LIBERTAD: UN ESTADO DEL CORAZÓN
En mi artículo Hacia la Síntesis señalaba cómo el filósofo humanista Erich Fromm
consideraba que el mundo moderno padecía una lucha contradictoria entre
tener y ser.
La necesidad humana de encontrar
sentido, bienestar y crecimiento personal entraba en conflicto con un tipo de
mundo externo diferente. Para Fromm, la resolución de este
enfrentamiento debía encontrarse en un ‘cambio radical del corazón humano’.
Para mí, el tema del bienestar
personal gira en torno a la percepción y la experiencia de libertad. La
capacidad de reconocer e internalizar el bienestar está básicamente ligada a
cómo la persona experimenta su libertad.
La libertad no es simplemente una
circunstancia limitada a los campos de batalla, las naciones y los derechos
humanos. A un nivel esencial tiene que ver con la libertad dentro de uno mismo
y con la contienda por mantener en nuestra vida cotidiana esa autonomía
personal.
El propio Erich Fromm escribió en
abundancia sobre el miedo humano a la libertad. [i]
Fromm concluía que nuestro miedo
innato a buscar la libertad frente al condicionamiento social tenía su origen
en el proceso humano de nacimiento. La indefensión del niño recién nacido y su
necesidad tan prolongada de dependencia y protección continúan durante la vida
adulta en forma de necesidad de seguridad. Fromm considera por tanto que
nuestra susceptibilidad al condicionamiento social se basa en una
predisposición biológica.
Quizá esto explique por qué a
menudo tendemos a buscar una autoridad externa (padre, maestro, pareja/amante)
como un poder o fuerza que compense nuestra sensación de aislamiento personal.
La sociedad moderna ha explotado esa tendencia aprobando y sustentando nuestra
dependencia de sistemas sociales externos.
De igual modo, nuestras culturas
a menudo desaprueban a aquellos individuos que muestran altos niveles de
autosuficiencia e independencia.
En un mundo que se dirige hacia
una mayor conectividad, colaboración y compasión compartida, la existencia de
libertad individual es crítica. Durante demasiado tiempo nos hemos centrado en
la representación de la libertad tal y como se exhibe externamente – mediante
poderes manifiestos – en tanto permanecemos ciegos a las restricciones de la
libertad personal.
La
libertad no es nada si no es libertad del corazón.
A menudo hablamos de libertad, o
escuchamos a otros hablando de ella, en términos de tener. De esa manera se
convierte en un valor de posesión. O bien la tenemos o bien no; otra gente la
tiene o la manipula, o la controla, etc. Con nuestra moderna comprensión de la
libertad la hemos convertido en una mercancía – un objeto material con el que
negociamos.
En muchas situaciones y para
muchas personas esto ha sido cierto. Asimismo, si una persona ha sido secuestrada,
o se la mantiene en prisión/confinamiento, la libertad se convierte en una
auténtica realidad física. Pero ésta es sólo una manifestación de la esencia de
la libertad humana.
Para lo que aquí me interesa me
gustaría discutir la libertad como un estado del ser.
A nivel interno la libertad no
tiene que ver con lo que tenemos; más bien se trata de dónde estamos y qué
hacemos. Se refiere a tener la actitud y la perspectiva correctas. En este
contexto la libertad es un proceso:
la necesitamos respecto a algo o para algo. No tenemos o poseemos libertad, la generamos.
Es importante que creemos
libertad para movernos hacia ella, de otro modo ¿hacia dónde vamos?
Si deseamos desplazarnos hacia un
lugar o estado del ser diferente podemos crear nuestra libertad a partir del
pasado e incluso del presente. Por ejemplo, nuestro pasado no debería definir
cómo deseamos que sea nuestro presente.
Podemos aprender de él y
desarrollarnos a partir de su experiencia; pero si ya no sigue siendo útil, o
incluso resulta prejudicial, necesitamos aprender cómo dejarlo atrás.
Todos tenemos la capacidad de
elegir dónde queremos Ser.
Si somos incapaces de crear esta
libertad dentro de nosotros mismos nos convertimos, en palabras de Doris Lessing, en las
‘prisiones que elegimos para vivir.’ [ii]
Tampoco olvidemos que nuestra
libertad interior va con nosotros allá donde sea que nos dirijamos.
Si sentimos internamente una
falta de verdadera libertad eso mismo viajará con nosotros ya sea que estemos
en un retiro de meditación en la India, o en los Andes de Sudamérica. Después
de todo, no podemos escapar de nuestro propio yo.
Es por tanto esencial que
tengamos la libertad de afrontar los hechos que nos afectan cotidianamente. No
podemos controlar lo que nos ocurre pero tenemos la libertad de escoger cómo
respondemos ante ello. Progresando mediante nuestras experiencias y escogiendo
las conexiones y situaciones alineadas con nuestro corazón, podemos llegar a
ser viajeros intencionados más que aleatorios.
La pregunta fundamental que
debemos formularnos es: ¿cómo queremos vivir?
Para mí, cómo respondemos esa
pregunta forma parte de lo que llamo el ‘trabajo viviente’ – el esfuerzo que
hacemos internamente a fin de prepararnos y hacernos mejores para vivir en el
mundo externo. Es aquí donde convergen ambos aspectos de la libertad – en la
intersección donde se encuentran los mundos externo e interno.
También es aquí donde nuestra
imagen del mundo y su realidad física se fusionan. Si podemos darnos cuenta de
que sólo experimentamos el mundo ‘tal
como somos’, entonces la libertad que encontramos en el mundo no es sino un
reflejo de la libertad que consciente o inconscientemente percibimos
internamente. En otras palabras, nuestro sentido de la libertad está tan cerca
o tan lejos como lo concibamos.
Puede sonar contradictorio, pero
lo que precisamos conseguir es la liberación de nuestras propias percepciones
de la libertad.
La razón por la que muchos de
nosotros no nos detenemos a tomarlo en consideración, o quizá no lo veamos
necesario, es que ¡aún no tenemos la libertad para evaluar el estado de nuestra
propia libertad! Como he dicho antes, la libertad no es una posesión, es un
proceso – una acción – y por tanto algo en lo que trabajar, con lo que
involucrarse.
Nuestra propia libertad es un
proceso de participación.
Quizá
este proceso implique la libertad de hacer las pequeñas cosas que son
importantes en nuestras vidas; no necesariamente la libertad
de ‘salvar el mundo’ o de hacer un gran gesto. Lo que necesitamos internamente
es libertad de elección; de actuar como mejor nos sintamos; de crear momentos
de alegría que poder compartir.
O podría ser la libertad de
empezar a realizar un cambio modificando las cosas de una en una. Nuestras
vidas forman parte de un gran tapiz humano viviente.
Haciendo una pequeña modificación
podemos influir en el cambio de muchas otras maneras gracias a innumerable
conexiones visibles e invisibles. La libertad consiste en tener la opción de
hacer esos cambios, y responsabilizarnos de nuestra participación en el tapiz
viviente que es la vida.
La libertad personal es también
una expresión de inteligencia: no de aprendizaje intelectual sino más bien de
inteligencia social, espiritual, emocional e instintiva. Todo eso es la
inteligencia de la libertad personal.
Esto me recuerda a Rumi que describió
la diferencia entre la inteligencia instintiva y la adquirida:
‘Hay dos tipos de inteligencia:
Una adquirida como la de un niño que memoriza en la escuela hechos y conceptos de
los libros y de lo que dice el profesor, recopilando información de las
ciencias tradicionales…
…Hay otro tipo… uno ya completo y
conservado dentro de ti.Un manantial que desborda su lecho. Un frescor en el
centro del pecho… Este segundo saber es una fuente que mana desde dentro de
ti.’
Este segundo conocimiento – nuestra
inteligencia instintiva – ya está dentro de cada uno de nosotros.
Como seres humanos tenemos este
saber de forma inherente. Para mí, la libertad es ser capaz de conectarse con
este conocimiento interno – y actuar de acuerdo a él.
Al
fin y al cabo, la verdadera libertad es un estado del corazón humano.
“Amar
la libertad significa, para mí, tener la libertad de amarse profundamente y
amar a los demás, y aceptar la eterna verdad del cambio.
Quiere
decir tener la libertad de ser feliz con uno mismo y con los otros según llegan
y se van de nuestras vidas.
Significa
tener la libertad de conectarse de manera excelente con quien sea que nos
encontremos y de relacionarse satisfactoriamente con aquellos con quienes
resulta difícil hacerlo correctamente.”
Owen Fitzpatrick
[i] Ver su
libro ‘Miedo a la libertad‘
[ii] Ver Doris Lessing, Prisons We Choose To Live Inside (“Prisiones que elegimos para vivir”)
[ii] Ver Doris Lessing, Prisons We Choose To Live Inside (“Prisiones que elegimos para vivir”)
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