10.1.17

Sin intuir que son sujetos controlados por una inteligencia superior

WESTWORLD: Alegoría de una simulación                                  

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SINOPSIS: Existe un mundo de ficción donde resulta imposible distinguir a los moradores de los visitantes ni a la realidad de su mera simulación.

En su libro “Hiperreality: paradigm for the third milenium [Hiperrealidad: paradigma para el tercer milenio]” John Tiffin y Nobuyoshi Terashima ensueñan un futuro donde cuesta averiguar si la persona que tienes frente a ti es verdaderamente real o no más que un simple avatar fruto de un exquisito programa de realidad virtual (si disfrutan, en suma, de una inteligencia humana o artificial); un mundo provisional donde cualquiera puede tomar prestada la identidad que le venga en gana para vivir esa vida simulada hasta el final. ¿Os resulta familiar?

Los autores se refieren a tan prometedora experiencia virtual como “Hiperrealidad”, y la definen como:

[] la capacidad tecnológica para entremezclar sin [distinciones ni] costuras realidad virtual (RV) con realidad física (RF) e inteligencia artificial (IA) con inteligencia humana (IH) de manera que permita la [libre y discreta] interactuación entre todas ellas.”

En un futuro relativamente próximo, especulan los investigadores, imágenes sintéticas se
confundirán con objetos reales hasta el punto que será imposible distinguir los escenarios naturales de los generados por ordenador. A propósito de lo cual

Westworld” es el remake en serie del clásico setentero protagonizado por Yul Brynner y presentado aquí en España como “Almas de metal”. Como tal vez recordéis, en la peli original los visitantes de un parque temático populado por robots humanoides empiezan a experimentar en carnes propias la ira de éstos tras afectarles un fallo de software (a los robots, lógicamente).


En otras palabras, el mundo de “Westworld” es el sueño de Tiffin y Terashima llevado a la pantalla.

Presentado en un futuro muy factible, si bien todavía lejano, la serie se ambienta como su nombre indica en el oeste americano. Lo que a mi modo de ver la convierte en tan brillante apuesta son precisamente las extraordinarias similitudes que cualquiera puede adivinar entre el escenario artificial donde se desarrolla la historiay nuestro mundo “real”.

Westworld” es un parque temático donde cada detalle se ha mimado desde cero para duplicar con realismo y precisión un escenario literalmente indistinguible de los poblaciones originales típicas del lejano oeste. Es un sitio pijo, al alcance solo de los más acaudalados, diseñado expresamente para que los visitantes puedan dar rienda suelta a sus instintos más básicos. Como sería de esperar no hay biblioteca, de manera que es el salón con sus diferentes ofertas lúdicas (prostitutas, whisky, peleas, duelos a muerte, prostitutas, whisky, prostitutas, whisky, prostitutas, prostitutas, whisky, prostitutasy juegos de mesa) quien habitualmente bate los récord de presencia.

El parque, como lugar de entretenimiento, está tan sumamente bien pensado que mientras los
recién llegados alucinan todavía con el asombroso realismo del pueblo ya son provocados por la narrativa de los humanoides lugareños. “Usted tiene pinta de tenerlos bien puestos” le insinúa a un visitante un barbudo cazarrecompensas mientras clava el típico cartel de “se busca” con la cara del malote de turno para invitarle a que se una a la aventura de la caza del fugitivo.

Merece la pena mencionar que tan solo existe una manera de distinguir a un “anfitrión” (robot) de un “huésped” (visitante): si le disparas y muere, entonces es una máquina. Como sería de esperar de todo lugar por el estilo que se precie, los robots están programados para no atentar contra la salud de los huéspedes. A no ser que le maten a polvos, claro está. En cuyo caso, sospecho, ya tendrán firmado por el difunto el típico documento de exención de responsabilidad.

En “Westworld” todo está diseñado a medida del “paganini”. Según te bajas del tren futurista que da acceso al parque te recibe un azafato/a personal eficientemente programado/a para atenderte y quitarte de golpe, si lo deseas, todas las “telarañas”. En una de estas escenas la azafata conduce a un protagonista hacia una habitación repleta de armas, de ropa y de accesorios de todos los colores donde el visitante puede “calzarse” a tan servicial humanoide para vestir a su personaje después también como más le mole. En un momento dado la azafata le insinúa que no se preocupe por las tallas, que todo está hecho “a su medida”. Eso sí que es un mundo personalizado. (Por pura casualidad la serie subraya que el 99% de los visitantes van allí a lo que van: a emborracharse, a follar y a matar impunemente a todo robot que se ponga por delante; a lo que su mundo real no puede ofrecerle en otras palabras).

Cada vez que un anfitrión muere en alguna de las variopintas situaciones que se dramatizan para entretenimiento de los visitantes, el robot es retirado, “formateado” y reacondicionado por los ingenieros del servicio de mantenimiento del parque con la intención de que el anfitrión pueda proseguir rutinariamente con su habitual guion al día siguiente. El problema deviene cuando algunos de los anfitriones empiezan a tener recuerdos de “vidas” previasY así es como empieza su singular epopeya por descubrir Quienes Son Realmente y cuál es la verdadera naturaleza de aquel lugar ¿Os suena?

Lo que la ficción en realidad explora es el nacimiento de la autoconsciencia de los robots como
consecuencia de la evolución de su inteligencia artificial. Y por mucho que el diseñador del parque intente convencernos al final de la serie de esa gran mentira de que la consciencia humana es un mero subproducto de nuestros procesos cerebrales, creo que no conviene tomarse a la ligera las implicaciones filosóficas que el escenario plantea.

Imaginad por un instante si no la visita a un hipotético lugar de entretenimiento donde todo,
absolutamente todo, no solo no está prohibido sino que además es promovido por la dirección, a sabiendas de que ninguna de las habituales consecuencias de nuestras acciones habrán de ser tenidas en cuenta de vuelta a nuestra verdadera vida cotidiana.

Tratad de imaginar, pues, un gigantesco parque temático organizado por períodos históricos donde resulta imposible saber si tu compañero de viaje es un simple avatar controlado por una inteligencia artificial u otro como tú (por cierto: ¿tú qué crees que eres?, mejor aún¿cómo estás tan seguro?); donde las experiencias parecen tan, tan reales, que a la vuelta de los años terminas olvidando quién eres realmente y, por supuesto, que disfrutas solamente de paso de un entorno sintético o virtual.

Ahora, en ese contexto donde la visita tiene lógicamente programado un principio y un fin ¿cómo no hablar también de un ANTES, de un PROPÓSITO y de un DESPUÉS?

Eso mismo: soy la entidad X en mi mundo real (antes de mi entrada al parque), pago mi estadía por un motivo, y acepto sus normas con la intención clara de conseguir unos objetivos (aunque tan solo sea la mera experiencia) bajo una identidad ficticia, lógicamente, mientras dure la dramatización. Una vez terminada la visita me largo con mis recuerdos para recuperar, sea la que sea, mi identidad auténtica y mi verdadera vida cotidiana.

Salta a la vista que los visitantes de “Westworld” todavía disfrutan de la capacidad de admirarse del hiperrealismo del entorno, si bien no es mérito suyo, sino de su memoria, quien de vez en cuando les recuerda que cuanto experimentan es una simple ficción. Ahora bien, elimina o bloquea todo resto de memoria previa a la llegada a “Westworld” y estarán tan jodidos como nosotros al dar por hecho que el escenario virtual del que disfrutan es su única y verdadera “realidad”.

Peor aun es la existencia de los anfitriones humanoides: toda la vida maltratados y asesinados sin posibilidad alguna de intuir al menos que son sujetos controlados por una inteligencia superior y que, el mundo en el que habitan, es pura ficción.

¿Cuántos de vosotros estaríais dispuestos a pagar por tener una experiencia como ésta?

BIENVENIDOS A “EARTHWORLD”



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