LA LEY DEL SILENCIO
La ley del silencio, esto que pareciera el titulo de una vieja peli de
Gángsters, el nombre de un grupo pop ochentero o que recuerda a la Omertá
mafiosa, para mi tiene un significado distinto y una connotación mas profunda. Muchos
estamos habituados a oír las virtudes de la meditación, de cómo se llega a estados
de una profundidad existencial y se obtiene la conexión con la fuente. Parece una
asignatura obligatoria, en la que muchos cateamos y tenemos que dejarlo todo
para la revalida en septiembre. No niego que la meditación tenga unas virtudes
que la hagan esencial para llegar a la comprensión del Yo, pero esto requiere
de una ambientación adecuada, un espacio adecuado y sobre todo, tiempo. Para
aquellos que dispongan de un lugar de retiro donde poder abstraer la mente y
silenciarla de todo ese ruido blanco que habitualmente la puebla, y tenga
tiempo disponible, adelante, pero para aquellos que es difícil hacerse con esta
disciplina, que no encuentran hueco en su día, que tienen trabajo, hijos o lo
que es peor, vecinos, lo tienen mas complicado.
La mayoría de nosotros vivimos en núcleos urbanos, donde hay multitud
de distracciones y situaciones de escaso
silencio, tráfico y claxons, aviones, perros que ladran, vecinos que ponen la
música alta o abusan de la taladradora. Meditar en estas condiciones, supone
una prueba que ni el mismísimo Buda podría superar, para obtener buenos resultados, no es tan importante aguantar la postura
del loto, como encontrar un espacio de silencio, pues sin silencio, no solo
tendrás que luchar con tu mente, sino con el ambiente. Según el diccionario,
meditar es reflexionar y esto es algo que solemos hacer mas bien poco. Nuestra
mente viaja rápido, se anticipa, está en todo, crea mucho ruido, da muchas vueltas y cuando consigues
dominarla, te traiciona trayéndote a la cabeza, la cancioncilla de moda que
tanto ponen en la radio. El estrés, el estar constantemente pensando en lo que
vas a hacer mañana, lo que tienes que hacer mas tarde, lo que dejaste ayer por
hacer, tareas y mas tareas, siempre estás ocupado y cuando logras tiempo para
ti, te encuentras con una pila de libros por leer, otra de películas por ver y
además un ratito para el Facebook.
Cuando te quieres dar cuenta ese rato de descanso mental, ese rato que
dedicarte a ti, se esfumó y no lo empleaste para nada de provecho, es tiempo perdido o
mal empleado. Vivimos dejando para mañana lo que debimos hacer ayer, y al final
te debes tiempo a ti mismo, tiempo que jamás recuperas, tiempo que jamás
llegaste a tener realmente. Por eso en un estado así, con una vida caótica y
vertiginosa, ponerse a hacer la meditación es casi una utopía, pero no todo está
perdido, no nos vamos a quedar fuera de esa introspección, solo por el mero
hecho de tener obligaciones, de ser un urbanita o un abnegado progenitor. Lo
primero es localizar los momentos del día en los que estamos solos y en esos
instantes tratar de relajarnos, parar la maquina, centrarnos en nosotros y
reflexionar, en lo que somos, a donde vamos, que es lo que nos gusta de
nosotros, que no nos gusta tanto y podemos cambiar. Hacia donde vamos, cual es
el camino que emprendimos y cuales son los posibles destinos, cuales son
nuestros sueños y si podemos dedicarles nuestra energía, cuales son tus
prioridades, tus valores… Somételo todo a juicio, y trata de desprenderte de
todas esas cosas que realmente no son necesarias, de todas esas emociones que
te hacen sentir mal, esos sentimientos que te bajan la autoestima, localízalos
y purgarlos, al fin y al cabo, se trata de parar y mirar, igual que lo harías
antes de cruzar una calle para no ser atropellado, debes hacerlo también, para
que la vida no te pase por encima. Paramos y miramos, pero esta vez miramos
dentro, miramos en nosotros, como nos sentimos y como nos gustaría sentirnos y
que hacer para conseguirlo.
Tiempo para pensar, para reflexionar, para evaluar o lo que es lo
mismo para meditar. Lo puedes hacer en cualquier momento, lo puedes hacer
mientras paseas, mientras vas en transporte público, mientras corres o por que
no, mientras estas en el baño. Es un pequeño momento que precisas en el día,
para hacer balance, para evaluarte, para mejorarte, para asomarte a esa
ventanita que tienes en tu interior y ver lo que te gusta y aun te es útil, te
define y te identifica, o localizar lo que no te gusta, lo que te hace peor
persona o no te aporta, ni aporta a nadie. Estas pequeñas introspecciones te
irán puliendo poco a poco, rato a rato y con el tiempo iras logrando, sacar
brillo a la persona que eres, iras dando valor a lo verdaderamente importante,
identificaras lo que realmente te hace feliz y sabrás valorar lo que realmente importa y
debes conservar en tu vida. Es probable que así no logres nunca la expansión de
tu conciencia, pero al menos serás mejor persona y estarás mas a gusto contigo
mismo y con tu conciencia en paz. Un ratito de silencio, un ratito contigo. Un
silencio vital, que te dará esa salud que te quitan las prisas y el estrés.
Un ratito de silencio que poco a poco se convierte en ley para ti, tu
rato donde bajarte del mundo y ver hacia donde gira, ver hacia donde giras tu
con el y hacia donde quieres llegar. Un silencio que acabara invadiendo tus ratos
mas ruidosos y que poco a poco lograras que ocupen los momentos mas
vertiginosos de tu día. Sabrás ralentizar esa agobiante premura que lo invade
todo, apenas notaras los empujones que el resto den a tus espaldas, miraras con
deportividad los errores ajenos y no volverás a caer en la provocación, ni en
la competitividad. Piénsalo un momento, cuanto tiempo lo pasas contigo, cuanto
tiempo guardas silencio, cuanto tiempo le dedicas a escucharte. Empieza por
aquí, empieza a aprender a parar, a reflexionar, a pensar. Calibra bien tu
brújula y cambia el rumbo, para saber navegar en esta tormenta y llegar a buen
puerto, no necesitas mas, que silencio.
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