SÍNDROME DEL ESCLAVO SATISFECHO
La trampa mental del esclavo culto
Planteando
un absurdo con cierta ironía, diríamos que lo peor que le podría
pasar a un esclavo es sentirse satisfecho con la vida que está
viviendo y con el trato que le ofrecen. Este tipo de satisfacción
paradójica, que en la cultura actual es propia del neurótico
adaptado, no piensa ni prevé el futuro y reduce la vida a la
satisfacción inmediata de lo cotidiano.
Esto constituye una
verdadera trampa mental, ya que incrementa cada vez más la
aceptación resignada de una condición inadvertida de esclavo. Lo
que define a un esclavo no son sus cadenas físicas ni la
imposibilidad de moverse de un lugar a otro sin previa autorización.
Exagerando más, tampoco los latigazos pasarían a constituir el
componente más importante de la condición de esclavo.
El
problema de un latigazo no es el golpe doloroso que proviene del
exterior, sino la predisposición interna a recibirlos y a
naturalizar la acción física de un poderoso sobre él. Por eso, el
problema del esclavo no radica en las formas situacionales en que
pasa cada hora del día en términos de maltrato, sino en una matriz
de pensamiento que le impide cuestionar su estado de sumisión. Esto
lo conduce a aceptar las condiciones en que vive con pasividad
resignada y sin iniciativa para cambiar su estado. Pero si a ello se
agrega un estado de satisfacción por el bienestar aparente que le
ofrecen, nuestro esclavo está condenado de por vida. Él mismo
decidió engrillarse mentalmente.
No
debería llamarnos la atención que, a pesar de los logros de
reconocimiento tardío de no pocos derechos, propios de la condición
y la naturaleza humana, todavía vivamos con algunos vestigios de
esclavitud. Así como el esclavo satisfecho vive adaptado a las
formas impuestas sin cuestionar ni ejercer su capacidad crítica, del
mismo modo la cultura y la sociedad también viven adaptadas a los
estereotipos inculcados. La imposición de valores aparentes y la
manipulación ejercida sobre las mentes en sus diferentes estilos y
con sofisticados recursos, conduce a la aceptación de formas reñidas
con el derecho básico de pensar con autonomía y creatividad.
Del
mismo modo que nuestro esclavo imaginario no puede moverse fácilmente
de un lugar a otro, nuestra mente esclavizada por las rutinas
laborales, familiares, personales y sociales, nos impide ejercer la
capacidad de iniciativa y autonomía ante los diversos aspectos
relacionados con el consumo, la moda y la distorsión encubierta de
los valores. La comodidad, asociada a ese estado, conduce a que
nuestra mente deje de pensar y de moverse para plantear nuevas
hipótesis y cuestionar con sentido crítico nuestra resignación
pasiva. Así, como todo esclavo y por falta de confianza en nosotros
mismos, somos espectadores automatizados de un estado de situación
que creemos no poder modificar. Por eso, aparece en muchos la
aberrante necesidad de pedir autorización para desplegar aquello que
forma parte de la intimidad inviolable de todo ser humano, que es su
capacidad para pensar y disentir.
Al
igual que nuestro personaje, la manipulación mental de una cultura
interesada en el poder, encadena la mente a prejuicios, slogans y
estereotipos que inmovilizan a los mismos jóvenes en un presente sin
esperanza y a vivir en el escenario de una nivelación mental y de
una uniformidad en el pensar y hacer que se mantienen bajo el temor a
la descalificación, al ridículo y a la marginación. Por eso, el
miedo a pensar por sí mismo y la propia censura son las formas
mentales de aquellos latigazos y mordaza física. Esto explicaría la
utilidad del esclavo, percibida favorablemente por el sistema que lo
manipula en función de su “atontamiento” mental y jamás de su
lucidez y capacidad crítica.
Siguiendo
el paralelismo, así como a los esclavos hay que mantenerlos ocupados
y evitar que dispongan de tiempo propio porque es peligroso su ocio
creativo, de igual manera el individuo de una sociedad alienante debe
mantenerse ocupado. Esto gatilla la pregunta referida a buscar las
formas de “llenar” los “huecos” de la vida cotidiana, incluso
a partir de la infancia, a fin de “modelar” la inteligencia en
formación y mantenerla ocupada y asegurada con prejuicios, con
creencias, con imágenes y pensamientos rutinarios.
A
ello quizás apunten las diversiones y fantasías que mantienen al
adolescente ocupado y estancado mentalmente en las formas
alienantes de un consumo no consciente. Así, con efectos de cierta
violencia blanca, se buscan satisfacciones primarias y básicas,
limitadas a las frivolidades y banalidades de esos espectáculos
montados como un elogio siniestro a la mediocridad y a la degradación
mental y emocional. Esto se concreta en una uniformidad de
pensamiento y se plasma en el consumo de imágenes que llevan a vivir
entretenido, como todo esclavo satisfecho, bajo la penumbra de lo
aparente y el atontamiento mental.
No
comprender esto produce, como primer resultado pedagógico adverso,
el adormecimiento precoz de la mente y de la sensibilidad, surgiendo
de esto la tendencia a buscar siempre la uniformidad del pensar en
los grupos, en las familias y en las instituciones mediante
estereotipos que provocan un impacto mental nivelador en individuos
incapaces de pensar por sí mismos. En este sentido, la vida deja de
ser el viaje en busca de la verdad, del bien y de la felicidad, para
transformarse en un reflejo alucinatorio que promete, en su espejismo
estereotipado, un bienestar aparente signado por un pensamiento
impuesto y acatado dócilmente por no haber tenido el coraje de
superar y vencer a tiempo el alma de esclavo.
Por
Dr. Augusto Barcaglioni / Ensayos
para el Pensamiento Creativo
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