SOCIEDADES IGUALITARIAS
“¿Puede existir la humanidad
sin gobernantes ni gobernados? ¿Anida en el hombre una insaciable sed de poder
que, a falta de un jefe fuerte, conduce inevitablemente a una guerra de todos
contra todos? A juzgar por los ejemplos de bandas y aldeas que sobreviven en
nuestros días, durante la mayor parte de la prehistoria nuestra especie se
manejó bastante bien sin jefe supremo.” Marvin Harris, antropólogo.
“Naturalmente que tenemos cabecillas. De hecho, somos
todos cabecillas… cada uno es su propio cabecilla.” !Kung al antropólogo Richard lee.
Algunas sociedades actuales tienen su propia línea evolutiva distinta
a la nuestra, y aunque conocen nuestro modelo socio-económico, han decidido
prescindir de él, e incluso huir de él. En las primeras teorizaciones sobre las
sociedades primitivas, éstas eran representadas como sociedades incompletas,
poco evolucionadas. Estos antropólogos han demostrado que esto no es así,
simplemente es una opción estratégica. No es que no exista el poder en estas
sociedades: es posible una sociedad sin dominación, pero no sin
poder. Pero un poder-hacer en contraposición al
poder-sobre. Un “puedo hacer esto o lo otro para mi y para los demás
que al final recaerá en mi”
“No se
trata sólo de que “otro mundo sea posible”, sino de que “otros mundos existen”.
Beltrán Roca, antropólogo.
El antropólogo Richard Lee, para complacer a los
!kung (bosquímanos del desierto del kalahari), decidió comprar un buey de gran
tamaño, el mejor de todos, y sacrificarlo como presente. Pero sus amigos le
llevaron aparte y le aseguraron que se había dejado engañar al comprar un
animal sin valor alguno.«Por supuesto que vamos a comerlo», le dijeron, «pero
no nos va a saciar; comeremos y regresaremos a nuestras casas con rugir de
tripas».Cuando sacrificaron la res de Lee, resultó estar recubierta de una
gruesa capa de grasa. Más tarde sus amigos le explicaron la razón por la cual
habían manifestado menosprecio por su regalo, aun cuando sabían mejor que él lo
que había bajo el pellejo del animal: “Sí, cuando un hombre joven sacrifica
mucha carne llega a creerse un gran jefe o gran hombre, y se imagina al resto
de nosotros como servidores o inferiores suyos. No podemos aceptar ésto,
rechazamos al que alardea, pues algún día su orgullo le llevará a matar a
alguien. Por esto siempre decimos que su carne no vale nada. De esta manera
atemperamos su corazón y hacemos de él un hombre pacífico.”
La reciprocidad es
la banca de las sociedades pequeñas aldeas de entre 50 a 150 personas. Dado que
el azar intervenía de forma tan importante en la captura de animales, en la recolecta
de alimentos silvestres y en la agricultura, los individuos que estaban de
suerte un día, al día siguiente necesitaban pedir. Cuanto mayor
era el índice de riesgo, tanto más se compartía.
Este intercambio sigue haciéndose incluso en nuestras sociedades
capitalistas: intercambiar regalos, hacer las cosas de la casa gratis, los
jóvenes no pagan con dinero por sus comidas en casa… Pero en las sociedades
donde esto es común, es ofensivo mostrar cualquier signo de generosidad
e incluso dar las gracias, porque eso significa primero que no se
esperaba esa generosidad del otro y que se calcula lo que se recibe y lo que se
da, y en estas sociedades la reciprocidad tiene que seguir siendo una norma
común y espontánea, no algo medido y provocado. En este caso, las normas de
cortesía no son bienvenidas. Como decía Pierre Bourdieu: ”las concesiones
de cortesía implicaban siempre concesiones políticas, son los impuestos
simbólicos que deben pagar los individuos”
El sentimiento de deuda con el otro siempre ha sido un sentimiento peligroso en toda
sociedad igualitaria. De hecho, dicen que las primeras grafías sumerias fueron
para controlar este sentimiento de don, contra-don y deudas. La primera palabra
registrada que significa “libertad” es la sumeria amargi
que quiere decir libre de deudas. Además, antropólogos economistas como David Graeber afirman
que al contrario de lo que se cree, no fue el trueque el que dio
lugar al dinero y después a los créditos.
“El crédito y la deuda llegan antes, miles de años después aparece la
acuñación de moneda y finalmente, se encuentran sistemas de trueque del estilo
“te doy veinte pollos por esa vaca”, estos suelen aparecer allí donde, por
algún motivo, los mercados monetarios han desaparecido – como, por ejemplo, en
Rusia en 1998- porque la moneda ha colapsado o ha desaparecido.” David Graeber.
Esto es porque en estas sociedades igualitarias, en el trueque, si tu
vecino no tiene lo que tú quieres en este momento, no hay problema.
No tiene porque haber un intercambio directo, ni ninguna tensión provocada esa
deuda. Graeber añade: ”Esto es lo que los antropólogos hemos observado,
cuando unos vecinos intercambian uno de ellos dice “Eh, bonita vaca” y el otro
dice “¿te gusta?, llévatela”. Ahora le debes una vaca a tu vecino. A menudo ni
siquiera hay intercambio.”
Además, en estas sociedades lo comparten todo por un igual, incluso
con los compañeros que se han pasado el día durmiendo. Algunos antropólogos
relatan con amargura como cuando regalan un paquete de cigarrillos a un miembro
de una de estas aldeas, éste los parte en trocitos equitativos para todos sus
compañeros. Todo el campamento, tanto residentes como visitantes, participan a
partes iguales del total de recursos disponible. Un ejemplo claro son las
islas del Pacífico Tokelau y las islas Cook, los
archipiélagos más aislado del mundo (un día en barco para llegar al puerto más
cercano), así que el individualismo no era una opción. El compartirse
convirtió en un auténtico sistema que aún funciona, y se llama Inati. Todos los días, la pesca
fresca se coloca en la playa y se reparte según las necesidades de
cada cual.
Esto significa que hay un interés de todos
de mantener abierto a todo el mundo el acceso al hábitat natural,
porque todos se aprovechaban de estas tierras. Muchas eran y son sociedades
animistas en las que todos los seres vivos y no vivos de la naturaleza eran
considerados “gentes” tan respetados como los seres humanos.
No sólo de las tierras, tampoco de otros recursos básicos, armas,
ropa, vasijas, adornos y herramientas, porque al ser pocos y conocerse todo el
mundo, los objetos robados no se pueden utilizar de manera anónima. Además
hacen vida al aire libre y se trasladan de manera frecuente, así que el tener
más objetos es a veces más incómodo. Si se quiere algo,
resulta preferible pedirlo abiertamente puesto que, en
razón de las normas de reciprocidad, tales peticiones no se pueden denegar.
Como en cualquier grupo social, era inevitable que hubiera individuos
aprovechados que tomaban más de lo que daban y no hacían ningún trabajo. A
pesar de no existir un sistema penal, a la larga este tipo de comportamiento
acababa siendo castigado. El cometido de identificar a estos malhechores recaía
en los chamanes que en sus trances adivinatorios se
hacían eco de la opinión pública. Los individuos que gozaban de la estima y del
apoyo firme de sus familiares no debían temer las acusaciones del chamán, pero
los individuos pendencieros y tacaños, o los agresivos e insolentes, habían de
andar con cuidado…
Otras sociedades igualitarias son las que llevan
un modelo socio-económico basado en la redistribución:
cuando las gentes entregan alimentos y otros objetos de valor a una figura de
prestigio como, por ejemplo, el cabecilla, para que sean
juntados, divididos en porciones y vueltos a distribuir. Era cuando se disponía
de más alimentos que de costumbre.
De todas formas, un cabecilla no es un líder o un jefe, porque carece
de poder o autoridad sobre el pueblo. Es una persona respetada,
sabia, que sabe evaluar el sentimiento generalizado de la comunidad y hacer de
mediador. Es más portavoz que formador de opinión pública y es más pacificador
que castigador. Primero porque no tiene medios físicos para castigar, y segundo
porque está constreñido a la fuerza de persuasión, o a la palabra. Es decir,
estas sociedades piensan que limitando al cabecilla a la palabra le quitan
poder, porque el poder debe estar del lado del pueblo. Un
ejemplo son los pütchipü’üis
o “palabreros” de la comunidad de los wayuus de La Guajira. Son personas experimentadas en la solución de
conflictos y desavenencias que mediante el diálogo buscan recuperar el tejido
social afectado por las querellas mediante una justicia restaurativa y no
punitiva.
El cabecilla sólo puede hablar exhortando a ser buenos y repitiendo
las normas tradicionales de la sociedad, pero nunca dando órdenes ni muchos
menos usando la violencia. De hecho, ser cabecilla es una carga porque
deben ser modelos de lo que dicen, son los que trabajan más duro y dan con
mayor generosidad y reservan para sí mismos las raciones más modestas y menos
deseables. En el aymara boliviano,
el camino hacia la madurez de todo individuo es un camino o thakhi que se enriquece sobre todo a
través de los servicios hacia la comunidad (dentro de un modo de vida llamado Suma qamaña) . Los dirigentes de
las comunidades durante su año de autoridad dedican todo su tiempo al servicio
de su comunidad correteando de un lugar a otro para lograr que mejoren sus
escuelas, se atienda bien en salud, arreglen los caminos, sus comunitarios se
reconcilien cuando hay peleas, los visitantes se sientan bien recibidos…En
estas sociedades tener un cargo es, realmente tener una carga pesada de la que
no salen enriquecidos sino con los bolsillos vacíos y cargados de deudas de ayni
(ayuda mutua y reciprocidad) Por eso un elemento clave en la indumentaria es
el bulto (q’ipi) pesado
que cargan en la espalda. La gente le critica si ese bulto no es pesado, pues
debe significar que los dos cargan la responsabilidad por toda la
comunidad. Un cargo es una carga, no un lucro.
Es cuando esta humildad desaparece y aparecen
varios cabecillas que compiten entre sí y tiene que alardear, jactarse de sus
virtudes a través de campañas políticas, proclamaciones públicas… cuando
aparece otro modelo socioeconómico basado en el prestigio y su
legitimidad. El cabecilla que más daba se convertía en gran
hombre. Un caso llamativo es el de los kwakiutl,
indios de norteamérica, durante los banquetes competitivos llamados potlach donde estos
hombres regalaban sus posesiones. El anfitrión muestra su riqueza e importancia
regalando todo lo que tenía, queriendo dar a entender que tiene tantas que
puede permitirse hacer tantos regalos. Por tanto, se puede decir que el
potlatch consistía en cambiar regalos por prestigio. Un
prestigio que no dudaban en proclamar:
”Soy el gran jefe que avergüenza a la gente [...]. Llevo la
envidia a sus miradas. Hago que las gentes se cubran las caras al ver lo que
continuamente hago en este mundo. Una y otra vez invito a todas las tribus a
fiestas de aceite [de pescado...], soy el único árbol grande [...]. Tribus, me
debéis obediencia [...]. Tribus, regalando propiedades soy el primero. Tribus,
soy vuestra águila. Traed a vuestro contador de la propiedad, tribus, para que
trate en vano de contar las propiedades que entrega el gran hacedor de cobres,
el jefe.”
Fue cuando estos hombres se olvidaron de dar y sólo lo hacían a cambio
de favores para su uso personal, cuando el gran hombre se convertía en jefe,
jefaturas y Estados. “Demasiado tarde se dieron cuenta estos hombres de que sus
jactanciosos jefes iban a quedarse con la carne y la grasa y no dejaron para
sus seguidores más que huesos y tortas secas.”
“Así pues, no se hable más de la necesidad innata que siente nuestra
especie de formar grupos jerárquicos. Ni de que anida en el hombre una
insaciable sed de poder que, a falta de un jefe fuerte, conduce inevitablemente
a una guerra de todos contra todos. Que un día el mundo iba a verse dividido en
aristócratas y plebeyos, amos y esclavos, millonarios y mendigos, le habría
parecido algo totalmente contrario a la naturaleza humana a juzgar por el
estado de cosas imperantes en las sociedades humanas que por aquel entonces
poblaban la Tierra.”
Marvin Harris, antropólogo.
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