EL ESPECTÁCULO DEL MIEDO
INSTRUMENTO ESTRATÉGICO
DE CONTROL
La emoción se convirtió en el sistema operativo de
la democracia posmoderna
En un mundo saturado de amenazas artificiales, el miedo se ha convertido en la principal herramienta de gobierno. De Bush a Biden, y de Macron a Netanyahu, las élites globalistas han perfeccionado el arte de la ingeniería emocional para neutralizar a las poblaciones.
Este ensayo explora cómo la democracia posmoderna se ha transformado en un teatro de la ansiedad, donde los ciudadanos ya no piensan, sino que reaccionan. Ante el declive de la civilización y el inevitable colapso de la ideología transhumanista, solo queda un bastión por defender: el alma.
De Hobbes a Macron
El miedo como fundamento del poder en Leviatán (1651), Thomas Hobbes sentó las bases de un orden político basado en el miedo. El hombre, abandonado a su suerte, es un depredador de su prójimo. Para evitar la guerra de todos contra todos, una autoridad central fuerte debe imponer el orden a través del miedo. Este paradigma nunca desapareció. Simplemente evolucionó.
En los regímenes posmodernos, el miedo ya no es brutal; es sutil,
difuso y mediático. Ya no se manifiesta a través de la represión física (aunque
todavía puede), sino principalmente a través de la saturación emocional. Los
ciudadanos ya no tiemblan ante los soldados; se preocupan por las curvas de
contagio, las alertas terroristas y la creciente gama de amenazas existenciales
El modelo Problema — Reacción — Solución
Edward Bernays, pionero de la propaganda moderna y sobrino
de Freud, teorizó un mecanismo simple pero devastador:
1. Crear o amplificar un problema
2. Desencadenar una fuerte reacción emocional
3. Ofrecer una solución preconcebida
Convertido en el modelo de la gobernanza contemporánea. Tras
paralizar a la población estadounidense con los atentados del 11-S —planeados, según
algunos, con la complicidad de la administración Bush y equipos de inteligencia
extranjeros—, el presidente George W. Bush impuso la Ley Patriota, suspendió
las libertades fundamentales y desató guerras interminables. El miedo a un
terrorista invisible se convirtió en el combustible de una cínica política
imperial.
En 2020, los gobiernos globalistas decretaron confinamientos
coordinados con el pretexto de un virus supuestamente desarrollado en el
laboratorio militar estadounidense de Fort Detrick. Al igual que con el 11-S,
se prohibió el debate. Cualquier cuestionamiento se convirtió en
"conspiración". Y el aparato globalista contaba con las herramientas
legales y fiscales para silenciar la disidencia.
El miedo como palanca de gobernanza
El miedo ya no es un síntoma, sino una herramienta.
Justifica:
* La vigilancia digital masiva
* Los pases sanitarios y los códigos QR
* La censura de las voces disidentes
* La suspensión del debate público
También legitima figuras como Gérald Bronner, sociólogo
respaldado por Macron y designado para dirigir la comisión "Les Lumières à l'ère numérique".
Oficialmente encargada de combatir las noticias falsas, su verdadera misión es
regular el pensamiento, filtrar narrativas y neutralizar a la oposición.
El ciudadano ya no es un actor político. Se convierte en un
espectador ansioso, bombardeado con datos, gráficos e historias que infunden
miedo. Ya no vota por ideas, sino contra amenazas.
El teatro emocional de los gobiernos globalistas
En este espectáculo permanente, los gobiernos globalistas
desempeñan su papel. Invocan la "seguridad" para ocultar su sumisión
a intereses financieros errantes. Afirman proteger a las poblaciones mientras
las encierran en una lógica de miedo, dependencia y vigilancia.
El equipo de Obama, incapaz de ocultar el deterioro
cognitivo del presidente Biden, se esconde tras una retórica antiodio mientras
activa las redes de Antifa. Macron prohíbe las preguntas sobre el género de su
hijo mayor mientras desmantela Francia por todos los medios a su alcance.
Netanyahu utiliza la islamofobia como arma para justificar el regreso de ISIS a
Siria y lo que algunos describen como el mayor genocidio del siglo.
El miedo no es accidental, es una estrategia. Desvía la
atención de los verdaderos problemas:
* Control corporativo del mundo
* Precariedad laboral
* La desaparición de la clase media occidental
* Concentración del poder económico
* La erosión de los derechos civiles y la democracia
Emoción vs. Razón
Mientras la emoción gobierne, la razón permanece en el
exilio. La vida política se convierte en teatro, donde los ciudadanos
interpretan papeles escritos por otros. Expresan su indignación al instante, se
preocupan según los gráficos, votan según los miedos preestablecidos.
El debate público es reemplazado por la gestión de los
afectos. La política se convierte en una cuestión de moralidad impuesta.
Mientras tanto, las verdaderas palancas del poder —financieras, tecnológicas,
geopolíticas— permanecen fuera de nuestro alcance.
Hacia una resistencia lúcida
Reconocer esta ingeniería emocional es el primer paso hacia
la resistencia. No se trata de negar los peligros reales, sino de rechazar su
instrumentalización. No se trata de rechazar la ciencia, sino de denunciar su
mal uso político y económico por parte de una minoría amoral.
El miedo debe dejar de ser una herramienta de gobierno. Debe
volver a su lugar legítimo: una señal de vigilancia, no de sumisión.
El fin de las ilusiones revolucionarias: Sobreviviendo a
través del alma
La democracia no puede sobrevivir a menos que recupere su
brújula racional. Esto requiere rehabilitar el debate, restaurar la confianza y
reconstruir una narrativa colectiva que trascienda las emociones y reconecte
con la verdad.
Pero este proyecto no será liderado por las instituciones
actuales, ni por las élites que las controlan, y mucho menos por la población
occidental. Seamos claros: no habrá revolución.
Quienes sueñan con levantamientos populares o insurrecciones
armadas se equivocan. Como escribió Solzhenitsyn: «El declive del coraje puede
ser la característica más llamativa del Occidente actual». Ya no somos capaces
de rebelarnos, no por falta de indignación, sino por agotamiento moral,
desorientación espiritual y sumisión a un mundo que nos enseñó a temerlo todo.
Nos hemos convertido en infrahumanos. Mi esfuerzo actual consiste en escribir
estas líneas, oculto tras una pantalla, e incluso entonces, cuento con la ayuda
de una inteligencia artificial que me impide decir lo que realmente ofende.
Una revolución sin pueblo
Las revoluciones nunca han sido espontáneas. La Revolución
Francesa fue financiada y orquestada por una clase empresarial masónica que
buscaba reemplazar a la monarquía y desmantelar la Iglesia. La Revolución
Soviética fue impulsada de forma similar por intereses transnacionales,
respaldados por banqueros de Wall Street, en una venganza geopolítica contra la
Santa Rusia. En ambos casos, el pueblo fue el instrumento, no el artífice.
Las élites globalistas actuales —políticas, financieras y
tecnocráticas— no cederán en nada. No prestarán su influencia, riqueza ni
experiencia a una revuelta campesina que las despojaría de sus privilegios. Han
bloqueado las instituciones, las narrativas y los flujos económicos. Han
convertido la democracia en teatro, al ciudadano en un consumidor idiota y a la
disidencia en un documental de Netflix.
Transhumanismo: El último espejismo
Este sistema no caerá por nuestras manos. Se ahogará en su
propio vómito. El transhumanismo —la ideología que busca superar a la humanidad
mediante máquinas— eventualmente se enfrentará a sí mismo. En su afán por
optimizarlo todo —cuerpos, mentes, emociones—, destruirá lo que nos hace
humanos: la fragilidad, la memoria, la trascendencia.
Pero este colapso no será rápido. No será espectacular. Será
lento. Y en esta larga agonía, nuestra única arma será la paciencia: una
paciencia vigilante, arraigada en la resistencia interior.
Defendiendo el último bastión: El Alma
Cuando todo se derrumba —narrativas, instituciones,
solidaridades—, un bastión permanece sin colonizar: el alma. Este espacio
invisible, intocable e irreductible es donde el individuo aún puede decir no.
No al miedo. No a la sumisión.
Defender el alma es negarse a convertirse en un engranaje
emocional. Es cultivar la lucidez, la memoria, la dignidad. Es preservar dentro
de uno mismo un espacio de silencio, discernimiento y verticalidad. Es rechazar
ser definido por algoritmos, preceptos morales y narrativas impuestas
Esto no es una revolución. No es una insurrección. Es una
resistencia invisible contra la ocupación tecnocrática de la realidad. Esta
gente rechazó la trascendencia hace milenios. Quieren este mundo y sus
riquezas. Nosotros, nuestra alma, somos eternos. Si nos matan, nuestra alma
regresa a casa. Estamos aquí, en el dominio del Príncipe de este mundo, solo en
tránsito.
Conclusión: Sobrevivir para reconstruir
No derrocaremos el sistema. Quizás sobrevivamos a su
colapso, pero debemos preservar nuestra alma. Nada está perdido mientras
mantengamos nuestra integridad. No nos rebajemos al nivel de un pueblo que se
cree superior y obedece a un demonio.
El renacimiento no vendrá de nuestras élites; ellas ya
tomaron su decisión. Vendrá de quienes defendieron su alma hasta el final.
William Kergroach - https://medium.com/@williamkergroach
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