La revelación es la comunicación de Dios con
sus hijos sobre la Tierra y sólo los profetas pueden recibirla,
según la iglesia, aunque no necesariamente está limitada a ellos.
En tiempos de desesperación o tal vez porque se
requiere urgentemente de alguna respuesta, los hombres suelen invocar
a la deidad para obtenerla. Una vez recibida, ésta pasa a constituir
una fuerte creencia para el receptor, quien, la mayoría de las
veces, se complace en difundirla de manera casi siempre dogmática.
Al ser una comunicación directa de Dios, está exenta del proceso
racional e inclusive, se superpone a la percepción. De allí en más
dependerá de la influencia que el “beneficiado” ejerza sobre las
demás para que sea aceptada o rechazada.
El así determinado profeta recibirá con
desagrado cualquier rechazo o intento de especulación sobre su
“visión”, juzgando de ignorantes a quienes osen refutarlo. Su
actitud, lejos de toda maldad intencionada, es un reemplazo del
proceso cognitivo racional, que le brinda la seguridad interior de la
creencia en algo determinado por Dios.
No es extraño, tampoco, que esta manifestación
enigmática de la verdad, esté compuesta por un “tandem” de
epifanías, que pueden incluir datos sobre el futuro de la humanidad,
la creación, cosmogonía, antropogénesis y muchos temas más, que
dependerán en mucho del espectro previo de temas que el receptor
manejaba.
Estas revelaciones pueden ser simples o de alta
complejidad, mezclando, la mayoría de las veces, verdades con
mentiras.
En momentos de desesperación, decíamos, suele
reinar una gran confusión y la gente, desilusionada por las
respuestas científicas acotadas por los intereses políticos y
económicos y de las mentiras religiosas, puede fácilmente
convertirse en seguidora de algún arúspice ocasional.
En cuanto el grupo de creyentes aumente en número,
la creencia en común les dará la seguridad de sentirse contenidos y
acompañados, seguridad que se convertirá, la mayoría de las veces,
en desprecio por aquéllos que no se unen a su devoción.
Este proceso aplica para los seguidores de
religiones oficiales, grupos más pequeños de disidentes y
ocasionales líderes y lacayos surgidos en las redes sociales.
Pongamos el ejemplo de Moisés. Se dice que invocó
a una deidad para liberar al pueblo judío y la respuesta a su
búsqueda fue la aparición de Yahvé (Jehová), a quien el
revisionismo arqueológico e histórico le asigna un lugar que no es,
precisamente, el de Dios Único y Universal. Esta manifestación
trajo consigo una serie de dogmas, creencias, imposiciones y hechos,
muchos de los cuales son, varios miles de años después, creídos
ciegamente por millones de personas.
De esta misma iluminación, surgen después otros
profetas que son inspirados por ángeles o dios mismo, para
establecer variantes del dogma.
En las asambleas espiritistas, las invocaciones
traen siempre al invocado que puede ser un pariente muerto o un
personaje como Jesús, o cualquier otro sabio que quiera ser
consultado. Éste brindará respuestas propias del sujeto llamado,
incluyendo conocimientos de la vida privada de los asistentes.
Este tipo de conexiones pueden suceder también en
sueños o estados de vigilia, pero se facilitan cuando el individuo
tiene la capacidad de establecer su conciencia en estado alfa, que es
un lugar intermedio entre ambos. También sucede cuando el invocante
entra en “trance” inducido por la danza, el alcohol o sustancias
alucinógenas.
Pero… ¿De dónde provienen estas anunciaciones?
Hablamos, en artículos anteriores, de los planos
matriciales y nuestra capacidad de que la conciencia se traslade por
ellos, conectándonos con dimensiones superiores o inferiores.
Esos planos son recorridos, también, por otras
entidades como nosotros, que pueden provenir de la tierra, de otras
galaxias o del futuro, porque, recordemos, que el espacio-tiempo sólo
existe en la realidad 3D.
De la misma manera que los humanos nos
gratificamos cuando la gente nos sigue (lo cual es una prueba de
éxito y afirmación de nuestro ego), otras entidades también lo
gozan e inclusive, se alimentan de sus seguidores.
Así, arcontes, demonios, líderes de Nibiru o
capitanes de naves espaciales, encuentran en el humano una sustancia
rica y fácil de digerir, nada menos que la luz que emana del
espíritu increado.
Hace muchos años, cuando daba exitosas
conferencias en Buenos Aires y en ocasión de una particularmente
asistida por cientos de personas, al finalizar, algunos de ellos se
acercaron a felicitarme, agradecerme e incluso, tocarme y una señora
declaró: “eres el mesías”. En ese momento percibí a una fuerza
oscura que descendía sobre nosotros, algo baboso, sombrío y
peligroso que se complacía de lo que allí pasaba.
Es difícil, cuando algo así sucede, renunciar a
la satisfacción que se siente, difícil pero necesario, porque de
otra forma quedamos atrapados por la entidad, al mismo tiempo que
todos los que nos sigan.
También tengo epifanías, podría decirse que
todo el tiempo y ahora mismo, mientras escribo, lo que hago es
transmitir algo que me es inspirado. El responsable del dictado es mi
ser interior, la entidad espiritual a la que responde esta unidad de
carbono y algunas veces, inteligencias superiores que me instruyen
sin reclamar nada a cambio.
No hay ningún Dios allí arriba, el universo es
un infinito ser consciente, energético y capaz de reunir información
sobre sí mismo. Nosotros somos parte de eso. Ninguna civilización
extraterrestre superior cree en dios alguno. No hay libros sagrados y
mucho menos dogmas a seguir. Ni el mal ni la muerte existen. Todo lo
que vemos ahora es fenoménico e impermanente, es un fluir constante
de energía. Nada mas.
Si nos concentramos en el Ser y establecemos como
único guía a ese ser interior, poco a poco esa relación irá
creciendo y nos alimentará con la verdad, que no es nuestra verdad
particular, sino el Dharma Universal.
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