LA VIDA NO TE ENSEÑA A SER FUERTE, TE
OBLIGA A SERLO
Un día te levantas y sucede algo que pone patas arriba tu mundo: la muerte de un ser querido, un diagnóstico serio, un despido… y el suelo se abre bajo tus pies. Nadie nos prepara para afrontar ese tipo de situaciones. No tenemos un manual de instrucciones para lidiar con las sorpresas indeseadas de la vida. Pero ahí están y la única posibilidad es seguir adelante, aunque ni siquiera sepamos exactamente cómo.
La vida como prueba
de resiliencia
La resiliencia, esa capacidad para no caer, adaptarnos y
recuperarnos tras la adversidad, no siempre es una elección consciente. Por
supuesto, podemos trabajarla y aprender técnicas para desarrollarla, pero
muchas veces se refuerza por pura necesidad.
Lo curioso es que cuanto más rotos, agotados y confundidos
nos sintamos, más resilientes nos estamos volviendo. Sin embargo, solo cuando
miramos atrás, reconocemos que esa experiencia que nos cambió también nos hizo
más capaces de sostenernos y nos permitió confiar más en nuestras
potencialidades.
En este sentido, resulta particularmente reveladora la regla
del 40% que siguen los NAVY Seal. Famosos por su exigente entrenamiento físico
que los lleva al límite, estos soldados saben que cuando nuestra mente dice
“basta”, es probable que solo hayamos llegado al 40% de nuestra capacidad.
Según ellos, somos capaces de soportar mucho más de lo que creemos y de llegar
mucho más lejos.
El paso de la
negación a la aceptación
Cuando la vida nos golpea, nuestro primer impulso suele ser
instalarnos en la negación. “Esto no puede estar pasando”, “tiene que ser un
error”, “seguro que mañana todo vuelve a la normalidad”. La negación como
mecanismo de defensa puede servirnos durante las primeras horas o días como un
pequeño salvavidas emocional: nos da tiempo para asimilar el impacto sin que la
realidad nos arrase por completo. Sin embargo, cuando se prolonga durante más
tiempo, deja de ser un refugio y se convierte en una prisión que nos impide
avanzar.
A largo plazo, negar lo que ocurre no resuelve el problema,
sino que nos paraliza y nos impide actuar. Nos roba la energía, atrapándonos en
una especie de limbo mental donde seguimos esperando que las cosas “vuelvan a
ser como antes”. Y la verdad incómoda es que eso rara vez ocurre. La vida tiene
la costumbre de apegarse a la realidad. Y si no somos capaces de mirarla de
frente, acabará arrastrándonos. Así de sencillo.
Aceptar no significa estar de acuerdo con lo ocurrido ni
resignarse. Significa reconocer la realidad tal y como es, con todas sus
aristas incómodas, para dejar de malgastar nuestra fuerza luchando contra lo
inmutable y empezar a invertirla en aquello que podemos transformar. La
aceptación radical propone un cambio de foco, pasando del “por qué me pasa
esto” al “qué puedo hacer con lo que tengo delante”.
La adaptación, una
habilidad esencial para resurgir de las cenizas
Una vez que aceptamos las cartas que tenemos, llega el
momento de mover ficha siendo conscientes de que las reglas del juego han
cambiado. Y eso significa adaptarnos. Esa adaptación no es un acto pasivo:
implica tomar decisiones, cambiar nuestros planes, explorar nuevos caminos y a
veces incluso reinventarnos por completo.
Cuando la vida nos pone contra la espada y la pared, se activa
un mecanismo casi instintivo: buscar soluciones que nos permitan sobrevivir
emocionalmente. Puede ser aprender nuevas habilidades tras perder un empleo,
reorganizar las prioridades después de un problema de salud o redefinir una
relación que ya no funciona como antes. No siempre es cómodo, pero es el
terreno donde realmente crecemos.
Adaptarse no es olvidar lo que pasó, sino construir un
presente que pueda sostenerse a pesar de todo. Es el momento en que dejamos de
mirar obsesivamente hacia lo que perdimos y empezamos a construir desde lo que
nos queda.
Cómo dar significado
a lo vivido
Viktor Frankl, psiquiatra y superviviente de los campos de
concentración nazis, defendía que el ser humano puede soportar casi cualquier
circunstancia si encuentra un sentido para ello. En “El hombre en busca de
sentido” escribió que “el modo en que un hombre acepta su destino y todo el
sufrimiento que éste conlleva, la forma en que carga con su cruz, le da muchas
oportunidades -incluso bajo las circunstancias más difíciles – para añadir a su
vida un sentido más profundo”.
No se trata de justificar el dolor ni de convertir la
tragedia en algo “positivo” a la fuerza, sino de integrarla en una narrativa
que nos permita seguir viviendo. Como afirmaba el propio Frankl, si la vida
trae sufrimiento, el sentido fomenta la supervivencia.
Encontrar el sentido significa preguntarnos: ¿qué puedo
aprender de esto?, ¿cómo puedo usar esta experiencia para crecer o comprender
mejor el mundo?, ¿qué valores debo reforzar a partir de aquí? A veces ese
sentido surge rápidamente. En otras ocasiones, necesita tiempo, silencio y
paciencia para revelarse.
Cerrar un capítulo no es olvidar lo que sucedió, sino dejar
de leerlo todos los días. Encontrar un significado es lo que nos permite soltar
la historia, no desaparecerá de nuestra memoria, pero sí dejará de estar
presente continuamente. De esa manera la experiencia dolorosa se convierte en
una pieza más de nuestro mapa vital, no en el único punto que lo define.
Y así, aunque la vida no nos pregunte si queremos ser
fuertes, acabamos siéndolo, simplemente porque hemos aceptado, nos hemos
adaptado y hemos encontrado el sentido. Por supuesto, no es fácil. Hay días en
que la única fuerza que encontramos es la de dar un paso más, sin ninguna
certeza de que mañana será mejor. Pero eso también cuenta. Esas pequeñas
acciones de “microrresiliencia” nos van sosteniendo para volvernos más fuertes.
Esos gestos son como hilos con los que, poco a poco, vamos tejiendo una nueva
red vital.
https://maestroviejo.blog/la-vida-no-te-ensena-a-ser-fuerte-te-obliga-a-serlo/
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