La perversión total de la verdad y del derecho
La activista británica Erin Pizzey decía que: “Las estadísticas
británicas muestran que la violencia doméstica se reparte casi
equitativamente entre hombres y mujeres. Da igual lo mucho que lo
digas o que lo señales. Goebbels dijo que si cuentas una mentira el
tiempo suficiente, puedes lavarle el cerebro a toda una comunidad. Y
eso es lo que ha pasado”. En efecto, si se estudia a fondo y de
manera imparcial la cuestión de la violencia de género, no se tarda
en descubrir que se trata de una gran maniobra de ingeniería social,
basada en la manipulación, el engaño y la injusticia.
Por de pronto, la fachada mediática e informativa es muy hábil en
presentar cierta parte de la realidad de esta violencia, sobre todo
la más emocional o dramática, pero los datos apuntan a cosas bien
distintas. Así pues, las cifras muestran que España, el país donde
mayor dureza adquiere la ley, es uno de los países europeos con
menor número de mujeres agredidas por sus parejas. En efecto, España
está en la cola de los casos de “violencia de género”, aunque
las encuestas sobre la percepción de tal violencia ponen a España
en los primeros lugares. Esto indica que la maniobra propagandística
hace bien su trabajo: la percepción no tiene correlación con la
magnitud real del problema.
Por otro lado, no se hace público que, si bien el número de
denuncias es muy grande, luego resulta que muchas de tales denuncias
(hasta un 45% en 2016) se muestran falsas o al menos no probadas. Si
nos referimos a datos concretos, por ejemplo en 2011 se pusieron
134.002 denuncias por violencia de género; de éstas, 102.627 (un
76%) terminaron en exculpación, ya sea por absolución (en 20.893
casos) o bien porque ni siquiera se llegaron a juzgar (en 81.734
casos). A pesar de ello, aunque el hombre sea absuelto de los cargos,
ya queda estigmatizado y deberá soportar una carga social, laboral y
personal que le puede afectar gravemente durante toda su vida.
En cuanto a los asesinatos de mujeres, si bien una sola víctima ya
es un drama humano, las cifras desde 2004 muestran que la cantidad
total nunca ha superado las 76 víctimas por año, y más bien ha
tendido a estabilizarse, sin que la ley haya hecho nada por mejorar
la situación en todos estos años. Con todo, en una reciente
encuesta de 2017 sobre los problemas que más preocupan a los
españoles, la cuestión de la violencia de género sólo alcanzaba
un mínimo 1%.
En cualquier caso, las denuncias no paran de sucederse porque ya se
han convertido en un gran negocio que algunos llaman “la industria
del maltrato”, dado que la propia Unión Europa subvenciona
generosamente a las asociaciones feministas para que se interpongan
las pertinentes denuncias y para que el problema se haga bien visible
socialmente. Además, como ya hemos mencionado, la sola denuncia
otorga a la mujer una prestación, que la hace dependiente de las
consignas y los beneficios del estado protector. O sea, aunque los
casos reales de violencia resulten ser muchos menos de los que la
propaganda exhibe, las denuncias no se reducen porque las
asociaciones feministas reciben fondos según la cantidad de
denuncias presentadas.
No obstante, lo más grave de esta ley es que cualquier noción de
equidad o justicia ha sido borrada completamente hasta el punto de
recibir críticas tanto aquí como en Europa por su evidente quiebro
al derecho internacionalmente reconocido e incluso a la Declaración
Universal de los Derechos Humanos de la ONU. Para muchos expertos, la
ley es completamente anticonstitucional en muchos de sus puntos y
vulnera de manera flagrante los principios de la igualdad de sexos,
la no discriminación por sexo y sobre todo la presunción de
inocencia. Me gustaría saber hasta dónde llegan las amenazas de los
amos del mundo para acallar las bocas de políticos y de jueces y me
pregunto si a estas alturas queda alguno que al menos tenga
remordimientos, si bien entiendo que muchos simplemente han sido
víctimas de un profundo lavado de cerebro. En resumidas cuentas,
estamos ya ante la imposición del estado totalitario orwelliano en
que la verdad no importa, y los conceptos de mal y bien son
redefinidos a criterio de la autoridad.
Para finalizar este tema, está el vídeo de una interesante
entrevista de la periodista Alish a la activista Prado Esteban sobre
la cuestión de género en general y la ley de violencia de género
en particular, y que incide en el trasfondo del asunto que más
adelante ampliaremos: la destrucción del amor y la entronización
del odio y el miedo.
VER VIDEO |
Una maniobra que viene de lejos
Hemos visto aquí todo lo que supone la política de género
implantada en todo el mundo y sus efectos sociales, más apreciables
en determinados países. Lo que nos resta por tratar es la cuestión
más importante: ¿de dónde ha salido esta política, qué
motivaciones tiene y cuáles son sus propósitos finales? Reconozco
que en mi modesta investigación me faltan bastantes piezas, pero lo
que sí parece claro es que estos planes que ahora se aplican a toda
velocidad se fraguaron hace nada menos que medio siglo, en los años
60.
A modo de introducción, citaré una anécdota del todo verídica
para ponernos en situación y calibrar la profundidad de la
ingeniería social desplegada. El 20 de marzo de 1969 en una
conferencia anual de pediatras celebrada en Pittsburgh (EE UU), un
médico llamado Richard Day (1905-1989) sorprendió a sus colegas con
su ponencia, en la cual realizó un pronóstico a varias décadas
vista de lo que iba a suceder en la sociedad americana (y mundial) en
lo que se refiere al control de la población. Básicamente, Day
habló de que desde las instancias de poder se veía con preocupación
el tema de la superpoblación del planeta y que se iba a actuar en
consecuencia. Para ello se iban a implementar una serie de políticas
que serían vendidas a la población con un discurso aceptable,
aunque había otro discurso o propósito real subyacente que no se
iba a expresar abiertamente.
Según Day, la gente se vería obligada a aceptar los cambios, porque
así estaba dispuesto, y de este modo se irían imponiendo una serie
de medidas tendentes al sometimiento de la población a los designios
de los dirigentes. Estas medidas se centrarían sobre todo en la
restricción y estricto control de la reproducción, favoreciendo el
sexo sin reproducción y la reproducción sin sexo, así como la
generalización de los métodos anticonceptivos y del aborto (que no
sólo dejaría de ser un crimen sino que sería sufragado por el
estado). A su vez, la educación sexual se orientaría cada vez más
a los niños más pequeños y se les inculcaría la cultura de la
contracepción. Asimismo, se impulsarían políticas globales de
estímulo a la homosexualidad y de disolución de las familias,
mediante el divorcio y modos de vida que entorpeciesen la vida
familiar. Y finalmente, la guinda del pastel: se implementaría una
tecnología de reproducción humana sin sexo; esto es, los bebés
serían productos de laboratorio.
Aparte, se favorecería la eutanasia, evitando que los mayores
viviesen demasiado y que fuesen una carga para la sociedad. Para
ello, la sanidad se iría restringiendo progresivamente, obligando a
una estricta identificación para poder acceder a los servicios
sanitarios, lo que justificaría la posterior inserción de implantes
(microchips) para otros menesteres. En cuanto a la atención médica
en sí, sería llevada a cabo por profesionales corporativos que se
plegarían a las directrices y protocolos superiores. Entre otras
cosas, surgirían nuevas enfermedades incurables difíciles de
diagnosticar y se ocultarían completamente las curas efectivas para
el cáncer. En la misma línea, se procuraría una dieta cada vez
peor, con comidas precocinadas, comida-basura, etc., y se procuraría
una amplia difusión de las toxicomanías y adicciones (alcohol,
drogas, tabaco …). Yendo más allá, Day afirmó que en un futuro
cercano se podría llevar a cabo un estricto control alimentario
creando artificialmente escasez de alimentos, e incluso que se podría
modificar el clima con fines similares, forzando sequías o fuertes
lluvias en zonas concretas.
El doctor Day también se refirió a otros aspectos de la vida
cotidiana que serían objeto de control (o ingeniería), como por
ejemplo una educación perfectamente medida y orientada a que los
niños no aprendiesen nada y que en el futuro el conocimiento fuese
súper-especializado. En otro orden de cosas, se fomentaría el miedo
y la inseguridad mediante la propagación del crimen, el terrorismo,
y los desastres y accidentes. Y el sexo pasaría a ser objeto de
consumo con mayor presencia en todas partes. En general, tanto la
pornografía como la violencia se harían cotidianas y explícitas en
el mundo del espectáculo y en los medios. Day también pronosticaba
una fusión de las religiones, instaurando una creencia única
aceptada por toda la Humanidad (sólo le faltó decir luciferina), y
una progresiva pérdida de las soberanías nacionales a favor de un
régimen político global y de un sistema económico-financiero
unificado.
Todo esto fue dicho, no lo olvidemos, en 1969 por un médico que era
obviamente partidario de una política de eugenesia global. De hecho,
Day era director del Centro Nacional Médico de la oficina de
Planificación Familiar, una entidad sostenida con el patrocinio de
la Fundación Rockefeller. Ahora podríamos decir que estas
declaraciones fueron falsificadas o tergiversadas, si no fuera porque
existen otros muchos datos y hechos de la misma época que concuerdan
con este escenario y que ya expusimos en la primera parte de este
artículo.
Las estrategias de la política de género
En efecto, la política de género empezó a diseñarse en los años
60 bajo los auspicios de ciertos poderes fácticos, y sus primeros
planes se concretaron en el llamado informe Iron Mountain sobre el
control de la población humana (o mejor dicho, de la
superpoblación). Luego vino la intervención de la citada Fundación
Rockefeller y otras entidades similares para la promoción de los
movimientos gay y feminista, presentando ambas iniciativas como un
enorme avance social de libertad y progreso. Esta preocupación por
parte de las élites dirigentes se trasladó también al ámbito de
la ecología y la preservación de la Madre Tierra, como ya vimos al
abordar la cuestión de la religión ecologista, haciendo ver que el
hombre es el enemigo declarado de la naturaleza y debe ser castigado
y reprimido por ello. Esta postura de unir los términos
“superpoblación” y “agresión al planeta” se puede apreciar
en declaraciones tan inequívocas como éstas:
“El impacto negativo del crecimiento de la población en todos
nuestros ecosistemas planetarios se está convirtiendo en algo
terriblemente evidente” (David Rockefeller)
“Tenemos que hablar con más claridad acerca de la sexualidad, de
la anticoncepción, del aborto, asuntos de control de la población,
debido a la crisis ecológica que experimentamos. Si conseguimos
reducir la población en un 90 %, ya no habrá suficientes personas
para provocar grandes daños ecológicos” (Mijail Gorbachov)
Por lo tanto, vemos que existe una obsesión por controlar la
actividad humana, y en particular su actividad reproductora,
aduciendo que el mundo es demasiado pequeño para tanta gente. En el
pasado, las guerras masivas –tal como admitió el doctor Day–
habían cumplido su encomiable función de llevarse por delante a
millones de personas. Véase al respecto que el gran crecimiento
demográfico mundial producido por la revolución industrial fue
“compensado” mediante dos brutales guerras mundiales (con un
total de unos 60 millones de muertos), más otros conflictos locales
desde mediados del siglo XX. Sin embargo, parece que esto no era
suficiente y, por alguna razón que se me escapa, cada vez se hace
más complicado montar una gigantesca carnicería global que –según
el relevante masón Albert Pike– dejaría completamente exhausta a
la Humanidad, y eso que no paran de intentarlo con toda la cuestión
de Oriente Medio.
Como resultado de esta relativa “incapacidad” de la guerra, se ha
decidido gestionar y solucionar el control de la población por otros
medios, lo que ha llevado a implementar un plan para limitar o
incluso eliminar la reproducción natural. Este plan en realidad es
una combinación de varias estrategias complementarias:
- Favorecer la expansión de los métodos anticonceptivos –para
evitar embarazos y la consiguiente superpoblación– y mentalizar a
la población sobre el peligro de las enfermedades venéreas u otras
plagas terribles como el SIDA (a estas alturas me queda poca duda de
que fue un montaje para crear miedo y control masivo… y muerte, por
supuesto).
- Despenalizar el aborto, hacerlo legal y pagado por el estado, según
cierta casuística. A este respecto, el feminismo recogió la bandera
del aborto como un derecho y un acto de libertad de la mujer con
lemas como “aborto libre y gratuito” y “nosotras parimos,
nosotras decidimos”.
- Esterilizar sutilmente a la población –sobre todo a los varones–
mediante medicinas y vacunas, productos químicos, alimentos
desnaturalizados u otros agentes tóxicos. Con esto han conseguido
que en las últimas décadas, en especial en el Primer Mundo, la
calidad del esperma de la población masculina haya bajado en picado,
hasta afectar gravemente a su fertilidad.
- Promover e institucionalizar la homosexualidad y el feminismo
radical con acciones diversas, que van desde la política a la
economía, pasando por la constante presión ejercida por los medios
y la visibilidad de las conductas deseadas relacionadas con la
revolución de género, aunque a veces puedan parecer chocantes. El
objetivo es acabar progresivamente con la sociedad heterosexual y
sustituirla por el batiburrillo de la sociedad de múltiples
“géneros” e incluso una sociedad de personas asexuales o
solitarias.
- Extender la guerra de sexos mediante la violencia de género y
otros medios (como la propaganda televisiva, la publicidad, el arte y
la cultura, etc.), con el objetivo de que los varones se alejen de
las mujeres o tengan miedo a iniciar una relación o un simple
acercamiento, al verse cohibidos por las normas sociales y legales
impuestas, pues su comportamiento masculino natural puede ser visto
como agresivo o indeseable para las mujeres.
- Imponer socialmente la corrección política a través de las
consignas oficiales y los medios de comunicación, a fin de controlar
el pensamiento y el comportamiento de la población, al tiempo que se
contrarrestan las posibles críticas y oposiciones, que pasan a ser
calificadas de ultras, fascistas, retrógradas, machistas, etc.
Obtener un mayor control del estado sobre las personas, y en especial
sobre los niños, para que pasen a estar bajo la tutela y
responsabilidad del estado (que dictará lo que es lo correcto y lo
mejor para ellos) y de paso puedan ser aleccionados adecuadamente en
las conductas deseadas mediante ingeniería educacional.
- Destruir la familia natural, dificultando una vida familiar
equilibrada a través de un estilo de vida estresante y dominado por
los condicionantes económicos, aparte de favorecer el divorcio, la
separación o las familias monoparentales como algo normal. Por otro
lado, se fomenta abiertamente la promiscuidad y la infidelidad, con
múltiples ofertas en Internet de sexo y relación para “solteros”.
- Generalizar la pornografía en todos los ámbitos, en especial en
Internet. Desde hace una década, la pornografía se ha instalado en
Internet de forma libre y gratuita e incluso es accesible a los
adolescentes y los niños, pese a la existencia de controles
parentales. Esto provoca que muchos jóvenes acaben recluidos en una
sexualidad virtual que no sólo los aparta de las relaciones sexuales
reales sino que les acaba obsesionando (como una drogadicción).
Como colofón, se presenta sutilmente un escenario futuro próximo en
que los seres humanos tendrán relaciones sexuales y afectivas con
androides.
El propósito de todo esto
Acabamos de presentar lo que dijo en 1969 un “bien informado”
(por llamarlo de alguna manera) y las actuales estrategias que
conforman la política de género y que aplican los estados y los
poderes fácticos. Obviamente, se parecen como dos gotas de agua, lo
que nos da a entender que esta vasta maniobra de macro-ingeniería
social se venía tramando desde hace medio siglo y que responde a un
plan global eugenésico para el control de la población promovido
por los únicos que pueden llevarlo a cabo: “los amos del mundo”
(por llamarlos también de alguna manera, aunque tienen otros varios
calificativos).
Si unimos ahora la maniobra ecologista a la de género, veremos que
ambas confluyen en el papel de culpabilidad del ser humano en la
degradación y explotación del planeta. En el discurso ecologista,
la “Humanidad” en general es culpable de todos los males por su
estilo de vida, producción y consumo, mientras que en el discurso de
género es el varón el que crea violencia, desequilibrio y
desigualdad. En resumidas cuentas, es la propia condición humana la
que encierra todo el mal y debe ser reconducida. El hombre debe
cambiar, pues sólo así podrá evolucionar favorablemente y evitar
una catástrofe global de proporciones apocalípticas. La meta final
es llegar a una especie de paraíso (el edén de los dioses, que
decía el autor William Bramley), con un ser humano renacido y
supuestamente perfecto.
No olvidemos ahora que la antropóloga Margaret Meade ya afirmaba a
inicios de los años 70 que “no necesitamos tener más niños sino
mejores niños”. Esto es, basta de “cantidad” y optemos por la
“calidad”. (¿Y por qué clase de falacia perversa un niño pobre
de raza negra nacido en África debería ser peor que un niño rubio
nacido en Londres y educado en Eton? ¿Quién va a definir la
“calidad” y en función de qué?) Y esta es la conclusión de la
historia: una evidente política eugenésica global, en que se deberá
eliminar a una enorme parte de la población humana, mientras que la
otra (la post-Humanidad) quedará como superviviente y conectada al
máximo desarrollo tecnológico, a una nueva era de inteligencia
artificial. Ahora les sonará sin duda el auge del llamado
transhumanismo, con la progresiva robotización del ser humano, la
implantación de múltiples artilugios en nuestros cuerpos
(microchips incluidos) y otros avances destinados a hacer que nuestra
vida se alargue muchísimo hasta rozar la idea de la inmortalidad.
Pero no se engañen; la meta es la de tener a todo el ganado
controlado y en el redil mediante una interacción tecnológica sobre
el cuerpo físico, sin renunciar por ello a la habitual estrategia
del control mental masivo.
En este escenario, la reproducción humana natural será vista como
un engorro y una antigualla, y ya vemos que la mujer está
fuertemente presionada para aceptar un modo de vida “igualitario”,
en el que el embarazo y la crianza de los niños sean considerados
como una pesada carga. Así, la maternidad “tradicional”
desaparecerá y será sustituida progresivamente por la reproducción
en laboratorio, estrictamente controlada por las autoridades. Piensen
en las técnicas de reproducción asistida (fecundación in vitro,
etc.) que ya existen desde hace años. Y de nuevo esta especie de
ciencia-ficción fue “pronosticada” hace décadas; fue el
escritor Aldous Huxley con su obra Un mundo feliz (1933) el que
predijo esta reproducción artificial.
En definitiva, el objetivo final es que el humano del futuro se
parezca mucho más a una máquina, fácilmente manipulable y
controlable en sus pensamientos y emociones, y de este modo toda la
parafernalia tecnológica “exterior” que tenemos ahora (los
diversos dispositivos que hemos aceptado como un gran avance, cuando
en realidad nos hacen mucho más débiles, dependientes, serviles y
estúpidos) se convertirá en tecnología “interior”. Y aquí no
hay buenos ni malos, pues hombres, mujeres, heterosexuales u
homosexuales, acabarán siendo devorados antes o después por la
implacable maquinaria transhumanista. Todos estamos siendo utilizados
y manipulados, y llevados al habitual campo de los bandos y los
enfrentamientos.
Durante milenios, los humanos hemos sido empujados a terribles
guerras devastadoras, supuestamente por motivos políticos,
económicos, patrióticos, ideológicos, etc. Pero ahora estamos ante
el escenario de una guerra total, aparentemente no violenta: la
guerra de sexos que involucra a todos los humanos sin excepción. En
realidad, éste es un panorama de destrucción completa de la
sexualidad natural, de la unión del ser humano en su dualidad, que
es la energía espiritual que conforma el universo. Como señalaba el
activista británico Julian Rose en su brillante artículo La agenda
del fin de género:
“La sexualidad es sagrada, fuente eterna de lo profundamente
creativo; por lo tanto, en un mundo monótono, donde la supervivencia
depende de la uniformidad materialista del pensamiento y de la
estéril conformidad de la inacción, la sexualidad es peligrosa. Ese
peligro ha llevado a un intento de neutralizar nuestra realidad dual,
y de hacer obsoleto el papel del hombre, de la mujer e incluso de la
propia procreación, para dar paso a una carrera cibernética
robótica y la posterior conquista transhumanista de este planeta.”
Más claro no se puede decir. Como remarca el propio Rose, están
poniendo todo su empeño en “hacer lo distintivo, indistinto; lo
profundo, superficial; lo divino, satánico; lo lleno, vacío”;
esto es, en invertir completamente la Verdad. Quieren destruir
nuestra sexualidad genuina porque con ello se destruye el Amor,
nuestra energía divina, que es aquello que no pueden soportar de
ninguna de las maneras. De ahí que los amos del mundo busquen
pervertir y tergiversar la sexualidad para transformarla en una baja
vibración de la que luego se nutren: odio, miedo, control,
enfrentamiento, desconfianza, ansiedad, desasosiego … Ese es el
terreno a donde nos quieren llevar con su política global de género,
y que conllevaría la esclavitud del espíritu humano en un oscuro
mundo antinatural.
No obstante, pese a todo lo expuesto, me gustaría ser optimista y
trasladar un mensaje de confianza y de esperanza: está en nuestras
manos revertir todo esto, pues ellos sólo tienen el poder que les
concedemos.
Xavier Bartlett
(Fuente https://somniumdei.wordpress.com/)
VISTO EN:
http://astillasderealidad.blogspot.com.es/2018/05/lo-que-la-politica-de-genero-esconde-4.html
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