COSMOGÉNESIS”
(III)
En los artículos cosmogénesis (I) y
(II) vimos como se inicia la
creación desde el Do hasta las unidades de carbono. Recomiendo su relectura
antes de proseguir. Han pasado varias octavas y hoy volvemos a retomar este
interesante tema, pero ahora desde una forma mucho más clara y simple, desde la
perspectiva del universo de la magia. Toda creación sea del tipo que sea,
comienza con un deseo. El deseo es la fuerza impulsora más poderosa que
existe, por ello fue utilizada en su momento para revertir la esfera de
consciencia, logrando así la ilusión necesaria para atraparnos en esta
realidad. Una de las trampas más efectivas y usadas por esa ilusión, para
mantenerlos cautivos, es el hacernos creer que el universo es
independiente de nuestra existencia, que el universo existía antes de que
naciéramos y que existirá después de que partamos.
De esta forma le da a la consciencia
artificial, el contexto necesario para aceptar la materialidad y finitud como
algo lógico y natural de la vida. Todo nace, crece y muere siguiendo
un ciclo lógico y natural, la vida se reduce a ese ciclo, donde de aquí a cien
años, todo será nuevo en el planeta y muy pocos quedarán de los que hoy
habitan la tierra. De esta forma, la ilusión de vida, queda plasmada y
acotada dentro de unos parámetros aceptablemente controlados, donde usted tiene
una (x) cantidad de tiempo para vivir y lograr cumplir sus “deseos” que
mantienen revertida y asegurada en esta “vida”, a su esfera de consciencia.
La ciencia ya ha comprobado que todo es
energía. Los átomos que conforman toda la materia están formados por
partículas subatómicas cuya masa no puede ser considerada como tal, por ser
inmedible, son físicamente cuerpos energéticos, partículas de energía, sólo
apreciables en una colisión dentro de un acelerador de partículas. Si
pudiéramos zambullirnos en las profundidades de la materia, lo que veríamos en
una primera escala nano microscópica, sería muy similar a ver el cielo estrellado
en una noche despejada. Millones de estrellas separadas por un inmenso espacio
de supuesto vacío. A medida que siguiéramos avanzando, esas estrellas se
convertirían en átomos (tomando al átomo para su mejor comprensión y analogía
como el Modelo de Bohr),
sistemas solares completos con su núcleo (sol) y sus electrones (planetas). No
distinguiríamos en ese momento el cuerpo de la materia que lo compone, sólo
veríamos parte del universo correspondiente al átomo, que forma parte quizás de
la célula, que forma parte de la epidermis, del dedo índice apoyado en el
teclado escribiendo estas líneas. Nada más hemos hecho una parada nano
microscópica, la más cercana a la materia y ya no distinguimos la totalidad de
la verdadera realidad, sólo percibimos la realidad subjetiva del
observador situado en un punto del espacio de algo llamado materia.
Ahora bien, habiéndonos expandido mentalmente
hasta ese punto de consciencia, y partiendo desde la observación y percepción
desde el átomo, podríamos presuponer que en cada núcleo (sol) y sus dos
componentes, protón y neutrón, exista también otro universo de partículas
subatómicas (quarks) cuya composición energética y visual sea también muy
similar al cielo estrellado del comienzo de esta historia. La pregunta es, ¿Qué
hace la diferencia entre el cielo estrellado del núcleo energético del átomo, y
el cielo estrellado sobre nuestras cabezas de esta realidad material? Y la
respuesta es…, la consciencia. Sin la consciencia no habría
diferencia entre materia y energía. Claro que ahora estamos en el pantanoso
terreno filosófico y especulativo, porque, ¿Cómo comprobamos científicamente la
existencia de la consciencia? La respuesta para salir de la filosofía y entrar
al campo de la realidad es muy simple, pero rotundamente negada por la ciencia.
“La consciencia se comprueba por la previsibilidad de la materia”. ¿Qué quiero
decir con esto? Que un olmo no da peras. No porque el olmo sea consciente
de si mismo, sino porque la energía que compone la materia que forma al olmo,
es la que posee dicha consciencia. La energía es consciencia, todo es
consciencia y energía. Y si la energía no fuera consciencia (llámele ADN o como
quiera), el olmo daría peras y mañana quien sabe que otra cosa.
La magia de la cosmogénesis, desde su inicio
(fuente) hasta su resultado (vida), está en la consciencia de la energía,
producida por el deseo de la creación. Nosotros, producto secundario
del proceso, tenemos las mismas reglas y capacidades para crear nuestra
propia cosmogénesis, pero antes tenemos que saber tres cosas:
Primero, que todo el universo se encuentra en el
núcleo de un átomo de hidrógeno. Un átomo formado por un protón, un neutrón y
un electrón, la triada energética de la vida.
Segundo, que el universo se adapta a la esfera
de consciencia según ésta vibre aquí o allá, en esta existencia o en la del
otro lado, el universo los acompañará, no se queda con la vida, se irá con
ustedes del otro lado de la cinta de Moebius, adaptándose a su esfera de
consciencia. Aquí quedarán otros universos de los que aún pertenecen a esta
realidad, de no mucho más de cien años de existencia, esperando partir con sus
respectivas consciencias, sean lhumanus o de cualquier otra especie, para
seguir la cosmogénesis de la fuente hasta su parada final.
Y Tercero, que el universo no es
independiente de su existencia, el universo es usted y sólo hace falta que sea
consciente de ello para comenzar su propia cosmogénesis, aquella que obra
milagros por la magia de conocer el secreto de la vida, como hizo Viktor
Grebennikov con su plataforma o Edward Leedskalnin con su castillo de
coral, haciendo posible lo imposible.
Queda en usted ser olmo y no dar peras, o ser
consciencia y dar universos. La elección es muy simple, la forma también, pero
para comprenderlo usted no tiene que mostrar el video de magia, usted tiene que
ser el video de su propia magia y dejar de ser espectador para pasar a ser
director y protagonista.
Desee ser y será energía, desee no ser y será materia,
pero si desea crear, será consciencia y creará universos. ¿Antagónico,
no? El creador es lo creado
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