Si
estuviera conectado a un videojuego en el que se simulara el mundo
real y no fuera consciente de ello, ¿sería capaz de detectar la
simulación de la realidad? ¿Podría percibir que ese suelo que
pisa, ese cielo con nubes y esos personajes que caminan no son
realmente verdaderos? La respuesta, como ha podido imaginar, no es
positiva: no podría.
El
cerebro humano no permite desentrañar la verdad real del mundo en el
que nos movemos. Los seres humanos somos animales muy inteligentes,
pero no tenemos esa capacidad cognitiva todavía. No sabemos
distinguir entre una verdadera realidad y una falsa realidad.
Esta
incapacidad humana, sumada a la variable del desarrollo tecnológico,
abre puertas interesantes y plantea dudas razonables que transitan
entre la filosofía, la sociología y la ciencia. Estas dudas
encuentran su mejor apoyo en el mundo de los videojuegos, un sector
en el que los avances y progresos están siendo increíblemente
rápidos.
Videojuegos de simulación de vida
Los videojuegos
de simulación intentan recrear situaciones de la vida real. Los
primeros videojuegos de simulación abordaron la dimensión
deportiva, permitiendo a los jugadores sentarse a los mandos de un
avión, conducir un coche deportivo o participar en una carrera de
motos. El videojuego transmite sensaciones reales como la
aceleración, la velocidad, un entorno realista… etc., que nuestro
cerebro conoce, percibe y procesa como si efectivamente fueran
reales.
En
este género de juegos han tenido mucho éxito durante el siglo XXI
los videojuegos de simulación de vida, que ofrecen experiencias
realistas y cotidianas a los jugadores. No te vas a convertir en
Messi ni en Lebron James, y tampoco vas a conducir un caza del
Ejército estadounidense. Los videojuegos de simulación de vida
quieren ser lo más realistas posibles y, en su ánimo de reflejar
con fidelidad la realidad real, llegan a ser hasta simples. Un
ejemplo lo tenemos en los videojuegos de simulación de mascotas,
juegos que permiten tener una
mascota. El jugador interactúa con ella alimentándola,
peinándola, cuidándola, mimándola… y puede llegar a quererla
como si fuese real.
Más
interesantes son los videojuegos de simulación de vida que ofrecen
todo un mundo social con el que interactuar. Los llamados
“videojuegos de simulación social” han tenido mucho éxito, y
algunos como los Sims o
el Second
Life cuentan
con millones de jugadores. Personas
que juegan a tener una vida.
El
trasfondo psicológico y sociológico detrás de lo que representan
estos juegos de simulación social es profundo. Los jugadores
experimentan una adrenalina especial al verse con la posibilidad de
vivir otra vida,
paralela a la real y, seguramente, mucho mejor. Visten las ropas que
quieren, tienen el trabajo soñado, la pareja perfecta, el coche más
caro, la casa más grande… todo lo que el mundo real les hace
desear, el mundo virtual les ofrece sin límites. ¡Difícil
resistirse!
Sin
embargo, tener una segunda vida tiene consecuencias, especialmente si
el grado de involucración en el mundo virtual es alto. Si el jugador
percibe el videojuego como parte importante de su vida puede
encontrar problemas: famoso es el caso de un matrimonio que se separó
por una
infidelidad en el mundo virtual
del videojuego Second
Life.
Hacia
el videojuego perfecto: simulación de la realidad
Sin
embargo, pese a las ofertas de segundas vidas y simulaciones sociales
ideales, no
hay nada más real que nuestra propia vida.
Si bien todavía no hemos alcanzado ese nivel en el desarrollo de la
industria de los videojuegos, todo apunta a que en algún momento el
ser humano será capaz de diseñar y probar este tipo de tecnologías:
videojuegos que nos permitieran entrar en un
mundo virtual perceptible para todos nuestros sentidos,
y con el que pudiéramos interactuar. Los jugadores se
conectarían neurológicamente al juego, que más que una ficción
sería una realidad.
Asumiendo
cualquier tasa y velocidad en el desarrollo tecnológico deberíamos
ser capaces de imaginar un futuro de este estilo. Aunque creciéramos
tecnológicamente a un 0.01% anual, llegaría un momento en el futuro
en el que la Humanidad desarrollaría simuladores de realidad
avanzados. Pero lo cierto es que ese 0.01% no se ajusta a las tasas
de crecimiento que mantenemos desde hace ya décadas, y si miramos al
pasado más reciente descubriremos todo
lo que hemos progresado.
Desde los sencillos videojuegos de los años setenta y ochenta hasta
los gráficos increíbles de la actualidad, y con la vista puesta en
los videojuegos de virtual
reality (VR),
que nos permitirán entrar en la acción del juego, todo apunta a que
en unas décadas conectaremos nuestros cerebros a máquinas para
vivir experiencias tan reales como la vida misma.
Las
preguntas que plantea la VR son más que necesarias. Aceptando que en
el futuro tendremos la opción de conectarnos a videojuegos y entrar
en mundos virtuales podemos dudar sobre cuestiones como esta: si
jugaras durante demasiadas horas a un videojuego de VR…
¿podrías llegar a olvidarte de que estás jugando?
Como
apuntábamos al principio, el cerebro humano no está todavía lo
suficientemente evolucionado como para distinguir
una realidad virtual de una realidad física.
El cerebro funciona mediante la percepción y el sentido común, y
aceptará como reales todos los fenómenos que entren en estas dos
dimensiones. Esto explica las experiencias vividas por los primeros
usuarios de videojuegos de virtual
reality,
que tras ponerse las gafas y entrar en el videojuego, pierden la
noción del espacio y creen ser golpeados por las espadas del enemigo
virtual. En el fondo de su consciencia saben que están dentro de un
videojuego, pero la reacción inicial es percibir ese entorno virtual
como real. Si nos dejamos engañar por la experiencia VR, imaginemos
cómo serán las versiones beta de las simulaciones…
Por
el momento todos diferenciamos entre un mundo real y un mundo
virtual, sin embargo, adelantando cuestiones que la sociedad del
futuro tendrá sobre la mesa, podríamos preguntarnos, de manera
filosófica, qué diferencias hay entre la realidad virtual y el
verdadero mundo real.
Los
seres humanos no somos capaces de percibir la realidad que nos rodea
sin filtros, no podemos conocer la realidad que nos rodea
completamente. Sólo procesamos la información que podemos ver. Esta
información es la que se procesa en nuestro cerebro, y la que luego
el lenguaje describe y define como “lo real”. De esta manera lo
real es lo que percibimos.
Además
de la percepción de la realidad, que depende de varios factores como
expresa nuestra Fórmula
de la Realidad,
el segundo elemento sobre el que se apoya la construcción de la
realidad es el
sentido común,
básico para fundamentar las acciones que realizan los seres humanos.
En el caso que nos ocupa, la asunción de cómo deberían ser las
cosas es lo que permite funcionar a la realidad simulada.
No poder
atravesar un muro de piedra en la realidad simulada es un obstáculo
lógico y que tiene sentido, no nos sorprenderá. En cambio, si en la
realidad simulada podemos tirarnos desde un sexto piso y no morir,
eso sin duda hará que nos cuestionemos si el mundo en el que vivimos
es verdaderamente real. Por ello, cuanto
más se acerque la realidad simulada al sentido común y al marco
mental humano, más difícil nos será distinguirla del mundo real.
La posibilidad real de que vivamos en una simulación
Como
argumenta Elon Musk, una de las mentes más brillantes de nuestro
siglo, es muy deseable que nos encontremos dentro de una simulación.
Porque o
bien vivimos en una simulación, o bien el futuro de la Humanidad es
la extinción.
Este argumento se explica de manera sencilla: para Musk el ser
humano tiene dos caminos: seguir desarrollándose
tecnológicamente hasta llegar a niveles que permitan crear
realidades virtuales o no alcanzar tal desarrollo tecnológico y
acabar desapareciendo como especie. Si vivimos en una simulación
quiere decir que los humanos del futuro han podido alcanzar un
desarrollo tecnológico que nos ha permitido sobrevivir. Si no
vivimos en una simulación, jamás alcanzaremos un desarrollo
tecnológico avanzado.
Otra
aproximación a la cuestión viene planteada por filósofos
como Nick Bostrom o científicos como Neil deGrasse Tyson, que se
basan en algo muy sencillo: la
probabilidad.
Dando de nuevo por hecho cualquier velocidad de progreso tecnológico,
podemos considerar que habrá civilizaciones que sean capaces de
crear realidades virtuales (puede que dentro de 30 años, dentro de
300 años o dentro de 3.000 años: lo importante no es cuándo, lo
importante es que al final sucederá). Tomando esto como cierto, no
sería extraño pensar que vivimos en una simulación creada por
sociedades o civilizaciones del futuro. Incluso si consideramos que
nunca alcanzaremos esa tecnología necesaria, las probabilidades
están en contra nuestra, como explicamos con el
siguiente gráfico:
Desde
esta perspectiva, si pensáramos en qué tipo de realidad es más
probable que nos encontremos (teniendo en cuenta todas las realidades
posibles, dando por hecho que existen civilizaciones que han
conseguido crear realidades virtuales), la estadística nos dice que
lo más fácil es que nuestra realidad sea una simulación.
Estadísticamente es más fácil eso que vivir en la verdadera
realidad real, que sólo es una y es única. ¡Sería mucha
casualidad que justo nosotros viviéramos en esa
realidad, en la realidad
real, existiendo tantas realidades virtuales!
Lo
más interesante y filosófico de la cuestión es que, en el fondo,
para llevar con normalidad nuestro día a día nos es indiferente que
vivamos en la realidad
real o en una realidad
virtual. Si vivimos en una simulación, debemos reconocer que está
muy lograda: nos hace creer que tenemos libertad de elección, de
movimiento, de pensamiento… ¡podemos incluso pensar que el mundo
es falso!
Por
ello, no debería preocuparnos mucho que seamos seres reales o
personajes de un videojuego diseñado por un humano del futuro.
Quizás nuestra naturaleza no sea física, de carne y hueso, sino
digital, a base de circuitos y datos. Quizás estemos dentro de un
ordenador, manejados por máquinas. En todo caso, ¿qué más da? El
Sol sale todas las mañanas, los impuestos suben cada día, el
tráfico es horrible, las vacaciones son lo mejor, la comida sabe muy
bien y estamos vivos. ¿O no?
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