"Treinta
y dos están allí de los hijos de la luz, quienes
han venido a vivir entre la humanidad buscando
como liberar de la esclavitud de las tinieblas
a los que estaban atrapados por la fuerza
del más allá…”
Thot
el Atlante. (Tablas Esmeralda)
Nota
del autor:
Redacté este texto originalmente en 1996. Más tarde
amplié esta información y la incluí en mi libro “Los Maestros
del Paititi”. La historia que recibí sobre los incas en el Manú,
y que investigué en Cusco, ha sido reproducida y mencionada por
nuestros grupos de contacto y otros caminantes afines al mismo
mensaje. Comparto el texto original, escrito hace casi 20 años.
Refleja la información que manejábamos en aquel entonces. Desde
luego, con el paso del tiempo, hemos profundizado estos
conocimientos. Pero, a pesar de ser un artículo que escribí a mis
22 años -en los inicios de mi trabajo como escritor y divulgador de
estos misterios-, veo cuán vigente y poderoso es el mensaje
recibido. He aquí un resumen.
El
Reino Intraterrestre
He
aquí que una fuerza interplanetaria de paz llegó a la Tierra para
fundar lo que sería la Gran Hermandad Blanca de nuestro mundo; de
esta forma se conseguiría el equilibrio necesario para que el ser
humano pudiese continuar con su proceso de evolución. Estos 32
Maestros extraterrestres se ubicaron en galerías subterráneas en
una región secreta del desierto de Gobi; desde allí velarían por
la “quinta humanidad”, enfrentándose a las fuerzas oscuras que
se mantenían perseverantes en su consigna de hacer caer al hombre.
Cada
uno de ellos representaba una civilización del espacio. Eran seres
sabios y llenos de amor. Ello los calificaba como los más aptos para
llevar a cabo la misión de incorporar en nuestro mundo la semilla de
la luz. Todo este despliegue de fuerzas superiores venía emanado de
lo alto.
Una
vez que los Mentores de la Luz se establecieron en sus Salones de
Amenti (templos intraterrestres que ya habían sido acondicionados
por seres procedentes de Sirio), construyeron un impresionante disco
metálico, hecho con una extraña aleación de minerales
extraterrestres y de nuestro mundo. Este evento nos trae a la memoria
el Oricalco de los Atlantes —descrito por Platón—, un
desconocido metal que era muy preciado en la civilización sumergida.
Se
trataba pues, del Disco Solar, una llave que abre las puertas entre
las dimensiones y que puede “llevar” al planeta entero al Real
Tiempo del Universo. Asimismo, el disco representaba al Sol Central
de nuestra galaxia, fuente importante de energía que llega a toda
nuestra Vía Láctea, bañándola con la transmutadora fuerza de la
Luz Violeta.
Debo
mencionar, también, que las radiaciones solares o energía Cilial de
nuestro Sol, son canalizadas por el poderoso disco de los Maestros.
En los mundos evolucionados, se aprovecha al máximo el poder de las
estrellas. Lamentablemente, en algunos casos, este conocimiento
degeneró en nuestro planeta. El procedimiento original sería luego
confundido con un culto a la forma, pero que encierra un recuerdo
ancestral de naturaleza cósmica. El Disco Solar se constituiría en
el santo emblema de la Hermandad Blanca, representado gráficamente
con la figura de tres círculos concéntricos: los tres planos, los
tres universos, la trinidad sagrada y la ley del triángulo.
No
obstante, la Jerarquía venida del espacio sabía que no podría
prolongarse indefinidamente en sus cuerpos físicos. Habría que
dejar una “posta”, para así poder perpetuar la noble tarea.
Entonces
los 32 Mentores de la Luz vieron en los Estekna-Manés o mestizos,
que habían sobrevivido a la destrucción de la Atlántida, el
reemplazo perfecto. Así, luego de confiarles la magna obra, les
entregaron el Disco Solar, que sería colocado en un templo
subterráneo cerca del actual lago Titicaca.
Ciudad
Eterna
Este
lugar era llamado “Ciudad Eterna”, la antigua Wiñaymarca del
gran Huyustus, el primer Gran Maestre de “los sacerdotes salvados
de las aguas”. Para nuestra suerte, aún podemos rastrear la
historia de aquel empolvado tiempo. Por ejemplo, Kitari, uno de los
más grandes quipucamayocs del incanato —aquellos que guardaban los
archivos históricos del Imperio—, nos cuenta que Huyustus era un
señor poderoso, rubio y de ojos azules… Hoy en día los pescadores
del Titicaca —en el lado Boliviano— recuerdan la historia de la
antigua Wiñaymarca, la morada de los gigantes y la magia. El mismo
Pedro Cieza de León (reputado cronista español), recogió un dato
interesante: cuando los incas llegaron a Tiahuanaco —que es parte
de lo que fue Ciudad Eterna— hallaron a la misteriosa ciudad en
ruinas (1) , lo cual ya nos indica qué tan antigua era…
Por
otro lado, el inca Garcilaso de la Vega escribía en sus Comentarios
Reales (1609) que un hombre apareció en Tiahuanaco cuando “cesaron
las aguas” (2), lo que también nos hace recordar la migración de
los sobrevivientes atlantes hacia la cordillera de los Andes.
Sobre
la existencia de los gigantes, no nos debemos sorprender en lo
absoluto, por cuanto los cronistas antiguos hacen amplia referencia a
ellos. De igual forma, en todas las culturas, encontramos claras
alusiones a seres de gran estatura. En la India se habla de los
Dânavas y los Daityas; en Ceilán de los Râksharas; en Grecia
hallamos a los legendarios Titanes; Caldea, por su parte, mantiene en
su memoria la existencia de los Izdubars (Nimrod); los Judíos los
Emins de la tierra de Moab. Y así podríamos continuar ya que la
lista es larga. Además, por si el lector aún tiene dudas, existen
fósiles de los gigantes, los mismos que alcanzan una estatura de
3.75 a 4.00 metros. Los antropólogos han acuñado el término de
“gigante pithecus” y “megatropo” para identificarlos.
Recordemos tan sólo el hombre del sur de China, Java y Transwaal.
Las
leyendas incas mencionan a estos gigantes una y otra vez. En el Perú
antiguo, por ejemplo, se afirma que en tiempos del incanato hubo una
llegada masiva de gigantes en las costas de Lambayeque (!). ¿Quiénes
eran? ¿De dónde venían? ¿Tenían relación con la Atlántida?
El
gigantismo de algunos atlantes se debía a la hibridación con seres
extraterrestres de gran estatura; así se transmitió el código
genético necesario para que ello sucediese. En la Biblia, así como
en otros textos sagrados, existen diversos relatos de la unión de
“los dioses” con las hijas de los mortales. Por ejemplo, puedo
citar algunas líneas del Génesis que de seguro nos harán
reflexionar sobre nuestro pasado cósmico:
“Aconteció
que cuando comenzaron los hombres a multiplicarse sobre la faz de la
Tierra, y les nacieron hijas, que viendo los hijos de Dios que las
hijas de los hombres eran hermosas, tomaron para sí mujeres,
escogiendo entre todas...”
Y
el Génesis también afirma:
“Había
gigantes en la Tierra en aquellos días, y también después que se
llegaron los hijos de Dios a las hijas de los hombres, y les
engendraron hijos. Estos fueron los valientes que desde la antigüedad
fueron varones de renombre…” (3)
Una
vez que los Maestros extraterrestres depositaron en manos de los
sacerdotes atlantes el Disco Solar, criogenizaron sus cuerpos,
dejándolos en estado de animación suspendida. Sus espíritus
estarían desenvolviéndose en otros planos y dimensiones para
continuar y vigilar desde allí el proceso de iluminación de la
humanidad. Sus cuerpos, y la gran nave blanca en la cual vinieron,
aun permanecen bajo las impenetrables arenas del desierto de Gobi,
allí donde ninguna presencia humana se ha acercado…
Nota
del autor: Luego del viaje al Gobi de 2007, se nos confirmó la
existencia de la nave y los 32 cuerpos criogenizados. Sabemos que
todo ello fue “trasladado” desde el gran desierto mongol a una
montaña sagrada en Siberia, llamada Belukha, en la cordillera del
Altai, donde realizamos otra expedición en 2014. Actualmente, los 32
maestros cósmicos ya no se encuentran físicamente en la Tierra.
Pero sí sus “conciencias” como espíritus guías de la
humanidad.
La
semilla de la civilización
Mientras
esto ocurría, algunos de los Estekna-Manés dejarían su morada
subterránea para contribuir con el desarrollo de los Proyectos de
Civilización. Ello sucedió por designio de los Mayores, para que
así se inicie la “quinta raza”, la actual humanidad. El apoyo de
los Estekna-Manés se daría sólo en un principio, procurando no
alentar dependencias y manteniendo en el más absoluto secreto las
entradas al reino intraterrestre.
África,
Centroamérica y Sudamérica —entre otras regiones del mundo—
fueron los lugares elegidos, impulsándose en forma asombrosa el
desarrollo de las culturas que se encontraban en proceso de
nacimiento. Es por ello que en la historia antigua encontramos la
sospechosa presencia de “héroes civilizadores”; por ejemplo, en
el valle del Nilo el Estekna-Manés “Adris Segundo” o “Thot el
Atlante” (conocido también como Hermes Trismegisto), contribuyó
significativamente en el estudio de las leyes del Universo. Muchas
escuelas esotéricas hallan sus raíces en la sabiduría de Thot,
incluso a él se le suele atribuir la invención de la escritura
jeroglífica, de la ciencia y las artes. Es bien sabido por los
estudiosos que Pitágoras, Empédocles, Arquelao, Sócrates, Platón,
Aristóteles, Hipócrates, Demócrito, y otros respetables sabios,
sacaron su ciencia de los escritos de Hermes o Thot, dados a conocer
por los sacerdotes de Egipto (4) .
Existen
antecedentes de la sabiduría atlante en África; sin embargo, ante
los claros indicios, muchos arqueólogos han creído toparse con una
interesante ficción; es decir, no le dan crédito a aquello que
consideran “fantástico”. Así tenemos el caso del papiro Satni
Khamoi, donde se habla de un personaje llamado Neferkeptah que
pretendía conquistar un libro de magia escrito por el mismísimo
Thot utilizando para ello un grupo de androides (!).
Nos
encontramos ante el extraordinario testimonio del pasado, donde un
grupo de sabios, guiados por los designios del Plan Cósmico,
ayudaron a los pueblos a crecer y consolidarse como importantes
culturas. La Gran Hermandad Blanca nos ha hablado de ello, y esto nos
motiva a dirigir nuestra acuciosa mirada hacia Viracocha,
Quetzacoatl, Kukulcán y otros sugerentes “dioses evangelizadores”.
En
el caso concreto de Kukulcán, es atrayente saber que durante las
investigaciones realizadas entre 1949 y 1952, el arqueólogo mexicano
Alberto Ruz Lhuillier descubrió en el Templo de las Inscripciones,
en Palenque, una cámara funeraria que contenía una losa monolítica
de 3.80 metros de largo y 2.20 de ancho. Lo interesante es que la
losa tiene unos misteriosos grabados que representan al Señor Pacal
—asociado por los estudiosos con la enigmática figura del “dios”
Kukulcán— y, para sorpresa de muchos, Pacal aparece en el grabado
manipulando una especie de máquina que se asemeja a un cohete de
propulsión (5) .
La
ayuda de los Maestros siempre estuvo allí, cerca nuestro. A
consecuencia de la destrucción de la Atlántida, ellos conformarían
una imponente civilización subterránea, constituyéndose como los
herederos de la magna obra iniciada por los 32 Mentores de la Luz.
Inicialmente, la Gran Hermandad Blanca de nuestro mundo se hallaba
conformada por seres extraterrestres -la primera generación-. Luego
por mestizos -Estekna-Manés
o segunda generación- que sintetizaban en su cuerpo físico los
códigos genéticos de una raza venida del espacio y otra que creció
en la Tierra. El final es sencillo de adivinar: el hombre -la tercera
y última generación- asumiría la posta final, ya que él mismo, y
nadie más, tiene la responsabilidad medular de la evolución
planetaria. Por ello la Jerarquía se “humaniza” conforme se van
cumpliendo los designios del Plan Cósmico.
Al
reflexionar sobre esta importante misión del ser humano, aparece en
nuestra mente aquella frase tan repetida por los Guías
extraterrestres: “Sólo el hombre puede salvar al hombre”, y ello
también implica a la humanidad interior que llevamos dentro,
esperando surgir en medio de una crisis de valores que nos amenaza
con aprisionarnos y, finalmente, destruirnos.
El
proyecto inca
Ciudad
Eterna se mantuvo activa por miles de años. Su maravillosa
arquitectura se erguía desde las galerías intraterrenas hasta
sobrepasar la helada superficie andina, mostrando sus colosales
paredes y sus finos grabados en la roca. Este centro espiritual, la
legendaria Wiñaymarca que otrora se mantuvo resplandeciente en las
cercanías del lago sagrado, cobijó a una estirpe de sabios,
herederos de un conocimiento antiguo y de una noble responsabilidad.
Así era Ciudad Eterna, cuyo único testimonio se ampara en las
leyendas y en las ciclópeas ruinas de Tiahuanaco.
No
obstante, su conformación pacífica e inofensiva la transformaría
en un blanco sencillo para los aguerridos pueblos que habían
surgido. Ante la amenaza, los Maestros pusieron a salvo el Disco
Solar, y sellaron la entrada del templo subterráneo que lo
albergaba. Los invasores nunca encontrarían el recinto secreto,
aunque llegaron a dar muerte a varios sacerdotes de la ciudad.
Uno
de los descendientes directos de Huyustus —quien fuese el primer
Gran Maestre de Wiñaymarca— se dirigió hacia una isla del gran
lago sagrado. Él sabía que en aquel lugar (la actual isla del Sol
en Bolivia) se encontraba un antiguo túnel que le ayudaría a
escapar del peligro inminente. Este hombre, hábil e inteligente,
sería conocido más tarde como Manco Cápac o Ayar Manco.
Manco
Cápac comprobó que muchos hombres se hallaban en estado de
barbarie, y lejos de sentir rechazo hacia ellos, se apiadó del ritmo
tan violento que llevaban. De esta forma, guiado por una fuerza
superior, decidió ayudar a aquellos pueblos para que conociesen la
luz de la civilización. La Confederación Galáctica respaldaba las
intenciones de Manco Cápac, otorgándole el apoyo necesario para
iniciar lo que se denominaría Proyecto-Inca. Cabe mencionar que
Manco Cápac no estaba solo. Ayudado de su hermana de sangre, quien
es mencionada en las leyendas andinas como Mama Ocllo, iniciaron el
proyecto. Ambos, siendo muy niños, ya habían sido preparados por
seres extraterrestres para tal cometido. Este detalle tampoco nos
debe escandalizar, al menos si escuchamos la historia de Orejona, una
visitante de Venus que se afincó en el Titicaca, donde se unió con
un campesino llamado Toma. Las crónicas de aquella época hablan de
ello. Existen muchos antecedentes de una posible visita
extraterrestre en Perú y Bolivia.
El
proyecto de sembrar las bases de una nueva civilización se llevaría
a cabo en el Qosqo (Cusco), lugar magnético que reunía las
condiciones para servir de escenario a una elevada cultura. El resto
de la historia ya se conoce: el resultado fue el gran Imperio del
Tawantinsuyo.
Gracias
a un antiguo conocimiento, se conquistaron las difíciles cimas de la
cordillera de los Andes, construyendo en sus flancos, soberbios
caminos, templos y fortalezas de piedra que aún hoy en día serían
difíciles de imitar. Los primeros tiempos de lo que podríamos
llamar la “segunda dinastía Inca” —la primera corresponde a
Tiahuanaco, con los “Apu Cápacs”— transcurrieron con suma
felicidad, paz y abundancia. No pasaría mucho tiempo para que Manco
Cápac revelara la existencia del Disco Solar. Así, antes de su
muerte, le confió a Sinchi Roca —su sucesor— la entrada secreta
al recinto subterráneo que se hallaba a orillas del Titicaca,
conocido antiguamente como Mamacota o Puquinacocha (“lugar del
origen”). El disco fue hallado y de inmediato fue trasladado al
Cusco, donde se construiría el Qoricancha , el templo de oro
dedicado al astro solar. Esta escena nos recuerda irremediablemente
el Templo de Salomón y el Sancta Sanctorum donde se custodiaba el
Arca de la Alianza. Lamentablemente, la sangre guerrera de los incas
empezaría a surgir con violencia y descontrol. Guiados por Sinchi
Roca —curiosamente Sinchi significa “guerrero”— llevaron a
cabo un plan que procuraba expandir el Imperio más allá de los
límites conocidos; ello se lograría a costa de encarnizadas luchas
y prolongados enfrentamientos con los pueblos aledaños que, más
tarde, se hallarían sometidos ante la poderosa mano del Inca. Éste
era tan sólo el inicio de la expansión, que más tarde sería
frenada y finalmente destruida con la llegada de los conquistadores
españoles: era el final que el propio Imperio del Sol había
decretado. Es interesante y, al mismo tiempo triste, comprobar cómo
las grandes civilizaciones “atraen” su destrucción al desviar el
camino y romper el equilibrio que establecen las leyes cósmicas.
Sin
embargo, en esta ocasión, la Gran Hermandad Blanca no se hallaba al
margen de estos acontecimientos.
Del
centro principal de la Jerarquía, construido bajo tierra en las
selvas de Madre de Dios —luego de la destrucción de la Atlántida—
llegaron tres emisarios al Imperio, advirtiendo el desenlace fatal
que se aproximaba. Los Amautas (8) sabían que los enviados del
reino intraterrestre se hallaban en lo cierto, ya que diversas
señales que habían venido observando apuntaban a un final del
Imperio Inca. Un ocaso profetizado. Entonces, luego de que se
marcharon los emisarios, los ancianos quipucamayoc del Imperio
escondieron todos los archivos que pudieron reunir de la cultura
andina; de igual forma llevaron al Disco Solar hacia un lugar seguro.
Un disco fabricado en oro puro, idéntico al original, sería puesto
en reemplazo en la pared del templo interior del Qoricancha —esto
para no despertar sospechas—. Ello sucedía secretamente, ya que
los emisarios se presentaron sólo a un grupo de sabios, en quienes
depositaron la responsabilidad de resguardar el conocimiento Inca y
el sagrado Disco Solar. Nadie más podía saber lo que muy pronto
ocurriría. Es interesante saber que el galeón español que se llevó
la réplica del Disco Solar nunca llegó a su destino. Es bien sabido
que muchas embarcaciones que llevaban oro a Europa naufragaron, y
otras fueron presa de terribles pestes que ocasionaron gran mortandad
en la tripulación. Todo ello sucedió como por arte de “magia”.
En
1533, con la peregrinación de Choque Auqui hacia la selva, el
verdadero Disco Solar y los archivos habrían sido puestos finalmente
a salvo. Se dirigían precisamente allí, al Antisuyo mítico -el
Este selvático donde “salía el Sol”-, porque los incas sabían
muy bien de la existencia de una ciudad de “dioses”, muy antigua,
y sólo comparable en esplendor con el Qosqo; es por ello que del
quechua Paykikin Qosqo (parecido al Cusco) vendría la palabra
“Paititi”.
Nota
del autor:
A partir de un contacto físico que viví en Perú en
2001, se nos amplió esta información. El Disco Solar de Paititi
“coordina” y “enlaza” energéticamente a otros doce discos de
poder, repartidos en lugares estratégicos de fuerza en las Américas,
desde Mount Shasta en California hasta la Península Antártica.
Lugares como Roraima (Venezuela), Guatavita (Colombia), Titicaca
(Bolivia), o Sierra del Roncador (Brasil), Talampaya (Argentina), son
algunos de los templos internos que protegen esas sagradas
herramientas. La información que recibimos de los trece discos
solares es hoy un conocimiento mundial que muchos grupos espirituales
manejan.
La
historia del baño del oro del cacique de Guatavita no tiene nada que
ver con la existencia de uno de los discos de poder en el lugar, no
exactamente al interior de la laguna, sino en una galería
subterránea bajo ella.
Quizá
sea difícil aceptar todo esto, y aun más si nuestra mente se
encuentra congestionada de sólidos paradigmas históricos. Pero en
verdad, no importa si creemos o no en esta apasionante historia. Lo
que realmente interesa es el mensaje que se encuentra plasmado en la
desaparición de las antiguas civilizaciones. Ahora comprendemos por
qué los Guías y los Maestros se encuentran tan pendientes de
nuestro avance espiritual y toma de conciencia; también queda claro
la prudente distancia que mantiene la Jerarquía, evitando intervenir
ahora, directamente, en los acontecimientos. Ciertamente, el ser
humano se halla en un punto donde puede estancarse una vez más, o
franquear finalmente las puertas de una dimensión superior.
Desde
un inicio, los Guías insistieron en la necesidad de recibir un
conocimiento que aseguraría el tránsito de la humanidad hacía
esferas superiores de evolución. Nosotros, que veníamos de una
intensa jornada en busca de nuestro propio Paititi interior,
entendimos la importancia de “saber”. Ahora conocíamos un poco
más sobre el Paititi; y también un poco más sobre nosotros mismos.
Un
lugar remoto y protegido
La
llacta santa de Quañachoai —como denominan los hombres Q‘eros al
Paititi— sólo abrirá sus puertas cuando los requerimientos del
Plan Cósmico así lo dispongan. Nadie podría profanar el centro
espiritual de los Paco-Pacuris o “Guardianes Primeros”, ellos
saben muy bien que el antiguo conocimiento, depositado en manos
equivocadas, atraería una nueva y descomunal destrucción, como las
que hundieron a la Atlántida y a Mu. La ciudad estaría entonces en
un lugar casi inaccesible, concentrada en el subsuelo y rodeada de
una exuberante vegetación selvática que, cual pared de contención,
evitaría que la persona incorrecta se aproxime. Ni siquiera los
incas, con su amplia experiencia en arriesgadas expediciones,
pudieron ingresar al reino secreto, salvo aquellos que posteriormente
reunirían las condiciones como para lograrlo. Con ello me refiero a
la peregrinación de Choque Auqui, el último inca secreto, quien
sintetizaba en su persona los más elevados ideales de un Imperio que
conoció por desdicha su holocausto.
Un
misterioso cañón marcaría los límites entre el retiro de los
Maestros y el mundo exterior. La naturaleza cobraría “magia” al
cruzar el otro lado de este umbral natural, cual hechizo ancestral
que prueba la firmeza del aspirante, seduciéndole a abandonar la
hazaña. Ciertamente, aquel que se funde con la naturaleza, se ve
libre de todo obstáculo. Incluso se le “abren” las puertas para
dar finalmente con una de las entradas que le conduciría a un mundo
inimaginable, y del cual, posiblemente, ya no podría regresar…
La
actual humanidad aún no está preparada para develar el secreto del
Paititi y del mundo subterráneo.
Además
de todo esto, en la remota región selvática moran otras
dificultades, como por ejemplo, la presencia de una presunta tribu de
antropófagos que no vacila en ultimar a aquellos que van a buscar
oro o a profanar los lugares sagrados. Pero sobre este punto es
apenante observar cómo algunos exploradores han asociado
equivocadamente a los pacíficos indios machiguengas con la tribu
salvaje antes citada.
En
una conocida revista limeña, salió publicado hace unos meses un
artículo titulado “La saga de los exploradores perdidos” -en
agosto de 1996, mientras nosotros nos hallábamos en expedición al
Paititi-.
En el artículo se mencionaba la desaparición de Robert Nichols,
quien se aventuró en el Manú para encontrar la legendaria El
dorado. Más tarde, las fotografías del japonés Y. Sekino
sacudieron el misterio al mostrar a unos machiguengas con las gruesas
medallas de los exploradores perdidos, colgadas como un trofeo en el
cuello. Según Sekino, ellos dieron muerte a Nichols y a sus
acompañantes…
Con
tristeza leímos el reportaje, ya que uno de los indios que aparecen
en la fotografía es nada más y nada menos que “Pancho”, aquel
amigo que ha acompañado numerosas expediciones de nuestros grupos de
contacto. Obviamente que ello no fue así; quienes conocemos a los
machiguengas podemos sostener que son amigables y bondadosos.
Quizá
las medallas fueron un regalo. No sería raro que mientras escribo
estas líneas algunos de los machiguengas estén utilizando los
coladores y utensilios de cocina que humildemente les obsequiamos,
así como diversas prendas de vestir. Los machiguengas son
conocedores del Paititi, y sólo Dios sabe cuántas personas habrán
pasado por su aldea rumbo al Pantiacolla. Recordemos que es un camino
que no se encuentra libre de dificultades.
Ya
desde tiempos del incanato se hablaba de los Musus —tribus
guerreras denominadas “Mojos” por los conquistadores—, quienes
habitaban en las selvas del Manú, ofreciendo una gran resistencia a
la expansión territorial de los incas. Al parecer, las expediciones
españolas que más tarde se realizarían al Antisuyo incaico
correrían la misma suerte.
Cabe
mencionar que los Guías nos han dicho en experiencias muy concretas
que en las cercanías del Paititi existe una desconocida tribu
selvática (!). El mismo Alcir nos revelaría también la existencia
de una “gran cultura selvática”, que ha dejado como testimonio
diversas construcciones de piedra en la jungla. El anciano Maestro
nos afirmó que, en un futuro, nosotros mismos descubriríamos parte
de estas edificaciones…
Es
necesario aclarar que podríamos estar ante “tres formas” del
Paititi: la primera podría indicar posibles construcciones incaicas
en las selvas del Manú, fruto de los intentos de expansión
territorial hacia el Antisuyo; la segunda señalaría construcciones
de un imperio selvático, cuyos verdaderos orígenes aún nos son
desconocidos; y la tercera, se refiere al Paititi subterráneo, sin
duda el original y el más antiguo, sede física de los
sobrevivientes de la Atlántida. Sobre este Paititi me refiero en
esta obra.
El
Paititi irradia su propia energía, cual foco de iluminación que
aclara el camino y despierta a las mentes dormidas. Así, esta
radiación produce desordenes electromagnéticos en los helicópteros
que han querido acercarse a la zona. Incluso se sabe de los efectos
que producen estas extrañas vibraciones en las brújulas; así
también, no es menos interesante la densa niebla y las espesas nubes
que “esconden” al retiro; nosotros lo comprobamos, y hoy sabemos
que este curioso detalle tiene un origen artificial…
Es
impresionante observar cómo la Jerarquía mantiene protegido el
monasterio intraterreno; nadie puede acercarse, sólo aquel que ha
sido “invitado”. Naturalmente ahora que conocemos algunos de los
ingeniosos sistemas de protección del retiro, nos podría brotar la
siguiente pregunta: ¿Por qué tanta prudencia y afán en evitar el
arribo de algún extraño?
Máquinas
antediluvianas y archivos secretos
Como
sabemos, los Estekna-Manés lograron reunir algunos de los ingeniosos
artefactos que pudieron sobrevivir a la destrucción de la Atlántida,
almacenándolos en una determinada zona del retiro que es llamada “La
Sala de Reflexión”, denominación que fue empleada como un mensaje
de lo que ocurrió con la Atlántida al manipular equivocadamente la
tecnología que en aquel entonces se había alcanzado.
Según
Alcir, esas máquinas pueden lograr determinados efectos que hoy en
día llamaríamos “milagros”. Esta tecnología, bien empleada,
sería de gran beneficio para la medicina, ya que algunos artefactos
eliminan selectivamente las células que están en proceso de
degeneración. Asimismo, se cuenta con adelantados sistemas de
eliminación de toxinas, ya sean éstas por ingesta de alimentos o
por radiaciones nocivas. Por otro lado, una determinada serie de
estas “máquinas atlantes” permite aprovechar la energía
telúrica, almacenándola y convirtiéndola en una fuente de poder.
También existen otras máquinas diseñadas para la canalización de
energías provenientes del espacio; algunas de ellas las tienen en
funcionamiento para que la radiación cósmica “ingrese” a través
de la Cordillera de los Andes, procurando de esta forma la activación
de Sudamérica.
Antiguamente
esta activación con energías cósmicas se llevó a cabo en Oriente,
teniendo a los Himalayas como antena natural, mientras las máquinas
se hallaban en la base de la cordillera, en recintos subterráneos
perfectamente acondicionados. Ahora, los Himalayas están en su
período de sueño; Sudamérica empezaría entonces a despertar. La
Energía Activadora no “cambia de posición” —como se ha venido
pensando— sino que ésta, que llega a todo el planeta, es
concentrada en un lugar para conseguir con ello un efecto
determinado; es como tomar una lupa de aumento que, colocada en un
ángulo correcto en medio de la luz del Sol, concentra la energía
multiplicando su fuerza y luminosidad.
Es
probable que al referirme a estas maravillosas máquinas el lector se
imagine una especie de caja de metal con tornillos y tuercas.
Obviamente, al hablar de una tecnología de una civilización
superior, nos encontramos ante cosas nuevas y extrañas. Las máquinas
de canalización —y que también se utilizan para irradiar la
energía almacenada— se asemejan más bien a unos gigantescos
“espejos”. Su poder es asombroso. Todos estos adelantos técnicos,
en manos fanáticas y ambiciosas de poder, producirían una
catástrofe al ser mal empleados. Por ello el celo de la Jerarquía
es grande, procurando mantener en un lugar seguro la tecnología que
habrá de utilizar el hombre cauto, consciente, e iniciado en la luz
suprema del amor.
Quizá
el lector se pregunte qué ocurrió con las máquinas que no fueron
llevadas al mundo subterráneo y porqué no se han hallado. La
búsqueda es indócil; como hemos visto, la geografía terrestre ha
venido cambiando a lo largo del tiempo y muchas de estas máquinas se
encuentran perdidas en lugares casi inaccesibles. Y el terreno donde
se llevan a cabo las investigaciones arqueológicas es muy reducido:
quitemos los grandes desiertos de la Tierra —¿quién haría una
profunda excavación en el Sahara o en el desierto de Gobi?—; los
océanos, cuyos abismos no son vencidos ni por los submarinos
nucleares; las intrincadas selvas de nuestro mundo; y las insólitas
alturas de las cadenas montañosas, entre otros lugares ¿qué nos
quedaría?, y como podrá deducir el lector nadie se animaría a
buscar máquinas atlantes en los puntos antes citados. Además,
quitemos también las ciudades —recordemos que en México se halló
un túnel Azteca mientras se llevaban a cabo las obras del Metro—;
en conclusión, puedo afirmar que existen muchos lugares en nuestro
planeta que aún no mostrarán sus secretos…
Ahora
bien, los recintos subterráneos de la Gran Hermandad Blanca no sólo
guardan los avanzados artefactos, sino que custodian cosas más
grandes y poderosas. Así, la eterna sabiduría se constituye en el
tesoro más preciado por los Maestros.
Los
archivos históricos de “Mu” y Atlántida, que datan desde
tiempos inmemoriales, se hallan reunidos en las galerías
intraterrenas del Paititi. Asimismo, los archivos perdidos del
Imperio Inca y de otras culturas, que aún nos son desconocidas, se
hallan, también, en el mundo interior. Además, las planchas
metálicas y los cristales de información que contienen pasajes
extraídos del Registro Akáshico se encuentran al lado de los
archivos antes mencionados. Los 32 Mentores de la Luz dieron estas
planchas de secreta simbología y los poderosos cristales a los
supervivientes atlantes, junto con el sagrado Disco Solar, que es la
llave entre las dimensiones y que, por consecuencia, podría “leer”
el Archivo Akáshico o la verdadera historia de la humanidad, el cual
es llamado de forma simbólica por los Guías y Maestros como “El
Libro de los de las Vestiduras Blancas”.
He
aquí el verdadero “tesoro” del Paititi, resguardado en “La
Sala de los Registros” y custodiado por los pocos Estekna-Manés
que aún habitan en el mundo subterráneo, perpetuando así la
sagrada tradición que heredaron de los primeros sacerdotes de la
sumergida Atlántida.
El
mundo interior empieza a formarse.
Cómo
es el Mundo Interior
Actualmente
la población del reino subterráneo no es tan numerosa como en
épocas anteriores; con el transcurrir de los milenios la
civilización interna fue disminuyendo, abandonando el plano físico
que conocemos y estableciéndose en niveles más sutiles, desde donde
seguirían llevando a cabo el plan de ayuda, tal como lo hicieron en
un inicio los 32 Mentores de la Luz. La mayor parte de los seres
intraterrestres no poseen cuerpo denso, es decir, ya dejaron su
envoltura material. Por ello los Maestros nos han hablado de retiros
interiores físicos y otros sutiles. El Paititi reúne ambas
condiciones.
En
lo que se refiere a los retiros interiores sutiles, el acceso es
primordialmente a través de la meditación y de los viajes astrales.
Este es el caso del retiro del Titicaca y de Hayumarca, en el
altiplano peruano-boliviano; del valle del Urubamba, en el Cusco; de
Nasca, en Ica; entre otros.
No
obstante, sabemos que existen seres físicos en las galerías
subterráneas de la meseta de Marcahuasi, en los Andes centrales; en
las cercanías de la comunidad de Q‘eros, en Paucartambo (Cusco);
en las selvas del Manú, en Madre de Dios; y en otros lugares más
que en su momento serán revelados.
Los
retiros de la Gran Hermandad Blanca se distribuyen en diferentes
partes del planeta, unidos todos por las fuerzas de la luz y al
servicio de la humanidad. Aquí citaremos algunos enclaves que
funcionan como “puertas” a esas otras realidades: El Uritorco,
en Argentina; Paysandú, en Uruguay; Atacama, en Chile; la Cueva de
los Tayos, ubicada en la zona fronteriza del Perú y Ecuador (9) ; la
Sierra del Roncador -denominada así por los diversos “ruidos”
que se dejan sentir desde el subsuelo-,
en el Brasil; Catatumbo y Roraima, en Venezuela; Guatavita y Tota, en
Colombia; Teotihuacan, Palenque, El Valle de las Siete Luminarias y
la Zona del Silencio en México; Monte Shasta, al norte de
California; Compostela y el Pico Sacro, en España; los Pirineos y el
Bugarach, en Francia; la Península del Sinaí, en Egipto (10);
Potala, en el Tíbet; los montes Karakorum, entre el Tíbet y China;
en los montes Vindhya, al sur de la India; y amén de otras moradas
sagradas.
Todos
estos lugares se hallan unidos por túneles subterráneos. En el caso
de Sudamérica, el gigantesco “pasadizo” se inicia en Monte
Shasta, atraviesa México, penetra en Centroamérica, y hace su
aparición en Sudamérica por Colombia; de allí continúa por el
Ecuador hasta penetrar en el Perú; el inmenso túnel prosigue
recorriendo las entrañas de Bolivia, Chile, y concluyendo en la
Patagonia Argentina -y hay indicios que de allí conectaría de
alguna forma con la Antártida―. Una importante bifurcación se
ubica precisamente en el Perú; ésta se dirige hacia el Brasil,
donde se “abre” como la copa de un gran árbol, diversificándose
hacia otras regiones. Antes esto es interesante escuchar las
afirmaciones del Subsurface Research Center de Phoenix (EE.UU.) a
través de su Director, Charles A. Marcus, que sostiene la existencia
de una vía subterránea de unos 4.000 kilómetros de longitud que
parte de México dirigiéndose hacia el sur del Perú. No obstante,
este túnel gigantesco, llamado por algunos el “verdadero camino de
los incas”, es aun mucho más grande…
Si
bien afirmamos la existencia de una amplia red de colosales túneles,
no sostenemos la teoría de una Tierra hueca. El centro de nuestro
planeta está formado por hierro y níquel en estado líquido. Es muy
posible que la temperatura allí registrada sobrepase los 5.000
grados celsius. Ya desde el siglo XVIII investigaciones científicas
confirmaron la densidad del ardiente centro planetario.
Empero,
ello no impide que una civilización superior habite en galerías
subterráneas. Para empezar, el mundo de estos seres se halla en la
corteza (que posee aproximadamente 33 Km. de espesor como promedio,
en las zonas montañosas este grosor supera los 50 Km.) en la parte
más próxima a la superficie, libre de la descomunal temperatura del
centro que se ubica a más de 6.000 Km. por debajo de las ciudades
intraterrestres. Además, la adelantada tecnología que poseen los
Sabios ha logrado desviar los mortales gases que fluyen de las
profundidades. Por otro lado, acertados conductos de ventilación que
conectan con la superficie se han constituido en una inteligente
fuente de oxígeno; en nuestros viajes los hemos identificado,
hallándolos cuidadosamente disimulados entre la vegetación y detrás
de grandes rocas, según sea la geografía donde se esconde el
retiro.
Como
sabemos, nuestro planeta a lo largo de millones de años ha venido
expulsando materia líquida a la superficie, generando con ello
grandes explosiones volcánicas. Muchos de estos conductos que
llevaron lava a la superficie se mantienen inactivos y casi intactos
luego de la expulsión del material rocoso fundido. Estos conductos
también han sido acondicionados por los Maestros; no en vano
encontramos retiros interiores en lugares que, en el pasado, han
tenido clara actividad volcánica; como por ejemplo Marcahuasi y
Hayumarca (11). Así, las ciudades intraterrestres no sólo se
abastecen de la energía cósmica; una de sus principales fuentes de
poder se halla en la energía telúrica, la cual es absorbida por
extraños cristales que se hallan repartidos por todo el mundo
interior.
Es
importante saber que a pesar de tener una tecnología de punta a su
alcance, los Maestros llevan una vida monástica, dedicados a la
oración y al trabajo interno. Ellos se rigen por un código muy
antiguo que denominan Decadrón; un conjunto de 10 elevadas leyes que
orientan la evolución del mundo intraterreno:
Primera
Ley: “El verdadero estudiante de la Vida empieza estudiándose a sí
mismo”.
Segunda
Ley: “La Luz verdadera alumbra o ciega según la actitud del
estudiante”.
Tercera
Ley: “El verdadero soldado de la Luz batalla amando al enemigo”.
Cuarta
Ley: “La verdadera protección radica en el control del miedo
interior”.
Quinta
Ley: “El verdadero Maestro enseña con el ejemplo”.
Sexta
Ley: “El verdadero mensajero es aquel que sólo transmite el
mensaje”.
Séptima
Ley: “La Fe verdadera se sustenta en el conocimiento”.
Octava
Ley: “La sagrada doctrina se torna aún más sagrada si se es
consecuente con ella”.
Novena
Ley: “El verdadero Templo es aquel que se construye sobre la base
de sentimientos, pensamientos y actitudes”.
Décima
Ley: “El verdadero Místico es aquel que pone en práctica los
principios del Cielo y que muere constantemente por amor al prójimo”.
Más
información sobre el Decadrón o “Decálogo de la Hermandad
Blanca”:
http://www.legadocosmico.com/articulos_detalle.php?id=184&tipo=Espiritualidad%20y%20Conciencia
Tal
como lo dicen los Maestros, el Decadrón se basa en las propias leyes
cósmicas que rigen el Universo, y sólo a través de la correcta
meditación, se puede acariciar el significado profundo de cuanto
señalan las sencillas y luminosas palabras de los Antiguos.
La
vestimenta de los Maestros consta por lo general de largas y
bellísimas túnicas. Éstas pueden ser blancas, azules o doradas,
según la función que cumple el ser que la lleva consigo. Todos se
saludan con la mano izquierda, como símbolo de paz y tranquilidad
—ya que la mano derecha representa la fuerza—. Ello resulta
interesante porque en varias experiencias de contacto físico los
Guías saludaban levantando su mano izquierda. Alcir también hizo lo
propio durante el contacto en Pusharo, y ello nos recuerda que
Cachán, el único machiguenga que estaba en contacto con la
Hermandad Blanca, saludaba sólo con su mano izquierda, a diferencia
de toda la tribu. Es interesante además observar en las antiguas
pinturas rupestres, una mano izquierda pintada con insistencia en las
paredes de las cavernas. Todo esto es muy sugerente.
En
el monasterio interior existen salas especialmente diseñadas para la
meditación, donde se lleva a cabo un diálogo con la esencia divina
que mora dentro de la apariencia física. La meditación es una de
las actividades más sagradas en el Paititi subterráneo. Sin
embargo, no todo es meditación en el mundo interior. Cada miembro
del retiro tiene una responsabilidad; unos se dedican al cuidado de
las galerías; otros a la distribución de víveres (la alimentación
es a partir de vegetales y frutas, combinados con extractos de
minerales que se consiguen en las áreas dedicadas al aprovechamiento
del subsuelo); un grupo de sacerdotes vela por los archivos y las
máquinas; otros, hallan su función en los sistemas de transmisión,
entre otras tareas. Los sistemas de transmisión —en los cuales las
facultades psíquicas y la tecnología se concilian— permiten a los
intraterrenos estar en continuo enlace, conociendo a la distancia
todo lo que ocurre en los distintos retiros que existen en el
planeta. No obstante, cada cierto tiempo se agrupa toda la Jerarquía.
Esos grandes cónclaves y concilios se realizan para debatir temas de
gran importancia y trascendencia dentro del Plan. Según nuestro
calendario, una de estas magnas reuniones se llevaría a cabo en el
mes de agosto, lo cual explica porqué precisamente en ese mes se
realizan los viajes más ambiciosos de nuestros grupos de contacto.
Estas
reuniones tienen como escenario el continente sudamericano; el lugar
preciso es secreto y sólo lo conocen los Maestros. Quien dirige esta
elevada actividad es una bellísima mujer, la más alta Jerarquía
del cónclave, quien se caracteriza por poseer una profunda sabiduría
y un gran amor por la humanidad. Poco sabemos sobre este elevado
espíritu que muchas veces ha dejado sentir su radiante presencia a
la humanidad.
Nota
del autor:
En los viajes al Paititi que realizamos en 1996, 1998 y
2000, fuimos recopilando información sobre esa “dama de luz”,
que se identifica como “Cecea”, una importante jerarquía
espiritual de la Hermandad Blanca. Pero debo añadir, que en viajes
posteriores al Paititi, se han recibido otras informaciones que
asocian a esa dama de luz con una manifestación del “Espíritu
Planetario”.
Sobre
la apariencia física de los seres que habitan en la ciudad
subterránea del Paititi, no debemos alarmarnos (12), su aspecto es
humano, aunque en algunos se puede apreciar una fisonomía algo
estilizada; esto, porque muchos son mestizos entre razas del espacio
y de nuestro mundo. Como ya expliqué en líneas anteriores, ello
originó el gigantismo, que aún conservan un grupo de seres
intraterrenos del Paititi. Pero no todos. El aspecto de muchos es tan
humano que, fácilmente, podrían mezclarse con la población de
nuestro planeta; sin embargo, en los últimos tiempos han dejado de
hacerlo.
Para
hacer llegar sus enseñanzas se han valido de emisarios, que son
seres humanos que ya han tenido un contacto directo con la Jerarquía,
divulgando sabiamente los misterios de la Hermandad Blanca a aquellos
que están preparados a recibirlos. Los Maestros del mundo
intraterrestre no intervienen directamente en estas operaciones —como
muchos han creído—, sino que se valen de métodos mucho más
ingeniosos para compartir el mensaje.
Aquí
debo mencionar los denominados retiros externos, que son conformados
por gente comprometida con la labor del Gobierno Interno Positivo del
planeta. Ellos también transmiten las enseñanzas, ya sea a través
de conferencias, libros, y, principalmente, procurando divulgar el
mensaje con el EJEMPLO.
Es
así como los Maestros llegan a nuestra humanidad de superficie; sin
embargo, sólo me he referido a uno de los aspectos del plan de
ayuda. Los Sabios intraterrenos pueden “conectarse” mentalmente
con nosotros, inspirándonos profundos sentimientos de paz, amor y
armonía. En sueños —definitivamente la vía de comunicación más
empleada por ellos, a diferencia de los Guías extraterrestres que
utilizan con mayor frecuencia los mensajes telepáticos—, la
persona podría estar siendo asistida por estos seres, sin recordar
muchas veces lo que “escuchó” o “visualizó” en sueños. De
pronto uno se despierta diferente, con un ánimo distinto, con mayor
seguridad y con gran energía.
Todo
este despliegue procura suplir la presencia física de los Maestros
en nuestro mundo de superficie. Para contactar físicamente con ellos
—una vez que se nos dio la invitación para vivir tal experiencia—,
tendríamos que aproximarnos a los lugares donde habitan, para así
facilitar el encuentro. No en vano, desde los inicios de la
experiencia de contacto los Guías fueron muy claros al referirse
sobre este punto: viajar a los diversos retiros interiores para
contactar con la Jerarquía planetaria.
Ahora
llega el tiempo en que el hombre asumirá la posta de la sagrada
obra, convirtiéndose en heredero de un arcano conocimiento y sucesor
de una estirpe de Maestros que, desde hace miles de años, han venido
guiando, secretamente, el destino cósmico del ser humano. La cautela
será una herramienta indispensable para caminar a paso firme y
seguro; el enfrentamiento de fuerzas complementarias es tal que, si
dejamos de lado nuestro trabajo interior, podríamos equivocar la
marcha al no estar conectados con la luz interna que guía al
caminante. Podemos tener la ayuda de los Guías y los Maestros, pero
ésta no será efectiva si es que nosotros no asumimos un compromiso
con el Plan. Así el hombre se transforma en puente de un designio
superior.
La
incomprensión ha llevado a creer que los Maestros estarán allí
dando los pasos por nosotros; y en verdad, aquel que ama, no nos
alejaría de una responsabilidad que sólo a nosotros corresponde.
Algunos
escritores al hablar de la Hermandad Blanca se preocupan en aspectos
que se hallan atrapados en el mundo de las formas y de los esquemas,
atribuyendo energías e influencias planetarias a presuntos Maestros
que ya de por sí son muy cuestionables. Nadie, por más elevado que
sea, se proclama el nuevo “avatar” de la Era Acuariana, sino que,
como la misma palabra lo deja en claro —la palabra avatar es
sánscrita y significa “descender”— una entidad superior vuelve
a este plano por amor, llevando a la práctica los sabios dones de la
paz, el respeto y la humildad; ésta última difícil de encontrar en
los supuestos Maestros de la Nueva Era que, dicho sea de paso, se les
quiere comparar con el mismísimo Señor Jesús, en poder y
autoridad.
Abundan
estas informaciones, y muchas veces confunden al lector. Los autores
se ocupan en develar la respetable lista de encarnaciones de los
actuales Maestros —muchas de ellas fácilmente refutables— así
como divulgar los “métodos” para invocarlos, afirmándole al
desorientado lector en qué días y a qué horas se pueden hacer
estas prácticas. Por si ello fuera poco, se suma a esto la
intervención de Arcángeles y otras entidades, que si bien es cierto
existen y son seres de luz, al mezclar de esta forma todas estas
presencias, peligrosamente, se crea un marco exótico que, según
nuestra propia experiencia, no se ajusta a la realidad. Si bien es
cierto que nada de malo hay en investigar las distintas fuentes de
información —procurando con ello obtener una visión más amplia
de los temas afines al contacto—, ello no quiere decir que vamos a
tomar de aquí y de allá para mezclar procesos distintos y, hasta a
veces, mensajes diferentes.
Los
Maestros del Paititi pertenecen a una civilización superior, pero
ello no debería significar que son “mejores” que nosotros; ellos
están atravesando una etapa y nosotros vivimos otra; es como
comparar a un alumno del colegio con un estudiante de universidad.
Tan sólo nos hallamos ante procesos distintos, y ello se debe tomar
con madurez y naturalidad.
La
Base Azul
La
ciudad secreta del Paititi no sólo alberga las sorpresas ya
mencionadas. Muy cerca a ella, existen instalaciones de una
civilización espacial; con ello me refiero a la Base Azul, centro de
operaciones de los Guías extraterrestres. La responsabilidad de
dicha base recae principalmente en los Guías de Venus, quienes desde
hace miles de años vienen trabajando estrechamente con los Maestros
de los retiros interiores. Son pues los seres de Venus quienes
tuvieron mayor participación en el proceso de las grandes culturas
de América, en labor conjunta con los Estekna-Manés (al lado de los
Maestros atlantes, 144 instructores extraterrestres se abocaron
también en la tarea de sembrar las bases de la civilización,
ejecutando para ello diversos proyectos en distintos lugares del
planeta, como por ejemplo, en Sumer).
Nota
del autor:
Venus es un planeta que no tiene condiciones naturales
para la vida. Los seres extraterrestres que habitan allí, en un
retiro interdimensional adaptado artificialmente (que se mueve en
otro plano), son originarios de las estrellas Pléyades.
La
presencia de la Base Azul explica por qué se suelen avistar
sospechosas luces en la zona del Pantiacolla; aunque, para
información del lector, no todas estas curiosas manifestaciones se
podrían atribuir solamente a las naves extraterrestres, sino que
algunas de estas “luces” corresponden a la energía que emite el
aura de los Maestros que, muchas veces, se desplazan con sus
vehículos sutiles (es decir, que se hallan en estado de proyección
mental o astral, físicamente visibles por la energía que emanan)
por las inmediaciones de los retiros del Paititi. Durante nuestro
viaje pudimos verificar la presencia de estas luces, y diferenciar
también cuándo se trataba de una nave de la Base Azul, o la posible
proyección de un Maestro.
La
misión de la Base Azul es variada. Sabemos que allí se encuentran
muchas personas que han sido rescatadas de diversos puntos de la
Tierra. No es descabellado pensar que algunas de las famosas
expediciones perdidas hayan podido ser evacuadas a esta base. Sabemos
también que de aquellas instalaciones parten naves espaciales hacia
Venus y Ganímedes, llevando consigo muchas veces, a las personas que
fueron rescatadas; esto con el propio consentimiento de la persona,
que viaja a aquellos mundos para ser preparada para un posterior
retorno, donde la Tierra que conocemos, no será igual.
La
Base Azul se dedica también a realizar estudios de la reserva del
Manú, procurando con ello conseguir los nuevos beneficios naturales
que se pondrán en manos del hombre del futuro. Según nos han
informado los Guías de Venus, la base posee la cura para las
distintas enfermedades que hoy por hoy aquejan a nuestro mundo.
El
lugar no ha sido escogido al azar; últimos estudios indican que de
haber una gran catástrofe mundial, bastarían los recursos naturales
del Manú para abastecer al planeta entero por varios años…
Para
nosotros ha sido muy trabajoso asimilar estas y otras informaciones;
pero las mismas, se fueron confirmando una y otra vez. El Paititi
reservaba más misterios de lo que nosotros suponíamos y, ahora,
luego de reflexionar, estamos convencidos de la realidad de todo
ello, por más fantástico que parezca…
NOTAS
1
La Crónica del Perú, Pedro Cieza de León, Peisa, Perú, 1988.
(escrita en 1550)
2
Comentarios Reales, Inca Garcilazo de la Vega, Cátedra, Madrid,
España, 1996.
3
La Santa Biblia, Génesis, Capítulo VI.
4Concordance
Mytho-Phisico-Cabalo-Hermetique, Charles van der Linder d’Hooghvorst,
Obelisco, Barcelona, España, 1986.
5
Es posible que nos hallemos frente a uno de los vehículos aéreos de
los supervivientes atlantes y no ante un visitante extraterrestre.
Quizá el Señor Pacal era algún descendiente de los “primeros
señores que llegaron de lejos”.
6
Posiblemente se trate de la denominada “Isla Blanca” a la cual
hacen referencia las antiguas ordenes esotéricas. Por otro lado, es
interesante saber que se han hallado vitrificaciones del suelo en
vastas regiones del desierto de Gobi, muy parecidas a las que
producen las explosiones atómicas; ello nos invita a pensar en el
aterrizaje de la gran nave de los 32 Mentores de la Luz.
7
El Mundo Subterráneo, Nigel Pennick, Lidiun, Argentina, 1990.
8
Amauta: Maestro.
9
Lamentablemente, por un conflicto fronterizo entre Perú y Ecuador,
se colocaron minas de guerra en las inmediaciones del retiro; una
prueba más que las fuerzas oscuras están allí evitando que la
humanidad acceda a su verdadero pasado (existen registros de
información en las cuevas). En su momento, la Cueva de los Tayos
demostrará que sus secretos no pertenecían a nadie sino a la
humanidad misma. Cabe mencionar que nuestros grupos de contacto
tuvieron la oportunidad de realizar más de una valiosa expedición
al retiro amazónico.
10
Estos lugares también fueron visitados por nuestros grupos; los
primeros viajes se realizaron en 1989 y 1990. (ver Contacto
Interdimensional, de Sixto Paz Wells, Errepar, Buenos Aires,
Argentina, 1994).
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