NAVIDAD: LA GRAN ORGÍA DE LA ESTUPIDEZ
Todos lo
sabemos: las fiestas navideñas son la gran orgía del Sistema. Durante
esta época del año, todo cuanto nos rodea es una impúdica exhibición del poder
subyugante del Sistema sobre nuestras mentes.
Sin
recato alguno, la maquinaria del Sistema nos dice qué debemos pensar, cómo
debemos actuar, qué nos debe gustar y cómo debemos expresarnos.
Nos
convertimos en esclavos de compromisos y reglas no escritas y nos vemos
obligados a gastar dinero con el fin de aparentar ante los demás y ante
nosotros mismos.
No
hace falta ahondar demasiado en el tema, pues es de todos sabido y cualquier
persona con un mínimo de conciencia ya se habrá dado cuenta de ello.
Pero
la Navidad nos ofrece también una oportunidad única: la posibilidad de ver de
forma mucho más clara cuáles son los engranajes de esta maquinaria infernal que
llamamos Sistema y que el resto del año vive agazapada en nuestra psique,
manipulándonos como a títeres.
Para
comprenderlo mejor, solo tenemos que hacernos unas simples preguntas:
¿Por
qué razón actuamos de esta manera en esta época del año?
¿Qué
justificación lógica hay para ello?
Al
hacernos preguntas como estas es posible que aparezca la típica persona bien
informada y nos hable sobre los orígenes paganos de la Navidad y su relación
con el solsticio de invierno. Incluso es posible que ataque las actitudes
actuales relacionadas con el consumismo desenfrenado, tildándolas de perversas
y que reclame la necesidad de volver a los auténticos orígenes de la celebración
y a su más que posible espíritu original.
Pero
no nos engañemos: una persona que se presente con estos argumentos solo estará
reclamando las bondades de una anterior versión del Sistema; algo así como
vendernos las maravillas de Windows XP en comparación con los terribles
defectos de Windows Vista.
Nosotros
vamos más allá: nos preguntamos directamente para qué necesitamos tener
instalado un “sistema operativo” en nuestra mente y cuáles son sus efectos
sobre nuestra existencia.
Volvamos
pues, a repetirnos las preguntas:
1 - ¿Por qué
razón actuamos de esta manera en esta época del año?
2 - ¿Qué
justificación lógica hay para ello?
La
respuesta a la primera pregunta es obvia.
Actuamos así, nos
comportamos como nos comportamos y hacemos lo que hacemos, porque nos han dicho
desde pequeños que “es
lo que toca hacer en estas fechas del año” Y punto.
Los
pretextos que pongamos para repetir los mismos rituales en las mismas fechas,
son irrelevantes, porque ya nadie recuerda ni a nadie le importa cuál es su
supuesta justificación argumental.
En la mente de las
personas, solo existe un mecanismo instalado que dicta: “estamos en tal fecha
y toca hacer tal cosa, como hicimos el año anterior”
Y así
es como año tras año, lo vamos repitiendo como robots programados.
Dependiendo
de su posición en el calendario, el programa nos hará cantar villancicos,
correr borrachos ante un toro por un callejón o achicharrarnos apretujados
tumbados en la arena de una playa.
Llevamos
instalado el mismo tipo de programación que le aplicaríamos a una máquina.
Por otro lado, si
salimos a la calle y le trasladamos a la gente la segunda pregunta “¿qué justificación lógica hay
para ello?”,
quizás nos respondan que la justificación para tantas festividades es “celebrar
el nacimiento de Jesús” o “pasar unos días con la familia”; pero en el fondo
todas las respuestas ocultan una misma justificación implícita: “en estas fechas debemos actuar
de esta manera porque es lo que hacen todos los demás y no queremos quedar
aislados del resto del grupo”
Así
pues, y resumiendo: durante la navidad, actuamos como actuamos porque “toca”
hacerlo y porque lo hace el resto de gente.
Fantástico:
una fabulosa muestra de la evolución humana y de su intelecto superior;
argumentos de peso dotados de un “profundo sentido existencial”, que reflejan
muy claramente el tipo de esclavitud mental a la que estamos todos sometidos.
Llegados
aquí, deberíamos preguntarnos: ¿Cómo hemos llegado a este profundo nivel de
estupidez y aborregamiento colectivo? ¿Cómo puede ser que seres racionales
actúen de forma tan irreflexiva, sin tan solo preguntarse sobre el por qué de
sus actos?
Para
tratar de responder a estas preguntas, debemos comprender cómo funcionan
algunos mecanismos…
EL
SISTEMA SIEMPRE TIENDE AL VACÍO DE SENTIDO
Este
es un hecho que realmente cuesta de comprender. Y es que con el paso del
tiempo, cualquier costumbre o hábito repetido en sociedad, tiende por
naturaleza a perder su razón original de ser y a convertirse en un ritual
periódico vacío de todo significado y sentido, que empuja a las personas a
repetirlo por el simple hecho de repetirlo.
Es
algo parecido a un estado de hipnosis masivo en el que las personas fueran
inducidas a repetir el mismo acto una y otra vez al recibir una señal
determinada.
Pero,
¿cómo y por qué sucede eso?
LA
ELIMINACIÓN DE LA CONCIENCIA INDIVIDUAL
Como
hemos dicho otras veces, el principal objetivo del Sistema es reducir nuestra
conciencia individual al mínimo, con el fin de arrebatarnos el poder y el
control sobre nosotros mismos.
Eso
es algo que consigue automatizando tanto como puede nuestras respuestas, como
si fuéramos una máquina programada con una serie de mecanismos lógicos y en el
caso concreto de las costumbres y tradiciones, lo consigue porque aprovecha una
tendencia natural del intelecto humano.
Cuando
aprendemos a conducir un coche, en los inicios, cada acción que llevamos a cabo
la afrontamos de forma plenamente consciente. Cuando queremos poner en marcha
el coche, escuchamos nuestra propia voz dentro de la cabeza, repasando todos
los pasos que debemos llevar a cabo: “gira la llave, enciende el motor, aprieta
el pedal del embrague, acciona la palanca de cambios y pon la primera marcha,
suelta el embrague despacio a medida que vas apretando el pedal del acelerador,
etc…”
Curiosamente
pero, a medida que aprendemos a conducir, nuestra voz consciente se va
apagando, como si se alejara en nuestro interior, hasta que al final realizamos
todas estas acciones de forma automática.
De
alguna forma, cuando aprendemos a conducir, tendemos a convertirnos en máquinas
más eficientes y somos capaces de realizar muchas más acciones y de forma más
rápida y eficaz, porque simple y llanamente, hemos programado nuestra mente
para actuar directamente, saltando los filtros del pensamiento consciente.
Es
algo que podemos comprobar fácilmente: si mientras conducimos el coche en
nuestro día a día dejamos de actuar con esa especie de “piloto automático” y
empezamos a escuchar de nuevo la voz consciente diciéndonos qué pedal debemos
apretar, cómo y cuándo y elucubrando qué marcha debemos poner a cada momento,
es posible que cometamos errores graves de conducción y al final tengamos un
susto, como si volviéramos a nuestros primeros días en la auto-escuela.
Así
pues, por motivos de eficiencia, nuestra mente tiende a automatizar todas
aquellas acciones repetitivas que pueden ser sustituidas por mecanismos de
programación cerebral, dejando la voz consciente y racional en un segundo
plano. Es una de las capacidades maravillosas que nos otorga nuestro fabuloso
cerebro.
El
gran problema se presenta cuando aplicamos estos mismos mecanismos de
automatización a otros ámbitos de las actividades humanas, para los cuales no
resultan adecuados. Éste es el truco que aplica el Sistema para programarnos y
dominarnos.
Aprovechando
esta tendencia natural a la automatización de acciones repetidas, el Sistema
consigue que aceptemos eliminar nuestra voz consciente en otro tipo actividades
que implican una mayor escala temporal y en las cuales sí sería necesario tomar
conciencia del cómo y el porqué de nuestros actos.
Eso
explica, que cada año, por ejemplo, repitamos los mismo rituales una y otra vez
en las mismas fechas sin tan solo preguntarnos cuál era la función original que
justificaba su existencia ni cuál es su utilidad para nosotros.
Llega
la fecha y simplemente, hacemos “lo que toca”, de la misma manera que vemos el
semáforo en rojo y apretamos el pedal del freno. Lo hacemos automáticamente…y
eso nos convierte en poco más que autómatas.
CONSECUENCIAS
Pero
hay una consecuencia final adicional para todo lo expuesto anteriormente: y es
que cualquier elemento o actividad que ponga en duda el funcionamiento del
propio Sistema, acaba siendo incorporado al propio Sistema como un mecanismo
propio.
Dicho
de otra manera: gracias a los mecanismos que acabamos de exponer, el Sistema
adquiere la capacidad de convertir un gesto de rebeldía o de subversión contra
el propio Sistema en una nueva costumbre o hábito, de manera que cualquier
individuo que emprenda una acción contra las cadenas que le aprisionan, verá
como tarde o temprano, su propia acción se convierte en una nueva cadena que
aprisiona su libertad y la de los demás.
Tenemos
un ejemplo muy curioso de ello en las propias tradiciones navideñas.
EL
CAGANER
Posiblemente,
uno de los ejemplos más evidentes de cómo el Sistema es capaz de incorporar
elementos que ponen en duda sus lógicas de funcionamiento, lo encontramos en la
simpática figura del caganer.
Para
quien no lo sepa, el caganer es una figurita tradicional catalana, que se sitúa
en los belenes o pesebres y que consiste en un hombre haciendo sus necesidades.
Recordemos
que el belén es una representación tradicional del nacimiento de Jesús y que
por lo tanto está dotado de un profundo sentido religioso, simbólico y
trascendental
Que a
alguien, hace siglos, se le ocurriera añadir algo tan mundano como un hombre
cagando, compartiendo escenario con el mismísimo Niño Jesús, la Virgen Maria,
San José y el Ángel de la Anunciación, solo puede calificarse como un acto
subversivo, insolente, burlesco y transgresor.
Sin
embargo, y a pesar de las evidencias que indican que el origen del caganer es
una burla a la trascendencia de lo sagrado y una transgresión de las reglas que
rigen el Sistema, el Sistema no sólo ha conseguido darle al vuelta al concepto
original del caganer, llegando a incorporarlo como elemento tradicional del
pesebre, sino que al final ha conseguido eliminar su significado original,
convirtiéndolo en un elemento inocuo y vaciándolo de su sentido subversivo
original.
La
demostración de este hecho la encontramos reflejada en la propia historia
oficial del caganer: nadie es capaz de establecer cuáles son los orígenes de la
figura, sin embargo no han faltado las personas bienpensantes que le han
otorgado un significado simbólico, con el fin de anular su valor como elemento
transgresor.
Resulta
risible, hasta rozar lo patético, leer que “el caganer representa un símbolo de
salud, prosperidad y buena suerte para el año siguiente, porque está
devolviendo a la tierra lo que de ella procede, pues la fecunda con sus heces”
o que es “una síntesis que harmoniza el mensaje trascendente y sobrenatural con
la realidad material más mundana y los condicionamientos biológicos de nuestro
organismo”
Si el
caganer es un símbolo de prosperidad que nos recuerda nuestra realidad más
mundana y es tan normal situarlo en el mismo escenario que lo sagrado, ¿porque
no hay representaciones de gente cagando en ninguna iglesia o edificio sagrado?
Si es
tan normal mostrar a un tipo defecando en el mismo escenario del nacimiento de
Jesús, ¿por qué no vamos a considerar aceptable ver a un tipo haciendo lo mismo
cerca del Papa cuando oficie una misa en el Vaticano?
Si es
tan normal representar lo mundano al lado de lo sagrado, suponemos que los
creyentes no tendrán problema en situar un gran falo erecto al lado de la pila
del agua bendita bajo el argumento de que es “una síntesis que harmoniza el
mensaje trascendente y sobrenatural con la realidad material más mundana y los
condicionamientos biológicos de nuestro organismo”
Como
podemos deducir, todos esos argumentos que tratan de justificar la presencia
del caganer en el pesebre otorgándole un carácter simbólico, tienen una única
función: eliminar todo rastro de transgresión alrededor de esta figura.
Un
trabajo que acostumbran a realizar de forma voluntaria todas aquellas personas bienpensantes
cuya única función a lo largo de la historia ha sido defender el Sistema de
toda idea que pueda poner en peligro sus lógicas de funcionamiento.
Y es
que es bastante obvio cuál debe ser el origen del caganer.
Lo
más probable es que el caganer naciera como una travesura transgresora que
alguien situó furtivamente en un pesebre a modo de burla del propio Sistema.
Dicha acción fue imitada por otras personas de las clases populares y al final,
con el paso del tiempo y de las generaciones, aquel acto que en sus orígenes
tenia un significado casi subversivo, se convirtió en una costumbre, hasta que
la gente olvidó su sentido original y finalmente se transformó en una tradición
más.
Una
tradición tan vacía de sentido como la del propio belén.
Hoy
en día, el caganer, la figurita insolente, se ha convertido en algo obligatorio
que ningún catalán puede obviar en su pesebre si no quiere sentir que está
incompleto; y está tan incorporada al Sistema que se ha convertido en un
negocio por sí mismo, pues ya se representan los personajes más célebres de
cada año a modo de caganer.
El
caganer nació como un insulto contra el Sistema y al final se ha convertido en
todo lo contrario: un símbolo del Sistema durante la Navidad.
Es
así de triste.
Ya es
un nuevo eslabón de la cadena que nos aprisiona.
CONCLUSIÓN
Es
evidente que el mundo de los humanos se ha construido a base de definiciones
inventadas por nosotros mismos; de etiquetas que sirven para clasificar y
categorizar los conceptos que nosotros mismos creamos.
Uno
de los grandes triunfos del Sistema ha sido conseguir que en nuestro mundo sea
más importante la etiqueta con la que clasificamos las cosas que su significado
profundo o su sentido original.
Eso explica que la “repetición periódica
de conductas necias sin sentido ni función práctica por parte de personas que
actúan sin pensar ni hacerse preguntas”, haya terminado por ser tan
importante. Simplemente, la hemos llamado “tradición”. Con tan solo una simple etiqueta y un nombre pomposo, “tradición”, hemos conseguido que la repetición periódica de una memez, esté
dotada de un sentido trascendental para nuestra evolución cultural. Aunque sea
un acto de profunda estupidez como perseguir un queso rodando cuesta abajo por
una pendiente, arrojar una cabra desde un campanario o pinchar con lanzas a un
toro.
O
celebrar el nacimiento de un hombre del que ni tan solo sabemos en qué día
nació…
Algunas
personas creen que la tradición es uno de los pilares fundamentales de las
sociedades humanas y de la civilización. Y sin duda, tienen razón: la tradición
es un pilar fundamental y como todo pilar, su función principal es soportar
peso.
El
problema es que la gran mayoría cree que este pilar soporta el peso de un
templo, cuando en realidad, lo que soporta es el peso de un manicomio…
GAZZETTA
DEL APOCALIPSIS
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