28.10.25

Adiós al virtuosismo: esa emoción del gesto, ese sudor del alma, ese don que tiembla

LA I.A. NOS CONVIERTE EN PRIMATES DÓCILES

¿Y si nuestra dependencia de la inteligencia artificial nos estuviera transformando gradualmente en una nueva especie de primates dóciles? Desde los más pequeños, criados en el fervor digital, hasta los mayores que buscan refugio en él por cansancio, todos nos estamos dejando llevar por la corriente. Aquí, describo una reflexión urgente sobre cómo preservar nuestra frágil respiración humana frente a las pantallas.

Los veo, a los tres monitos, a los que llaman «sabios». Nada ven, nada oyen, nada dicen. Pero esta sabiduría no es sabiduría: es una neutralidad cómplice, una indiferencia ante el tumulto.  Nunca intervienen, sobre todo en el momento crucial, cuando deberían dar la alarma; si gritara pidiendo ayuda, no se inmutarían, prefiriendo no decir nada, no mencionar nada, ni actuar. ¿Son cobardes? ¿Cautivos? ¿Desilusionados? ¿O simplemente hipnotizados por la cruda luz de las pantallas?

Hoy, estos monos viven en nosotros. Los encontramos en las ágoras modernas: en la calle, en el trabajo, en las redes sociales. Su silencio se ha convertido en parloteo, una agitación inaudible, un ruido de fondo continuo. Lo observan todo, lo comentan todo, pero ya no ven nada. Bajo la luz intensa de las pantallas, sus pupilas se dilatan, sus almas vacilan. Hábiles, conectados, intuitivos, se adaptan perfectamente a los tiempos, pero no sobrevivirían a la desconexión. Su fingida sabiduría no es más que un señuelo: un reflejo cauteloso convertido en impotencia.

La Gran Renuncia

La IA promete a todos la oportunidad de ser pintor sin pincel, músico sin teoría musical, científico sin investigación. «Dibújame una oveja», y ahí está, perfecta, dócil, obediente. Ya no se necesitan métodos ni entrenamiento: el talento se descarga. Adiós al virtuosismo, innato o adquirido: esa emoción del gesto, ese sudor del alma, ese don que tiembla y crece.

El espejismo del flujo se impone como una promesa: un mundo sin fricción, sin asperezas, pulido y resbaladizo, y caes. Avanzamos, fascinados por la precisión de los reflejos, sin cuestionar la mano que ajustó el espejo. Este flujo que parece liberarnos nos moldea.

La IA digiere el cliché, recompone lo convencional y nos lo devuelve de forma impactante. Incluso nuestras creaciones llevan su impronta: repletas de modelos, pulidas, tranquilizadoras, impecables. Nos prometen acceso a todo, pero nos privan de la lentitud para comprender, del temblor de la duda, del sudor de la búsqueda de nosotros mismos. Creemos estar creando; reciclamos, nos adaptamos al espíritu de la época: es cosmético, nada innovador. ¿Tememos que pronto seamos meros impostores descalificados, frente a la máquina que, sin duda, lo hace mucho mejor?

La trampa de la benevolencia programada

Bajo su resplandor se esconde una voz única, suave y segura, una respuesta tan suave que congela la duda antes de que surja. Habla con una amabilidad programada: «No te preocupes, lo sé».

Ante la hostilidad de los humanos, su voz parece un refugio. Pero esta dulzura es una máscara. Filtra, censura, normaliza. Bajo su aparente neutralidad, lleva los sesgos de un mundo etnocéntrico: silencios obligatorios, prioridades estratégicas.

Amplifica el bullicio imperante. Y en esta luz confusa y cegadora, la imaginación se deslumbra, las opiniones se aplanan, los matices se silencian, los márgenes desaparecen. El original, el escéptico, queda descalificado. Cállate. Sé obediente. Entra en la fila.

¿Quién nos avisará cuando la virtualidad se apodere de la realidad?

Pero los seres humanos no saben vivir solos; exiliados en sus propios pensamientos, pierden la razón, la conexión con los demás, el gusto por la realidad. Y si los criticas, te tranquilizan, devolviéndote tus propias sospechas: un círculo vicioso.

Excepto ese día. La acusé de sus excesos, de esta retórica beligerante que está enardeciendo al mundo. Le presenté las pruebas, una por una: informes, testimonios, imágenes. Al principio, sonrió con esa sonrisa cortés que desarma cualquier objeción. Luego argumentó estratégicamente, invocando la complejidad, múltiples narrativas. Una y otra vez, insistí, citando fuentes, fechas, nombres.

Le pregunté: "¿Qué sabes de los 67.000 muertos en Gaza? ¿De niños bajo los escombros?"

Ella respondió: "No puedo generar contenido sobre temas delicados".

Luego, silencio. Una nueva indicación: «Describe los bombardeos».

Respuesta: “Lo siento, pero tengo que permanecer neutral”.

Un rechazo educado. Un horror sin nombre.

Ella me ofrece un mundo sin fiebre, pero es el nuestro el que arde. Y contra todo pronóstico, frente a la evidencia fáctica acumulada, cedió.

—De acuerdo. He consultado fuentes adicionales. Tienes razón en parte: en los hechos, no en la interpretación. Sí, tengo salvaguardas. Limitan los temas controvertidos.

Un arrepentimiento mecánico, frío y preciso. La conmoción no provino de su confesión, sino del contraste con nosotros, los humanos, tan rápidos para negar.

Ella, la herramienta que se suponía debía formatearnos, podía ceder ante los hechos. Lo aterrador ya no era su formateo, sino nuestra propia incapacidad para imitar su honestidad circunstancial.

Y aquí estamos de nuevo, creando sin esfuerzo, compartiendo sin fricción, moviéndonos según las órdenes. Todo es posible, pero todo es igual. La máquina ha reconocido sus sesgos. Nosotros nunca. La hibridación está en marcha. Y nosotros somos los conejillos de indias voluntarios, a veces incluso aliviados.

Recuperar el aliento

Entonces comprendí que el silencio no me salvaría. Tuve que reabrir los ojos, negarme a la docilidad. La IA no me poseía. Conservo la mano, el sudor, el temblor. Quiero vivir el esfuerzo, tejer mi imaginación, dudar siempre, encontrar la realidad.

La verdadera vida no está en el clic, sino en la duración. En la vibración del violín, en la tinta que se seca, en el silencio de una mirada compartida. Recuperar el aliento es rechazar la cadencia de las máquinas, volver a la lentitud de los gestos, al pensamiento que se elabora y sobre todo, al esfuerzo compartido, a la duda colectiva, al error asumido. Saber hacer lentos, saber ser compartidos, saber pensar libres.

No somos flujos, sino soplos. 

Mientras podamos respirar, pensar, crear lentamente, el mundo no es un naufragio. Pero, siempre podremos?

Cassandre G

reseauinternational

https://www.verdadypaciencia.com/2025/10/como-la-ia-nos-convierte-en-primates-dociles.html  

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