CARTA A UN
NIÑO
Mi
pequeño: No es mi intención justificar nada de lo que ha pasado entre
nosotros los últimos años. Sé, y me duele saberlo, que debes sentirte sólo y
confundido, pues me he olvidado completamente de ti. Es por ello que, dejando a
un lado mi enorme y engreído orgullo, he decidido expresarte todo lo que siento
y que ya no puedo callar.
Primero,
quiero disculparme por el distanciamiento entre los dos. Ese distanciamiento
creado únicamente por mí y mi estúpida búsqueda de aprobación, de pertenencia,
de una palmada en el hombro y de un “buen trabajo” dicho por alguien, quien
quiera que fuese. Seguramente te preguntarás ¿Aprobación de qué?, ¿Pertenencia
a qué?, bueno, pues siendo sincero, no creo ser capaz de responderte, pues
jamás me formulé dichas preguntas.
Sumergido en
mi inconsciencia, pasé día tras día buscando cosas que no quería encontrar,
dando mi mejor esfuerzo para lograr metas que no eran mías, viviendo impulsado
por el actuar de los demás. Era como una oveja sin rumbo que, por comodidad,
sigue a otra que tampoco sabe a dónde va. Dejé de cuestionar las cosas,
porque cuestionar implica ver las dos caras de la moneda, y yo prefería
quedarme con la cara que ya conocía. Era más cómodo, más simple. Además, ¿qué
sentido tenía hacerme tantas preguntas si jamás hacia un fuerzo para conseguir
las respuestas?
Con el paso
del tiempo, dejé de divertirme, de improvisar, de ser espontáneo, de escuchar a
mi corazón. Fui dejando atrás todos mis sueños, esos de los que tú y yo tanto
hablábamos durante horas, ¿lo recuerdas? Esos sueños que te prometí convertir
en realidad porque era lo único que realmente valía la pena en esta bendita
vida. ¡Pero no pude, no quise lograrlo! Me faltó valor y me sobraron pretextos,
pues hacer los sueños realidad implica un costo, y nunca tuve el valor de
pagarlo. Porque ese costo no se paga con dinero, sino con VOLUNTAD, AMOR y
RESPONSABILIDAD.
La VOLUNTAD
que me faltó para liberarme de las cadenas que yo mismo me puse, nadar contra
la corriente y decir ¡BASTA!. El AMOR que dejé de sentir hacia mí y que luego,
por egoísmo, dejé de compartir con los demás, justificando ese actuar con la
frase idiota: “Amar te rompe el corazón”. La RESPONSABILIDAD que siempre evadí
sobre mis pensamientos, palabras y obras, pues era más fácil culpar a alguien
más si las cosas no salían como esperaba.
Cometí
infinidad de errores. Lastimé a quienes cuidaban no fuera lastimado y protegí a
quienes me lastimaron, amé a quien no me amaba y desprecié a quien me entregó
su amor. Fallé muchas veces, muchísimas, incluso cuando más se esperaba de mí.
Pero no logré aprender de mis errores. Malinterpreté las enseñanzas de la vida,
desechando el aprendizaje y llenándome de miedos y temores, convirtiéndome poco
a poco en mis propios traumas y complejos.
Y así, perdido
dentro de ese huracán de deseos y ego, me olvidé de mi único y verdadero amigo,
aquel que siempre caminó a mi lado, que nunca me dejó. Ese que en ningún
momento perdió la fe en mí, ni siquiera cuando en mi ceguera lo ignoré y
renegué de su existencia. Me olvidé de ti, mi amado niño.
Por suerte,
por causas que aún no termino de comprender pero que agradezco infinitamente,
como un rayo llegaron a mí los recuerdos de esos días cuando ambos vivíamos
entre sueños y reíamos todo el tiempo, ajenos a la “vida” adulta, esa en la que
el dinero vale mucho y una sonrisa no vale nada. Ese tiempo en el que juntos
descubríamos algo nuevo a cada momento y nada era imposible. Éramos
verdaderamente sabios, no cómo ahora que soy adulto, que estoy lleno de información
y tan vacío de sabiduría, defendiendo ilusiones y despreciando a la realidad.
Discúlpame mi
niño, discúlpame por haber cambiado lo más por lo menos, por olvidarme de Ser y
preferir poseer, por darte la espalda aun cuando eras tú quien iluminaba mi camino,
por buscar afuera lo que siempre estuvo en mi interior.
Dicen que no
hay peor ciego que aquel que no quiere ver, y yo lo comprobé en carne propia.
Pero ¿sabes? finalmente he abierto los ojos, y aunque no me gusta todo lo que
veo, no pienso volver a cerrarlos. No estoy dispuesto a fallarte, a fallarnos
nuevamente, pues a pesar de que he roto hasta la última de nuestras promesas y
pisoteado casi todos nuestros sueños, está vez tengo la firme VOLUNTAD de
comenzar de nuevo, de tomar la RESPONSABILIDAD de manejar mi vida y construir
una realidad donde el AMOR sea todo lo que necesite para Ser.
Hoy, estamos
juntos nuevamente mi pequeño amado, y esta vez no pienso soltar tu mano.
Desconozco cómo será el camino o qué cosas encontraremos más adelante, pero mientras
tú, mi niño interior, mi maestro sabio e inocente, mi Ser de Luz pura y
cristalina, camines a mi lado, tengo la certeza de que éste será el andar más
hermoso de mi vida.
Con AMOR, tu
Amigo y protector.
P.D. Cuando
comencé a escribir esta carta buscaba que me perdonaras, pero ahora que la he
terminado, comprendo que estaba equivocado, pues quien necesitaba perdonarme no
eras tú, sino yo mismo.
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