QUIÉN ODIA A QUIÉN:
Una clave para comprender qué es el SISTEMA
Es una de las preguntas
clave que todos deberíamos hacernos.
¿Por qué nos odiamos los
unos a los otros por motivos ideológicos o religiosos?
¿De dónde surge ese
odio?
Cuando sentimos repulsión
por alguien con una ideología o unas inclinaciones opuestas a las
nuestras, ¿de dónde proviene ese rechazo?
Ésta es una cuestión que
muy poca gente llega a abordar con la debida profundidad, a pesar de
contener una de las claves que explican el funcionamiento de nuestro
mundo.
Es algo que podemos ver
constantemente a nuestro alrededor: el rechazo exacerbado que sienten
entre sí las personas de izquierdas y las de derechas, los
fundamentalistas cristianos y los fundamentalistas musulmanes, la
gente del Barça y la del Real Madrid, etc…
Analicemos qué es lo que
sucede en realidad dentro de nuestras mentes.
Supongamos que somos de
izquierdas o de derechas y que tenemos ante nosotros a un opositor
político, defendiendo con vehemencia posturas radicalmente opuestas
a las nuestras.
Algo que podemos
experimentar fácilmente, cuando, por ejemplo, vemos una tertulia
política por la televisión.
Para empezar, cuando
estamos ante una persona así no la vemos como un individuo único y
diferenciado sino que automáticamente lo catalogamos como “ese
facha”, “ese comunista”, “ese hippie”, “ese burgués”,
“ese socialista”, “ese pepero”, etc…
Es decir, nuestra mente
nos impide ver a la persona en sí y en su lugar aplica una categoría
conceptual que lo engloba dentro de un grupo, asignándole una
etiqueta que solo existe dentro de nuestras mentes.
Es como si un velo
psíquico de repente cubriera nuestros ojos y moldeara una nueva
realidad aumentada que no es perceptible físicamente.
Una vez se ponen en marcha
estos mecanismos de identificación y clasificación, el individuo en
sí queda difuminado, casi anulado en nuestra mente y ya solo
percibimos en él los valores que nuestra psique asocia al grupo del
que forma parte.
Aquí es cuando aparecen
los sentimientos de rechazo a la ideología de ese grupo, muchas
veces viscerales y enconados, que utilizamos para atacar y despreciar
al individuo que los representa.
Pero ese rechazo no tiene
nada que ver con la persona en sí.
Ni tan solo tiene nada que
ver con nosotros mismos.
Si a esa persona no la
conocemos de nada, ni a nivel personal nos ha hecho ningún daño,
¿cómo puede ser que nos provoque tanta rabia y tanta repulsión?
Inundados por el
sentimiento de aversión que nos produce, estamos convencidos de que
odiamos a “ese facha” o a “ese comunista”, pero en realidad
es nuestra programación mental en forma de ideología la que odia a
la ideología opuesta expresada por ese individuo.
Es decir, nuestra
programación mental odia a la programación mental instalada en la
mente de la otra persona y nos hace sentir una profunda aversión por
la forma en que esa ideología se manifiesta físicamente a través
de ese individuo.
Y eso nos lleva a la
confusión de creer que odiamos a la persona en sí.
Pero no es cierto.
Es nuestra programación
ideológica la que nos utiliza a nosotros, la que hace uso de nuestro
cuerpo y de nuestra psique, para vehicular físicamente el rechazo.
Por decirlo de alguna
forma, las ideas creadas por la mente humana, acaban “poseyendo”
a los seres humanos y utilizándolos para manifestarse en el plano
físico y cumplir con la función para la que fueron creadas.
Sabemos que es una idea
difícil de digerir, que suena extraña, surrealista, algo que parece
propio de una peli de terror o de ciencia ficción, pero es la
auténtica realidad del mundo en el que vivimos y es un enfoque útil
a la hora de comprender los problemas que aquejan al mundo.
Vista desde este punto de
vista, una guerra adquiere una nueva dimensión.
Ya no la podemos ver
simplemente como un enfrentamiento entre grupos opuestos por motivos
ideológicos, religiosos, económicos o políticos.
Ni tan solo nos podemos
limitar a verla como un conflicto entre grandes grupos manipulados
por diferentes élites, que con intereses contrapuestos
instrumentalizan a la población para pugnar entre sí.
Hay mucho más que eso:
también hay un plano psíquico.
En una guerra por motivos
ideológicos o religiosos, las programaciones mentales opuestas
actúan como si se enfrentaran entre sí sobre un tablero de ajedrez,
en el que las piezas eliminables son los individuos programados con
esas ideas.
Si no existiera esa
programación mental, la guerra sería prácticamente imposible.
En algún momento de
nuestra evolución como seres humanos y a medida que nuestra
creciente capacidad intelectual nos permitía concebir mecanismos
abstractos más complejos, perdimos el control de nuestras creaciones
psíquicas, de nuestras ideas y concepciones y permitimos que éstas
nos acabaran controlando y esclavizando de forma sutil y
prácticamente imperceptible.
Es como si hubiéramos
construido un coche con nuestras propias manos, dotado de los mejores
avances y de un magnífico computador a bordo y con el paso del
tiempo, en lugar de ser nosotros los que utilizáramos el vehículo
para desplazarnos adónde quisiéramos, fuera el auto el que de forma
sutil nos utilizara a nosotros para viajar de un lado a otro a su
voluntad, haciendo uso de nuestros ojos, nuestras manos y nuestros
pies para controlar el volante y los pedales y dictándonos, con voz
suave y de forma sutil, cuándo debemos apretar el acelerador, hacia
dónde debemos girar el volante y adónde debemos ir.
Eso sería absurdo y
antinatural, ¿no? El vehículo fue creado para ser un instrumento a
nuestro servicio y no al revés.
Pues es exactamente lo que
estamos viviendo desde hace siglos y el proceso cada vez va a peor.
Si nos fijamos bien, somos
el único animal de la naturaleza que ha sido totalmente sometido por
sus creaciones intelectuales.
Por lo visto, nuestra
extraordinaria capacidad para crear ideas de la nada, esa chispa
intelectual capaz de preñar el vacío que tanto nos enorgullece y
nos caracteriza como especie, se ha vuelto en nuestra contra.
Desde el primer momento en
que fuimos capaces de crear la primera idea abstracta compleja,
fuimos alimentando una suerte de monstruo psíquico que ha ido
creciendo cada vez más y desarrollándose hasta el punto de
apoderarse de nuestras mentes y someter nuestra voluntad.
ESTO ES EL SISTEMA
Este inmenso conjunto de
estructuras lógicas, ideas, conceptos, creencias y valores
abstractos que nos crean dependencias psicológicas, nos programan la
mente y terminan por controlar nuestros actos, son lo que en esta
serie de artículos llamamos EL SISTEMA.
El SISTEMA, para la
mayoría de gente son sólo las estructuras de organización social,
económica y política así como sus mecánicas de funcionamiento.
Pero esa es una visión corta y limitada de la realidad.
Lo que la mayoría de
personas conciben como el Sistema, solo es una de las
representaciones externas y físicas del auténtico Sistema, que en
realidad es ese conjunto de mecanismos psíquicos que lo generan
todo, pues son la base creadora de nuestras estructuras de
pensamiento, nuestra conducta condicionada, nuestras creencias y
valores y su posterior plasmación a nivel social, político y
económico.
Por lo tanto, una persona
que pretenda luchar contra el Sistema, no puede perder el tiempo
peleando exclusivamente con las estructuras sociales externas, que no
son más que sombras proyectadas contra la pared, sino que debe ir a
la raíz del asunto y desactivar los mecanismos que lo generan todo y
que habitan en el interior de su psique.
¿Alguien se ha fijado que
tras la mayoría de grandes y gloriosas revoluciones que ha
experimentado el mundo, siempre vuelven a reproducirse los mismos
defectos pero con distinta forma y nombre?
La razón de que eso
suceda de forma sistemática es que los revolucionarios centran toda
su energía en combatir la representación externa del Sistema, las
sombras en la pared, pero dejan intacto el Sistema dentro de sus
mentes. Cuando culmina el proceso revolucionario, el sistema que
albergan en sus psiques, como si fuera un holograma, vuelve a
proyectarse en el exterior, creando estructuras aparentemente
diferentes, adaptadas a la nueva situación y a la nueva
“nomenclatura revolucionaria”, pero en esencia, sigue siendo el
mismo tipo de “entidad” con el mismo tipo de mecanismos.
Se trata de un fenómeno
psíquico fascinante.
A pesar de que muchas de
estas ideas, creencias y conceptos que configuran el Sistema tienden
a anularse entre sí por ser opuestas desde su concepción, como
sucede con la mayoría de creencias e ideologías políticas, todas
conforman un mismo cuerpo lógico dinámico con una serie de
características asombrosas.
Una de las características
más fascinantes del Sistema es que está en constante
transformación, es decir, cambia continuamente debido a la
incorporación incesante de nuevos elementos lógicos procedentes de
la creación intelectual humana; o dicho de otra manera, crece sin
cesar gracias a la incorporación constante de nuevas ideas
concebidas por nosotros mismos.
Por lo tanto, el Sistema
jamás permanece estático e inmutable, sino que su naturaleza
esencial es la mutación continua; una mutación que implica la
generación de nuevos y más refinados mecanismos lógicos con el
paso del tiempo, que se adaptan a las constantes transformaciones
humanas a nivel social y cultural. Estamos pues ante una dinámica de
constante retroalimentación o feedback entre la representación
interna del Sistema que vive en nuestra psique y su plasmación
externa a nivel social.
Otra de las maravillosas
características de este monstruo lógico que llamamos Sistema, es
que no se trata de una estructura homogénea que esté representada
de la misma forma dentro de cada ser humano.
Por decirlo de alguna
manera, cada persona lleva instalada en su mente una versión
personalizada y única del Sistema, derivada de la combinación de la
programación recibida por la sociedad y las experiencias y
características propias de su vida y de su persona.
No obstante, la
combinación de todas las versiones del Sistema instaladas en todas
las mentes humanas, a pesar de no ser exactamente iguales, configuran
algo parecido a un organismo lógico unitario y común, formado por
unidades que tienden a combinarse con el fin de reforzar el conjunto.
Para comprenderlo mejor,
supongamos que observamos un fragmento de tejido en un microscopio.
Veremos que está formado por gran cantidad de células similares
entre sí, que comparten características y funciones comunes, a
pesar de que ninguna de esas células es exactamente idéntica a la
que tiene al lado; cada una de ellas es una pieza única, algo
parecido a lo que veríamos si observáramos una multitud de personas
desde gran altura. Sin embargo, entre todas forman un órgano
funcional.
Algo parecido sucede con
el Sistema. Es como un macroorganismo psíquico que en lugar de estar
formado por células, está formado por versiones diferentes de sí
mismo instaladas en las mentes de cada individuo, de manera que puede
volver a reproducirse todo el organismo partiendo de una sola de esas
versiones, de forma similar a como sucede con un cultivo celular, en
el que si mueren gran parte de las células, puede volver a
regenerarse a partir de las células sanas.
Esto nos lleva a
comprender mejor por qué razón insistimos tanto en la idea de que
la única forma de desinstalar el Sistema es a nivel individual. Y es
que cada persona lleva instalada en su mente una versión propia del
Sistema, algo parecido a una gran madeja de hilo con sus propios
nudos y enredos, que solo cada uno de nosotros puede desenredar.
No existe un plan, una
doctrina o un maestro que nos pueda ayudar o dirigir en el proceso de
deshacer nuestra madeja.
Como mucho pueden
ayudarnos a hallar el cabo de la cuerda, la punta del hilo a partir
del cual empezar a tirar. Pero deshacer la madeja, desinstalar el
Sistema de nuestra mente es un trabajo meramente individual e
intransferible, un trabajo interno que cada uno debe realizar por sí
mismo armado únicamente con el poder de su propia conciencia.
Y esto nos conduce a otra
de las ideas que tanto hemos repetido hasta ahora: el porqué de la
lucha entre el Sistema y la conciencia e identidad individuales.
Porque como hemos dicho,
la única fuerza capaz de desinstalar el Sistema es la firme voluntad
individual de cada uno, superando los propios mecanismos de
programación del Sistema en la medida de lo posible.
Por esa razón, el
Sistema, hace todo lo posible por generar mecanismos que anulen la
soberanía y la conciencia individuales; hace todo lo posible para
uniformizar nuestras mentes, disolver nuestra identidad diferenciada
y atiborrarnos de programación para que no lleguemos a escuchar
nuestra auténtica voz interior.
Se trata de un simple
mecanismo de autodefensa y autoperpetuación.
Un artículo que da
que pensar:
A muchos de los lectores
quizás les parezca extraño pensar que un conjunto de conceptos e
ideas que conforman un entramado lógico, tiendan a defender su
existencia, teniendo en cuenta que no estamos hablando de organismos
vivos con voluntad propia.
Pero por lo visto, es así.
Y es algo que los lectores
pueden comprobar consigo mismos ¿Alguien ha tratado alguna vez de
eliminar de su mente una creencia, un prejuicio o una ideología
arraigada?
Intentadlo: os
encontrareis con una tarea tan ardua y difícil como tratar de
arrancar un robusto árbol sin mas ayuda que las manos desnudas.
Las ideas, los conceptos y
las creencias, una vez instaurados en nuestra psique, tienden a
autoperpetuarse y si llevan asociadas emociones o son fuente
generadora de sentimientos como el patriotismo o la pasión por un
equipo de fútbol, por poner un par de ejemplos, pueden llegar a ser
prácticamente imposibles de erradicar.
Y eso que solo hablamos de
ideas, creencias o prejuicios aislados que pueden ser sustituidos por
otros, tan solo mutando parcialmente la estructura general del
Sistema.
Cuando hablamos de
desinstalar el Sistema al completo, la tarea se antoja imposible si
no es mediante un completo lavado de cerebro que borre nuestra mente
y nos convierta en zombies.
Por esta razón, la única
opción que tenemos es la de renunciar a desinstalar los mecanismos
de programación en sí, es decir, el conjunto de creencias e
ideologías como elementos separados y centrarnos en comprender a
fondo las lógicas básicas que sostienen toda la estructura en pie,
con el objetivo de relativizar su importancia y devolverla al lugar
que le corresponde.
Para comprender mejor lo
que queremos decir, recordemos la metáfora del coche que hemos
expuesto anteriormente.
Se trataba de un vehículo
que nosotros mismos habíamos construido y que ahora nos dictaba
constantemente adónde quería que lo condujéramos, como si fuéramos
simples chóferes a su servicio.
La única forma de
recuperar de nuevo el control del vehículo no es arrojarse del coche
en marcha, sino despertar y tomar conciencia, de una vez por todas,
de que el vehículo nos está controlando.
Una vez asumida esta
realidad, debemos tomar plena conciencia de que nosotros no estamos
al servicio de ese maldito auto, sino que es el auto el que debe
obedecer nuestras órdenes y ser una herramienta útil para nuestras
necesidades, pues para eso lo creamos.
Llegados aquí, y una vez
identificado el problema, debemos empezar a actuar.
Debemos levantar los pies
de los pedales y separar las manos del volante, ignorar las
instrucciones que nos da la máquina y quitar la llave del contacto.
Respirar profundamente y
recordar cómo concebimos ese vehículo, cómo lo ensamblamos, para
qué lo construimos y qué soñábamos hacer con él.
Y una vez recuperado el
control, podremos decidir si volvemos a encenderlo o lo desmontamos
pieza a pieza para seguir a pie o fabricar uno nuevo y mejor, sin
olvidar, nunca más, que nuestras creaciones intelectuales deben
estar SIEMPRE a nuestro servicio y NUNCA al revés.
No será una tarea fácil
y lo que es más preocupante es que cada vez tenemos menos tiempo
para emprenderla.
Porque nadie se ha dado
cuenta, pero de un tiempo hacia aquí el coche cada vez corre más
deprisa y nos acercamos peligrosamente a un precipicio.
Es urgente ponerse manos a
la obra…
GAZZETTA DEL APOCALIPSIS
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