17.10.25

Dejemos de esperar a un salvador. Hay que alzarse juntos y construir un mundo mejor

CONSTRUYENDO NUESTRO FUTURO HOY

Ya he escrito casi todo sobre el estado del mundo, sobre este sistema en decadencia controlada, plagado por una élite de depredadores trajeados, y sobre la sumisión voluntaria del pueblo. Mientras muchos siguen buscando la solución mágica, el salvador providencial o el despertar colectivo de las masas, es hora de decir la cruda verdad, porque la solución ya está en nuestras manos y siempre ha estado ahí. 

Está en nuestras decisiones, en nuestros pensamientos, en nuestra capacidad de desobedecer lo injusto, de decir no a lo que oprime, de construir lo que libera. No hay otro camino. Es hora de dejar de evadir nuestra responsabilidad tras ilusiones democráticas o la expectativa de un milagro. Es hora de ser adultos. De asumir plenamente nuestra responsabilidad. Y, sobre todo, de luchar por un mundo que merezca existir. La lucha comienza en cada uno de nosotros, porque el Hombre providencial que tantos esperan... no es otro que tú mismo, y él se está levantando ahora.

El mundo tal como lo conocíamos se está derrumbando, y no es a causa de desastres naturales ni eventos imprevistos. No, la causa fundamental de nuestro declive es mucho más siniestra: somos víctimas de una élite tecnocrática, una casta de gánsteres globales que, trajeados y adornados con títulos pomposos, manipulan naciones y pueblos a su antojo. Estas "élites" afirman actuar por el bien común, pero en realidad persiguen intereses personales y económicos mientras transforman nuestras sociedades en máquinas de control totalitario.

Una casta de gánsteres disfrazados de élites

Este conglomerado de titiriteros sin escrúpulos, disfrazados de "élites", no tiene otras intenciones que las de tiranos, manipulando sociedades enteras como piezas de un tablero de ajedrez. Su poder no es una conquista gloriosa basada en el mérito, sino en la confiscación sistemática de recursos, información y el derecho a la libertad. Y, a pesar de su retórica tranquilizadora, su único objetivo es encerrarnos en un delirio totalitario, someternos a un sistema que controlan con mano de hierro.

El término "élite" se ha convertido en una máscara, una fachada que oculta una realidad mucho menos noble. Estas personas supuestamente "poderosas", que ocupan los puestos más estratégicos en el mundo político, económico y mediático, no son en realidad más que gánsteres modernos, repugnantes herederos de padres que han sido gangsterizados durante décadas. Su ambición es clara y busca mantener el control absoluto sobre el orden mundial que fundaron tras la Segunda Guerra Mundial (que ellos mismos financiaron y desencadenaron con este fin), a la vez que configuran una sociedad que les es completamente servil.

Tomemos como ejemplo las grandes instituciones financieras globales como el Banco Mundial, el FMI o los principales bancos de inversión. Estas entidades, supuestamente creadas para ayudar a las naciones en dificultades, solo mantienen a los países en una deuda crónica, una servidumbre financiera que les impide liberarse. Al financiar guerras, imponer planes de austeridad y extender su control sobre los recursos naturales de los países pobres, estos gánsteres capitalistas solo maximizan su propio poder mientras provocan hambre y aplastan a las poblaciones.

Al mismo tiempo, presenciamos el auge de una casta tecnocrática que, a través de gigantes digitales, controla el acceso a la información, manipula la opinión pública y monitorea cada aspecto de nuestra existencia. Empresas como Google, Facebook y Microsoft no son solo empresas privadas; son, sobre todo, herramientas de dominación. Controlan nuestro comportamiento, analizan cada uno de nuestros movimientos, nuestras preferencias, nuestros miedos y nuestros deseos. Nos hemos convertido en productos, números para analizar en su gigantesco panel de control. Y, voluntaria y conscientemente, les hemos proporcionado todas las armas necesarias para nuestro propio encarcelamiento en su matriz virtual.

La ilusión democrática es una cortina de humo para enmascarar la tiranía

Si estas "élites" dominan, es también gracias a la ilusión de la democracia. Este sistema, supuestamente diseñado para gobernar para el pueblo y por el pueblo, no es más que una farsa grotesca, un espejismo político, una utopía que nunca existió más allá de discursos vacíos. Lo que se suponía que era el bastión de los derechos y las libertades se ha transformado en un instrumento de manipulación masiva, donde las promesas de justicia e igualdad no son más que ilusiones artificiales que engañan a las masas. Tras la máscara de la democracia, se esconde una verdadera dictadura de la opinión y el consumo.

Nuestras elecciones se han convertido en farsas mediáticas, presentándonos opciones sin sentido, garantizando que el orden de las cosas nunca se altere. Los partidos políticos ahora luchan solo por preservar sus privilegios: esas remuneraciones vergonzosamente extraídas del sudor de las poblaciones que desprecian abiertamente. Mientras tanto, las decisiones reales se toman a puerta cerrada, en salas de conferencias privadas, en clubes secretos o discretos, durante reuniones oscuras, lejos de los oídos y los ojos de las personas condenadas a la ignorancia. Todo se orquesta en la sombra, para que nada cambie, excepto para quienes mueven los hilos.

Ucrania no es el centro del drama, solo un peón sacrificado en el tablero de una guerra que trasciende sus fronteras. Una guerra en la que las grandes potencias no defienden pueblos, sino intereses de influencia, corredores de poder, recursos y narrativas. Una guerra que no tiene nada de romántico, ni siquiera de heroico, a pesar de las historias simplistas que cuentan los medios.

Este conflicto, en realidad, no es una cruzada por la libertad. Es una estrategia para dividir y debilitar a Europa, para impedir cualquier acercamiento a Rusia, su vecino natural, su doble histórico, su evidente socio geoeconómico. Una Europa aliada con Rusia, una Europa independiente y soberana, arraigada en su cultura y rica en recursos, sería una amenaza para el orden mundial dominado por Washington. Estados Unidos no quiere una Europa libre. Quiere una Europa vasalla, fragmentada, paralizada por sus contradicciones internas y estrangulada en una red de dependencias cuidadosamente tejida: dependencia militar a través de la OTAN, el brazo armado de su influencia; dependencia económica, mantenida mediante el euro controlado externamente, las instituciones financieras internacionales y una doctrina neoliberal impuesta como única vía posible.

Se está haciendo todo lo posible para que Europa deje de pensar, de elegir y de soñar. Para que siga siendo un mercado, no una civilización. Y si eso significa alimentar un conflicto, arruinar economías, avivar el temor a una guerra más amplia, que así sea. El objetivo no es Ucrania. El objetivo es Europa, debilitada, sumisa y alineada. Porque Europa, ante todo, no debe emanciparse. Debe seguir siendo un protectorado con soporte vital atlantista, una criatura dócil y sin carácter, incapaz de unirse con Oriente, incapaz de mantenerse sola. Este es el verdadero problema que la gente debe comprender. No estamos defendiendo a Ucrania; estamos confinando a Europa.

La guerra como herramienta de dominación geopolítica

Debemos dejar de creer que la guerra es una desgracia imprevisible o un giro trágico de la historia. Es, en realidad, la herramienta predilecta de una casta sin honor, una élite parásita que desde hace mucho tiempo ha intercambiado la moral por el lucro y la paz por el poder. Estas personas no viven a pesar de la guerra; la sobreviven, se alimentan de ella, se enriquecen y se deleitan con ella. Porque la guerra nunca estalla por casualidad. Se planea, se decide, se financia. Es el resultado de un cálculo frío, elaborado en los rincones de centros de investigación, reuniones confidenciales, clubes privados donde no se debate la moral, sino los márgenes de beneficio. Quienes se presentan como los "garantes del orden internacional" son los verdaderos arquitectos del desorden global.

Al igual que con el terrorismo, que dicen combatir, practican un doble juego perpetuo, alentándolo para combatirlo mejor. Crean la amenaza para justificar el arsenal. Provocan inestabilidad para imponer el control. Cada ataque les da derecho a espiar. Cada guerra les da la excusa para invadir. Cada caos les permite avanzar una pieza en el tablero global. Y mientras caen las bombas, los números aumentan. Porque tras el estruendo de las armas, siempre se esconden los mismos especuladores invisibles.

Son los banqueros apátridas, que prestan dinero de la destrucción solo para pagarse con intereses sobre las ruinas; los contratistas de reconstrucción, que esperan pacientemente a que se seque la sangre para reconstruir los edificios que ayudaron a derribar; los fabricantes de armas, que no necesitan ni enemigos ni aliados, sino solo conflictos permanentes, para vender cada vez más muerte a crédito. Bombardean, luego reconstruyen. Destruyen, luego facturan. Se apoderan del gobierno el tiempo suficiente para perpetrar sus crímenes y luego desaparecen, dejando atrás países en ruinas, pueblos destrozados y generaciones enteras sacrificadas en el altar de sus dividendos.

Y nosotros, los pueblos de Europa, los pueblos del mundo, observamos este teatro de sombras, creyendo aún que se trata de política. Pero no se trata de gobernanza; se trata de una guerra silenciosa contra los propios pueblos, librada sin banderas ni fronteras, con la complicidad de las élites nacionales que han traicionado todo lo que decían defender. Ahora, solo queda un obstáculo entre ellos y su imperio: la conciencia de los pueblos. Y es precisamente esta conciencia humana, esta última chispa de lucidez y rebelión, la que ahora buscan extinguir, ya no simplemente mediante el miedo, la guerra o la mentira, sino mediante el control total, frío y metódico de un mundo digitalizado hasta la médula.

Porque a medida que la tecnología se afirma, la libertad retrocede. La humanidad, fascinada por el progreso, se deja encadenar lentamente por las mismas herramientas que creó. Redes, algoritmos, sistemas de salud conectados, monedas digitales, todo esto ya no es una comodidad moderna. Son los eslabones de una servidumbre programada, una red invisible que se cierne sobre nuestras vidas cada día. Con el pretexto de la seguridad, nos rastrean; en nombre de la salud, nos vigilan; por nuestro "bien", nos condicionan. Cada dato se convierte en un hilo conductor, cada gesto en una señal, cada elección en un número en un sistema que ya no tolera lo inesperado ni la disidencia.

Así, el propio cuerpo humano se convierte en territorio de conquista. Las tecnologías biológicas y digitales se infiltran en él, redefiniendo la frontera entre lo vivo y lo mecánico. Tras el discurso de la innovación se esconde una empresa más oscura: la domesticación de la raza humana. Y cuando el hombre esté totalmente cuantificado, mapeado y corregido, cuando su sangre, sus pensamientos y sus movimientos se hayan convertido en datos explotables, ya no necesitará cadenas visibles.

Será un esclavo, consentidor, conectado y, sobre todo, dócil. Este es el verdadero propósito de un mundo donde la libertad solo existe en los museos, donde la consciencia es reemplazada por el código, y donde la humanidad, reducida a un simple algoritmo, terminará extinguiéndose por no haber sabido decir no.

La deconstrucción de las naciones y la soberanía

Uno de los principales objetivos de esta casta gobernante es destruir la soberanía de las naciones, diluir las identidades y voluntades populares en un magma uniforme, donde los pueblos no serían más que variables económicas y políticas. En este empeño, la Unión Europea ya no desempeña el papel de unión de pueblos que se le atribuyó inicialmente, sino el de una herramienta de control absoluto, donde las decisiones cruciales las toman tecnócratas no electos, lejos de cualquier control democrático y fuera del alcance de la ciudadanía. Ya no es una construcción destinada a acercar a las naciones europeas, sino una maquinación destinada a someterlas a los intereses de un poder supranacional tecnocrático, al servicio de las élites financieras y globalistas.

Bajo el pretexto de la integración, la UE ha establecido una uniformidad política y económica que atenúa las diferencias nacionales en favor de una norma dictada por las potencias financieras transnacionales. Los pueblos de Europa, antaño portadores de sus propias historias, tradiciones y aspiraciones, se enfrentan ahora a un sistema en el que sus voces son silenciadas, sus derechos diluidos y sus libertades restringidas. Este proyecto europeo no es más que un mecanismo de subyugación, una estrategia de nivelación en la que las naciones se reducen a meros peones en un juego de poder global.

La llamada globalización no es más que una guerra declarada contra las naciones, un proceso de desmantelamiento metódico de soberanías bajo el pretexto de la modernidad y la apertura. Tras los lemas vacíos de "libre mercado" y un "mundo interconectado", ha permitido que un puñado de multinacionales voraces se apoderen del poder político, impongan sus leyes y transformen a los Estados en meros subsidiarios de sus intereses privados. Esto no es apertura; es una toma de rehenes a escala global, donde el ciudadano no es más que un consumidor vigilado y donde la democracia es sustituida por el chantaje económico.

En este nuevo orden de mercado, Francia, Alemania o Italia ya no son naciones; son zonas de tránsito, entidades fantasma, gobernadas no por sus ciudadanos, sino por directores ejecutivos, fondos de inversión y banqueros globales que dictan su voluntad sin acudir jamás a las urnas. Los gobiernos ya no gobiernan; obedecen a Bruselas, BlackRock, McKinsey, la OMC o el FMI. Cualquier forma de soberanía real es erradicada metódicamente, toda resistencia nacional es demonizada, toda autonomía es criminalizada. Esto es la globalización... Es un proceso de esclavitud globalizada, disfrazado de progreso y vendido a la opinión pública como inevitable.

El control de la información y el embrutecimiento de las masas

Una de las herramientas más formidables de la élite para mantener a la gente ignorante y sumisa es el control absoluto de la información. Los medios tradicionales, antaño supuestamente un "contrapoder", ahora no son más que portavoces serviles de quienes ostentan el poder, dóciles transmisores de la propaganda oficial. ¿Su misión? No es iluminar a la opinión pública, sino adormecerla, condicionarla y distraerla de los verdaderos problemas. Detrás de cada "crisis", cada guerra, cada revolución de color o "emergencia sanitaria", se despliega la misma narrativa prefabricada, diseñada para generar apoyo, demonizar a los disidentes y enmascarar las responsabilidades de quienes orquestan el caos. No informan; fabrican la realidad.

En cuanto a las redes sociales, supuestos bastiones de la libertad de expresión, se han convertido en laboratorios de control mental, herramientas de vigilancia masiva donde cada clic, cada palabra, cada reacción se registra, analiza y explota. Los algoritmos no sirven al interés general; moldean la opinión, filtran el pensamiento y reprimen la divergencia. Ya no somos ciudadanos; somos perfiles manipulables, objetivos publicitarios, sujetos de experimentos conductuales. La población se ahoga en un océano de contenido vacío, escándalos intrascendentes y distracciones diseñadas para aturdir. Esto es el totalitarismo moderno, una esclavitud digital limpia, silenciosa y perfectamente integrada. Como el control mental, algorítmico pero permanente.

Pero el control no se limita a la información. Se propaga con precisión clínica, infiltrándose en cada resquicio de nuestra existencia, bajo el pretexto del "progreso" y la "seguridad". El totalitarismo digital se está consolidando lenta pero firmemente, como una ola invisible, arrasando con todo a su paso. Con la llegada de las monedas digitales, las cámaras de reconocimiento facial y los sistemas de crédito social, esta élite ahora tiene las herramientas para rastrear y controlar cada gesto, cada pensamiento, cada decisión en nuestra vida diaria. Ya no somos individuos; somos datos para ser analizados, evaluados e influenciados.

Los Estados, cómplices de esta deriva, se han aliado con gigantes digitales —Amazon, Google, Microsoft— para recopilar una cantidad colosal de información personal: cada movimiento, cada compra, cada palabra tecleada, cada paso dado. Somos rastreados a cada instante, bajo la mirada omnipresente de cámaras, satélites y redes. Esto ya no es vigilancia; es control total, un dominio absoluto sobre nuestra vida privada, nuestras decisiones, nuestros deseos. Quienes se resisten, quienes aún se atreven a desafiar este sistema, son aplastados, condenados al ostracismo, transformados en enemigos del orden público, eliminados del debate y amordazados por los medios de comunicación y el poder judicial. La disidencia se convierte en delito, y el único comportamiento tolerado es el conformismo absoluto. El sistema totalitario digital está en marcha, y ahora es indiscutible que ha traspasado todos los límites de la libertad.

Y todo esto se ha desplegado ante nuestros ojos, abiertos pero ciegos. No porque la verdad estuviera oculta —grita a cada instante—, sino porque nos han enseñado a no querer verla. A no creer más en nuestro poder, a desconfiar de nuestros instintos, a despreciar nuestra soberanía. La verdad más brutal, la más difícil de admitir, es que hemos sido cómplices silenciosos de nuestra propia servidumbre. Por miedo, por pereza, pero sobre todo por resignación. Sin embargo, esta cadena aún puede romperse.

Frente a todo esto, construyamos nuestro propio futuro.

Ya es hora de recuperar nuestras vidas, nuestras voces, nuestros países. Aún hay tiempo, quizás el último, para despertar conciencias, para arrancarles las máscaras a estos gánsteres con corbata, para denunciar sus crímenes, para rechazar su sistema basado en el miedo, la mentira y la sumisión. El mundo no necesita su orden numérico, su seguridad ni su progreso tóxico. El mundo necesita libertad, verdad y, sobre todo, valentía. Pero esta libertad no vendrá de ellos. ¡Solo vendrá de nosotros!

Ante las crisis ecológicas, las crecientes desigualdades, el creciente odio y la acelerada deshumanización, es evidente que nuestro mundo se tambalea sobre cimientos frágiles. Esta observación no pretende alimentar la desesperación, sino despertarnos. Porque es precisamente en esta lúcida conciencia donde nace la fuerza para cambiar. Y convertirse en adulto no se trata solo de aceptar responsabilidades; se trata también de encarnar una ética cotidiana, cuestionar nuestros hábitos, nuestras elecciones de consumo, nuestras relaciones y, sobre todo, cultivar en nosotros la capacidad de escuchar, comprender y actuar conscientemente. Cada gesto, cada palabra, cada compromiso, por humilde que sea, contribuye a construir un futuro más justo y humano.

El poder del cambio reside en el poder que todos poseemos, pero que a menudo se ignora: el de la voluntad iluminada. Al asumir este rol, dejamos de ser víctimas o espectadores para convertirnos en actores comprometidos, capaces de influir en el curso de los acontecimientos. El camino es arduo, pero la promesa de un mundo mejor vale todo el esfuerzo. Así que, dejemos de esperar a un salvador. Ha llegado el momento de alzarnos juntos, con un ideal asumido y concreto, para construir, desde hoy, la sociedad, libre de estos parásitos, que deseamos legar a las generaciones futuras.

Phil BROQ.

https://jevousauraisprevenu.blogspot.com/2025/10/batir-des-aujourdhui-notre-futur.html  

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