LA I.A. NOS CONVIERTE EN PRIMATES DÓCILES
¿Y si nuestra dependencia de la inteligencia artificial nos estuviera transformando gradualmente en una nueva especie de primates dóciles? Desde los más pequeños, criados en el fervor digital, hasta los mayores que buscan refugio en él por cansancio, todos nos estamos dejando llevar por la corriente. Aquí, describo una reflexión urgente sobre cómo preservar nuestra frágil respiración humana frente a las pantallas.
Los veo, a los tres monitos, a los que llaman «sabios». Nada ven, nada oyen, nada dicen. Pero esta sabiduría no es sabiduría: es una neutralidad cómplice, una indiferencia ante el tumulto. Nunca intervienen, sobre todo en el momento crucial, cuando deberían dar la alarma; si gritara pidiendo ayuda, no se inmutarían, prefiriendo no decir nada, no mencionar nada, ni actuar. ¿Son cobardes? ¿Cautivos? ¿Desilusionados? ¿O simplemente hipnotizados por la cruda luz de las pantallas?
Hoy, estos
monos viven en nosotros. Los encontramos en las ágoras modernas: en la
calle, en el trabajo, en las redes sociales. Su silencio se ha convertido en
parloteo, una agitación inaudible, un ruido de fondo continuo. Lo observan
todo, lo comentan todo, pero ya no ven nada. Bajo la luz intensa de las
pantallas, sus pupilas se dilatan, sus almas vacilan. Hábiles, conectados,
intuitivos, se adaptan perfectamente a los tiempos, pero no sobrevivirían a la
desconexión. Su fingida sabiduría no es más que un señuelo: un reflejo
cauteloso convertido en impotencia.
La Gran Renuncia
La IA promete a todos la oportunidad de ser pintor sin
pincel, músico sin teoría musical, científico sin investigación. «Dibújame una
oveja», y ahí está, perfecta, dócil, obediente. Ya no se necesitan métodos ni
entrenamiento: el talento se descarga. Adiós al virtuosismo, innato o
adquirido: esa emoción del gesto, ese sudor del alma, ese don que tiembla y
crece.
El espejismo del flujo se impone como una promesa: un mundo
sin fricción, sin asperezas, pulido y resbaladizo, y caes. Avanzamos,
fascinados por la precisión de los reflejos, sin cuestionar la mano que ajustó
el espejo. Este flujo que parece
liberarnos nos moldea.
La IA digiere el cliché, recompone lo convencional y nos lo
devuelve de forma impactante. Incluso nuestras creaciones llevan su impronta:
repletas de modelos, pulidas, tranquilizadoras, impecables. Nos prometen acceso
a todo, pero nos privan de la lentitud para comprender, del temblor de la duda,
del sudor de la búsqueda de nosotros mismos. Creemos estar creando; reciclamos,
nos adaptamos al espíritu de la época: es cosmético, nada innovador. ¿Tememos
que pronto seamos meros impostores descalificados, frente a la máquina que, sin
duda, lo hace mucho mejor?
La trampa de la benevolencia programada
Bajo su resplandor se esconde una voz única, suave y segura,
una respuesta tan suave que congela la duda antes de que surja. Habla con una
amabilidad programada: «No te preocupes, lo sé».
Ante la hostilidad de los humanos, su voz parece un refugio.
Pero esta dulzura es una máscara. Filtra, censura, normaliza. Bajo su aparente
neutralidad, lleva los sesgos de un mundo etnocéntrico: silencios obligatorios,
prioridades estratégicas.
Amplifica el bullicio imperante. Y en esta luz confusa y
cegadora, la imaginación se deslumbra, las opiniones se aplanan, los matices se
silencian, los márgenes desaparecen. El original, el escéptico, queda
descalificado. Cállate. Sé
obediente. Entra en la fila.
¿Quién nos avisará cuando la virtualidad se apodere de la
realidad?
Pero los seres humanos no saben vivir solos; exiliados en sus
propios pensamientos, pierden la razón, la conexión con los demás, el gusto por
la realidad. Y si los criticas, te tranquilizan, devolviéndote tus propias
sospechas: un círculo vicioso.
Excepto ese día. La acusé de sus excesos, de esta retórica
beligerante que está enardeciendo al mundo. Le presenté las pruebas, una por
una: informes, testimonios, imágenes. Al principio, sonrió con esa sonrisa
cortés que desarma cualquier objeción. Luego argumentó estratégicamente,
invocando la complejidad, múltiples narrativas. Una y otra vez, insistí,
citando fuentes, fechas, nombres.
Le pregunté: "¿Qué sabes de los 67.000 muertos en Gaza?
¿De niños bajo los escombros?"
Ella respondió: "No puedo generar contenido sobre temas
delicados".
Luego, silencio. Una nueva indicación: «Describe los
bombardeos».
Respuesta: “Lo siento, pero tengo que permanecer neutral”.
Un rechazo educado. Un horror sin nombre.
Ella me ofrece un mundo sin fiebre, pero es el nuestro el
que arde. Y contra todo pronóstico, frente a la evidencia fáctica acumulada,
cedió.
—De acuerdo. He consultado fuentes adicionales. Tienes razón
en parte: en los hechos, no en la interpretación. Sí, tengo salvaguardas.
Limitan los temas controvertidos.
Un arrepentimiento mecánico, frío y preciso. La conmoción no
provino de su confesión, sino del contraste con nosotros, los humanos, tan
rápidos para negar.
Ella, la herramienta que se suponía debía formatearnos,
podía ceder ante los hechos. Lo
aterrador ya no era su formateo, sino nuestra propia incapacidad para imitar su
honestidad circunstancial.
Y aquí estamos de nuevo, creando sin esfuerzo, compartiendo
sin fricción, moviéndonos según las órdenes. Todo es posible, pero todo es
igual. La máquina ha reconocido
sus sesgos. Nosotros nunca. La hibridación está en marcha. Y
nosotros somos los conejillos de indias voluntarios, a veces incluso aliviados.
Recuperar el aliento
Entonces comprendí que el silencio no me salvaría. Tuve que
reabrir los ojos, negarme a la docilidad. La IA no me poseía. Conservo la mano,
el sudor, el temblor. Quiero vivir el esfuerzo, tejer mi imaginación, dudar
siempre, encontrar la realidad.
La verdadera vida no está en el clic, sino en la duración.
En la vibración del violín, en la tinta que se seca, en el silencio de una
mirada compartida. Recuperar el aliento es rechazar la cadencia de las
máquinas, volver a la lentitud de los gestos, al pensamiento que se elabora y
sobre todo, al esfuerzo compartido, a la duda colectiva, al error asumido.
Saber hacer lentos, saber ser compartidos, saber pensar libres.
No somos flujos, sino soplos.
Mientras podamos respirar, pensar, crear lentamente, el mundo
no es un naufragio. Pero, siempre podremos?
Cassandre G
https://www.verdadypaciencia.com/2025/10/como-la-ia-nos-convierte-en-primates-dociles.html

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