DAVID vs. GOLIATH
Nos enfrentamos a un gran monstruo, no sólo a un
gigante maligno, sino a una entidad tan oscura, tan omnipresente y de tan largo
alcance que ha conseguido contaminar todos los aspectos de la vida en este
planeta.
Afortunadamente, la humanidad está empezando a despertar al
conocimiento de este mal, pero lo más difícil es reconocer que también ha
conseguido calar en nuestras almas.
Nos sedujo, porque eso es lo que mejor sabe hacer el mal, para que nos conformáramos con un sistema que alimenta nuestras necesidades materialistas, nuestros instintos narcisistas, nuestro conformismo y nuestra complacencia.
Nos hemos acostumbrado a aceptar lo inaceptable porque
«así son las cosas», nos hemos insensibilizado, higienizado, tolerado lo
intolerable y perdido por completo en un mundo de autoconservación,
autoglorificación e inmunidad total al sufrimiento ajeno.
Cuando una parte valiente de la humanidad abre los ojos a
esta realidad, comienza el doloroso proceso de la autorreflexión y la
introspección. Debemos, hasta cierto punto, asumir la responsabilidad del
estado del mundo, porque hemos permitido que así sea.
Poco a poco, permitimos que la oscuridad se colara en
cada rincón de nuestras vidas.
Estábamos demasiado ocupados, o éramos demasiado perezosos o
estábamos demasiado seducidos por ella para detenerla, y ahora la mayoría de la
gente ni siquiera puede reconocerla dentro de sí misma.
Esta es la mayor
tragedia y el umbral más difícil de superar: la aceptación de la propia
responsabilidad en esta situación. No por implicación directa, sino
por consentimiento pasivo, tácito, perezoso e ignorante.
Hasta que no nos armemos de valor para mirarnos al espejo y
reconocer lo perdidos que estábamos, lo engañados, lo ciegos, lo egoístas, lo
vanidosos y lo lejos de la luz que nos habíamos apartado, no tendremos ninguna
posibilidad de invertir el trágico curso de los acontecimientos que se están
desarrollando ante nuestros ojos, porque aunque nos golpearan, no lo veríamos
venir.
La toma de conciencia empieza por el conocimiento de uno
mismo. Comprender quién eres, de dónde vienes y de qué estás hecho te
hará ver en qué te has convertido y cuánto tienes que rectificar tu rumbo, tu
carácter o tu comportamiento.
No podemos mejorar el mundo si no nos mejoramos a nosotros
mismos. No podemos vencer a la oscuridad hasta que nos convirtamos
sólo en luz, sin sombras en nuestro interior, sin fantasmas, sin líneas
borrosas. En su lugar, un corazón puro, una pizarra limpia, una brújula moral
que funcione y la determinación de perseguir y defender la verdad por encima de
todo.
En mi opinión, aquellos de nosotros que estamos en proceso
de despertar mientras escribo, no estábamos tan perdidos al principio,
estábamos, hasta cierto punto, todavía en contacto con aquello que nos guía;
todavía conectados con nuestra intuición, nuestro instinto, nuestra alma. Somos
nosotros, los que ahora intentamos salvar a la humanidad advirtiendo a los
demás de la oscuridad que está a punto de aplastarnos. Somos, en esencia,
David.
Convertirse en David no es un proceso fácil; requiere
valor, autodeterminación, disciplina y una noción clara del bien y del mal. Sin
líneas borrosas, sin ambigüedad moral, sin oscuridad en el alma. Requiere un
corazón puro, sentido de la justicia y una necesidad insaciable de verdad,
libertad y rectitud. Creo que la honda que nos traerá la victoria reside en que
todos y cada uno de nosotros asumamos la responsabilidad de nosotros mismos, de
nuestras vidas y del mundo que nos rodea.
Esto es el Gran Despertar, la llegada de la luz que destruye
todas las tinieblas; es nuestra luz, nuestro amor, nuestro valor y nuestra
compasión lo que tiene la llave del cielo en la tierra.
Todos tenemos que convertirnos en David.
Una vez que todos podamos hacer brillar la luz que Dios nos
dio, en su máxima expresión, no habrá Goliath al que no podamos derrotar.
Sé David.
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