¡Ganó Trump! ¡Cunde el pánico en la juventud izquierdista, abierta a todos los vientos consumistas, a todos los experimentos en lo erótico, y ciega ante lo que no le cae simpático. Pero tratándose de la manipulación de su vida privada, mejor abrirles los ojos ya; la homofilia promovida por los izquierdistas y las feministas estadounidenses tiene otra cara siniestra.
El
matrimonio gay fue legalizado en Francia en 2013, a pesar de un
rechazo masivo, espectacular, sorpresivo, inesperado para el mundo
entero, que ve a Francia como farol de todas las libertades; y
ahora, las instancias europeas tratan de imponérselo a todos los
países de Europa, como en el resto del mundo.
Poco
a poco se descubre lo que encubría la supuesta lucha contra la
homofobia: el matrimonio gay era el paso jurídico previo
necesario para la legalización de la adquisición – a través
de agencias comerciales – de hijos artificiales por cualquier
pareja. Desgraciadamente, son los gobiernos llamados de izquierda
y los partidos llamados ecologistas los que se han dejado engañar
o corromper, sobre la base de una retórica “progresista” en
la que conviene escarbar.
Los
nuevos portentos en materia de procreación artificial, permitidos
por los avances de la biotecnología, enfrentan un fuerte rechazo
en Francia, Alemania e Italia; pero Bélgica, España e Inglaterra
ya han multiplicado las “clínicas
de fertilidad” abiertas
a las mujeres solteras o lesbianas, sin exigirles ninguna
justificación médica; en Grecia y en la Europa oriental,
solapadamente, se fabrican niños para parejas homosexuales. En México, los estados de Sinaloa y Jalisco también tienen sus fábricas de bebés para la exportación, aunque los demás estados y el gobierno federal se resisten a reconocer esa actividad como algo normal. En Estados Unidos, se sabe que se fabrican y venden los niños más caros del mundo, especialmente en Florida y en California (100 000 dólares es la tarifa). En Argentina, la presidenta Cristina Kirchner a último momento impidió que figurara la legalización de la procreación artificial entre las nuevas enmiendas constitucionales.
En
los primeros días de octubre, el Papa dio un impulso notable a la
resistencia contra la mercantilización de la reproducción
humana, contrarrestando con una energía inesperada las
sugerencias de una periodista melosa que no se la vio venir; pues
el periodismo
oficialista quiere
imponer hasta a las autoridades católicas su ideología azarosa,
pretendiendo ampararse en la autoridad
de científicos irresponsables.
Cualquiera
se espanta ante los casos que ya se multiplican: niños que pueden
tener hasta tres madres (la que da el óvulo, la que pare, la que
compra el producto), y niños sin padre, porque alguien compró
semen de procedencia secreta, anónima, y se lo inocularon a una
mujer que no quería rendir cuentas a ningún hombre. Las parejas
homosexuales más delirantes pretenden criar a nuevos seres
humanos negando del todo la complementariedad de los dos sexos
para dar la vida. Defienden un supuesto “derecho a tener hijos”,
negándose a considerar los derechos de la colectividad, las
deudas con los antepasados, y los derechos del niño. Pero si bien
es placentera para los jóvenes ávidos de experimentos y
provocaciones, esta absolutización de los derechos individuales
entraña en realidad nuevas dependencias que nadie desea
verdaderamente.
La imaginación judía
En
los años 1940, un judío austriaco (según la terminología
laudatoria de la nota que le dedica la versión inglesa de
Wikipedia) que vivía en Gran Bretaña, ganó mucho dinero al
convertirse en
“serial father”, padre fraudulento de más de 600 hijos.
El Dr
Wiener era
un biólogo y un pionero en materia de inseminación artificial
humana. Y se descubrió en los años1970 que había inseminado con
su propio semen a muchísimas mujeres adineradas, a muy alto
costo. Su esposa, Mary Barton, era la dueña de su “clínica de
fertilidad”. Es uno de sus hijos el que lo descubrió, y
descubrió el fraude. La pareja destruyó sus archivos, y se
murieron antes de que se les formara juicio. Hoy
en día, el mismo hijo pelea por la prohibición de donar semen
anónimamente.
Hay motivos para sospechar que el Dr Wiener no fue el único en
sacar gran provecho de semejantes supercherías, nada cristianas.
Desde
el principio, el obispo de Canterbury había calificado como
“satánica” la interferencia humana en el proceso natural de
la reproducción, y hoy en día, las leyes inglesas prohíben el
don o la venta de semen anónimo, que dio lugar, años más tarde,
a encuentros incestuosos entre hermanos que ignoran su parentesco;
los habitantes del Caribe saben que es un caso clásico en la
historia de la esclavitud y se da en todos los contextos de
promiscuidad entre amos y sirvientes. Las autoridades católicas
siempre han protestado contra el tráfico de células sexuales
masculinas o femeninas, y la fragmentación de paternidad y
maternidad entre varias personas, como se practica en la ganadería
industrial. Pero el desarrollo del incesto entre hermanos que no
conocen a sus verdaderos genitores no es la única consecuencia de
los modernos experimentos en biotecnología aplicada a los seres
humanos.
El
aumento mundial de la infertilidad
Desde
los años 1950, la
fertilidad masculina sufre una caída acelerada,
especialmente en los países desarrollados, y lo extraordinario es
que nadie busca cómo remediarla. Pesticidas, hormonas que
tragamos con la carne y el agua, cambios en la alimentación,
contaminaciones diversas se suman y se conjugan, y ocurre el mismo
cambio catastrófico en el mundo animal. Esto ayuda a comprender
el auge
de la confusión sexual, a nivel fisiológico y psicológico,
que afecta a muchos jóvenes: el homosexualismo
creciente es
un efecto de la perturbación endocrina colectiva.
La demanda crea la oferta, y así se estimulan las proezas tecnológicas en este campo, con la promesa de amplias ganancias. Los experimentos para la reproducción artificial empezaron con el ganado, con el Dr. Shrenck, en Viena, en los años 1880. Los doctores Gregory Pineus y Enzmann desarrollaron la fecundación in vitro; les siguieron Saunders y Myriam Menki. Hasta que Robert Edwards logró que naciera el primer bebé probeta, Louise Brown, en Inglaterra, en 1978. Los papas católicos sucesivos llamaron la atención sobre la funesta posibilidad de que se trate a las mujeres como simples fábricas para bebés. Y esto es lo que tenemos hoy en día, a enorme escala, aunque se nos oculta el volumen real del negocio.
La
tasa de infertilidad en el Estado de Israel es la más elevada del
mundo: una de cada cuatro parejas pide asistencia médica para
remediar su infertilidad; en los demás países desarrollados, el
problema afecta a una de cada seis o siete parejas. En Israel, el
aborto por razones médicas, tras pruebas prenatales,
prenupciales, y diagnósticos previos a la implantación de
embriones, es algo que se practica ampliamente. El Estado paga
todos los gastos de atención médica en el campo de la
reproducción. Para los judíos que acuden desde otros países,
atraídos por el alto nivel de la biotecnología israelí, el bajo
costo es muy atractivo, y es una gran diferencia con los servicios
que se ofrecen en Estados Unidos.
Los
ovocitos congelados, junto con reservas de semen “donado” y
congelado, darán lugar a embriones
congelados.
Este proceso muy sofisticado se realiza en los laboratorios de
fama mundial Alphaclinic y Kadimasten. Después se exportan los
embriones, unos a países ricos, para centros de investigación
que los compran (es el caso de Francia), otros a países
pobres, donde mujeres pobres se prestan a gestarlos en su vientre,
para que después les sean extraídos por cesárea para ser
entregados en la fecha convenida de antemano a las parejas que los
han encargado, incluyendo homosexuales.
El milagro israelí
El milagro israelí
En
Israel, la actividad comercial no encuentra trabas estatales; toda
la industria apunta al mercado global, y a nivel de legislación,
la lógica del derecho mercantil contractual tiende a sustituir
cualquier otra reflexión jurídica, como en EEUU. Israel es el
primer país que autorizó los experimentos en fertilidad humana;
la maternidad subrogada es legal en Israel desde 1994. Y desde
2014, se autoriza para solteros y parejas homosexuales. Al
individuo que presenta un recién nacido para su inscripción en
el registro civil no le preguntan por la madre, es automáticamente
un nuevo ciudadano israelí.
El
resultado es lo que ellos mismos llaman el
“milagro israelí”: la
tasa de nacimientos es la más alta entre los países
desarrollados. Si recordamos que la tasa israelí de infertilidad
también la más elevada, se entiende que buena parte de la nueva
generación de israelíes es importada de países lejanos… o
próximos, como Ucrania o República checa.
La
política ultranatalista de Israel se justifica oficialmente por
la voluntad de compensar las pérdidas de vidas judías durante la
segunda guerra mundial, más la falta de los hijos y nietos de esa
generación. Oficialmente también se trata de compensar las bajas
debidas a las sucesivas intifadas; además, hasta una fecha
reciente, Israel se quejaba de la amenaza de la “bomba
demográfica” que era la sobrenatalidad de los países árabes.
Ahora
bien, el milagro también afecta a los países vecinos, pues
mientras la natalidad israelí crece, ¡ellos pierden la suya! El
Líbano, por razones misteriosas, sólo produce 1,5 hijos por
mujer, tasa comparable a la de Japón, la más baja del mundo,
insuficiente para la renovación generacional…
La
agencia Tammuz fue
la agencia pionera en el comercio
triangular: importar
células sexuales desde EEUU, fabricar embriones en Israel,
congelarlos e implantarlos en úteros indios, seleccionados por
médicos locales en “granjas de bebés”, entregárselos a
parejas de cualquier parte del mundo, asegurando no sólo los
cuidados médicos, sino los servicios de abogados para
sobreponerse a la legislación propia de cada país, y lograr la
exportación legal del niño, con los documentos y la
nacionalidad deseada por los compradores, supuestos “padres de
intención”. Tammuz
es también la empresa que emprendió la conquista del mercado gay
en el mundo entero, imprescindible para extender su actividad.
Actualmente, su iniciador Doron Mamet está considerado como un
genio a la vanguardia de la imaginación “uberista”, a la par
del inventor de Facebook, de Oprah Winfrey, de Bill Gates, de
Google etc. Sin embargo, no es fácil descubrir las cifras de sus
negocios, pues todavía hay un rechazo instintivo ante las ínfulas
de los nuevos esclavistas.
Ni
la paridora ni el producto vendido antes de nacer recobrarán
jamás su dignidad. No se les pide su opinión a los nuevos “hijos
de nadie”…
Doron Mamet tiene sucursales hasta en Brasil, donde hace
publicidad para sus “barrigas de aluguel”, ver http://www.tammuz.com/por/ Y sacó en 2009 un documental relatando su historia sentimental y
el desarrollo de su negocio, Google
Baby,
en 2009. Doron Mamet se jacta de haber iniciado el “Gay Baby
Boom”, y lo vincula estrechamente con el destino del Estado de
Israel.
El “Pink washing”
De
hecho, el asco a las prácticas homosexuales ya se considera
sentimiento criminal, al igual que el llamado antisemitismo. Las
mayores instituciones judías (Anti Deffamation League, Congreso
judío americano) así como el ministro israelí de la Defensa
felicitaron a la Corte suprema que obliga a todos los Estados
Unidos a celebrar matrimonios gay. La homofobia es un vicio propio
de bárbaros árabes o musulmanes, como la judeofobia es el vicio
típico de las viejas naciones europeas, repite la propaganda
israelí.
De
manera simétrica, adquiere automáticamente un estatuto positivo
todo lo que lleve un leve tinte rosado, o sea “gay friendly”.
Se combinan tres argumentos para legitimar esta nueva propaganda:
teológicamente, la religión judía considera que le corresponde
al ser humano proseguir el proceso creativo divino, aceptar la
oferta tentadora de la serpiente que le brindó a Eva la manzana
del árbol del bien y del mal, árbol de toda ciencia. No se
considera pecado experimentar sobre los seres humanos; “creced y
multiplicaos” es una consigna que vale especialmente para los
judíos.
El mito de Sodoma y Gomorra, con sus terribles castigos, ha pasado al olvido. Sólo queda la leyenda de Abraham y su esposa estéril, que dio la orden a la esclava Agar de tener un hijo con Abraham para criarlo ella. Los conceptos de libertad e igualdad se usan para despertar entusiasmo en las nuevas generaciones. Se supone que el vientre humilde que se ofrece y la persona que paga por un bebé salen ganando las dos en el negocio. Pero a la hora de firmar el contrato en alguna agencia, los compradores tiene que volver a la realidad : hay que elegir según el presupuesto, y unos encargan un bebé “Premium”, mientras otros se conforman con uno “low cost”… El contrato “win/win” no convierte en iguales a explotadores y “mujeres vajilla”, como se dice en España…
El mito de Sodoma y Gomorra, con sus terribles castigos, ha pasado al olvido. Sólo queda la leyenda de Abraham y su esposa estéril, que dio la orden a la esclava Agar de tener un hijo con Abraham para criarlo ella. Los conceptos de libertad e igualdad se usan para despertar entusiasmo en las nuevas generaciones. Se supone que el vientre humilde que se ofrece y la persona que paga por un bebé salen ganando las dos en el negocio. Pero a la hora de firmar el contrato en alguna agencia, los compradores tiene que volver a la realidad : hay que elegir según el presupuesto, y unos encargan un bebé “Premium”, mientras otros se conforman con uno “low cost”… El contrato “win/win” no convierte en iguales a explotadores y “mujeres vajilla”, como se dice en España…
Cómo
luchar contra la demagogia de la procreación artificial
El
16 de octubre, los católicos franceses organizaron una
manifestación para obligar a los políticos a definir su programa
en cuanto a la legalización de los “vientres de alquiler”. Al
dirigente del partido demócrata cristiano Jean-François Poisson,
que se sumó a la manifestación parisina, ya lo están tachando
de antisemita, aunque los organizadores, gente cautelosa de la
burguesía francesa, evitan
llamarle pan al pan y sionista al plan de imponer la reproducción
artificial globalizada.
Pero la ley del silencio siempre tiene sus brechas inesperadas.
Agencias
y laboratorios nos ocultan cuidadosamente las nuevas enfermedades
que ostentan los seres humanos engendrados por extracción,
descongelación e implante, seres extremadamente frágiles, que
crecen forzados por la ciencia a partir de embriones seleccionados
entre otros muchos sacrificados, o sobrevivientes de abortos
provocados en el caso muy frecuente de gestación de gemelos.
La
próxima generación es la que descubrirá los estragos de la
bioquímica destrabada de cualquier referencia a la moral
natural. Pero
ya están llegado de EEUU noticias de cánceres y muertes de
mujeres que se prestan a poner óvulos frenéticamente como ranas,
o a gestar embriones ajenos, implantados a la fuerza, que su
cuerpo rechaza.
Otra
faceta del poder médico descontrolado es el negocio de los fetos
abortados, en que la ONG Planned
Parenthood (madre
de cada instituto de planificación familiar en el mundo) está
metida; PP en EEUU, está pendiente de juicio ahora, y está
respaldada por la Sra. Clinton.
El Occidente capitalista venció en los años 1990 al bloque socialista con sus promesas atractivas de acabar con la represión de las exigencias populares. Al cabo de treinta años, no es la libertad la que ha ganado la batalla, es el imperio hipnótico de la propaganda comercial lo que ha triunfado en la juventud, incluso en el manejo de su propia vitalidad. Pero el instinto de sobrevivencia no ha desaparecido del todo.
Si
se acepta nuestro análisis en meros términos de mercado, se
deduce que deberíamos usar activamente nuestras
libertades fundamentales: tener hijos cuando se es joven, mantener
a raya el poder médico que nos quisiera controlar en cada proceso
natural, para sacar ganancia a nuestros extravíos. La retórica
utilizada para ocultar el despotismo del lobby médico
y farmacéutico no es más que un argumento publicitario.
No
deberíamos dejarnos vencer por la propaganda supuestamente
progresista y libertaria, sino entender que es el discurso oficial
de instancias internacionales corruptas, como la ONU y la OMS, que
con pretextos de higienización de los pueblos, procuran quebrantar
las tradiciones de cada pueblo, y pisotear la educación moral que
imparten los padres.
El Occidente capitalista venció en los años 1990 al bloque socialista con sus promesas atractivas de acabar con la represión de las exigencias populares. Al cabo de treinta años, no es la libertad la que ha ganado la batalla, es el imperio hipnótico de la propaganda comercial lo que ha triunfado en la juventud, incluso en el manejo de su propia vitalidad. Pero el instinto de sobrevivencia no ha desaparecido del todo.
El
homosexualismo siempre ha existido en los márgenes de la
sociedad, y tiene su fecundidad particular en el campo de la
creatividad, porque desarrolla una visión crítica y en alguna
medida saludable de la sociedad.
Esto no es motivo para poner la inversión de valores en el centro de la vida social. ¿Quién puede desear seriamente una política de inversión oficial de la moral común, que conllevará automáticamente la glorificación de prostitución, pedofilia, pornografía y crimen organizado? ¡Solamente los que viven de ello!
Fertilidad mental y retorno a la tradición
Felizmente,
muchos países se aferran a la moral natural, y se ríen de las
pretensiones occidentales e imperialistas de sancionarlos por
aferrarse al sentido común; Obama
viajó a Kenia y pretendió supeditar empréstitos nacionales a la
modificación de las leyes del país sobre homosexualidad: los
kenianos renunciaron a los préstamos, ofendidos. Hay una
auténtica unanimidad en el rechazo a la imposición del
homosexualismo, entre los países africanos, los países
católicos, y los países ortodoxos: Rusia prohíbe la propaganda
homosexualista en las escuelas. Y aún en Occidente, hay
destacadas figuras homosexuales que se niegan a convertirse en
agentes de la destrucción de la familia, la tradición, la lógica
natural, para ampliar el campo del mercado, como Thierry Meyssan.
La
derrota de la Clinton en EEUU abre una nueva era de recuperación
del sentido común y del sentido del bien común. Ya
el mundo está harto de la propaganda de los fundamentalistas del
mercado. Pero para ganar la batalla contra los mercaderes de la
vida humana, hay que aferrarse a los baluartes de la moral
natural, que son las instituciones religiosas. El marxismo
confiaba demasiado en el progreso tecnológico sin límites, pero
su humanismo nos protegía de los peores inventos de la
modernidad.
Los últimos veinte años han sido de avances del desmadre
legalizado,
o sea la sustitución de padres y madres por la seudo lógica del
mercado desalmado. Debemos cerrarles el paso a sus sofismas
destructores.
La izquierda es necesaria para limitar los abusos de la derecha, en política. No debe caer en la trampa de ser delirante a su vez, y dejarse manipular para encubrir el cinismo abyecto que conlleva el mundialismo desaforado. Debemos hacer un frente común de resistencia con las estructuras religiosas de cada nación, pues el terreno de la protección de la naturaleza humana es un magnífico terreno de convergencia.
¡Inch Allah!
María
Poumier* (*Historiadora,
investigadora y conferenciante)
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