YAHVÉ
UN “DIOS” EXTRATERRESTRE
YAHVÉ
un “Dios” extraterrestre que MANIPULÓ A LA HUMANIDAD
En
1876, el asiriólogo inglés George Smith publicó El
relato caldeo del Génesis después
de estudiar las inscripciones cuneiformes asirio-babilónicas. Smith
realizó un hallazgo sorprendente: múltiples
pasajes de la Biblia,
en especial del Génesis,
son una copia casi literal de la epopeya de la creación babilónica,
el Enûma
Elish.
Eso significa que existe un texto escrito en un dialecto babilónico
como mínimo mil años más antiguo que los textos bíblicos… En
otras palabras, contamos con un relato previo a la Biblia que nada
tiene que ver con mitos ni leyendas, y sí con una sucesión de
acontecimientos reales —al menos así lo consideraban los referidos
textos cuneiformes— que tuvieron lugar durante la primera gran
civilización, la sumeria, que dio origen al resto de culturas del
mundo.
El
nexo que establecemos entre la cultura sumeria y la hebrea nos
permite aproximarnos a una visión revolucionaria y reveladora sobre
qué o quién se esconde detrás de los grandes mitos bíblicos. En
el panteón sumerio se veneraban un total de 23 deidades, conocidas
como los Anunnaki, una raza de criaturas suprahumanas a quienes se
les adjudicaba la creación misma del ser humano. Uno de sus más
altos mandatarios era Enlil, conocido como el dios del Viento y las
Tormentas, considerado el comandante supremo de una misión
terrestre.
Enlil
era célebre por su crueldad con el ser humano, y su sed de conquista
le llevó a enfrentarse a otras deidades, como su propio hermanastro
Enki, Señor de la Tierra, un dios benévolo que hizo al hombre
depositario del conocimiento espiritual. En textos sumerios leemos
que Enki fue el «Padre de la Humanidad», quizá una especie de
genetista que hibridó sus genes Anunnaki con los
homínidos Neanderthalensis,
fruto de lo cual emergería el Homo
sapiens.
Según
mi interpretación de los textos sumerios, los Anunnaki recurrieron a
las llamadas Diosas Procreadoras para que incubaran a un trabajador
primitivo. Habrían tomado el óvulo de una hembra neandertal,
fertilizándolo con su esperma y reimplantándolo de nuevo en la
misma hembra homínida. Pero el resultado fue un fracaso: los niños
que nacían no daban destellos de raciocinio. Aquellos prototipos
simiescos no les servían, puesto que no estaban capacitados siquiera
para manejar las herramientas. Entonces habrían ideado otro sistema:
reimplantar el óvulo fertilizado en el útero de una hembra
Anunnaki. La voluntaria para el experimento fue Ninhursag, la
hermanastra de Enki y Enlil, una Diosa Madre que muchos identifican
con una especie de experta genetista.
Ninhursag
engendró el primer prototipo semihumano, al que bautizaron como
Adamu, «el que como arcilla de la tierra es». Una vez creada su
consorte, a la que llamaron Tiamat, ya podían procrear. A lo largo
de 3.000 años su estirpe acabó por degradarse, y los descendientes
del Adamu robaban el alimento de los dioses y saqueaban ciudades,
regresando a un estado primitivo y salvaje. Aunque eran portadores
del gen Anunnaki que les había conferido inteligencia, con el tiempo
esta característica acabó diluyéndose. Ante tal fracaso, Enki
pensó en confeccionar una raza mejorada, que sirviera a los Anunnaki
con dignidad.
Esclavos
de los dioses
Si
bien Enki se presentaba a la humanidad como tutor y maestro, Enlil,
en cambio, odiaba a estos humanos inicialmente llamados Lulu
(esclavos primitivos relegados a realizar ingratos trabajos), pues
temía que algún día, con el conocimiento adquirido de ciertos
dioses, llegaran a superarles en número y pudiesen rebelarse contra
ellos.
La
Diosa Madre Ninhursag, en complicidad con Enki y su hijo
Ningishzidda, se dispuso entonces a crear al nuevo ser humano:
«Mientras la Diosa del Nacimiento esté presente, que la Diosa del
Nacimiento forje una descendencia. Mientras la Madre de los Dioses
esté presente, que la Diosa del Nacimiento forje un Lulu; que el
trabajador lleve la carga de los Dioses. Que cree un Lulu Amelu, que
él lleve el yugo». Los textos sumerios revelan en qué consistió
el proceso de manipulación genética. Se emplearon genes de un Dios
para conferirlos al útero de las Diosas Madre o Diosas Procreadoras.
Los
escritos se refieren al útero como «arcilla», clara metáfora de
un contenedor de vida: «Prepararé un baño purificador, que un dios
sea sangrado (…) De su carne y sangre, que Ninti mezcle la
arcilla». Más adelante, a Ninhursag se une otra Diosa Madre, Ninki,
la esposa de Enki. El proceso les permite elegir el sexo de los Lulu,
realizando cada vez catorce inseminaciones, con siete machos y otras
tantas hembras: «Ninti pellizcó catorce trozos de arcilla; depositó
siete a la derecha, depositó siete a la izquierda. Ninki, mi
esposa-Diosa será la que afronte el parto. Siete Diosas del
Nacimiento estarán cerca para asistir. El destino del recién nacido
tú pronunciarás; Ninki fijará sobre él la imagen de los dioses; y
lo que será él es Hombre».
Transcurren
nueve meses y no se producen los nacimientos. Al empezar el décimo
mes, los Anunnaki recurren a la cesárea: «Ninti (…) cuenta los
meses (…) Al destinado décimo mes llamaron; la Dama Cuya Mano Abre
llegó. Con el (…) ella abrió el útero. Su rostro brilló de
alegría. Su cabeza fue cubierta (…) Hizo una abertura; lo que
estaba en el útero salió». Cuando surge el primer «prototipo»,
Ninhursag lo alza en brazos y grita: «¡Lo he creado! ¡Mis manos lo
han hecho!».
Sin
embargo, la perspectiva tradicional de la biología evolutiva da por
hecho que la teoría de Charles Darwin sobre la evolución de las
especies es completamente verídica, a pesar de que carecemos de
informaciones sobre varios eslabones perdidos en el proceso evolutivo
de los humanos. A la vista de lo expuesto hasta ahora, lo más
probable es que no aparezcan nunca.
Ingenieros
genéticos
El
«milagroso» salto evolutivo que dio lugar a lo que somos ahora
semeja más un laborioso trabajo de ingeniería genética. También
resulta sorprendente que culturas tan avanzadas como la sumeria
florecieran de la noche a la mañana, sin que dejaran rastros de
sucesivas etapas de evolución que indiquen un progresivo avance
cultural, arquitectónico o matemático. Al contrario, en un periodo
relativamente corto, el ser humano primitivo emergió de la nada,
levantando imperios y civilizaciones muy avanzadas en diversas áreas
del saber. El origen de tales progresos lo escribieron hace miles de
años nuestros ancestros: ellos insistieron en apuntar hacia las
estrellas, hacia los dioses, hacia seres muy avanzados que un día se
asentaron en nuestro mundo.
Cuando
acudimos al libro del Génesis,
leemos cómo Yahvé ordenó la creación del ser humano: «Hagamos al
hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza, y tenga
dominio sobre los peces del mar, las aves del cielo, el ganado, y en
toda la tierra, y sobre todo animal que se desplaza sobre la tierra»
(Génesis 1:
26). Pero a Yahvé se le escapa un detalle… Habla en plural.
¿Somos
producto de una ingeniería genética extraterrestre?
Aunque
en la Biblia aparece constantemente la palabra cananea Elohim,
que los hebreos utilizaron para designar a Dios en singular, también
se traduce como «Poderoso».
Y
si bien en términos genéricos Elohim es
singular, en otras partes se da a entender que no solo hay un dios,
sino varios. O cuanto menos, Yahvé parece contar con otras entidades
que están a su servicio. Efectivamente, en los textos sumerios se
relata que Adán fue el resultado de lo que muchos interpretamos como
una fertilizaciónin
vitro.
Hemos
apuntado anteriormente que los diseñadores genéticos habrían sido
los dioses Enki, su hermanastra Ninhursag y Ningishzidda. Los tres
habrían tomado el óvulo de una hembra neandertal, fertilizándolo
con su esperma y reimplantándolo en el útero de Ninhursag, la Diosa
Madre de la humanidad.
Varios
nombres para una misma deidad
En
el Antiguo Testamento, concretamente en Jubileos 3:3-5,
leemos que después de crear a Adán, Yahvé ordenó a sus
subalternos, los ángeles que trabajaban para él, que confeccionaran
una hembra como compañera de éste: «El Señor nos dijo: ‘No es
bueno que esté el hombre solo: hagámosle un auxiliar como él. Y el
Señor nuestro Dios le infundió un sopor, de manera que se durmió.
Tomó para formar a la mujer uno de sus huesos. Y así lo hizo:
aquella costilla de la mujer. Y arregló con carne su lugar tras
formar a la mujer».
Enlil
adoptó diferentes nombres en función de las culturas que fue
gobernando. En Canaán, Siria y Palestina lo veneraban como El (El
Dios), el primero que se autoproclamó Dios absoluto en un sentido
monoteísta. Con esta misma premisa se presentó Enlil como El Elyon
o El Shaddai (atributos concernientes a su poder de soberanía) a los
patriarcas hebreos Abraham, Isaac y Jacob. Luego cambió su nombre
por YHWH, Yahvé, el Dios creador del Universo, cuando se mostró
ante Moisés.
El
plan de Enlil —presentándose esta vez como Yahvé—, consistente
en tomar a Israel como «el pueblo elegido», tenía desde el
principio el objetivo de manipular las creencias de éste,
estableciendo una religión basada en unas leyes inamovibles y
favoreciendo los enfrentamientos con los egipcios, los babilonios o
los persas, lo que se traducía siempre en un derramamiento de sangre
constante.
Yahvé
era un Dios cruel que exigía sacrificios en masa: primero de
animales y luego, bajo la excusa del castigo, de seres humanos:
«Yahvé envió una epidemia a Israel, desde aquella mañana hasta el
tiempo señalado, y murieron 70.000 hombres del pueblo, desde Dan
hasta Beerseba». (2-Samuel 24:11-15).
En Éxodo32:26-28,
Yahvé ordena a Moisés: «Ponga cada cual la espada a su lado; pasad
y traspasad por medio del campamento desde una puerta a otra puerta,
y cada uno mate aunque sea al hermano, y al amigo y al vecino». En
un solo día 23.000 personas fueron pasadas a espada…
Cuando
Yahvé ayudó a los judíos a escapar de Egipto, los amalecitas se
interpusieron en su camino. Pasados unos siglos, Yahvé no solo no
había olvidado aquel incidente, sino que hizo exterminar así a sus
habitantes: (He decidido castigar lo que hizo Amalec a Israel,
cortándole el camino cuando subía de Egipto. ‘Ve, pues, Saúl, y
hiere a Amalec, y destruye todo lo que tiene. ¡Y no te apiades de
él, mata a hombres, mujeres, niños y aún los de pecho, vacas,
ovejas, camellos y asnos!’ Y Saúl derrotó a los amalecitas y tomó
vivo a Agag, el rey de Amalec, pero mató a todo el pueblo a filo de
espada).
Su
maldad se hacía especialmente extensible hacia las mujeres. En
Deuteronomio 22:13-21 leemos: «Si un hombre descubre en su noche de
bodas que su mujer no es virgen, debe apedrearla hasta la muerte».
Consejos muy «didácticos» que cristalizaron en leyes que
sentenciaban a muerte casi por cometer cualquier tontería. Yahvé
también mostraba una gran «sensibilidad» en lo que concierne a la
educación de los hijos: «Si alguien tiene un hijo rebelde que no
obedece ni escucha cuando lo corrigen, lo sacarán de la ciudad y
todo el pueblo lo apedreará hasta que muera» (Deuteronomio
21:18-21).
Cruel
y vengativo
Yahvé
también era conocido porque no admitía traiciones: «Los que adoren
a otros dioses, o al Sol, la Luna o todo su ejército del cielo,
morirán lapidados» (Deuteronomio 17:2-5). Y no sólo promovía la
esclavitud, sino que la establecía como un derecho legítimo: «Si
un esclavo está contento contigo, tomarás un punzón y le horadarás
la oreja y te servirá para siempre. Y lo mismo le harás a tu
esclava» (Deuteronomio 15:16-18). En el siguiente pasaje de Números
15:32-40 comprobamos qué era lo que Yahvé entendía por justicia:
«Estando los hijos de Israel en el desierto, hallaron a un hombre
que recogía leña en día de reposo. Y los que le hallaron
recogiendo leña, lo trajeron a Moisés y a Aarón, y a toda la
congregación; y lo pusieron en la cárcel, porque no estaba
declarado qué se le había de hacer. Y Jehová dijo a Moisés:
‘Irremisiblemente muera aquel hombre; apedréelo toda la
congregación fuera del campamento. Entonces lo sacó la congregación
fuera del campamento, y lo apedrearon, y murió, como Jehová mandó
a Moisés».
Yahvé
sentenciaba a muerte casi por estornudar; he aquí unos ejemplos: «Si
la hija de un sacerdote se prostituye, será quemada viva»
(Levítico 21:9);
«el que pegue a su padre o a su madre, morirá» (Éxodo 21:15);
«Si alguno yace con la mujer de su padre, morirán los dos»
(Levítico 20:11);
«Si un hombre yace con su nuera, los dos morirán»
(Levítico 20:12).
Su
sed de muerte siquiera parecía saciarse con los niños. En
2º Reyes 2:23-24
leemos que el profeta Eliseo se topa con unos niños de los que
recibe burlas. El castigo del Señor no tardó en llegar: «Después
subió de allí a Bet-el; y subiendo por el camino, salieron unos
muchachos de la ciudad, y se burlaban de él, diciendo: ‘¡Calvo,
sube! ¡Calvo, sube!’ Y mirando él atrás, los vio, y los maldijo
en el nombre de Jehová. Y salieron dos osos del monte, y
despedazaron de ellos a cuarenta y dos muchachos».
Hipnosis
planetaria
En
su libro La
conspiración del Ángel Gabriel,
el experto bíblico David
Cangá hace
la siguiente reflexión: «Esta entidad (Yahvé) es adorada
actualmente por los 14 millones de judíos, los 2.200 millones de
cristianos y también por los 1.800 millones de musulmanes, ya que el
dios del Islam, el dios mencionado en el Corán, aunque es llamado
Allah, es para los musulmanes el mismo dios de las escrituras hebreas
y los Evangelios. Esto nos da como resultado que de los actuales
7.000 millones de habitantes del planeta Tierra, 4.014 millones (casi
el 60%) adora a un dios bárbaro que se jactaba de ser celoso y
vengativo, que pedía que se le presentaran extrañas ofrendas
rituales consistentes en animales descuartizados puestos al fuego,
que ordenaba robos y quemar mujeres vivas, que asesinaba sin
compasión a niños de pecho por faltas cometidas por los padres de
éstos (…) Es algo que me desconcierta desde hace varios años, lo
confieso»…
«Este
fenómeno me resulta intrigante, porque pareciera que ese casi 60% de
la población mundial que lo adora, está sometida a una especie de
hipnosis o bloqueo mental, que le impide abandonar el culto
claramente irracional a este ser», escribe Cangá.
Masacre
celestial
En
muchos pasajes bíblicos se describe cómo es el vehículo aéreo en
el que viaja Yahvé: «Durante el día es una nube y por la noche
aparece como una columna de fuego». En ocasiones, Yahvé disponía
de «ángeles» que le ayudaban en sus acciones: «Yo soy Rafael, uno
de los siete ángeles que están al servicio de Dios y que pueden
entrar ante su presencia gloriosa». (Tobías 12:15).
Estos «ángeles» son los subordinados de quién se supone está al
mando, y ejecutan sus órdenes, por crueles que sean. Por ejemplo,
cuando el asedio de los asirios contra los judíos pone en peligro
sus planes: «Aconteció que aquella misma noche salió el ángel de
Yahvé e hirió a 185.000 en el campamento de los asirios. Se
levantaron por la mañana, y he aquí que todos ellos eran
cadáveres».
¿Una
masacre de 185.000 hombres en una noche? ¿Qué clase de armamento
utilizaron para semejante barbarie? Los textos describen «ejércitos
de escuadrones en el cielo», y armas que disparaban rayos y
producían ceguera, por lo que se puede deducir que se refieren a
modernas armas de plasma, que causan un destello cegador. La misma
crueldad que Yahvé manifestaba el Dios sumerio Enlil hacia los
hombres, cuando decidió exterminarlos con un diluvio universal:
«Destruiré al habitante de la tierra que he creado y lo echaré de
la faz de la tierra». Porque Enlil y Yahvé eran la misma entidad
sanguinaria y vengativa, expresándose en dos culturas diferentes.
La
razón por la que tanto David Cangá como quien escribe coincidimos
en considerar que Yahvé era Enlil, se debe a una premisa muy
sencilla: el comportamiento y personalidad cruel y sanguinaria del
Yahvé bíblico sigue el mismo patrón del Enlil sumerio. Ambos se
expresan con el mismo egocentrismo, las mismas pautas de odio,
venganza y recelo hacia el ser humano, las mismas estrategias para
generar guerras y matanzas entre ellos, los mismos engaños, las
mismas falsas promesas, las mismas exigencias de adoración, los
mismos rituales de sacrificios animales, la misma motivación para
fundar religiones y dogmas a fin de controlar a la población y la
misma manipulación para dividir pueblos. En mi libro Conspiración
Anunnaki (Séptimo
Sello, 2014) ahondo mucho más sobre este asunto, pero en este
reportaje mi espacio es limitado.
Conspiración
cósmica
Pero
lo más importante es que el dios sumerio Enlil era el máximo
soberano en la Tierra, que contaba entre sus filas a los mejores
ejércitos y la más avanzada logística a su disposición, para
fabular el teatro y el engaño que lo lleva a revestirse con el
disfraz de la divinidad ante los seres humanos. Exactamente idéntica
firma de soberanía y mandato supremo mostraba Yahvé. Los dioses,
supeditados a Enlil, instauraron culturas y pueblos para hacerlos
enfrentar entre sí como piezas en un tablero de ajedrez. Todo esto
sin otra finalidad que la obtención de dolor, entendido como
vibración energética susceptible de ser absorbida.
Es
precisamente a través de la creación de un linaje real como los
dioses establecieron una monarquía que impusiera sus decretos,
eligiendo a unos pocos humanos con los que se mezclaron sexualmente,
esparciendo su línea sanguínea. El ejemplo más ilustrativo fue
David, el rey de Israel, sin duda el más preciado personaje bíblico
de Yahvé, quién según muchos expertos no era hijo de Isaí, sino
del propio Enlil/Yahvé. En la Biblia se citan los extraños
prodigios y cualidades suprahumanas de David, que no pertenecían a
un humano corriente: «He venido a ser extraño a mis hermanos, y
extranjero para los hijos de mi madre» (Salmos 69:8).
Y razones tenía para afirmarlo. David era muy diferente de sus
hermanos. Tenía el pelo rubio, ojos azules y piel rosada, como los
«ángeles» de Yahvé, por lo que fue menospreciado por sus padres.
David
mató de una pedrada a Goliat, uno de los campeones más admirados de
los filisteos, para luego cortarle la cabeza. Aún tras haberlos
humillado de forma tan contundente, años después David huyó de las
garras de Saúl para refugiarse con los filisteos, y convivió con
ellos sin que ninguno se atreviera a tocarle. ¿Qué clase de hombre
era David, cuyo poder frenaba en sus enemigos la tentación de la
venganza?
Después,
David estuvo largo tiempo del lado de los filisteos, participando en
sus masacres contra los judíos, por lo tanto contra los de su misma
sangre. En el Antiguo Testamento se revela que cuando los filisteos
atacaban a los judíos, le pedían a David que no participara en las
matanzas, sin embargo éste insistía en que su deseo era embestir
con toda su furia a su propio pueblo, haciendo gala de su sed de
sangre. Más grave aún: mataba a mujeres y niños con sus manos, y
cuando los filisteos le preguntaban por qué hacía eso, él
respondía que si los dejaba con vida podrían dar testimonio de su
«alianza temporal» con ellos. A David le interesaba mantener en
secreto sus fechorías contra su propio pueblo.
Divide
y vencerás
El
experto David Cangá mantiene una postura muy clara sobre la relación
entre Yahvé y el rey David: «Sospecho que la forma de ser de David
le hacía sentir un fuerte vínculo hacia él (Yahvé), y por eso lo
quería tanto. Pero quizás el principal motivo de la cercanía entre
Yahvé y David lo podamos deducir a raíz de las palabras que Aquis
(el monarca filisteo), le dio (…) a David: ‘Yo sé que tú eres
grato a mis ojos, como un ángel de Dios’» (1-Samuel 29:9).
Esta es la razón de la cercanía entre Yahvé y David, pues sospecho
que éste no era enteramente humano, sino un ser que, al igual que
Enoc, Noé y Abraham, fue concebido mediante la intervención directa
de la divinidad».
Tanta
era la estima de Yahvé hacia el rey judío, que incluso después de
que dividiera el imperio en dos reinos —Judá e Israel—, la
deidad preservó su descendencia. Mientras que en Israel los monarcas
no seguían una sucesión al trono por línea sanguínea, los de Judá
siguieron estrictamente la estela genética de David y Salomón,
siendo Roboam el primer rey en gobernar Judá. ¿Qué peculiaridad
genética tenía David que tanto le interesaba preservar a Yahvé,
ordenando la perpetuación de su estirpe?
Lo
que Yahvé perseguía era esparcir una genética Anunnaki
exclusivamente entre los monarcas, que se distinguían por su
frialdad y recto cumplimiento de las directrices de un plan de
control global sobre el resto de la población. Entre los muchos
objetivos de esta conspiración cósmica destacan dos:
Crear
un velo de confusión y división de razas y naciones que favorezca
el conflicto, lo que se traduciría en dolor como alimento o sustrato
vital para estos seres de baja densidad. Impedir el acceso al
conocimiento espiritual y moral del ser humano, para que no detecte
quiénes son los carceleros que aprisionan su consciencia y no pueda
así adquirir suficiente poder conceptual para liberarse y crecer
como individuo independiente y para escapar a un sistema de control
que lo reduce a un mero títere cruelmente condicionado a una
existencia autómata.
Ondas
cerebrales: Alimento de los dioses
Muchas
personas realizan la siguiente afirmación: «Si los extraterrestres
quisieran invadirnos y destruirnos con su avanzada tecnología, ya lo
habrían hecho». Pero la realidad es muy distinta, mucho más
compleja e inquietante. En primer lugar hay que matizar que la
humanidad no va a ser invadida, porque ya lo ha estado desde siempre.
Nos enfrentamos a entidades que son verdaderos maestros del engaño,
capaces de inocular veneno en nuestra conciencia. Un veneno que
corroe nuestras mentes pero que nosotros percibimos bajo la máscara
de una falsa libertad.
«Desde
mi punto de vista, a estas entidades no les interesa acabar con
nosotros, sino nutrirse con la energía emocional que desprendemos».
¿Podrían
destruirnos si quisieran? Por supuesto, pero no es esa su intención.
Entonces, ¿para qué nos manipulan? ¿Por qué tanto interés en
mantenernos en la ignorancia y divididos en fronteras y estados,
identidades nacionalistas y culturas opuestas en lenguajes,
tradiciones y costumbres? ¿Por qué las religiones hablan de dioses
justos y, sin embargo, su vasta proliferación solamente ha causado
muertes y desolación? ¿Acaso estos mismos dioses son quiénes
mueven este engranaje de fanatismo a través de los dogmas que han
conformado todos los credos religiosos y las leyes que han levantado
las naciones? Su estrategia se basa en el divide y vencerás.
Desde
mi punto de vista, a estas entidades no les interesa exactamente
destruirnos, sino que constituimos su fuente de alimento. Para
nutrirse deben desencadenar en nosotros ciertos estados que segreguen
el sustrato energético que necesitan. Si analizamos la historia de
la humanidad, escrita con sangre, se llega a una deducción muy
simple sobre cuál es ese sustrato vital que tanto buscan en
nosotros. En el Pentateuco (los
cinco primeros libros de la Biblia) se narra cómo Yahvé ofrece
instrucciones al pueblo judío sobre los sacrificios de animales que
deben rendirle. A estas matanzas se les denominaba holocaustos. Su
exposición es tan detallada que más que un ritual, parece un libro
de cocina. Sin embargo, para Yahvé no es suficiente la muerte de un
ser vivo, sino que hay que descuartizarlo, desollarlo, licuar las
grasas de los intestinos y quemarlo. Todo se dispone siguiendo un
riguroso proceso en el que cada detalle cumple con una función: la
muerte del animal, la devoción del verdugo, el fuego, el humo, los
aromas… Yahvé justifica todo este complejo procedimiento afirmando
que su suave olor le apacigua. ¿Se trata solo de eso? ¿De un simple
aroma? Por supuesto que no.
En
2-Crónicas 7:3-5
leemos: «Entonces, todos los hijos de Israel viendo descender el
fuego y la Gloria de Yahvé sobre la casa, se postraron sobre el
pavimento, adoraron y alabaron a Yahvé: luego el rey y todo el
pueblo ofrecieron sacrificios ante Yahvé. El rey Salomón ofreció
en sacrificio 22.000 bueyes y 120.000 ovejas». ¿De qué manera
podemos calificar a un dios que ordena la masacre de 142.000 seres
vivos en un solo día?
La
granja humana
Desde
mi punto de vista, los dioses extraterrestres desean que emitamos
ciertas frecuencias cerebrales. Estas ondas son incluso capaces de
afectar a la materia. Cuando sentimos amor, generamos unas ondas de
frecuencia que se desplazan muy rápidamente. La vibración es tan
alta que amplifica nuestra red sensorial. Cuando sentimos miedo, que
es lo opuesto a la armonía, la onda que emitimos es lenta y larga,
casi lineal, y bloquea nuestra red sensorial.
El
japonés Masaru
Emoto,
autor del libro Los
mensajes del agua,
demostró en varios experimentos que nuestros estados de ánimo
pueden influir en las moléculas de agua. El procedimiento de Emoto
es sencillo: coloca varios recipientes del líquido elemento
divididos en grupos. Sobre algunos, cierto número de personas
proyectan sentimientos de odio y rabia, mientras que sobre otros
recipientes emiten sentimientos de agradecimiento y de paz. Después,
Emoto congela el agua, tomando diversas fotografías de las moléculas
heladas. El resultado es más que sorprendente: el líquido elemento
sometido a un «bombardeo» de amor presenta unas formaciones
cristalinas y armónicas. Sus moléculas son blancas, relucientes y
crean figuras geométricas de gran belleza. En cambio, las moléculas
sometidas a odio son amarillentas, con formaciones desproporcionadas
y estructuras caóticas y fragmentadas.
Si
nuestra mente puede influir a tal nivel en el agua, y aceptamos la
existencia de estos seres no humanos que han manipulado a la
humanidad a lo largo de la historia, ¿es tan descabellado apuntar la
posibilidad de que nuestras emisiones emocionales sirvan de alimento
para estas entidades que pasan desapercibidas para nuestro radio de
percepción?
El
ya desaparecido escritor Juan G. Atienza se expresaba en este mismo
sentido en su libro La
gran manipulación cósmica:
«He hablado de nutrición y he querido expresar precisamente eso:
nutrición, canibalismo, alimento, comida, subsistencia, vitaminas y
proteínas e hidratos de carbono… o la materia o la energía que
puede servir de sustitutivo o de complemento nutricio a las entidades
que, sin saberlo nosotros racionalmente, están ahí y nos manipulan,
porque ése es su derecho dimensional y natural: el de manipularnos,
exactamente lo mismo que nosotros —¡los amos del mundo no lo
olvidemos!— estamos o nos consideramos en el derecho de devorar y
dirigir y manipular a los seres de conciencia dimensional inferior.
Pensemos en el pastor: ¿Consentiría en que sus ovejas, sus cabras,
sus vacas o sus cerdos comenzasen a expresar su deseo de libertad y
de independencia, y se negasen a obedecer sus órdenes o las órdenes
secundarias de los perros?
¿Comprendería acaso que esos seres
tienen derecho (cósmico derecho, si queremos) a elegir el momento,
la circunstancia y el lugar de su propia evolución hacia estados de
conciencia superiores?».
En
busca de la libertad
¿Pero
cómo salirse de esta red de bajas vibraciones que estas entidades
han tejido a nuestro alrededor? ¿Dónde está la clave para
liberarse? Sin duda, la única vía es dejar de ser alimento. Para
alcanzar ese estado, deberíamos cambiar la frecuencia vibracional
del miedo y la ansiedad que nos convierte en generadores de bajas
vibraciones, lo que constituye un sustento energético de estos
seres. Parece que las ondas cerebrales que estas entidades no humanas
pretenden obtener de nosotros son las Gamma, que oscilan más allá
de los 20 hertzios y que se generan debido al pánico y la ansiedad.
Bajo el estado de dichas ondas, los neurotransmisores están tan
alterados que imposibilitan el sueño nocturno, lo que nos convierte
en individuos estresados.
En
definitiva, pienso que los dioses de la antigüedad no son
mitos, sino entidades extraterrestres (entendido el término
extraterrestre como venidos de fuera de la Tierra, sin entrar en su
origen físico, dimensional, etc.) que llevan manipulando a la
humanidad desde el principio de los tiempos.
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