NEGRO, BLANCO Y LA MENTIRA CÓMODA
Me encuentro
constantemente con este tipo de situaciones: la izquierda cree tener la razón
absoluta sobre cualquier tema polémico. Por más información que les proporcione
que contradiga su postura, la descartan como basura. «Es obvio lo que
es, y punto». Como con casi todo hoy en día, me resulta extraño.
Nada es completamente de una manera u otra, sin que exista ningún argumento válido en sentido contrario. Nada, salvo las cosas muy simples. Me refiero, por supuesto, a la infame «falsa dicotomía» o «falso dilema».
Esto no es nada nuevo, por supuesto. La idea de la falsa dicotomía ha estado presente en el pensamiento humano desde los tiempos en que los filósofos, ataviados con togas, debatían sobre la naturaleza de la realidad. Es una falacia lógica antigua, con raíces que se remontan a la antigua Grecia.
Aristóteles, el
padre de la filosofía occidental, abordó ideas similares en sus obras sobre
retórica y ética, advirtiendo sobre la simplificación excesiva de argumentos
complejos en rígidas disyuntivas que ignoran los matices de la vida. No la
denominó «falsa dicotomía», pero en esencia denunciaba la misma pereza
intelectual en sus críticas a la sofistería, donde los participantes en debates
acorralaban a sus oponentes con falsas dicotomías para ganar puntos en lugar de
buscar la verdad.
Avanzando unos
siglos, el concepto se formaliza durante la Ilustración, cuando pensadores como
John Locke y David Hume comenzaron a analizar el razonamiento humano y sus
falacias. Pero realmente se consolidó en los siglos XIX y XX con el auge de la
lógica formal y los estudios sobre falacias. Lógicos como John Stuart Mill, en
su obra *Sistema de lógica*, destacaron cómo las personas suelen plantear los
debates como cuestiones de blanco o negro para manipular los resultados,
excluyendo los puntos intermedios o las posibilidades alternativas.
A mediados del siglo
XX, se había convertido en un recurso común en los textos de pensamiento
crítico; basta con recordar la Introducción
a la lógica de Irving Copi en la década de 1950, que la catalogó como una
falacia informal clásica. En esencia, una falsa dicotomía presenta una
situación como si solo existieran dos opciones mutuamente excluyentes, cuando
en realidad existe un espectro, o una tercera (o cuarta, o quinta) vía que
acecha en las sombras. Es como decir: «O estás con nosotros o estás contra
nosotros», como si la lealtad fuera un interruptor que no se puede regular ni
reprogramar. Este truco obliga a las personas a tomar posturas extremas,
impidiendo el diálogo y haciendo que el compromiso parezca una traición.
En nuestro manicomio
moderno, se utiliza como arma en todas partes: desde la política, donde las
elecciones se presentan como batallas apocalípticas entre el bien y el mal,
hasta el mantra de la era del Covid de "vacunarse o morir" que borró
cualquier mención a la inmunidad natural o los tratamientos alternativos. Es
una trampa mental que se aprovecha de nuestros instintos tribales, haciéndonos
sentir seguros de nuestra rectitud mientras nos ciega ante las zonas grises
donde reside el verdadero entendimiento. Y esa es la ventaja del pensador
crítico: detectar estas ilusiones antes de que nos atrapen.
Kit Knightly, el
ingenioso editor de Off-Guardian, maneja el término “falso binario” como un
bisturí en el quirófano de la disección narrativa: preciso, incisivo y siempre
apuntando al corazón supurante de la oposición controlada.
Principalmente en OffG, donde ha sido una voz fundamental desde los inicios del sitio, Knightly utiliza su plataforma para desenmascarar cómo las estructuras de poder manipulan las decisiones. Por ejemplo, las interminables trampas de izquierda/derecha, rojo/azul o vacuna/antivacunas que confinan la disidencia en pequeños corrales, asegurando que la verdadera salida permanezca cerrada con llave.
¿Su momento estelar? “Desmontando la falsa dicotomía” con la recién creada Independent Media Alliance (IMA), junto a figuras destacadas. Allí, desmantelan la “falsa
dicotomía” como técnica central de control narrativo, destacando cómo los
medios “alternativos” se ven infiltrados por divisiones impregnadas de
optimismo infundado: salvadores de Trump contra los horrores de Harris,
“luchadores por la libertad” pro-Ucrania contra aislacionistas pro-Rusia, o
tecno-utopías contra el pánico ludita; todo ello diseñado para sembrar la
división mientras los amos tecnocráticos se ríen desde las sombras.
En otro texto,
Knightly se hace eco de esta idea en el manifiesto de lanzamiento de IMA, donde
presenta la falsa dicotomía como el enemigo público número uno en la guerra de
los medios alternativos: contrarrestar los “falsos paradigmas bipartidistas”,
el apoyo incondicional a la guerra imperial y las “soluciones” de
identificación digital que se presentan como la única panacea para todos los
males. Knightly no solo señala la falacia; describe su despliegue en
operaciones psicológicas en tiempo real, desde sectas que fomentan el
cumplimiento de las normas contra el Covid hasta el teatro electoral, instándonos
a desenmascarar los guiones y a comprender los matices.
¿Por qué la gente se
aferra a falsas dicotomías como a salvavidas en una tormenta? Claro, a quienes
imponen su agenda les encantan: el enfoque en blanco y negro es la herramienta
perfecta para dividir y vencer, arreando a las ovejas a corrales opuestos
mientras los pastores cuentan la lana. Pero no finjamos que esa es toda la
historia. La verdadera corrupción es más profunda, penetra directamente en la
psique humana, donde la comodidad siempre se impone a la complejidad.
La mayoría de la
gente no está preparada para el esfuerzo cognitivo que exige el pensamiento
crítico. Los matices son agotadores; requieren mantener ideas contradictorias
en la cabeza sin que el cerebro se bloquee. ¿Polaridad? Eso es una manta
cómoda. Eliges un bando, le pones una etiqueta y, de repente, el mundo tiene
sentido: sin zonas grises molestas con las que tropezar. Es el equivalente
mental de la comida rápida: rápida, satisfactoria y, a la larga, perjudicial.
La disonancia cognitiva es dolorosa; las falsas dicotomías son analgésicos.
Carl Jung, aquel
viejo sabio suizo de la psique, lo expresó a la perfección cuando habló de la
«tensión de los opuestos»: el espacio eléctrico donde la tesis choca con la
antítesis, dando a luz la síntesis viva que es la vida real. No se trata de una
resolución sencilla; es un constante caminar sobre la cuerda floja, que nos
exige sostener la insoportable incertidumbre entre nuestras manos temblorosas,
mirando fijamente al abismo entre el blanco y el negro sin pestañear.
La mayoría de las personas con tendencia a seguir la corriente (y debo decir que también muchas con tendencia a rebelarse) huyen hacia los precipicios de la certeza, aterrorizadas por el vértigo que supone admitir: «Quizás me equivoque, quizás sean ambas cosas, quizás no sea ninguna». El ego clama por terreno firme —elegir un bando, plantar una bandera, silenciar la disonancia—, así que colapsan la tensión en una falsa dicotomía, extinguiendo la chispa que podría iluminar la verdad.
La mayoría de los pensadores críticos prosperan en la
fricción, con los músculos doloridos por la tensión, porque ahí es donde se
esconden los dioses, susurrando secretos a aquellos lo suficientemente
valientes como para escuchar sin respuestas.
Luego está el
atractivo tribal. Los humanos somos animales sociales, y nada une a un grupo
más rápido que un enemigo común. El «nosotros contra ellos» no es solo un
recurso narrativo, sino evolutivo. En la época de la sabana, la supervivencia
no se basaba en la ambigüedad moral de la tribu rival; uno elegía su bando y
luchaba. Hoy, ese instinto es secuestrado por algoritmos y expertos, pero la
esencia es la misma. Admitir que tu bando podría estar equivocado se siente
como una traición, así que la gente se aferra aún más a su postura, incluso
cuando los hechos demuestran lo contrario.
Y sí, el pensamiento crítico lleva décadas en coma. Las escuelas fomentan la obediencia, no la curiosidad. Los medios premian la indignación, no el análisis. Las redes sociales amplifican las opiniones más simplistas y estridentes. Hemos criado generaciones que confunden la certeza con la fortaleza y la duda con la debilidad.
Cuando nunca te han enseñado a cuestionar, la polarización no solo
es más fácil, sino que es el único camino que vislumbras. Y esto, huelga decir,
es en gran medida, obra de la agenda, cuya única intención es
controlar a las masas.
Dicho esto, la
agenda se aprovecha de lo que en su mayoría ya existe: una pereza mental
colectiva, un miedo a la ambigüedad y una necesidad desesperada de pertenecer.
Los pastores no crean las ovejas; simplemente construyen mejores cercas.
Quienes usamos el pensamiento crítico vemos las puertas y buscamos la manera de
salir del rebaño. La mayoría ni siquiera lo intenta.
Todd Hayen,
doctor en psicología
https://www.verdadypaciencia.com/2025/11/negro-blanco-y-la-mentira-comoda.html

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