15.6.17

Conocemos la maravilla de la magia y del amor que crea estrellas y galaxias



NO ESTAMOS SOLOS: La batalla final                                              

Ellos llegaron aquí en el pasado remoto y sembraron la Tierra yerma con el esperma de la vida. Eran hijos de la Gran Madre que expande la existencia por los universos. Luego vinieron los reptiles, los de la tierra y los de más allá, a echar, también, su semilla. Nunca cesaron de estar aquí, observando a la extraña criatura a la que consideraban inferior. ¿Qué observaban? A los hijos del padre divino, del verdadero origen de todas las cosas.


Ellos son reptiles, nosotros humanos.


Ellos se ocultan de la luz, viven a la sombra de su poder y de los traidores que los protegen. Beben la sangre de los inocentes. Nos llaman estúpidos y cerdos y se burlan de nosotros.


Otrora mirábamos al Sol de frente, cantábamos y bailábamos con nuestros hermanos elfos y hadas; reíamos y contábamos historias… éramos humanos.


Todo esto les molestaba. Ellos necesitaban de las largas siestas para digerir sus banquetes de carne y miedo. Ellos aman el orden, las cosas en fila, las ordenes militares, las armas y la guerra.


Mientras, el humano se deleitaba en las bellas curvas de la primavera, escribía versos y admiraba el perfume de las flores.



Al vernos, se enfurecían. Ellos aman la roca, el calor, los lugares cerrados y protegidos y deben vigilar cada paso que dan, ordenar sus clones, programar sus chips, anotar en sus agendas, transferir sus almas.


Idearon un mundo para nosotros, uno de trabajo incesante y lecciones marcadas a fuerza del látigo. Lograron que olvidáramos el poder que yace en nuestro corazón celeste y nos atraparon en sus redes de avaricia.


Nos clonaron con genes de sus bancos y nos dotaron de un cerebro reptil inferior. Para siempre el humano habría de vivir siendo mitad reptil, mitad hombre.


Y allí se acentuó la dualidad y tuvimos una mente y emociones y deseos carnales. Ya no pudimos jugar como antes, el horror del orden y el trabajo oscureció nuestro cielo para siempre.


Y comenzamos a creer que necesitábamos rodearnos de piedra para sentirnos seguros… y así nacieron nuestras ciudades.


Esa fue la forma en que ganaron su guerra y nos impusieron su sistema.


Para mantenernos controlados, propagaron la religión de Yahvé para los más ignorantes y la de Lucifer para los más inquietos. Enseñaron que la liberación venía a través del despertar de la energía serpentina que yace en nuestro chackra muladara.


Y como no tomamos en cuenta que el plano astral es dominado por ellos y los chackras son los receptores de su programación, algunos consolidaron, así, su contrapartida reptiloide.


Ahora, a pesar de su desprecio por nosotros, necesitan que procreemos juntos, para dar un híbrido y cumplir con sus planes. Para ello necesitan que eliminemos nuestro ancestral desprecio por el sexo con las bestias. Ya vienen por allí, con su agenda de lujuria, atrapando a los que entregan su alma pura a cambio del placer. Los veras imponiendo con su propaganda el sexo invertido, la pederastia y la zoofilia.


Sólo unos pocos están de pie con sus espadas en mano, alertas y con el corazón ardiendo de amor por la madre celestial.


Sólo esos pocos siguen siendo humanos, haciendo del amor su poder, de la sencillez su atavío, del poder interior su castillo, de la bondad su riqueza.


¿Podremos hacer tantos amigos amorosos como para repoblar la tierra como otrora, de solidaridad, honradez, honor y alegría?


¿Podremos volver a la amistad con los árboles, a correr junto a las criaturas silvestres, a compartir con elfos y ondinas?


Veras… ellos son sólidos, duros, inflexibles. No les importa ni tu ni yo… ni siquiera sus propios camaradas. Ellos fabrican máquinas, inteligencias artificiales, robots, clones y nos hacen creer que todo eso es una maravilla…


… Cuando nosotros conocemos la maravilla de la magia y del amor que crea estrellas y galaxias.


¿Cuando recordaremos? ¿Cuando volveremos a ser aquella estrella que una vez cayó del Cielo?

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