Actualmente,
los espacios informativos de todos los medios de comunicación suelen
abrir con noticias de gran impacto negativo, y en este sentido
aprovechan ampliamente todos los casos de asesinato de una mujer, lo
que se califica como violencia de género o violencia machista. ¿Es
esto algo nuevo y alarmante, una lacra insoportable para la sociedad?
No quiero en modo alguno minimizar los hechos ni su gravedad, desde
un abuso o maltrato (ya sea físico o psicológico) hasta llegar al
asesinato o al suicidio. Pero la historia nos dice que por desgracia
esos hechos siempre han estado presentes en la vida conyugal o
doméstica en todas las culturas, y tanto del hombre hacia la mujer
como de la mujer hacia el hombre. Hace unas pocas décadas tales
crímenes se consideraban “pasionales” o “conyugales” y
salían esporádicamente en las noticias de sucesos. Por supuesto, el
motivo de tales asesinatos no tenía que ver con el sexo de las
personas, sino con cuestiones de celos, infidelidades, dinero,
separaciones, disputas personales, drogadicciones, venganzas,
desequilibrios psíquicos, y un largo etcétera. Esto lo entendía
todo el mundo.
Sin embargo, desde hace unos 20 años, y coincidiendo con el auge de los fenómenos ya citados del activismo gay y el feminismo, esa “antigua” violencia conyugal o de pareja fue rediseñada política e ideológicamente a nivel global para crear un determinado estado de opinión social, acompañado de una difusión masiva de nuevas conductas. De repente, cualquier episodio de maltrato –ya no digamos asesinato– del hombre hacia la mujer pasó a un primer plano mediático y se creó un clima de grave alarma social. Al mismo tiempo, la violencia de todo tipo de la mujer hacia el hombre (física o psicológica) simplemente desapareció del mapa; dejó de existir. A modo de ejemplo, véase que la propia administración en España desde 2007 dejó de contabilizar en sus estadísticas los asesinatos de hombres, incluyendo los cometidos por sus parejas femeninas. Asimismo, tampoco existen, oficialmente, los actos de violencia o abusos entre parejas del mismo sexo. En otras palabras, estamos ante la negación de la realidad social, que es sustituida por la realidad del Gran Hermano.
Sin embargo, desde hace unos 20 años, y coincidiendo con el auge de los fenómenos ya citados del activismo gay y el feminismo, esa “antigua” violencia conyugal o de pareja fue rediseñada política e ideológicamente a nivel global para crear un determinado estado de opinión social, acompañado de una difusión masiva de nuevas conductas. De repente, cualquier episodio de maltrato –ya no digamos asesinato– del hombre hacia la mujer pasó a un primer plano mediático y se creó un clima de grave alarma social. Al mismo tiempo, la violencia de todo tipo de la mujer hacia el hombre (física o psicológica) simplemente desapareció del mapa; dejó de existir. A modo de ejemplo, véase que la propia administración en España desde 2007 dejó de contabilizar en sus estadísticas los asesinatos de hombres, incluyendo los cometidos por sus parejas femeninas. Asimismo, tampoco existen, oficialmente, los actos de violencia o abusos entre parejas del mismo sexo. En otras palabras, estamos ante la negación de la realidad social, que es sustituida por la realidad del Gran Hermano.
El
caso es que desde ese momento se dejó de hablar de crímenes
conyugales y se pasó a hablar de violencia de género; esto es, del
“género” masculino (y sólo heterosexual). Véase una vez más
la maniobra manipulativa del lenguaje: es el género masculino el que
maltrata y mata. La mujer es la sufridora y la víctima; esto es, es
el hombre –por el solo hecho de ser varón– el que mata a la
mujer “por ser mujer”. De este modo, se ha creado un estereotipo
de hombre caracterizado por la agresividad y bestialidad propia de
los “machos”, frente a la inocencia y pureza de las mujeres. En
resumidas cuentas, el actual concepto de violencia de género da por
hecho que hombre (heterosexual y tradicional) es sinónimo de
control, posesión y finalmente violencia sobre la mujer. Como
consecuencia de esto, se ha instalado un enorme sentimiento de culpa
en muchos hombres por el hecho de ser hombres y por querer tener
relaciones con las mujeres.
Pero
todavía se ha retorcido más el asunto, al llegar actualmente al
término de violencia sexista o machista (incluso he llegado a oír
la expresión terrorismo machista). Vamos a ver, que yo recuerde,
“machista” era el hombre que tenía actitudes arrogantes,
prepotentes y de superioridad hacia las mujeres, pero no
necesariamente despectivas ni mucho menos violentas. Era un modelo de
cultura patriarcal y sobreprotectora de la mujer, muy tradicional en
nuestra sociedad (y más marcada en las culturas islámicas, por
ejemplo), que incluso era compartido por algunas mujeres. En
realidad, estaríamos hablando de patrones de conducta heredados
desde hace siglos, no de rasgos propios de uno u otro sexo. En todo
caso, el machismo, tal como se entendía convencionalmente, nunca
mató a ninguna mujer, ni ahora tampoco. Podemos discutir y criticar
tales conductas cuanto queramos, pero del machismo al maltrato y al
asesinato hay un trecho enorme. Las causas subyacentes de los abusos
o asesinatos –que ya hemos citado– son básicamente las mismas
que hace décadas o siglos, y pueden aplicarse tanto a un sexo como a
otro.
En
todo caso, esta táctica del lenguaje ha sido muy hábil porque el
siguiente paso será saltar directamente a la “violencia
masculina”, identificando lo machista a lo masculino en general,
metiéndonos a todos los hombres en el mismo saco. O sea, tener
actitudes masculinas (o viriles) hacia la mujer será considerado
machista, y de ahí a criminal directamente. Con ello llegamos a los
mensajes subliminales de gran potencia: los hombres tradicionales son
unos trogloditas que sólo quieren explotar, someter y vejar a las
mujeres. En cambio, los homosexuales no molestan a las mujeres; antes
bien, son como ellas: modernos, libres, sofisticados, sensibles, etc.
¿Lo van pillando? La
legislación sobre la violencia de género
Tengo que confesar que escribir sobre esta cuestión del género me produce asco, repulsión y náusea, pero donde las cosas ya superan todo lo imaginable es en la política legislativa implantada por los estados (bajo órdenes superiores de los amos del mundo) sobre la violencia de género y muy especialmente en el caso de España, que es la campeona en esta materia. Vamos a diseccionar los hechos, a presentar datos y realidades, y luego que cada cual extraiga sus conclusiones.
Tengo que confesar que escribir sobre esta cuestión del género me produce asco, repulsión y náusea, pero donde las cosas ya superan todo lo imaginable es en la política legislativa implantada por los estados (bajo órdenes superiores de los amos del mundo) sobre la violencia de género y muy especialmente en el caso de España, que es la campeona en esta materia. Vamos a diseccionar los hechos, a presentar datos y realidades, y luego que cada cual extraiga sus conclusiones.
Sólo
a modo de introducción, cabe señalar que desde 1944, bajo mandato
franquista, existían unas circunstancias agravantes que velaban por
la especial protección de las mujeres en caso de violencia, por su
propia condición femenina (supuestamente en una posición de natural
indefensión). Esto fue abolido por los socialistas en los años 80
al considerar que el estado no podía atribuir a las mujeres un papel
de inferioridad o incapacidad, como si fueran niños que necesitaran
de una protección especial y constante. Esto cambió radicalmente a
finales de 2003 con la aprobación de la Ley de protección integral
en contra de la violencia de género, que ha sido muy recientemente
actualizada y ampliada, con el consenso de todas la fuerzas políticas
parlamentarias. Hace unos años el partido Ciudadanos intentó
tímidamente proponer un cambio de orientación de dicha ley,
igualando la violencia de uno y otro sexo y equiparando las penas.
Apenas hecha la propuesta, les saltaron a la yugular desde todos los
ámbitos institucionales y los medios de comunicación y,
lógicamente, recularon de inmediato.
Para
los sucesivos gobiernos, el despliegue de esta ley ha sido uno de los
pilares de la política de género y un elemento clave en toda su
política social. Actualmente existen en España nada menos que 106
juzgados específicos para tratar de la violencia de género; es
decir, sólo para juzgar a hombres, pues esta legislación presupone
tres hechos básicos: 1) que sólo es el hombre el que tiene
conductas agresivas y violentas contra su pareja femenina; 2) que
dichas conductas son intrínsecas del varón (como si fuera algo
genético e insalvable, parte de la propia naturaleza masculina), y
3) que la agresión o crimen se comete sobre la mujer por el solo
hecho de ser mujer. En suma, la filosofía que sustenta la ley es que
todo hombre –por ser hombre– es un potencial agresor,
maltratador, violador o asesino, y que su mortal enemigo es la mujer.
Por
consiguiente, la violencia de género sólo funciona en un sentido y
la mujer es siempre la víctima que debe ser protegida y reivindicada
por el estado. Como ya he apuntado antes, se elimina la posibilidad
de la “maldad” en la mujer o en las personas homosexuales con sus
parejas. Así pues, cualquier caso de violencia ejercida hacia el
hombre por su pareja queda enmarcado en el apartado de la llamada
violencia doméstica u otras categorías, con un tratamiento penal
distinto y más leve. Pero con la nueva versión de la ley, ya no
sólo se habla de violencia de género en el ámbito de la pareja o
el entorno doméstico, sino que cualquier agresión a una mujer por
parte de un hombre –sin que haya relación entre ambos– será
considerada violencia de género. Por lo tanto, estamos en un
escenario en que todos los crímenes contra mujeres lo son por razón
sexista (“machista”) y como tal han de ser tratados y
contabilizados por el estado.Aplicación
y efecto de la violencia de género
La ley española sobre violencia de género ya lleva más de una década de aplicación y ha instaurado un escenario de total discriminación y persecución del varón, por encima de la realidad de los hechos, con una serie de lesivas medidas preventivas (antes de juicio o de cualquier resolución) y posteriores a la sentencia, incluso aunque el hombre haya resultado absuelto. Por simplificarlo en un escenario típico, ante una disputa entre hombre y mujer, ésta puede denunciarlo y forzar el encarcelamiento preventivo de su pareja durante tres días aunque no haya pruebas aparentes de violencia. El hombre carece de presunción de inocencia y la palabra de la mujer es tomada como verdad indiscutible. De inmediato, con la denuncia en la mano, la mujer puede pedir al estado una pensión de 400 euros mensuales durante 11 meses, que será mantenida aunque luego se pruebe que la denuncia era falsa. Asimismo, podrá disponer de vivienda a precio reducido o incluso se le facilitará una gratuita, o estará exenta de pagar la Universidad. Además, tampoco abonará nada por las costas del juicio, que van a cargo del estado. Entretanto, el hombre pasará a engrosar una lista de “delincuentes sexuales”, aunque finalmente sea exculpado de las acusaciones.
La ley española sobre violencia de género ya lleva más de una década de aplicación y ha instaurado un escenario de total discriminación y persecución del varón, por encima de la realidad de los hechos, con una serie de lesivas medidas preventivas (antes de juicio o de cualquier resolución) y posteriores a la sentencia, incluso aunque el hombre haya resultado absuelto. Por simplificarlo en un escenario típico, ante una disputa entre hombre y mujer, ésta puede denunciarlo y forzar el encarcelamiento preventivo de su pareja durante tres días aunque no haya pruebas aparentes de violencia. El hombre carece de presunción de inocencia y la palabra de la mujer es tomada como verdad indiscutible. De inmediato, con la denuncia en la mano, la mujer puede pedir al estado una pensión de 400 euros mensuales durante 11 meses, que será mantenida aunque luego se pruebe que la denuncia era falsa. Asimismo, podrá disponer de vivienda a precio reducido o incluso se le facilitará una gratuita, o estará exenta de pagar la Universidad. Además, tampoco abonará nada por las costas del juicio, que van a cargo del estado. Entretanto, el hombre pasará a engrosar una lista de “delincuentes sexuales”, aunque finalmente sea exculpado de las acusaciones.
Por
supuesto, ante estas denuncias, el varón ya se puede ir despidiendo
de la custodia de los hijos (ni siquiera compartida), aunque hay que
reconocer que el hecho de conceder la custodia a la mujer en casos de
separación o divorcio se va extendiendo como una costumbre fuera de
discusión. Pero incluso cuando hay custodia compartida y un padre
reclama legalmente ver a sus hijos, a los medios de comunicación les
falta tiempo para montar escenas de drama, injusticia y
reivindicación ante unos niños arrebatados a su madre por la
fuerza.
Sin embargo, poco o nada se dice ni se hace en las situaciones en que es el hombre la víctima de una agresión (física o más habitualmente psicológica). Sólo a efectos de mostrar el impacto de paranoia de género, incluyo a continuación el testimonio de una persona afectada, con todo el drama personal que ha tenido que acarrear. Un hombre llamado Manuel, residente en Valencia, explicaba lo siguiente:
“Yo tenía una familia, mi mujer y mi hija, eran todo para mí. Mi esposa fue maltratada desde pequeña y siempre tuve miedo de que reprodujera conmigo lo que había aprendido. Y así fue, años y años de peleas, gritos, insultos, acusaciones falsas, patadas bajo la manta y burlas. Nunca era suficiente y nada era del todo bueno. Yo nunca me fui por mi hija, tenía miedo de que creciera con una imagen equivocada de su padre. Sin embargo, un fin de semana tuvimos una discusión muy fuerte y mi mujer me pegó. Mi reacción fue denunciarla porque me dije que si lo permitía una vez, volvería a ocurrir. Y a pesar, de ser yo la víctima, tuve que abandonar mi hogar y dejar a mi hija.”
Sin embargo, poco o nada se dice ni se hace en las situaciones en que es el hombre la víctima de una agresión (física o más habitualmente psicológica). Sólo a efectos de mostrar el impacto de paranoia de género, incluyo a continuación el testimonio de una persona afectada, con todo el drama personal que ha tenido que acarrear. Un hombre llamado Manuel, residente en Valencia, explicaba lo siguiente:
“Yo tenía una familia, mi mujer y mi hija, eran todo para mí. Mi esposa fue maltratada desde pequeña y siempre tuve miedo de que reprodujera conmigo lo que había aprendido. Y así fue, años y años de peleas, gritos, insultos, acusaciones falsas, patadas bajo la manta y burlas. Nunca era suficiente y nada era del todo bueno. Yo nunca me fui por mi hija, tenía miedo de que creciera con una imagen equivocada de su padre. Sin embargo, un fin de semana tuvimos una discusión muy fuerte y mi mujer me pegó. Mi reacción fue denunciarla porque me dije que si lo permitía una vez, volvería a ocurrir. Y a pesar, de ser yo la víctima, tuve que abandonar mi hogar y dejar a mi hija.”
Casos
como éste revelan que los hombres también son objeto de esa
violencia y que normalmente no se atreven a denunciar por el ridículo
(o el qué dirán), por no destruir el entorno familiar, por carecer
de asesoría jurídica apropiada o por simple debilidad o complejo de
culpa frente a la mujer. Lo peor es que el número de suicidios de
varones a causa de esta problemática ha llegado a constituir un 70%
del total de suicidios.
Aparte quedarían los casos de asesinatos de hombres a manos de sus mujeres, que si bien en un pasado reciente eran inferiores a las cifras inversas, tampoco estaban muy lejanas, pero –como ya se apuntó– tales datos han desaparecido de las estadísticas oficiales desde hace una década. Con todo, recurriendo a datos oficiales del Ministerio de Interior, podemos saber que en 2017 las mujeres cometieron 22 asesinatos u homicidios y 37 tentativas de asesinato u homicidio, la gran mayoría en el ámbito doméstico/familiar. No obstante, y con el apoyo incondicional de los medios, el poder sólo expone la brutalidad masculina día sí y día también a través de casos de maltrato y asesinatos, así como de violaciones, como el reciente caso de “la manada”. Por supuesto, como cualquier persona en su sano juicio comprende, se trata de situaciones muy duras y terribles, pero totalmente esporádicas y puntuales en el conjunto de la población. Es una táctica utilizada una y otra vez por los manipuladores en varios asuntos: se toma el todo por la parte, y se magnifica cuanto sea necesario. En este caso, se masculiniza el problema y así se justifican las medidas draconianas. En suma, en vez de afrontar el problema global de la violencia, se lo tergiversa y utiliza como estandarte de la política de género.
Aparte quedarían los casos de asesinatos de hombres a manos de sus mujeres, que si bien en un pasado reciente eran inferiores a las cifras inversas, tampoco estaban muy lejanas, pero –como ya se apuntó– tales datos han desaparecido de las estadísticas oficiales desde hace una década. Con todo, recurriendo a datos oficiales del Ministerio de Interior, podemos saber que en 2017 las mujeres cometieron 22 asesinatos u homicidios y 37 tentativas de asesinato u homicidio, la gran mayoría en el ámbito doméstico/familiar. No obstante, y con el apoyo incondicional de los medios, el poder sólo expone la brutalidad masculina día sí y día también a través de casos de maltrato y asesinatos, así como de violaciones, como el reciente caso de “la manada”. Por supuesto, como cualquier persona en su sano juicio comprende, se trata de situaciones muy duras y terribles, pero totalmente esporádicas y puntuales en el conjunto de la población. Es una táctica utilizada una y otra vez por los manipuladores en varios asuntos: se toma el todo por la parte, y se magnifica cuanto sea necesario. En este caso, se masculiniza el problema y así se justifican las medidas draconianas. En suma, en vez de afrontar el problema global de la violencia, se lo tergiversa y utiliza como estandarte de la política de género.
Por
otra parte, para ir adoctrinando a los jóvenes se montan campañas
públicas y mediáticas para denunciar el acoso del varón hacia la
mujer (¡pero nunca al revés!), en temas como las llamadas
insistentes al móvil u otras conductas obsesivas, que pueden ser
perfectamente propias de los dos sexos. Y ya a estas alturas se está
llegando a la paranoia de que los besos robados, los piropos, etc.
pueden constituir “acoso sexual” a las mujeres y deben ser
denunciados. Del mismo modo, cualquier insulto o palabra fuera de
tono, o incluso no dejar ver a la mujer un programa de TV puede ser
considerado “violencia de género”. Sin comentarios …
Xavier Bartlett
(Visto en https://somniumdei.wordpress.com/)
Xavier Bartlett
(Visto en https://somniumdei.wordpress.com/)
VISTO EN:
http://astillasderealidad.blogspot.com.es/2018/05/lo-que-la-politica-de-genero-esconde-3.html
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