LA VERDAD SE PUEDE DECIDIR
¡NO! ES EL BOICOT
Despiertas cada mañana, tomas un café y te preparas para
afrontar un nuevo día en un mundo que siempre va más allá. Ves injusticia en
todas las partes, desde multinacionales que explotan sin vergüenza los recursos
humanos y naturales, hasta gobiernos que parecen estar estancados en la
inacción o, peor aún, aliándose con aquellos que están destruyendo el planeta
para su beneficio. Cuando actúas, en el momento en que aparece esta máquina
tentacular, no puedes hacerlo, y tienes que resignarte.
Sin embargo, en tu fondo persiste una pregunta: ¿qué puedo hacer yo, un simple ciudadano? ¿Qué pasaría si dijera que la respuesta está ahí, en tu bolsillo, cada vez que sacas tu ticket? Sí, tienes más poder de lo que crees. Todo el mundo entiende que lo has usado, que cada dólar que desperdicias, tiene el potencial de atacar u oponerte a este sistema. Este es un acto simple pero radical, es quizás la clave para recuperar nuestro control sobre este mundo porque es nuestro escape.
En un mundo donde el dinero es el amor indiscutible, donde
una élite insaciable se apodera sin la menor vergüenza, dejando que los más
desposeídos reciban las migajas, resulta crucial recordar que nosotros, simples
ciudadanos, no estamos indefensos. En realidad, nuestra nueva fortaleza está en
otras partes: en nuestra nueva cartera. El boicot es el arma de elección de
quienes nunca han sido esclavizados por un elenco de ricos, tienen el
privilegio de utilizar nuestros nuevos fondos propios para consolidar su
dominio.
La palabra “boicot” no es antigua. En 1880, sucedieron una
serie de acciones orquestadas por Charles Parnell, un líder nacionalista
irlandés, contra el boicot a Charles Cunningham, un terrateniente abusivo. El
mensaje era simple: esto es sólo un mensaje social. Parnell pronunció el
discurso instando a la población a tratar a Boicot como a un paria, un leproso
de los tiempos modernos. Este es el primer boicot que es ante todo moral, una
forma de manifestar el disgusto colectivo por la injusticia.
Con el paso de los años, adquirió una dimensión mayor y se
convirtió en una pequeña parte de la resistencia colectiva. En 1900, en
Bialystok, el Imperio zarista pagó el camino cuando los trabajadores, rebelados
por el deseo de sus padres y cinco jóvenes, organizaron un boicot a los
cigarrillos Janovski. Los activistas llegaron incluso a arrebatar cigarrillos
de las manos de los fumadores para quemarlos. ¿El resultado? El fabricante
cedió y reincorporó a las chicas a la fábrica.
¿Y cómo olvidar a Gandhi, este indiscutible maestro de la no
violencia, que en 1920 llamó a boicotear la ropa inglesa para denunciar el
saqueo de los recursos indios por parte del Imperio Británico? Este boicot no
tiene una sola colección de textiles, salvo que hay una pieza simbólica en la
llegada de un imperio.
El boicot, por tanto, es más que un simple rechazo a
comprar; Es un gesto político, un acto de rebelión. Tomemos el ejemplo del boicot
a los autobuses de Montgomery en 1955. Es un deseo colectivo de participar en
un sistema segregacionista, roto por el coraje de Rosa Parks, que anuncia el
fin de la segregación racial legal en Estados Unidos. Cuando la política se
hizo añicos, el boicot triunfó.
Hoy en día, cuando las multinacionales están al mando del
control democrático, el boicot supone un arma eficaz, capaz de provocar
importantes pérdidas económicas y al mismo tiempo empañar la imagen pública del
objeto de la empresa. La economía globalizada e hiperconectada permite que esta
forma de protesta se propague a la velocidad del rayo, afectando a millones de
consumidores. Las leyes sociales, estos nuevos campos de batalla, sus ahora
vectores de boicot, de los cuales cada gusto, cada acción, puede contribuir a
desestabilizar una empresa.
Vemos lo que está pasando en Francia, donde el boicot se
percibe como una práctica marginal, incluso exótica. Bajo el ministerio de
Michèle Alliot-Marie, una circular ordenó a las autoridades fiscales reprimir
firmemente las acciones de boicot, en particular las dirigidas a los productos
israelíes. En este caso, el lobby sionista intervino para acusar al boicot de
provocación a la discriminación, sancionado con un año de prisión y una multa
de 45.000 euros. Sin embargo, el Estado francés llama sin complejos a boicotear
a Rusia, mostrando así flagrante error en la aplicación de las leyes.
Cada euro gastado es un voto por el mundo que amamos. La
historia está llena de ejemplos en los que al boicot le costó pensar que podía
actuar sin consecuencias. El Boston Tea
Party, un acto de rebelión contra los impuestos británicos, fue el preludio
de la independencia. De manera similar, el boicot negro durante el apartheid en
Sudáfrica contribuyó a la causa de uno de los regímenes más racistas de la
historia moderna.
Incluidas las multinacionales, la mayoría de ellas no están
exentas. Harley-Davidson, Budweiser, Target... Estas gigantes empresas se han
desplomado sobre sus ganancias tras intentar surfear las controvertidas olas
ideológicas transgénero. Incluye Coca-Cola o Mac Donald's que apoya a los
israelíes. El boicot les ha llamado al orden, demostrando que los consumidores
no se dejan engañar y que tienen el poder de golpear donde más les duele: ¡en
el monedero!
En este mundo donde los valores culturales y deportivos a
menudo quedan oscurecidos por consecuencias depravadas o degradantes,
desconectados de la realidad, el boicot también se erige como una fuerza
responsable y necesaria. Estas son las vistas que sólo se viven gracias a los
subsidios estatales y al cumplimiento de un sistema fallido, alimentado por
nuestra indiferencia. ¿Por que deberíamos alentar acontecimientos que no sólo
son desvalorizados por nuestra cultura, sino que también perpetúan discursos sesgados
y manipulaciones, similares a los de los periódicos de propaganda, ahora
abandonados por un público informado?
Si no asistimos a estas manifestaciones denunciando las
prácticas de quienes las montaron, podemos enviar un mensaje constante: no
toleramos que nuestro nuevo patrimonio sea gestionado por intereses comerciales
y valores perdidos. Cada plaza no reservada, cada entrada sin compra, se
convierte en un acto de resistencia que puede obligar a los organizadores a
repensar sus elecciones y restaurar una cultura digna. No permitimos que estas
reacciones degradantes prosperen en la oscuridad de nuestro silencio;
Comprometámonos juntos a hacer oír nuestra voz y reclamar un espacio cultural
que refleje nuestras verdaderas aspiraciones.
En Francia, la situación es más grotesca. El IVA, presentado
como un impuesto para el bien común, en realidad no es más que un Estado
institucionalizado. Un cargo del 20% es una carga pesada, pero los productos se
benefician de descuentos preferenciales. El IVA se ha convertido en una carga
para los trabajadores, un obstáculo al consumo que sólo aumenta las
desigualdades. Sin embargo, paradójicamente, es también el único impuesto que
podemos boicotear. Imagínese por un momento si el 10% de la población vende
productos sujetos al IVA, utilizando circuitos cortos, mercados locales o
productores directos. La verdad es que nuestros ingresos están financiados, por
nuestros pequeños marqueses, por ministros o senadores, con sus travesuras
financiadas por nuestros impuestos y, con ellas, la confianza de las élites de
que no queremos más financiar sus vacaciones.
Nos toman a todos por ovejas, pero eso es subestimarnos. La
población francesa está compuesta principalmente por castores, castores y
castores, además de hombres.
El boicot es nuestra máxima defensa pacífica contra un
sistema que sólo sirve a un puñado de privilegiados detestables. Es un arma
silenciosa pero devastadora, capaz de provocar los peores ataques posibles, o
incluso destruirlos... Porque, en última instancia, no pierde su poder, si no
lo consume.
Si solo tienen nuestro dinero, enviemos un mensaje claro: no
tenemos porque financiar nuestra servidumbre. La historia ha demostrado que el
boicot es un arma formidable. Entonces, ¿por qué no utilizas el rendimiento
completo? Las empresas, los gobiernos y las élites tienen que perder. Todo lo
que tenemos que hacer es ganar.
¿Quién se beneficia realmente de este alimento?" Si no
te gusta, debes saber que puedes decidir NO. El boicot está aquí, en tus manos.
Es hora de usarlo.
El boicot, el arma de esta ciudad, puede hacer daño a los
gigantes. Basta una mínima coordinación, un motivo de indignación, y la olla de
las injusticias llega a hervir bajo la presión colectiva. Sí, el boicot es la
venganza de los “pequeños” contra los “grandes”. Si no consumes un producto,
sólo tú estás sujeto a una rebelión silenciosa; Ponemos en la máquina un
granito de arena en el engranaje bien engrasado del beneficio.
Las empresas, estos colosos con pies de barro, se burlan de
las peticiones o de los discursos inflamados sobre justicia social. Sin
embargo, estamos hablando de billetes y vemos cómo se rompen los oídos, se
rompen las palabras y se siembra el pánico en los consejos administrativos.
Entonces, en el fondo, el boicot es un poco como un consumidor, un hombre
educado que puede decir: “¡Con mi dinero no!”.
El boicot, que fue una simple reacción de descontento, se
convirtió en un arma política por derecho propio. Ofrecer a nuestros ciudadanos
una vía para expresar su desacuerdo con un sistema injusto y construir un mundo
más equitativo, donde la cena no dicte todas las reglas. El boicot es el color
de las almas conscientes, demostración de que la ciudad, aunque sea sólo en su
pantalla, incluso puede ser vista por la gente.
Entonces, si preguntas a los lectores, nunca debes
subestimar el poder de tu ticket. Cada palabra es un voto, cada palabra es un
mensaje. En este mundo donde las injusticias han sucedido, aunque sean las
brillantes fugas de los supermercados, el boicot tiene una de las pocas armas
que tenemos a nuestro alcance para resistir, cambien de mercancía. Es aquel que
responde a la impotencia, una forma de decidir no es un sistema que parece
invencible.
Y el boicot es ante todo mucho más que un simple acto de
consumo consciente; Es una declaración de guerra silenciosa contra la
injusticia. Es el arma de los oprimidos, una forma de recuperar el poder que nos
han sustraído. Imagínese por un momento si millones de personas decidieran,
juntas, iniciar un negocio que esté destruyendo nuestro nuevo planeta,
explotando a los trabajadores o alimentando conflictos. Imagínese el impacto.
Las empresas no son insensibles a las pérdidas financieras; son vulnerables a
ellos. Para contribuir a vuestra prosperidad estáis obligados a repensar
vuestras estrategias, a considerar prácticas más prácticas, a tener el poder de
hacerlo, en última instancia, en manos de quienes consumimos.
El boicot es la promesa de un mundo mejor, un mundo donde
nuestras decisiones individuales se toman para crear un cambio colectivo. Es un
acto con capacidad de transformar la realidad. Es una muestra que no sólo somos
espectadores pasivos, sino actores del cambio. Si hay mucha gente que dice
“NO”, este sistema, que parece inconcebible, puede empezar a fallar.
Tú puedes decidir si el mundo es más justo, más equitativo y
más respetuoso de los valores que todos tenemos. El boicot es la voz que puede cuestionar
el futuro que todos anhelamos.
Phil BROQ.
http://www.verdadypaciencia.com/2024/09/el-verdadero-poder-de-decir-no-es-el-boicot.html
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