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9.3.20

Creamos miles de futuros frustrados mientras cuesta encontrar un fontanero

ADIÓS AL TALENTO                                                    
Permítame que le proponga un experimento mental muy sencillo. Cierre por un instante los ojos y piense a continuación en las situaciones desagradables que ha vivido en la última semana o mes en relación con su trabajo o con los servicios que ha recibido, sea de un proveedor privado o de un funcionario público. Y ahora pregúntese esto: ¿cree que los problemas por los que pasó fueron mayoritariamente causados por la falta de profesionalidad, o de talento? ¿Le parece que lo que funciona mal o directamente no funciona es debido, en general y en cuanto hace a las personas, a que escasean los talentos o los verdaderos profesionales?

Cada vez que he planteado este juego a una audiencia, me he encontrado con que entre el noventa y el cien por cien admitía que es la falta de profesionalidad, antes que la de talento, la que nos aprieta el zapato. Pese a ello, le reto a que busque en Google «talento» y «profesionalidad», a que rastree en Amazon libros con el mismo título o en Youtube conferencias que se ocupen de lo mismo, y a que trate de encontrar en los planes de estudio y en los programas de grado y posgrado a quien se preocupe de formar buenos profesionales.
¿Por qué no vende la profesionalidad, y vende tanto el talento? Por dos motivos muy distintos. El primero guarda relación con una inercia cultural imperante, que llamaremos, siguiendo al sociólogo estadounidense Robert Bellah, «individualismo expresivo». El segundo tiene que ver con la pura conveniencia, con las naturalezas respectivas del talento y la profesionalidad, que atraen y repelen, respectivamente, a los cada vez más numerosos -y desvergonzados- vendedores de crecepelo.