarlos; por esa
razón, cuando alguien intenta negar dichos impulsos naturales en un niño, está
cometiendo un auténtico crimen: es como si le estuviera rompiendo las piernas
para que no pudiera andar.
Pero además, en el caso de las personas dotadas de un don o
un talento realmente especiales, castrar estos impulsos no solo representa un
crimen hacia esos individuos, sino hacia toda la humanidad, porque todos nos
podríamos beneficiar del desarrollo de dichos talentos.
Los mecanismos uniformizadores del Sistema tienen
precisamente esa función: entorpecer el pleno desarrollo de aquellos individuos
que podrían inspirar al desarrollo individual de los demás.
Y lo hacen porque cada expresión de desarrollo individual
libre, representa un peligro mortal para la pervivencia del Sistema.
Cada día que pasa, y por culpa de los mecanismos de
uniformización del Sistema, la humanidad pierde una ingente cantidad de
oportunidades de progreso y mejora; una inmensa cantidad de riqueza que tiramos
a la basura a cambio de nada.
Buscar, descubrir y ayudar a progresar a las personas
dotadas de talentos especiales, debería ser una de nuestras prioridades como
especie, es algo que debería formar parte de nuestro proyecto común, pues está
íntimamente relacionado con nuestra evolución como seres humanos; jamás
deberíamos permitir que estos tesoros que nos otorga la naturaleza en forma de
talento repartido aleatoriamente entre los miembros de nuestra especie, se
perdieran sin ver la luz.
Cada vez que a un niño se le niegan los impulsos naturales
que lleva en su interior, la humanidad pierde un tesoro de valor incalculable.
Con cada castigo a la libre expresión de los talentos individuales, perdemos a
un genio en potencia y se cierran cientos de caminos nuevos que podría
desarrollar esa persona para beneficio de todos.
Nunca sabremos la cantidad de grandes artistas,
intelectuales, inventores o investigadores que el mundo ha perdido por culpa de
maestros mediocres que solo piensan en cumplir con un programa educativo o de
padres que no ven más allá de sus narices y solo esperan que sus hijos
encuentren un “buen empleo” con el que cumplir con ese trámite legal llamado
vivir.
Enormes cantidades de individuos con talentos únicos han
sido programados por el Sistema para negarse a sí mismos y convertirse en meras
sombras de lo que podrían haber llegado a ser.
¿Alguno de esos economistas que proliferan como los hongos
podrá calcular alguna vez la cantidad de patrimonio que pierde la humanidad,
segundo tras segundo, por culpa de la educación uniformizadora de la sociedad?
Si pudiéramos calcular algo así, seguro que nos temblarían
las rodillas.
EL SISTEMA NOS VAMPIRIZA
Como decíamos antes, las personas dotadas de talentos o
dones especiales, acostumbran a llevar en su interior un impulso irrefrenable
por desarrollarlos en toda su plenitud.
Ese impulso es como la energía almacenada de una batería,
capaz de poner en marcha y a pleno rendimiento, el motor para impulsar toda una
vida dedicada al desarrollo de dichos talentos.
Cada vez que la sociedad castra el desarrollo de uno de
estos individuos, esa energía se desperdicia. Es una energía que pierde la
humanidad…pero de la que generalmente consigue aprovecharse el Sistema de una u
otra manera.
A pesar de que la brutal maquinaria uniformizadora del
Sistema consigue castrar el desarrollo individual de muchas personas bendecidas
con un don natural, siempre hay una cierta cantidad de individuos dotados de
talentos especiales, que alcanzan una posición que les permite expresarlos de
una forma u otra.
La energía de estos individuos, dotados del correspondiente
impulso vital irrefrenable, es entonces vampirizada por el Sistema en su propio
beneficio.
Y como hemos indicado anteriormente, el Sistema utiliza un
mecanismo bien sencillo para conseguirlo: a través de la educación y la
familia, niega el valor intrínseco e incalculable de esos dones o talentos
especiales, etiquetándolos como una anomalía que debe ser aprovechada para
alcanzar el éxito social, y con ello, toda esa energía natural acaba sirviendo
en gran medida de alimento para el propio Sistema.
Porque además, cada vez que una persona dotada de un talento
único alcanza el éxito social, se convierte en un ejemplo a seguir e imitar por
todos, empezando por aquellos que también están dotados de talentos únicos.
Así es como finalmente, lo que son una serie de dones que
deberían servir para alcanzar un desarrollo individual y ejercer de inspiración
para los demás individuos y para su liberación de las cadenas del Sistema,
acaba siendo aprovechado por el propio Sistema para reforzar su tiranía sobre los
propios individuos.
Es como si arrojáramos agua al fuego para apagarlo y por el
camino, en virtud de alguna magia oscura, se convirtiera en gasolina.
Realmente, cuando uno empieza a analizar el funcionamiento
del sistema, empieza a asustarse.
Estamos ante una especie de organismo inteligente con una
extraordinaria capacidad para beneficiarse de todos los elementos, incluidos
aquellos que teóricamente deberían irle en contra y que rápidamente reconvierte
en instrumentos a su favor.
Pero podemos combatir esta maquinaria perversa.
De hecho, no solo podemos combatirla, sino que debemos
hacerlo todos.
Pero especialmente deben hacerlo aquellos individuos dotados
de un inmenso talento, un don especial o una gran virtud que los distingue.
Entre todos debemos ayudarles a que adquieran plena
responsabilidad sobre esa inmensa riqueza otorgada por la naturaleza, para que
se hagan preguntas valientes y sinceras respecto a su función en el mundo y
respecto al sentido de su propia vida.
Es hora de que todos nosotros, los “más ricos” y los “más
pobres”, los que hemos sido bendecidos con grandes dones y los que hemos sido
bendecidos con talentos menores, nos desnudemos ante el espejo y nos
preguntemos con descarnada sinceridad: ¿qué estoy haciendo con mi vida?
¿Es esto lo que he venido a hacer al mundo?
¿A cambio de qué estoy vendiendo mis mejores virtudes y
talentos?
¿Me siento bien conmigo mismo malvendiendo lo mejor de mi
mismo por un sueldo, por un golpecito de aprobación en la espalda o por un
aplauso?
¿Realmente tengo derecho a arrojar mi tesoro a la basura de
esta manera?
¿Mis sueños y objetivos en la vida son realmente míos o me
los han inculcado los demás?
¿Realmente quiero una mansión o un coche caro y ser rico y
famoso?
¿Realmente quiero “triunfar” como me han dicho que debo
hacer?
Parecen simples preguntas, pero se ha de ser muy valiente
para afrontar las respuestas con total sinceridad, pues una vez te enfrentas a
ellas a fondo, sin tapujos ni autoengaños, pueden cambiar tu percepción de la
vida para siempre.
Te llevan a un punto en el que ya no hay vuelta atrás, un
estado en el que ya no te sientes acomodado en el mundo que te rodea.
Y ese amigos, es un viaje duro y realmente “peligroso”…
GAZZETTA DEL APOCALIPSIS
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